Me sorprendo, una vez más, sorprendiéndome de cuanto me
rodea. Pero la verdad es que en este caso, lejos de poder decir que la
existencia de tal sorpresa constituye en si mismo un motivo de alegría, como
podría serlo el sorprenderse ante los tonos de un nuevo amanecer, o ante la
ilusión de las todavía almas cándidas; lo cierto es que la sorpresa a la que
hago mención tiende más, en este caso, a aquélla cuyo espacio converge por los
ocupados por el sonrojo, y el cerceno.
Me sorprendo, definitivamente, cuando asisto no ya tanto a
los hechos acontecidos este pasado sábado en la localidad madrileña de
Quijorna, como sí a las en principio sorprendentes declaraciones efectuadas en
la tarde de ayer por aquélla sobre la que recae tanto el gobierno como la
representación de todos los vecinos de este pueblo madrileño; cuando en Cadena Ser vino a decir, de forma más o
menos literal, que se sorprendía del grado que los acontecimientos habían
adquirido toda vez que el acontecimiento se preparó con absoluta naturalidad.
Naturalidad, hermosa palabra. Como ocurre con todas las
cosas hermosas, destinada a pintar las
más bellas escenas, pero desgraciadamente propensa a desdibujar la sombra de
las más espeluznantes miserias.
Es la naturalidad un término derivado de natural. Y es
natural por ende otro procedente o relativo a lo que viene de la naturaleza. Es así
que, navegando de manera somera, cuando no liviana, en los antecedentes de las Ciencias Modernas, encontramos poco
antes del Renacimiento, una corriente conocida como Filosofía Natural, de la que entre otros el ya mentado AGRIPPA fue no solo precursor, sino
marcadamente gran maestro; y entre
cuyas múltiples ocupaciones figuraban
por ejemplo la sempiterna búsqueda de la Piedra Filosofal , la transmutación de los metales menores en oro, y, como argumento
estrella, la convicción de la existencia
práctica de un protocolo científico destinado a insuflar de nuevo vida, en
aquello que ya parecía, al menos a los ojos de los hombres, definitivamente
muerto.
Ocultándose poco menos que como apestados, los pensadores asociados a tales filosofías, fueron definitivamente denostados a partir del triunfo
del Racionalismo, con el posterior
triunfo que su pertrecho científico le proporcionaba, con el cual entre otros
tejió su seda la Ilustración, viendo en principio el siglo XVIII los tímidos
debates propuestos por los últimos que osaron esgrimir alguna tesis mínimamente
identificable con semejantes principios.
Mas como suele ocurrir en estos casos, habrá que esperar a
la denodada acción del más encarnecido de los rivales, para lograr se insufle
un mínimo de aire en los pulmones de aquél que parecía irrefutablemente muerto.
Y será así que, en la ferviente cruzada que el Romanticismo del XIX emprende contra el racionalismo
a ultranza que contra todo y contra todos ha esgrimido la Ilustración; el
Romanticismo caiga definitivamente
víctima de la pasión, siendo en este caso él quien resucite al muerto, la propia Filosofía
Natural , como a sus muertos, a saber AGRIPPA y sus
seguidores.
Y nacerá entonces no ya el Romanticismo, sino sus
esperpentos los cuales, por dialéctica, inflamarán definitivamente el alma unas
veces de sus seguidores, otras de sus detractores para, de manera a menudo
inconsciente, lograr no solo que lo relativo a las emociones desplace a lo
exclusivamente racional, resucitando con ello, de paso, viejos fantasmas.
Es entonces cuando, estableciendo de manera a nuestro
parecer definitivamente clara el vínculo con el asunto Quijorna; lo que se
debate hoy no es tanto la existencia de monstruos, como la mala fe o quién sabe
si peor aún manifiesta indisciplina de los que no dudan en resucitarlos, para
satisfacer no se sabe muy bien qué objetivos.
Porque cuando la Sra. Alcaldesa del Ayuntamiento de Quijorna se
acaparaba ayer en el ya citado argumento de la naturalidad para hacer supuestamente más llevadero el asunto,
no lo olvidemos asunto que incluye la flagrante exhibición de material con
un marcado calado fascista dentro de las instalaciones del colegio público de
la localidad; lo que inconscientemente estaba haciendo no era sino atribuirse
de manera francamente impropia el papel de Mary SHELLEY quien, a la sombra de las tardes de otoño a la sombra de
las montañas helvéticas ponía forma a
los esperpentos monstruosos propios del Romanticismo, amparada en la
naturalidad de lo monstruoso.
En ambos casos se está insuflando vida a un muerto. En ambos
casos se apuesta por resucitar a un monstruo, con el cual defenderse de aquello
que cada una de estas mujeres, en sus respectivos campos, considera sin duda un
mal superior al cual hay que dar caza sin contemplaciones.
Pero si SHELLEY pudo argüir en su defensa, como así se
expresa al final de la obra, el lógico desconocimiento de los efectos que liberar al KRAKEM traerían aparejados
toda vez que no existía experiencia alguna al respecto, lo cierto es que la Sra. MARTÍN , alcaldesa
de Quijorna, se encuentra del todo inhabilitada a efectos de usar tal
argumento. El ejemplo constituido por la propia SHELLEY se
convierte, de manera clara, en la muestra de los efectos que seguir tales
consignas suelen traer aparejadas.
Pero claro, nada ni nadie puede a estas alturas
garantizarnos que la Sra.
MARTÍN haya leído a Mary SHELLEY. O lo que es peor, que
considere oportuno hacerlo en un futuro no demasiado lejano.
Para no herir susceptibilidades, y ante todo para no desviar
de manera inconsciente la atención del verdadero foco, hemos de decir, llegados
a este punto, que quien esto escribe no cree que Quijorna sea el problema. Más
bien al contrario, acontecimientos como el descrito, y más concretamente el
corolario de reacciones suscitadas por el mismo, no hacen sino poner de
manifiesto el grado de abotargamiento bajo
el que vuelve a encontrarse la sociedad española. Un abotargamiento anticipo
del colapso hacia el que indefectiblemente tiende nuestra sociedad, y que hace
del silencio culpable de unos, y culposo de otros, la más atronadora de las pruebas.
Porque el que a estas alturas el propio SR. TORRES-DULCE haya de comparecer tildando de preocupantes para la estabilidad
constitucional (nada menos), los acontecimientos sobre los que hoy
esgrimimos, no hace sino poner de manifiesto toda una serie de acontecimientos,
incluso de pensamientos, muchos de los cuales han sido convenientemente
expresados en forma de opinión, por sus protagonistas unas veces, y por sus
correligionarios otras; que convergen en un único y por ello si cabe más
preocupante punto, el aumento de la intensidad del pensamiento fascista en
España.
Pongo como casi siempre mucho cuidado tanto en las palabras
que empleo, como en la forma de emplearlas. Así, me cuido muy mucho de mentar
si quiera un posible conato de recuperación del fascismo en España, y lo hago
no por consideración, sino sencillamente porque soy de la opinión de que en
este país jamás ha habido de maneras consciente, ni tan siquiera un modelo fallido de fascismo. La causa de
semejante afirmación pasa por entender que el fascismo parte del principio
básico y vertebrador de pensar que su planteamiento responde a la consideración
o tenencia de un modelo marcadamente exclusivo fruto del cual emergerán
realidades o pensamientos que si bien cambiarían el mundo, lo harían de un modo
y a unos niveles por otra parte Incomprensibles para el común de la plebe. Un común que, a
lo sumo, habría de observar, eso sí por supuesto sin molestar, los usos y
costumbres de quienes ejercerían el poder por ellos.
Nos encontramos así no ante el resurgir de nada. Se trata
más bien de la confabulación de un nuevo monstruo, que se alimenta en este caso
con el alma de cuantos se encuentran podríamos decir que muy subiditos. Un grupo que no me atrevería a catalogar como de
exaltados, sino más bien como de víctimas toda vez que constituyen la primera
remesa de logros de un nuevo plan destinado a hacer que la ideología más reaccionaria recupere su puesto. Un plan que comenzó
con José María AZNAR, en 1996.
Y como en aquél, sin duda el monstruo se cobrará sin duda
sus presas. La primera, su propio creador. Las siguientes, una vez más víctimas
propiciatorias cuyo único delito es el de ser contemporáneas de una realidad
estridente, que no comprende nada, que no comprende a nadie.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
A la Shelley no me la toques, que la tengo yo mucha ley...pobrecita mía, que me la comparas con la señora alcaldesa casposa de Quijorna. Ayayayyy...
ResponderEliminarEs natural que dicha señora hable de naturalidad. Lo es, para ella, que ha nacido, crecido, reproducido y morirá respirando fascismo. Vaya argumento.
Lo peor del caso es que su partido, que presume de democrático, no la haya forzado a dimitir. No pueden porque para ellos también es natural. Porque lo llevan en su adn político y porque su humus, del que se nutren, es fascista.
Lo que nos está tocando ver...
Enhorabuena, Jonás. Como dicen los chavalillos del Insti...no cambies.