miércoles, 16 de diciembre de 2015

DE LA CERTEZA OCULTA. EN EL VERDADERO VALOR DEL ¡HASTA AQUÍ HEMOS LLEGADO!

Podía haber sido, sin duda, una frase más. Podía haber pasado desapercibida. Podía haber sido olvidada, caracterizada, burlada. Podía haber dado lugar a multitud de chanzas, algunas incluso en su vertiente moderna, eso que los “modernos” llaman memes, si no me equivoco.
Se trata de algo tan incomprensible, tan insostenible, que bien podía haber dado lugar a la respuesta contraria y así, haber protagonizado gestos de apasionamiento, en forma de seguidismo irracional. Todo esto, y posiblemente muchas cosas más, al menos cuantificables como de tantas, son las que podían haberse extraído del no debate al que asistimos el pasado lunes. Un debate que comenzó arrebatándonos alguno de nuestros derechos. Un debate, quién sabe, si presagio de lo que ha venido a ocurrir hoy, que sin duda ha terminado de arrebatarnos lo poco que de Campaña Electoral le quedaba al periodo en el que, lo crean o no, nos hallamos inmersos.

Confieso que hasta hace unos minutos, esperaba con anhelo el instante que semana tras semana me sirve de catalizador para encontrarme conmigo mismo, curiosamente a partir del análisis que de todo lo que me es extraño en tanto que acontece fuera de mi, me sirve para identificar mi lugar en el mundo comparando, precisamente, el efecto cuando no el impacto que todo ello causa en mi conciencia.
Y es precisamente al categorizar no tanto ese impacto, como sí más bien el elevado grado de diferencia que semana tras semana detecto entre el efecto que en mí causa la realidad, y el causado entre los que me rodean, lo que precisamente me lleva a tomar de manera no ya solo consciente, sino absolutamente evidente, la decisión por la que aquí y ahora asumo que, sencillamente, no me siento identificado con el mundo que me ha tocado en suerte, o por ser más exacto, manifiesto mi desazón para con las personas con las que en general, vengo a formar el Común, al cual doy forma junto a los que me son contemporáneos.

Lo cierto es que sería injusto decir que estas palabras surgen de la improvisación. Una cosa así aunque sea objeto de la impresión, no surge de repente. O por ser más concretos, no se forma de un día para otro. Ocurre más bien, tal y como es propio de aquellas cosas que son verdaderamente importantes, que se va formando poco a poco. Ocurre, como en el caso del ruido asociado al cauce de los grandes ríos, que la tromba presagio del colapso que acompaña a los grandes cauces cuando éstos se desbordan en pos del rumbo marcado por la catarata, procede de lo que una vez fue el tintineo sibilante de esa primera fuente de lo que tiempo a fue la primera fuente, el manantial que dio lugar y forma a ese río. Un río del que todos conocen sus espectaculares cascadas, pero del que a pesar de lo obvio, la mayoría parece ignorar que antaño, procede de una fuente primigenia.

“A pesar de lo que muchos prefieren olvidar.” Bien podría ser el título de un capítulo de un mal libro, o incluso el título del libro en sí. Mas en realidad no es sino el diagnóstico de lo que tal y como hoy ha quedado puesto de manifiesto, se ha revelado ante nosotros como la causa primigenia de muchos de los grandes males que ahora, y lo que es peor, desde hace mucho tiempo, vienen afectando a la substancia más estructural de nuestra sociedad.

No pretendo perder ni un solo instante en revisar (dado que pretender analizarlo  es del todo baldío) ni uno solo de los momentos que supuestamente vinieron a componer el que supuestamente fue el “cara a cara” que “habría de enfrentar” a los que por otro lado personifican las estructuras dominantes en esto que unos y otros hemos dado en llamar el bipartidismo. Por ello, y lejos en mi ánimo el osar decir, ni tan siquiera pensar, que el mencionado acontecimiento no ha obrado en mí alguna suerte de modificación, diré más bien que en contra de lo que pueda parecer, creo no exagerar si digo que nunca hasta este momento un evento sometido a los cánones del electoralismo, había logrado infligir a mi conciencia un castigo tan inconmensurable que, y de nuevo entro en el terreno de las confesiones, ha logrado, efectivamente, modificar el sentido de mi voluntad a la hora de decidir mi voto.

Resumiendo de una manera y a la sazón muy sencilla, diremos que en pocas ocasiones como en la que traemos hoy a colación, las formas han jugado un papel tan predominante.
Por no perdernos en eufemismos, ni por supuesto en giros que a veces por inverosímiles no conducen sino al aumento de la complejidad de lo expuesto; diremos sencillamente que siguiendo al pie de la letra lo que es conocido incluso por los más viejos del lugar, Las formas pueden hacerte perder, incluso la razón. Aunque para ser del todo justos, requisito imprescindible para perder la Razón es haber tenido alguna vez noción de la misma. Y en el caso de Pedro Sánchez, creo poder afirmar aún a riesgo de equivocarme, que tal hecho todavía no se ha producido.

Incapaces pues de acudir a lo esencial, pues en tamaña superficialidad no solo difícil, más bien imposible resulta encontrar un mero atisbo de algo que no amenace con ser arrastrado por el viento ante el primer asomo del mismo; habremos de decir que más sorprendente que las ya de por sí lamentables tácticas desarrolladas por el todavía hoy líder de la oposición, resultan con mucho los incomprensibles esfuerzos que a modo de batería han sido desarrollados por quienes desde dentro, se han esforzado primero en justificar, y después en legitimar, conductas que por darse en personas de una u otra manera llamadas a ser consideradas modelos, ejercen una gran cuando no notable influencia sobre quienes por uno u otro motivo deciden salir a buscar fuera los motivos de sus propios actos.

Desde tamaña irresponsabilidad, el triunfo de tan dañinas conductas, triunfo del que somos netamente conscientes una vez que la conducta torticera de la que el pasotismo generalizado ha dado muestra en tanto que no ha hecho nada en pos de cortar las mismas de raíz, ha terminado por permitir brote lo que otrora germinó a partir de la mera posibilidad de dar crédito a la fábula en base a la cual, tal y como ocurre en el amor y en la guerra, en política todo vale.
Ya es por ello tiempo de que de manera alta y clara, a la vez que de manera absolutamente indiscutible, primero nos enteremos, aunque solo sea para luego hacérselo entender a los demás, que no solo lo de que todo vale es una falacia destinada a favorecer a los que siempre han temido a los posibles efectos que tanto para ellos como especialmente para su posición puede tener el hecho de que efectivamente se imponga tamaña condición; sino que ahora más que nunca la política, o más concretamente el ejercicio de la misma, es cuando más cuidadoso ha de resultar en el ejercicio de los menesteres que le son propios.

Los motivos, tan evidentes como complicados en tanto que netamente sometidos a la complejidad del marasmo de la interpretación, se agrupan cuando no se resumen en el hecho de que no tanto la política como sí más bien el ejercicio de la misma se hallan en este caso cimentados en el planteamiento de la cesión representativa del poder. Expresado a grandes rasgos, la imposibilidad de que todos accedamos unívocamente a las estructuras de poder lleva a los más capacitados a erigirse en representantes de los por otro o en cualquier caso, más mediocres. Mas supondría un ejercicio de absoluta ingenuidad el llegar no solo a suponer sino sencillamente el considerar, que las acciones de los primeros estuvieron ni por un solo instante inspiradas en lo que podríamos denominar el bien común, o lo que sería lo mismo, una suerte de proceder con afección tanto en el sentido ético como en el moral, en base a lo cual las acciones propias de los entes activos, estarían motivados en lograr la satisfacción de los agentes pasivos, los cuales a la sazón son, en términos estrictamente cuantitativos, soberbia mayoría.

Es con ello que a medida que vamos despertando del sueño altruista en el que nos hemos visto inmersos, nos damos de bruces contra la realidad sintetizada en un mundo en el que los depredadores no es solo que devoren a los llamados a ser depredados, sino que en contra de lo que cabría ser esperado, ambos se sienten cómodos en el respectivo lugar que la cadena trófica les reserva.

Asistimos pues al triunfo de la chabacanería. Un triunfo que no lo dudemos responden a una demanda bidireccional. Por un lado el mediocre se siente cómodo ejerciendo de mediocre, traduciendo su mediocridad en el acto pasivo de no pensar; en tanto que otros se sienten encantados de poder suplantarles en el ejercicio de esa preciosa labor.

Pero la chabacana mediocridad es a la par voluble, propensa a las emociones fuertes, y por ello necesitada a diario de estímulos que han de ser cada vez más y más impactantes.
De ahí que la intensidad de los estímulos con los que el pasado lunes Pedro Sánchez hubo de dirigirse a sus huestes, bien podría darnos una idea del actual estado de las cosas. ¿Necesitan una pista? Vayan a buscarla a Pontevedra, de paso a lo mejor encuentran la patilla de las gafas del que pese a quien pese, es por decisión democrática nuestro Presidente del Gobierno.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

miércoles, 9 de diciembre de 2015

DE LA UTILIDAD DE CUESTIONES TALES COMO LA NAVIDAD, LOS DEBATES ELECTORALES, Y OTRAS COSAS ASOCIADAS AL INTELECTO.

O tal y como creen algunos, directores de campaña y responsables de campañas publicitarias entre otros; de todo proceder destinado a aprovecharse de la buena disposición desde la que al menos en principio, la mayoría partimos cuando nos enfrentamos a asuntos de aparente calado como en principio parecía ser escribir la carta a SS.MM los Reyes Magos de Oriente; o lo que para el caso viene a ser lo mismo, esperar que alguien dedicado a lo que se ha dado en llamar la carrera política profesional, llegue a considerar como si tan siquiera una opción el tener que cumplir cuando menos una de las promesas que tuvo a bien llevar a cabo a lo largo de lo que fue el discurrir de la campaña electoral en sí misma.

Una vez que la prudencia y la prescripción de un facultativo se han traducido en el fenómeno por el cual he decidido no achacar mi mala conciencia a sucesos respecto de los que no hayan trascurrido al menos 48 horas, es cuando a estas horas empiezo a ver con toda nitidez el cúmulo no tanto ya de circunstancias, cuando sí más bien de interpretaciones, a partir de las cuales comprender no tanto las conclusiones, como sí más bien lo que podríamos llamar compendio de antecedentes, a partir de los cuales no tanto fue llevado a cabo como sí más bien fue pergeñado la suerte de experimento social hacia lo que ha terminado por evolucionar el suceso televisivo al que de forma netamente malévola y por supuesto nada accidental, ha terminado por conducirnos el espectáculo al que el pasado día siete de diciembre, fuimos condenados.

En otra muestra más de cinismo prosaico. En algo que solo puede considerarse desde la óptica de una sociedad realmente enferma en tanto que proclive a la conducta morbosa; alguien de quien sinceramente espero no llegar a tener noticias nunca, decidió, apoyándose para ello en razonamientos y argumentos que seguramente solo él compartía, que las evidencias procedentes del estudio y constatación de los fenómenos históricos y su implementación sobre los hombres (algo que dicho así puede sonar tremendo, pero que una vez desmenuzado se resume en la tesis según la cual, cuando algo ha ocurrido siempre de una determinada manera, la constatación de sus premisas iniciales puede llevarnos a la sospecha de que seremos capaces de anticipar sus consecuencias, sin que para ello hayamos de repetir una y mil veces el experimento;) tenía que ser en realidad obviado.
Dicho de otro modo, algo o alguien, o por ser más justo seguramente la incidencia no casual de varios algos, confabulados desde la absoluta falta de lealtad de numerosos alguienes; decidieron el pasado lunes que decenios de insatisfacción política, más de dos centurias de insatisfacción democrática y lo que es peor, una absoluta inexistencia constatada en el hacer de la eternidad; de compromiso por parte de los que se hacen llamar activos políticos; iban curiosamente ha ser olvidados en el transcurso de esa precisa noche, precisamente para que un preciso grupo de señores, precisamente, hicieran todo lo preciso para que la Historia no detraiga su tributo.

Pero si alguna virtud puede atribuírsele a la Historia ésta es, precisamente, la contumacia. Y por ello ni podemos ni por supuesto debemos sentirnos defraudados precisamente porque la llamada cita histórica acabara, efectivamente, desarrollándose por los cauces por los que la mentada Historia exige que todo lo que en realidad no es sobrevenido, acabe por discurrir.

De tal manera que a nadie debería extrañarle el constatar cómo el que  efectivamente ha sido el programa más visto del año en televisión, según marcadores objetivos, puede en realidad acabar convirtiéndose, aplicando en este caso varemos netamente subjetivos, en la apuesta menos rentable de la historia.

Porque llegados a estas alturas, ¿cuántas personas apuestan sinceramente el sentido de su voto a las sensaciones que del mencionado debate se desprenden? Dicho de otra manera. En un país con más de cuatro millones de parados, con la Deuda Pública afectando al más del 100% del PIB. Con un Gobierno que no solo ha demostrado su manifiesta incompetencia para resolver los problemas de los españoles, sino que más bien al contrario, se ha mostrado ducho en avalar la perseverancia de los tales problemas en un menester que sin duda va a mantenerse durante cuando poco, más de un decenio. En tales circunstancias, de verdad, en tales circunstancias. ¿De verdad alguien va a decidir el sentido de su voto en función de las emociones que desprenda tal o cual candidato?

Cierto es que analizar a priori (o sea, sin fundamento práctico) el sentido de las emociones de los más de siete millones de telespectadores que presenciaron el mencionado; constituye para mí una obra por faraónica, inviable.
Sin embargo no es menos cierto que a posteriori, y sobre todo teniendo en cuenta que el volumen de variables a manejar resulta sustancialmente más reducido; que bien podría aventurarme a especular sobre el cúmulo de naderías primero, y francas sandeces después, sobre el que pivotó la percepción que en este caso ha de serles atribuida a quienes en este caso se presentaron e identificaron como los protagonistas. Protagonistas, no lo olvidemos, en tanto que candidatos que formalmente optan a ser Presidentes del Gobierno de España.

Aunque si bien esto último no es del todo cierto, pues la Sra. Sáenz de Santamaría se siente cómoda en su segundo lugar, dejando cumplida constancia de semejante tranquilidad desde el primer minuto; si hay una duda que a mí personalmente me atribula es la que pasa precisamente por no poder comprender cómo esa misma tranquilidad pudo verse mantenida hasta el instante final por una persona que, no lo olvidemos, se ha mantenido firme en su puesto en el Congreso de los Diputados ejerciendo de Vicepresidenta de un Gobierno que se apoya en la mayoría absoluta que le ha proporcionado el que está por demostrarse y todas las circunstancias parecen indicarnos se trata de el partido político más afectado por la corrupción, de toda la Historia de España tal y como parece avalar el hecho según el cual el mismísimo Duque de Lerma podría haber tomado apuntes. ¿Os imagináis el contenido del próximo Curso de la Universidad de Verano financiado por FAES?
Pues de nada sirvió tal hecho. Y no se trata de una percepción subjetiva como se deriva del hecho de que algunos Medios la dan como virtual vencedora del debate.

Hemos empezado por la Derecha, y por ello, o más bien por seguir el orden. ¿Qué decir del papelón del Sr. Rivera? ¡Dios mío cuanto puede echarse en falta la presencia de un atril tras el cual esconder tus miserias cuando no sabes qué hacer con tu existencia corpórea¡ Porque tal fue la sensación que a mi entender se derivó de la larga e inconexa suerte de imprecisiones que logró engarzar el sin duda a estas alturas ya manifiestamente debilitado líder de Ciudadanos. Sr. Rivera, a un debate, si se va, se va preparado; de lo contrario se corre el riesgo de ver cómo tus vergüenzas quedan al descubierto, o en el peor de los casos, la falta de humildad vagamente intuida puede verse elevada a rango de certeza, con los efectos que podemos llegar a imaginar.

Efectos de chulería y prepotencia, de arrogancia en una palabra, como los que en todo momento no ya condujeron sino evidentemente presidieron el antes, el durante y qué duda cabe, el después, del escenario a efectos consolidado por el Sr. Pablo Iglesias. Porque si a alguien le puede quedar la menor duda de lo absolutamente imposible que resulta encontrar un viso de realidad mundana en éstos esperpénticos fenómenos mediáticos (léase indistintamente como tal bien el programa resultante, bien el personaje, a la sazón no menos resultante, en este caso de la mal llamada telegenia) la aptitud del Sr. Iglesias, argumentada absolutamente desde su proceder, culminó en poner fin de manera solvente a tal duda. Así no habrá leído a Kant tal y como él mismo “confesó.” Mas me atrevo a decir que otros filósofos alemanes, tales como por ejemplo el mismísimo F. Nietzsche, bien podrían estar orgullosos pues no todos los días tenemos la fortuna de contemplar a alguien que se mueve como si verdaderamente sintiera que se halla “Más allá del bien y del mal.”

Aunque si la arrogancia no como virtud, cuando sí más bien como ausencia de humildad es mala. ¿Qué decir de la humildad impostada? Porque impostada, como su sonrisa propia más bien de un modelo acostumbrado a protagonizar la sesión de fotos que preside la contraportada de cualquier dominical de prensa más que a figurar en los carteles que piden apoyo para dormir en el Palacio de la Moncloa, resultó ser la que desparramó un Pedro Sánchez más preocupado de convencerse a sí mismo de la inexistencia de sus múltiples carencias, carencias que a estas alturas ya no le son desconocidas a nadie, y menos a él. El resultado, tal y como podéis imaginaros: Han pasado casi cuarenta y ocho horas y todavía anda por los pasillos entonando un quejumbroso: “pero en el fondo ¿no estuvo mal, verdad?

En definitiva, y por si llegados a este aquí a alguien no le ha quedado lo suficientemente claro, mi posición al respecto del debate no pasa por cuestionar es éste bueno o no, si es conveniente o inconveniente. Más bien, sinceramente, mi certeza apuesta por poner de manifiesto el grado de ofensa que en mí converge cuando acierto vagamente a hacerme una idea del grado de estulticia que al votante español le atribuyen todos los que pergeñan espectáculos zafios y más propios de corralas como el que el pasado lunes contribuyó a poner en fuga al que suponía último vestigio de conducta responsable para con una cita electoral que en este país quedaba. Lo que me lleva a pensar: ¿Acaso no sería precisamente tal cosa lo que desde el primer momento fue con tanta ansia buscado?


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

miércoles, 2 de diciembre de 2015

NO ES PAÍS PARA VIEJOS… ¿O SÍ?

Dice el Refranero Popular, erigido tal vez sobre las sólidas bases que se precursan como las  responsables de convertirlo en último bastión de la única de las sabidurías que aún permanece en pie, que allí donde hay patrón, no manda marinero. Ha sido siempre la navegación, sea cual sea la vertiente a la cual aludamos, más que una responsabilidad, digamos que un auténtico arte. De tal manera que al contrario de lo que pasa con el resto de los procederes que han inundado el mérito de la Humanidad, sus vertientes han estado más cerca de profesar respeto a una reducida élite dotada de algo más que de vocación, de una auténtica suerte de privilegio. Por ello, en definitiva, que capitanear una nave requiere de algo más que de actitud, requiere de instinto, de aptitud marinera. Y eso es algo que no se aprende, se tiene, o no se tiene.

Por eso, cuando el pasado lunes experimenté el trance de tener que plantearme atender la demanda que suponía el ejercicio de responsabilidad que para con la Democracia había planteado El Diario El País; lo hice desde la tónica con la que un neurótico se enfrenta a la necesidad de hacer frente a su medicación o sea, sabiendo que el que va a permanecer como resultado no es en realidad él.

Lejos de detenerme un instante en las formas, esto supondría dar cancha a esos indocumentados de la onda que de verdad piensan sientan cátedra cuando manifiestan conclusiones tan brillantes como las que proceden de elevar a rango de prima sociológica el color de la corbata, hecho que literalmente se viene abajo cuando uno de los partícipes se presenta sin haber sucumbido al artificio que supone el uso de tal ornato; lo cierto es que una vez elevado el nivel, hecho que ha acontecido en el momento mismo en el que nos hemos atrevido a criticar lo hecho no por la mayoría, sino realmente por todos, es cuando nos vemos en la ahora ya sí sagrada obligación de aportar algo más no tanto al debate, como sí más bien al post que se ha desarrollado a continuación.

Es a partir de haber aclarado tales consideraciones, cuando podemos ir trasladando al escenario de la realidad, en definitiva aquel en el que las circunstancias se materializan, toda esa suerte de opiniones a la que pueden quedar reducidas las escasas, cuando no nimias, aportaciones que unos y otros llevaron a cabo el pasado lunes.
Porque una vez se levantó la bruma propia de la novedad, una vez el brillo de los focos dio paso a la sombra que más que proyectarse, se empeñaba en rodear a los tres contertulios; lo cierto es que el debate del lunes, lejos de suponer un canto a la emoción destinado a promover la ilusión entre los votantes, terminó por convertirse en un vaticinio de debacle empecinado en poner de relevancia las aptitudes nihilistas que algunos le vaticinamos al presente en el que nos ha tocado vivir.

Pero puestos a bien mirar, lo cierto es que atribuir a los protagonistas toda la responsabilidad sobre la autoría del drama representado resulta algo propio de una conducta injustificada toda vez que nada, absolutamente nada, se revela como competente a la hora de permitirnos identificar a nuestros ya mentados protagonistas como artífices del mismo. Y no lo digo porque unos u otros, o incluso los tres en común, no estén valorando seriamente la posibilidad de poner en marcha la conocida suerte de desastres que bien en cadena, bien por separado, acaben por dar al traste con todo. Lo cierto es que lo único que puede exonerarles de tamaña acusación, no es más que lo que procede de ver cómo día tras día, y a veces de cada dos hasta el de en medio, parecen extrañamente volcados en una suerte de pantomima destinada a poner de manifiesto su más que evidente, yo diría que absoluta, incompetencia.

Va así pues siendo hora de que comencemos a plantear las cuestiones en su justa medida: ¿Son las circunstancias propias del resultado de las acciones que los hombres llevan a cabo? O más bien: ¿está la conducta del Hombre vinculada a las limitaciones propias del escenario en el que tales se desarrollan?
Dicho de otra manera, la incompetencia de la que nuestros tres protagonistas hicieron gala, y de la que su incapacidad para hilar un solo argumento coherente a lo largo de las más de dos horas que duró la confrontación constituye ejemplo evidente ¿Ha de considerarse como una causa, o más bien como un efecto vinculado al actual estado de las cosas?

En un momento que algunos creímos llegada la hora de los valientes, lo cierto es que ni uno solo de los argumentos apuntados, o ni tan siquiera esbozados por quienes al menos en apariencia se sienten llamados a ejercer nuestra representación en Las Cámaras ha hecho, al menos siempre según mi opinión, ni con mucho argumentos que me permitan auspiciar la menor de las esperanzas a la hora de atribuirles un mínimo de mérito político. Por ello que no esperen obtener de mí ni una sola indulgencia electoral.

Pero entonces…¿De dónde procede tanta inutilidad?

Responde nuestro país a una suerte de comportamiento muy específica que si bien permite identificar tal hecho en la mayoría de procederes que le son propios, eleva a rango superlativo tamaña consideración cuando tales patrones han de ser explicitados en el terreno de lo político. Echemos un poco la vista atrás, y no hace falta ser muy avispado para toparnos con una suerte de procesos entre los que destaca aquél del que en breve conmemoraremos su aniversario, en base al cual en nuestro país resultaba imprescindible declarar inaugurado un proceso destinado entre otras  a certificar cuáles habrían de ser los planteamientos cuando no los procedimientos con los que nuestro país estaba llamado a exorcizar sus viejos fantasmas.
Erigimos así pues los viejos esquemas, los que nos son propios, y ejerciendo ese santo proceder que tan bien nos caracteriza, pusimos de manifiesto una vez más nuestra incapacidad para saber a ciencia cierta con quién estamos, dejando claro que en España nada une más que tener claro contra quién estás.
Fue así cuando cansados de los sistemas, apostamos de nuevo por la recuperación de la Ideología.

Fue entonces cuando la libertad nos explotó en la cara. Ser libre era ya una complicación, pero argumentar cómo se vivía en el uso de tal aptitud se erigió en una auténtica epopeya. Ni los pioneros de las praderas americanas requirieron de tanto valor cuando iniciaron su penosa aunque esperanzada marcha hacia el Oeste.
Fue entonces cuando comprendimos que la Ideología quemaba templos, desataba persecuciones furibundas, parecía justificar guerras e incluso rompía amistades fraguadas en el transcurso de decenios. Y sin embargo se quebraba en mil pedazos cuando se hallaba en la base del comportamiento que se traducía en el llanto de un niño hambriento.

Abandonamos entonces la Ideología, y apostamos por las personas. Fueron éstos los tiempos de las grandes personas. Grandes personas, incluso personas grandes, que de una o mil maneras parecieron fomentar en este caso la esperanza de que los vanos que tanto los sistemas, como incluso las ideologías habían dejado, serían ahora cubiertos por una suerte de magia que en este caso como una incipiente aura rodeaba en consecuencia a esa restringida caterva de elegidos en apariencia llamados si no a cambiar el mundo, sí cuando menos llamados a conocer en exclusiva sus límites, y los del mundo tambíén.

Fue entonces cuando el ídolo se hizo hombre, cuando el Dios se hizo Carne. Cuando la ensoñación se tornó más bien en pesadilla. Cuando una vez más hubimos de comprobar que ahora, tal vez no más que antaño, estamos legítimamente solos.

Pero constituye la soledad en este caso el último vestigio de responsabilidad. Porque detrás del atisbo de miedo que parece reducir la valía de quienes tienen la fuerza para asumir el peso de lo que ya es a estas horas evidente certeza; no se esconde sino una suerte de abulia que en este caso, lejos de resultar contraproducente, se erige en la máxima traducción de sentimientos a la que puede aspirar un individuo que, convertido en ciudadano en tanto que ente que ha asumido voluntariamente arrogarse el peso de la Ley que le identifica como libre precursor de la Democracia así como de los procederes que le son propios; se ha ganado el derecho a seguir esperando.

Esperar es el ejercicio que se le atribuye a quien ejerce el derecho activo a la esperanza. ¿Esperanza de hallar un Sistema adecuado? ¿Esperanza de redactar los parámetros que delimiten es espectro metafísico de la Ideología Perfecta?

Tal vez, y a lo sumo, esperanza en ser dignos de seguir esperando.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.