miércoles, 31 de mayo de 2017

LA GENERACIÓN POSTRERA.

Nosotros, que nos atrevimos a confundir lo que era el bello arte de vivir hasta el punto de cabalgar todas las olas. Nosotros, que incapaces de degustar los placeres de la vida, acabamos por consumirlo todo, hasta llegar a consumirnos a nosotros mismos. Nosotros, que convencidos de tener en nosotros mismos la causa última de nuestra propia existencia, nos vemos ahora arrojados con violencia al fango de ver la decepción pintada en la mirada de los que antaño parecían conducirse junto a nosotros en tamaño presagio…

…¿Acaso pensáis que es lícito que abonéis en nosotros la menor clase de esperanza?

Nos educasteis para hacer creíble la idea de que la Educación era, en realidad, una suerte de capricho. Uno tras otro, inculcasteis en nosotros todos y cada uno de los prolegómenos de lo que en vuestra vida habían estado llamados a constituirse como vuestros mayores fracasos; y todo porque en el fondo, muy en el fondo, aspirabais a que nosotros no fuésemos nosotros mismos, sino una copia (corregida y aumentada, ¡faltaría más!) de vosotros mismos.
Nos disteis el miedo a la noche, o una versión de lo que antaño fueron vuestros miedos; y a cambio nos quitasteis lo único hermoso que la noche tiene (a saber, el derecho a soñar).
Nos obligasteis a cubrir vuestros recuerdos con la capa granate que se reserva al héroe que regresa victorioso de la contienda (o de la batallita más bien), ambientado vuestro cuento en carreras que se desarrollaban unas veces delante, y otras detrás de un enemigo común al que identificabais por lo monótono de su uniforme gris; y ahora vertéis sobre nosotros el doloroso veneno de la incertidumbre cuando protestamos por cuestiones tan aparentemente obvias como aquellas que pasan por pedir (si hace falta con vehemencia), que no nos tomen por imbéciles hasta el punto de creer que pueden invadir espacios que incluso en vuestros tiempos fueron tenidos por santuarios (como ocurre con la Universidad).
Lanzáis contra nosotros los vestigios de una moral otrora llamada a ser considerada utilitarista, no en vano el fin justificaba los medios; a la vez que nos acusáis de haber permitido la extinción de los últimos rescoldos de una revolución que en la mayoría de los casos solo en la mente de algunos se produjo; y que en la mayoría de ocasiones a lo sumo de románticos merecen ser tildados sus éxitos y logros.

Y con todo, a pesar de todo. Os atrevéis a juzgarnos.

Nos juzgáis cuando desde la conmiseración esputáis sobre nosotros la cantinela de que orgullosos tenemos que estar de ser la generación mejor preparada de la Historia de España para, a renglón seguido, tratar de enseñarnos cómo hemos de mostrar nuestra indignación cuando un currículum de veinte páginas sirve tan solo para acompañar día sí y día también a su propietario en la muerte metafísica que para él significa tener que esconder su vergüenza tras el mostrador de una hamburguesería, en cualquier centro comercial.

Nos juzgáis cuando una vez más nos tratáis como niños, y venís a corregir incluso la que es nuestra manera de protestar, creando ad hoc grupos de protesta propios que por lo peculiares que resultan, atraen de manera torticera la atención de medios e interesados que ven cómo vuestro circo les pone en bandeja la manera de desprestigiarlo todo; mientras muchos de vosotros aprovecháis la clarita para echaros unas risas más allá del escenario propio que os proporciona la partida de julepe de cada día, sobre todo porque en el transcurso de la misma la concurrencia os conoce bien y os ata en corto, reduciendo en muchos enteros la magnitud de las historias a contar.

Dictaba un proverbio de la Roma Clásica, que en lo tocante a fortunas, los abuelos las crean, los padres las incrementan, y los hijos las malversan. Si no traducido, que sí más bien adaptado, entiendo que es la mía la generación llamada a dilapidar un capital conformado en este caso de Libertad, y del orgulloso de saberse libre. Mas como no hace mucho planteé en estas y en otras parecidas líneas: ¿De verdad os creéis con derecho a cuestionar una sola de las acciones que emprendemos en pro de defender aquello que nos es impropio? Sí, impropio. Impropio porque no nos pertenece, tal y como lográis recordarnos cada vez que osáis  echarnos en cara,  que nosotros no vivimos lo que vosotros vivisteis. Y eso teniendo suerte, la cual a menudo nos abandona si osamos farfullar algo en nuestra defensa, lo que solo sirve para encender aún más vuestro ansia de venganza, la cual se manifiesta en un lánguido improperio, anticipo adecuado de  lo que acabará por conformar una suerte de repudio.

Me quedo, todo hay que decirlo, si me dieran a elegir, con el monólogo llamado a convertirse en un regalo que presente en la película La Lengua de las Mariposas, está llamado a erigir en todavía más genial al insigne Fernando FERNÁN GÓMEZ cuando éste une el destino y el futuro de nuestro país a la certeza de que una y solo una generación de jóvenes nazca completamente libre.

Corro gustoso el riesgo de que alguno se ría en mis narices, cuestionando de paso la solvencia cualitativa y cuantitativa de mis conocimientos al reducir el recorrido de la afirmación a la lascivia de confundir Historia con fechas, conocimiento con cronología. A ellos, fundamentalmente a ellos, les diré que cada vez que empecinados, retuercen la Historia al reducirla a lo que emana de sus recuerdos; cada vez que pervierten la otrora loable condición de mostrar lo que fue la verdad, convirtiendo las conferencias en farfullas, las conclusiones en arengas, lo único que logran es convertirse en obstáculos en el camino de aquello que ellos impulsaron, impidiendo que fluya aquello por cuyo triunfo muchos llegaron a perder hasta lo más preciado que tenían.

Desprovistos pues si no de la fuerza, sí de las causas que a otros impulsaron en la batalla por la libertad. Dogmatizados no por la arenga que previa a la batalla ha de insuflar ardor en el dubitativo espíritu del que no tiene claro su destino, que sí más bien por la farfulla destructiva del que se empeña en demostrarnos lo absurdo de un ímpetu guerrero que a falta de práctica, solo puede ser supuesto; es como acabamos por determinar que somos La Generación Postrera.

Desprovistos de cualquier impulso constructivo, tan solo a velar por el mantenimiento de lo que creado por otros, nos fue otorgado, habremos de apuntar nuestras aspiraciones.
Castrados que no educados, desde niños se nos proveyó de habilidades y herramientas destinadas a mantener la belleza del mundo que por los héroes que nos precedieron nos había sido otorgado. Fijaros si se muestra la falta de educación, que en términos propios de una cita bíblica ha redundado lo dicho.

Mas superada la tentación de perder un solo instante en las formas, la otra verdad, la redundante, emerge cuando descubrimos que el poder que tras esas habilidades y herramientas se oculta, es un poder redundante, repetitivo, pues tan seguros estaban de su grandeza quienes nos precedieron, que dieron por sentado que ellos eran en realidad los llamados a crear aquello destinado a ser lo mejor que desde la aspiración humana podría ser creado.
A nosotros nos quedaba tan solo refrendar cada día tal hecho, ya fuera a través de nuestras acciones (dedicando nuestra vida a labores de chapa y pintura); o de nuestros silencios (manifiestos en el delirante sentimiento de acudir puntualmente a sus arengas con una posición de aceptación del dogma; como si una nueva estructura supra-histórica estuviese llamada a ver la luz).

Somos así: La Generación Postrera. Incapaces de crear nada nuevo, pues hacerlo es tabú, al llevar implícita tal certeza la posibilidad de suponer que lo que nos ha sido dado no es en realidad lo mejor (de serlo, cómo cabría mejorarlo); nos vemos en la obligación de renunciar a la labor de mantener lo que insisto, nos ha sido regalado, pues como nos demuestran a diario no podemos entender aquello de cuya creación no participamos.
Así pues, solo a inventariar los daños, y a presagiar la magnitud del desastre que se nos viene encima, hemos de aspirar y a lo sumo podemos destinar, la que paradójicamente es una triste vida; sobre todo si tomamos en consideración los grandes augurios que sobre nosotros se tendían.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

miércoles, 17 de mayo de 2017

CUESTIÓN DE AGUJAS, QUE NO DE SASTRES.

Arrumbada la nave hacia el decoro de la nada. Cuando la última premisa de esperanza se fundamenta en la ausencia de desazón, que ni siquiera en la calma. Cuando el destino es la última fuerza a la que podemos clamar, pues hasta el último viento ha sido consumido, y como a Ulises llegando a Ítaca, ni la fe en sus dioses sirvió para vencer a Zéfiro cuando éste se empecinó no solo en plantar batalla que sí en vencer al guerrero cuando éste considera llegado el momento de plantear la más insigne de las batallas, a saber la libra con su mismidad cuando decide retornar al hogar, o a enfrentarse con lo que del mismo quede, y le recuerde. Entonces, solo entonces, podremos decir que estamos en disposición de contar lo que ha sido librar una aventura.

Actúa una vez más el tiempo como matraz en el que todas las conjunciones tienen cabida y así, adoptando su parte más lírica, quién sabe si en el no por último menos ingenuo intento de transgredir hasta la última ley no ya de la química, que sí del sentido común, decide clamar a la Historia en un Intento de diluir en el pasado las responsabilidades del presente, de diversificar en el futuro las responsabilidades que sin duda en forma de dramáticas consecuencias los últimos acontecimientos acabarán por manifestarse.

Dicen que es la poesía el último reducto al que acogen su alma los destinados, a saber, los que no siempre por gusto propio, están condenados a saber. Es la Historia la repercusión lírica del paso del tiempo, y es por ello que será buceando a través de la Historia, entresacando de su conformación más estética, a saber la que es propia de la tradición, cuando no del folklore, de donde extraeremos sin atosigamiento las piezas que, como aquellas piedras que formaron otrora el marco del brocal del pozo si bien hoy yacen en el fondo de éste, la sensación de frescura que el mero recuerdo de sus aguas consigue depararnos no sería la misma sí, definitivamente, no fuésemos capaces de reintegrar aquellas piedras al lugar que legítimamente les fue un día propio.

Tiempo, pasado, Historia. Más que una mera concatenación de conceptos, ordenación superlativa de suerte, emociones y principios (de los Hombres y sus valores en definitiva) llamados a ser retomados hoy, con más solvencia que prestancia, pues de hacerlo habríamos definitivamente no tanto a hacer bueno el oficio de renuncia, que sí más bien a asumir el desapego que le es propio a la derrota.

Derrota, manifestación clave de la soledad, sinónimo para muchos del estado de orfandad; llamada a conmemorar un estado de equilibrio del alma otrora solo alcanzable para pastores griegos de los tiempos de Polifemos y cítaras; o de poetas castellanos llamados a conmemorar el oficio de la Lírica cada vez que su lento devenir, su capacidad para medir el tiempo a través de sus versos hacía que si bien Aristóteles ubica en el ejercicio de la Razón lo que ha de ser llamado propio del Hombre; la poesía llamada a ser conquistada por él se muestre capaz de enardecer a los semejantes, si bien y primero calma a las ovejas que hace unos instantes, ya fuera pastoreadas por gigantes como Polifemo, u otros no menos gigante como Hernández; no estaban sino llamados a sernos propios siquiera por inalcanzables.

Conjugamos así pues la virtud en manera de uso humilde, y retornamos al pasado por medio del recuerdo científico, lo que se faculta cuando al vicio de soñar se le dota del privilegio del orden. Es entonces cuando alumbramos la Tradición, esa suerte de bombilla incandescente, llamada a alumbrar a su vez al futuro, pero en este caso desde la certeza que proporciona la inmunidad, pues el error no cabe, toda vez que al rango de tradicional ascienden solo los recuerdos que han alcanzado el grado de exitosos.

Se aclaran entonces muchas dudas, algunas de las cuales habían adoptado el modo de recuerdos aparentemente insubstanciales. Recuerdos como aquel que, protagonizado por un hombre llamado Teodosio, trae a mi memoria hoy la certeza que el terror que solo un niño puede experimentar (tan intenso que ni siquiera de adulto puede explicar) obliga a recapitular en aras de diferenciar si la truculencia de lo imaginado, puede o no competir con la intensidad de lo realmente vivido.

Era Teodosio colchonero. No digo con ello que profesara el hombre devoción por la cofradía que presidida por Simeone, coincide con el devenir religioso en el hecho de que la mayoría de sus manifestaciones de devoción tienen lugar los domingos. Digo que el hombre unía su supervivencia a la capacidad para vender o en su caso reparar colchones. Recorría periódicamente las estribaciones de Gredos, y cuando llegaba a nuestro hermoso valle era presto en aquel grito que, como una firma, como una marca de calidad, servía para que ricos y pobres, niños y ancianos, supieran llegado el momento en el que los más refinados podían cambiar, los menos satisfechos a lo sumo, remendar, colchones y jergones que por entonces aún conformaban sus entrañas a base de lana que, periódicamente, debía ser tratada.

Era entonces cuando bajo la generosa sombra que prodigada por cualquiera de los múltiples árboles llamados a conformar lo que hoy denominamos parques; las espectaculares manos de un experto Teodosio regalaban a los niños un espectáculo lleno de colorido. Como si de un experto cirujano se tratase, aquellas ignotas manos, provistas de una habilidad solo mejorada por la imaginación de unos niños llegados a tales alturas ya desaforados; convertían en metáfora de evisceración el proceso consistente en extraer la lana vieja y sustituirla por otra nueva. A continuación, una aguja larga como un cuchillo, torcida como una daga y afilada como un estilete; urdía primero pespuntes, que luego puntadas severas en pos de insuflar en aquellos colchones la vida en forma de retornarles lo que, siempre según Aristóteles, dependería de hacer lo que les estaba dado a ser propio en este caso, retomar la vida perdida en el pasado, en forma de sueños presentes, que se cumplirán o no en el futuro.

Presente, pasado, sueños, futuro. En pesadilla se tornan más bien hoy los sueños de los tres que, llamados a erigir el mito en ausencia de realidad que es a estas alturas el PSOE, gravan su futuro a la esperanza de que el próximo domingo los porcentajes, que no los resultados, permitan salvar la hemorragia empleando la sutileza, en forma de aguja de bordar…

Pero mucho me temo que alanzado el lunes, cuando el fragor de la batalla se haya silenciado (lo que tornará audibles los gritos), una vez el polvo se haya asentado (lo que permitirá valorar el verdadero alcance de las heridas);  no quedarán tiempo ni ganas para la sutileza. Mucho se ha apostado. Tanto, que lo llamado a separar a los contrincantes  ya no es tierra de nadie, que sí más bien tierra quemada. La memoria una vez  más, nos aporta el referente. Vemos o creemos ver a los soldados de Napoleón volviendo sobre sus pasos procedentes de Moscú; con sus pies descalzos o cubiertos a lo sumo por harapos, y que al pasar junto a los restos de lo que entonces fue la Gloriosa Waterloo, no pueden disimular una arcada al reconocer entre los restos humeantes de la confrontación la certeza de que algunas batallas solo son buenas cuando son evitadas.

Batallas como la librada el pasado lunes, cuando en los campos a estas alturas ya manifiestamente infecundos de Ferraz se enfrentaron los cartagineses (de Sánchez), que con un nutrido ejército formado por mercenarios dispuestos a demorar el cobro de su afrenta; plantaron cara a los romanos de Scipión (perdón, de Susana). Provista ella de lo mejor de la tradición del Imperio, la llanura de Zama vería no solo refulgir los mejores aceros, como sí también sonar los mejores cuernos.

Zama, Waterloo. Lugares destinados a hacer bueno solo un principio, el que pasa por saber que de la magnitud de determinadas batallas se es consciente tan solo cuando a futuro se comprende que no solo no se hicieron prisioneros, sino que la certeza de que la piedad no sería contemplada en ninguna de sus versiones convierte en misión imposible esperar que nada salvo la mala hierba pueda volver a crecer en una tierra regada a partes iguales por sangre y por hiel.

Porque el próximo lunes, el desaguisado será tan inexorable, que ni las expertas manos de Teodosio, con su rudimentaria pero afilada aguja de coses colchones, será capaz de zurcir el roto que muy probablemente esté llamado a hacer dos, de donde hace tantos años siempre fue uno y solo uno.

Y creo que eso hace que hasta el más pintado pierda el sueño, por muy cómodo que siquiera en apariencia sea el colchón llamado a confortar sus sueños.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

miércoles, 10 de mayo de 2017

DE LA VIEJA EUROPA, A LA EUROPA VIEJA.

Constituye la muerte por decadencia, una de las formas más terribles a las que históricamente se puede recurrir a la hora de garantizar la desaparición de un ente, pues por tal medio se logra no solo la desaparición estricta del ya finado, sino que se garantiza su imposible recuperación a futuro, toda vez que la carga subjetiva que a tal hecho se le presupone impide absolutamente la recuperación, al menos a corto plazo, del mismo.

Es así la decadencia un proceso más doliente que doloroso, más humillante que drástico. Dotado de la premisa del colapso, resulta el llamado a su presencia tocado por una suerte de desgracia próxima siquiera a las premisas del Nihilismo, que en el caso que nos ocupa conducirán a la víctima ante todo, poco a poco, a un estado de postración serena encaminada que drásticamente acabará en una forma de muerte dulce.

Muerte dulce, atroz metáfora donde las haya, y por ende hecho competente a la hora de poner de manifiesto los múltiples recursos de un Hombre que, como integrante de la especie por excelencia, es capaz de traer a colación si no la especificidad de su Lenguaje, sí cuando menos la grandeza de éste, como prueba el hecho de que es precisamente a través del mismo que logramos acrecentar la ilusión mental en la que acaba por tornarse toda paradoja, cuando se muestra capaz de ilustrar con colores transparentes toda esencia de vacío, cuando es capaz de describir con prefijos propios de la vida, una tendencia evidentemente canalizada hacia la muerte.

El Lenguaje, una y mil veces más, el Lenguaje. Evidencia a la par que instrumento, no es sino a través de tal que ya sea consciente o inconscientemente se forman en nuestro derredor, unas veces por simpatía, otras por resiliencia, toda esa suerte de matices llamados a conformar por sí solos el escenario sobre el que proyectar a título de documental, una imagen de Europa que hasta hace unos pocos años estaba llamada a ser considerada como una película, por su elevado contenido en deseos e ilusiones.
Metáforas, paradojas, Lenguaje, vienen a conformar en definitiva no ya un escenario como sí más bien la aproximación a una nueva realidad en la que por primera vez el cúmulo formado por las dudas, viene a verse peligrosamente superado por el canon de las certezas. Dudas que, como en el caso de las termitas con la madera (y no olvidemos que es la termita el animal que más cantidad de comida ingiere en relación a su peso), actúan debilitando las hasta este momento firmes e imperturbables estructuras sobre las que durante decenios (sesenta y siete para ser exactos), se ha venido asentando el que hasta ahora ha sido el Proyecto Schuman, si nos atenemos a lo que el mismo definió, y que comenzó a formalizarse un 9 de mayo de 1950.

Era Schuman un soñador. Sin duda un hombre normal, entendiendo con ello sin más expectativas las propias de quien no necesita de la excentricidad para explicar cuando no para justificar sus comportamientos, sin duda que entre las conductas propias a definirle se  mostraban más precisas las técnicas de construcción, que las de demolición. Tal vez por ello que, a estas alturas, no solo el Día de Europa ha pasado desapercibido, sino que incluso los méritos del hombre llamado a configurar tan fecha, han quedado definitivamente sublimados, en el olvido.

No se trata de proferir un grito que a  modo de protesta o de aviso nos lleve a recuperar el sentido con el fin de canalizarlo hacia lo que de verdad resulta importante. Seguro que a estas alturas, si lográsemos que el grito saliese de nuestra garganta, la desaprobación que el rictus de nuestros cercanos reflejaría nos sumergiría en tal estado de vergüenza, que la intensidad de la misma nos llevaría incluso a olvidar la intensidad del hecho que hasta tal estado nos había conducido.
Ahí radica el éxito de la decadencia. No es algo provocado, sino que como pasa con todo lo relacionado con el tránsito del tiempo, te hace sentir abocado. No se trata de algo perpetuo, mas como ocurre con todo lo relacionado con el paso del tiempo, su éxito va ligado a su aceptación, en tanto que inexorable.
Definimos pues un proceso que describe la muerte de un logro social, desde un parecido punto de vista, utilizando incluso las mismas palabras con las que en el caso de referirnos a un ente individual, emplearíamos a la hora de diligenciar su intuida desaparición no sin antes haber padecido una dura enfermedad, como puede ser el cáncer.

De nuevo la palabra. Aunque de nuevo puede no resultar una expresión adecuada, toda vez que la palabra nunca se fue, ni poco ni mucho, pues decir, que no solo hablar, bien puede inferirse en el último derecho sobre el que el ya descrito mal, aún no ha extendido su dulce manto.

Asumimos pues nuestro fracaso, fracaso que en este caso se cifra en la incorrecta elección no del fondo, que sí de las formas. Incapaces pues de ubicar nuestra esperanza en los constructores (creadores ya no quedan, y los artesanos se hallan de capa caída), habremos pues de reconducir nuestros pasos hacia esos magos de la Liturgia, que por medio de la palabra ilustran el vacío, hasta crear ilusiones.
Europa es un mito, en la misma medida en que está en el mito. Y será precisamente el contexto que nos aporta el paso del Mito al Logos el llamado a enmarcar, que no a delimitar, todo un proceso cuya única definición pasa por la asunción de la incapacidad para ser definido, toda vez que su inmensidad es propia de los dioses, y su innovación propia de lo eterno. Así que solo el Hombre, evolucionando conjuntamente, como forma y parte del proceso, puede erigirse en ente competente.

Habrá de ser así que el sonado fracaso de los políticos, redunde si no en su supresión, si al menos en una paradójica supresión de éstos por poetas. Poetas constructores, cuando no de realidades sí al menos de ilusiones. Poetas llamados a resucitar a los olvidados, Como en el caso de Homero, tal vez primer tenedor de los conceptos que a la larga serán imprescindibles siquiera a título de herramientas; ha de ser justamente erigido como el primer arquitecto de la Idea de Europa. Una idea grandiosa, colosal; indescifrable y por ello única. Por ello una idea propia…

No hallándose la capacidad para la creación, entre las virtudes destinadas a manifestarse de modo claro y distinto dentro del bagaje del Hombre; que habremos de hacer mención expresa a la condición que en este caso sí brilla con naturaleza podríamos decir que adquirida cuando describimos al Hombre como un artesano, esto es, como alguien destinado a cambiar el medio, cambiando con ello y de manera inconsciente, él mismo.
Es el artesano el que manipula la realidad, empleando para ello los elementos de los que consciente o inconscientemente se dota; ayudándose para ello de las herramientas cuya existencia representa, en sí misma, otra prueba de la excepcionalidad del ente.
Trabaja pues el artesano manufacturando materiales que en este caso se erigen dentro de grandes catálogos, llamados con el tiempo a consignar todas y cada una de las habilidades que el Hombre, en este caso evolucionado hacia la consideración natural y por excelencia, a saber la del quehacer político, más que evolucionar ha tendido.

Va así pues poco a poco confeccionando el nuevo hombre la que habrá de ser la nueva realidad; acaparando para ello y por sí elementos que proceden de las grandes consideraciones. Economía, Sociedad, Política y Religión; así como por supuesto cada uno de los giros o detracciones que de las mismas se deparen o puedan ser consignadas, se erigirán en soportes válidos desde los cuales consignar toda modificación que por menesteres conscientes o impetuosos el Hombre sea capaz de alumbrar.

Y es a partir de la concepción de tal precedente, donde todo el proyecto colapsa. Incapaces de anticipar el fiasco, traidores seríamos de haber podido identificar el proceso llamado a albergarlo. Como tal, la destrucción no habrá de proceder de un ataque externo (pues en la defensa de la plaza queda honor de batalla), sino que será una vez más, como tantas en las llamadas a ser descritas por la Historia, que habrá de ser un traidor abriendo la puerta de la fortaleza el llamado a privarnos del honor de defender lo que una vez se tuvo por propio, aunque la concatenación de acontecimientos nos diga que a lo sumo, de manera ilusoria.
Así, si el Proyecto Schuman alumbró una realidad que con el tiempo se mostró digna se ser raptada (como prueba el hecho del colapso economicista hacia el que la totalidad acabó por tender), lo cierto es que el presente nos devuelve una idea tan poco alentadora, una realidad tan vacua, que solo acudiendo a sus orígenes, ya sean éstos estéticos más que éticos; podemos albergar la esperanza de volver a sentir ese deseo de soñar que una vez la Vieja Europa llegó a transmitirnos.

Esperemos que mientras la Europa vieja aguante.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

miércoles, 3 de mayo de 2017

LO PEOR DE TODO. QUE NO HAY NADA NUEVO.

Busco y rebusco. Leo y releo, todo lo que cae en mis manos, e incluso he de confesar que muchas otras cosas en cuya localización me afano. Y todo para, una vez más, rendir tributo a la frustración, la cual se manifiesta ante mí cuando tras no pocos desvelos, la realidad, contumaz, se impone: Incluso hoy, no hay nada nuevo.

Nada nuevo en el fondo, nada nuevo en las formas.

Me sumo así pues en la compleja cuando no ardua labor de buscar algo novedoso, sometiendo primero las cuestiones tácitas a las propias de la Lógica, que me impulsan a albergar la esperanza de hallar la novedad, siquiera entre aquellos que, junto a muchas otras cosas, se han apoderado de todo lo que consciente o inconscientemente “suene a nuevo”.

Pero al igual que ocurre a la hora de diferenciar al artesano del creador, hacer, hacer, lo que se dice hacer, son en realidad pocos los llamados a considerarlo. No en vano la Historia, (entendida ésta como la obligación llamada a superar la mera acción cronística de citar los albores propios de el paso del tiempo), hace tiempo que pusieron de manifiesto tamaña definición afirmando lo complicado que cada día resulta “poner nada nuevo bajo el sol”.

Convencidos pues con ello de que la primera obligación, sin duda biselada en el cada vez más trasnochado formato de responsabilidad, pasa inexorablemente por diferenciar de entre lo novedoso, aquello que solo se presenta con el fin de reducir a carnaza todo lo que siquiera de lejos pueda sonar a histórico, (lo que sus detractores no dudarán en definir como de rancio); es por lo que una vez más hemos de sorprendernos viendo lo escaso del catálogo de novedades llamadas a “pasar el corte”, a pesar de lo poco exigente de las cuestiones destinadas a elaborar el filtro destinado a separar la paja del grano.

Es entonces cuando, una vez más, huyo del aparente deslumbramiento. Compruebo una vez más una de esas esencias  llamadas a formar parte de lo más profundo y que pasa por saber que la verdad no reside en las formas ni en el fondo, sino en las profundidades de quien consciente o inconscientemente la enarbola.
No digo con esto que halla dos verdades. Más bien al contrario, lo que hago es poner de manifiesto la unicidad de ésta. Lo llamado a ser variable es la calidad del mensaje llamado a erigirse en precursor de la verdad. Mensaje que sí depende de la calidad de las entrañas de aquel destinado a arrumbarse en tenedor de la verdad.

Es por ello que la verdad es simple, no en vano siempre ha sentido debilidad por los niños y por los borrachos. Entendiendo por simple algo más que lo llamado a ser lo opuesto a complicado, tenemos que la verdad gusta de la brevedad, huyendo pues de lo florido, cuando más de lo recargado.

Habrá pues más certeza de encontrar la verdad, siempre según mi humilde opinión, entre las palabras que un Maestro de Escuela pronuncia en su aula; que en medio de las disertaciones que los Profesores de Universidad tienen hoy por moda regalarnos, máxime cuando éstas se pronuncian en La Puerta del Sol.
Porque cuando un Maestro de Escuela acude por enésima vez a “La Familia de Pascual Duarte”, lo hace para poner de manifiesto la necesidad confesa de hallar en los clásicos no tanto la inspiración para explicar la calidad que los mismos atesoran, que si más bien para reconocer que solo a través de la lectura de los mismos tal calidad podrá ser reconocible.

Sin embargo, cuando determinados profesores necesitan envolverse en citas de MARX, o en interpretaciones incluso mal traídas, digamos por ejemplo de Kant; lo único que se pone de manifiesto es la estafa hacia la que una vez más se nos conduce. Una estafa que como en tantas otras ocasiones se basa en proporcionar respuestas caducas a preguntas que una vez más, como muestra de la evolución del pueblo, amenazan con alcanzar el grado de eternas.

Si no, cómo entender afirmaciones del grado de las pronunciadas recientemente por el Sr. Monedero, de las cuales se desprende la incapacidad para identificar en la corriente progresista a nadie que no esté de acuerdo con las tesis por ello defendidas. O en un carácter mucho más gráfico, dónde ubicar el rigor en el formato elegido a la hora de plasmar la cuestión sometida a las bases de su formación política en lo concerniente a la conveniencia o no de presentar una Moción de Censura.

Sea como fuere, una de las muestras de que lo contrario de nuevo no es antiguo, que sí viejo; se encuentra en el hecho según el cual lo mueble envejece, lo inmueble, como todo lo llamado a perdurar, convierte lo inexorable del paso del tiempo en la mejor de las certezas llamadas a reflejar el respeto del que se hace acreedor lo llamado a perdurar.

Y es entonces cuando no ya la pregunta, que si más bien la respuesta, me llena de terror. ¿De verdad es esto todo? ¿Acaso hemos de asumir que de nada mejor somos dignos?

No tanto de la respuesta, que sí más bien de la calidad que a través de la misma pueda sernos supuesta, dependerá el hecho que justifique o no seguir luchando.

Todo lo demás será en definitiva, polvo y arena.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.