Vivimos tiempos míticos. Basta un ligero vistazo en nuestro
derredor, para comprender hasta qué punto los otrora comprometedores
comentarios en pos de constatar lo especialmente sensibles de los momentos que
se han convertido en nuestro presente, constituyen en realidad una ingente cascada de realidades difícilmente
constatables, y a la sazón incomprensible, destinadas en cualquier caso a
definir el mundo que nos rodea.
No somos dueños de nuestro presente. La afirmación, contumaz
y por supuesto carente de la menor de las delicadezas, muestra a partir del
simple análisis de lo cruento de su construcción, el grado semántico de
desastre que converge minuto tras minuto en pos del cada vez más tortuoso
ejercicio en el que se convierte por otro lado no ya la labor de comprender el
mundo, sino la ingente obligación de hallar motivos para seguir esperando que
el mismo nos proporcione una explicación razonable.
Asumir en el fondo la imperiosa necesidad de aceptar la
configuración de un mundo nuevo, se convierte en casi una obligación. Lo
hacemos no porque sea la percepción de elementos novedosos, capaces en
cualquier caso de insuflar en nosotros nuevas ilusiones, precisamente lo que
más abunde. Más bien al contrario, la sensación de colapso, cuando no de franco “se acabó”, es lo que viene a
constatar una vez más en nuestro derredor (porque dentro de nosotros mismos un
miedo irracional nos impide aceptar las consecuencias implícitas que el hecho
aporta).
Constatada la absoluta falta de capacidad para poner algo nuevo sobre la mesa, alcanza en
este caso un grado superlativo. Comprender el verdadero valor de lo que
esencialmente diferencia Las
Revoluciones, de lo que no vendrían más que a suponer meros Movimientos; diferencia que se consagra en pos de la máxima
según la cual “…el Movimiento nace siendo
consciente de su imperiosa necesidad de detenerse, en tanto que La Revolución
es capaz de generar energía destinada a su propio consumo, haciendo así pues
posible su regeneración”, condiciona un ambiente en el que la certeza
máxima, hoy por hoy, pasa por constatar la existencia de un escenario en el que
las aportaciones exteriores son imprescindibles en este caso para evitar los
cambios, no para producirlos.
La mera irrupción de PODEMOS, o incluso si se prefiere, y
por ser más exactos, lo airado de los ánimos que su mera interpretación ha
causado, no vienen sino a poner de manifiesto, al menos de manera somera, no
hemos tenido aún verdadero tiempo para mayores profundidades, el grado de
pánico que respecto de una mera ilusión
de cambio, unos y otros manifiestan.
Porque, si nos detenemos a analizar con un mínimo de
sosiego…¿De qué y de cuántos elementos disponemos a título real para llevar a cabo ni tan siquiera una mera
especulación en pos no ya del cambio, sino de la nueva realidad que los
supuestos instigadores de tal, en apariencia promueven?
La respuesta es sencilla. Y es sencilla porque precisamente
posee la contundencia que se suscita a tenor del análisis sosegado de las cosas
igualmente sencillas.
La respuesta es…Ninguna.
Si nos detenemos a analizar con sosiego, o sea, sin
prejuicios, la mayoría de las consideraciones que penden en torno a los
objetivos tanto de PODEMOS, como por supuesto de la figura humana en torno de
la cual al menos hasta el momento se aglutina, comprobaremos no sin desasosiego
que la mayoría de las consideraciones que a tenor del espectro político se le
atribuyen; no responden en realidad cuando a valoraciones, análisis o en el
peor de los casos, conclusiones, procedentes en la mayoría de ocasiones de personas o incluso de grupos de opinión, cuyo
enfado procede en muchas ocasiones no de la constatación evidente de que han
fracasado política y profesionalmente porque no han sido capaces de unir los
puntos que desencadenan esta nueva perspectiva que ha adoptado la realidad. ¡En
la mayoría de los casos su enfado se debe a algo tan pueril como lo que se
constata de no ser capaces de ser coherentes ni siquiera con sus principios, y
haber sido unos cobardes no atreviéndose a publicar en su momento los sondeos
de intención de voto que presagiaban
con acierto como hemos constatado después el grado de atracción que el grupo ha
generado!
Pero una vez horadada la superficie, una vez que la emisión
de sangre sirve para constatar que el picotazo
amenaza con infectarse, es cuando comprobamos
en carne propia el evidente riesgo de infección.
Sabedores como somos del grado de decrepitud que tiene
nuestra cocina, llevamos demasiados años empeñados en atender a las visitas en
el salón. Pero claro, solo nuestra falta de perspectiva nos lleva a no entender
que el tiempo pasa, incluso para nuestro salón. Y hoy ya no basta con una mano de pintura.
Es así como de manera casi violenta, una visita valiente,
como no puede ser de otra manera, un niño, nos echa abajo el chiringuito que nos habíamos montado. Con el
desparpajo que le es propio, y por qué no decirlo, con un poquito de mala leche que sin duda es aprendida,
nos baja a los infiernos al ponernos de manifiesto nuestras miserias. Llamando
a lo blanco, blanco.
Pero claro, no estamos preparados para el shock. Lejos de
asumir la miseria, ser caballeros, y establecer un vínculo casi respetuoso
entre el paso del tiempo, y sus naturales efectos en todo; preferimos
parapetarnos tras un burdo misticismo que no se sostiene, y que inexorablemente
tiene los días contados toda vez que nuestras absoluta desconfianza en la
solidez del lamento, resulta por otro lado franca y manifiesta.
De ahí, al exabrupto, el camino es casi inevitable.
Siguiendo con nuestra metáfora, correremos raudos a saciar nuestra venganza
arrojando sobre la madre del infausto
gañan el cúmulo de aparentes despropósitos con el que su grosero zagal nos
ha regalado. Así, terminaremos desviando las acusaciones que pronto pasarán de
ir dirigidas contra el crío (puesto que somos demasiado dignos como para hablar mal de un niño), para terminar
atacando a la madre, aprovechando el vaso
comunicante que la educación, y el fallo que al respecto supuestamente
existe, así lo posibilita.
Pero en este caso tal protocolo se ve impropio. En este caso
el niño es ya muy grande, y
ciertamente no necesita de madre.
Así, la única opción que nos queda pasa por recorrer
someramente los pasos que nos separan de nuestra casa, y asumir que al menos a
partir de la escucha atenta de los acontecimientos, vamos a tener mucho tiempo
de pelea porque, al menos que mudarnos entre en nuestros planes, el niño ha
venido en principio para quedarse.
Lo que nos lleva a pensar que el marido habrá de prepararse.
Es de suponer que alguien va a dormir en el balcón.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
No hay comentarios:
Publicar un comentario