jueves, 17 de julio de 2014

DE CONSTATAR QUE HASTA EL MAYOR DE LOS INCENDIOS NECESITA EN REALIDAD DEL SUMINISTRO DE COMBUSTIBLE.

Vivimos tiempos míticos. Basta un ligero vistazo en nuestro derredor, para comprender hasta qué punto los otrora comprometedores comentarios en pos de constatar lo especialmente sensibles de los momentos que se han convertido en nuestro presente, constituyen en realidad una ingente cascada de realidades difícilmente constatables, y a la sazón incomprensible, destinadas en cualquier caso a definir el mundo que nos rodea.

No somos dueños de nuestro presente. La afirmación, contumaz y por supuesto carente de la menor de las delicadezas, muestra a partir del simple análisis de lo cruento de su construcción, el grado semántico de desastre que converge minuto tras minuto en pos del cada vez más tortuoso ejercicio en el que se convierte por otro lado no ya la labor de comprender el mundo, sino la ingente obligación de hallar motivos para seguir esperando que el mismo nos proporcione una explicación razonable.

Asumir en el fondo la imperiosa necesidad de aceptar la configuración de un mundo nuevo, se convierte en casi una obligación. Lo hacemos no porque sea la percepción de elementos novedosos, capaces en cualquier caso de insuflar en nosotros nuevas ilusiones, precisamente lo que más abunde. Más bien al contrario, la sensación de colapso, cuando no de franco “se acabó”, es lo que viene a constatar una vez más en nuestro derredor (porque dentro de nosotros mismos un miedo irracional nos impide aceptar las consecuencias implícitas que el hecho aporta).

Constatada la absoluta falta de capacidad para poner algo nuevo sobre la mesa, alcanza en este caso un grado superlativo. Comprender el verdadero valor de lo que esencialmente diferencia Las Revoluciones, de lo que no vendrían más que a suponer meros Movimientos; diferencia que se consagra en pos de la máxima según la cual “…el Movimiento nace siendo consciente de su imperiosa necesidad de detenerse, en tanto que La Revolución es capaz de generar energía destinada a su propio consumo, haciendo así pues posible su regeneración”, condiciona un ambiente en el que la certeza máxima, hoy por hoy, pasa por constatar la existencia de un escenario en el que las aportaciones exteriores son imprescindibles en este caso para evitar los cambios, no para producirlos.

La mera irrupción de PODEMOS, o incluso si se prefiere, y por ser más exactos, lo airado de los ánimos que su mera interpretación ha causado, no vienen sino a poner de manifiesto, al menos de manera somera, no hemos tenido aún verdadero tiempo para mayores profundidades, el grado de pánico que respecto de una mera ilusión de cambio, unos y otros manifiestan.
Porque, si nos detenemos a analizar con un mínimo de sosiego…¿De qué y de cuántos elementos disponemos a título real para llevar a cabo ni tan siquiera una mera especulación en pos no ya del cambio, sino de la nueva realidad que los supuestos instigadores de tal, en apariencia promueven?

La respuesta es sencilla. Y es sencilla porque precisamente posee la contundencia que se suscita a tenor del análisis sosegado de las cosas igualmente sencillas.
La respuesta es…Ninguna.

Si nos detenemos a analizar con sosiego, o sea, sin prejuicios, la mayoría de las consideraciones que penden en torno a los objetivos tanto de PODEMOS, como por supuesto de la figura humana en torno de la cual al menos hasta el momento se aglutina, comprobaremos no sin desasosiego que la mayoría de las consideraciones que a tenor del espectro político se le atribuyen; no responden en realidad cuando a valoraciones, análisis o en el peor de los casos, conclusiones, procedentes en la mayoría de ocasiones de personas o incluso de grupos de opinión, cuyo enfado procede en muchas ocasiones no de la constatación evidente de que han fracasado política y profesionalmente porque no han sido capaces de unir los puntos que desencadenan esta nueva perspectiva que ha adoptado la realidad. ¡En la mayoría de los casos su enfado se debe a algo tan pueril como lo que se constata de no ser capaces de ser coherentes ni siquiera con sus principios, y haber sido unos cobardes no atreviéndose a publicar en su momento los sondeos de intención de voto que presagiaban con acierto como hemos constatado después el grado de atracción que el grupo ha generado!

Pero una vez horadada la superficie, una vez que la emisión de sangre sirve para constatar que el picotazo amenaza con infectarse, es cuando comprobamos en carne propia el evidente riesgo de infección.
Sabedores como somos del grado de decrepitud que tiene nuestra cocina, llevamos demasiados años empeñados en atender a las visitas en el salón. Pero claro, solo nuestra falta de perspectiva nos lleva a no entender que el tiempo pasa, incluso para nuestro salón. Y hoy ya no basta con una mano de pintura.
Es así como de manera casi violenta, una visita valiente, como no puede ser de otra manera, un niño, nos echa abajo el chiringuito que nos habíamos montado. Con el desparpajo que le es propio, y por qué no decirlo, con un poquito de mala leche que sin duda es aprendida, nos baja a los infiernos al ponernos de manifiesto nuestras miserias. Llamando a lo blanco, blanco.

Pero claro, no estamos preparados para el shock. Lejos de asumir la miseria, ser caballeros, y establecer un vínculo casi respetuoso entre el paso del tiempo, y sus naturales efectos en todo; preferimos parapetarnos tras un burdo misticismo que no se sostiene, y que inexorablemente tiene los días contados toda vez que nuestras absoluta desconfianza en la solidez del lamento, resulta por otro lado franca y manifiesta.
De ahí, al exabrupto, el camino es casi inevitable. Siguiendo con nuestra metáfora, correremos raudos a saciar nuestra venganza arrojando sobre la madre del infausto gañan el cúmulo de aparentes despropósitos con el que su grosero zagal nos ha regalado. Así, terminaremos desviando las acusaciones que pronto pasarán de ir dirigidas contra el crío (puesto que somos demasiado dignos como para hablar mal de un niño), para terminar atacando a la madre, aprovechando el vaso comunicante que la educación, y el fallo que al respecto supuestamente existe, así lo posibilita.

Pero en este caso tal protocolo se ve impropio. En este caso el niño es ya muy grande, y ciertamente no necesita de madre.
Así, la única opción que nos queda pasa por recorrer someramente los pasos que nos separan de nuestra casa, y asumir que al menos a partir de la escucha atenta de los acontecimientos, vamos a tener mucho tiempo de pelea porque, al menos que mudarnos entre en nuestros planes, el niño ha venido en principio para quedarse.

Lo que nos lleva a pensar que el marido habrá de prepararse. Es de suponer que alguien va a dormir en el balcón.



Luis Jonás VEGAS VELASCO.


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