miércoles, 24 de abril de 2013

DE LA LOGOLATRÍA AL PARNASIANISMO, PASANDO POR EL EGOCENTRISMO.


Reviso con renovado esfuerzo los esquemas que me rodean, tratando de aplicar a los mismos un viso de certeza, encaminado no tanto ya a lograr vislumbrar algo de luz (para eso hace falta mucho más que una somera capa de barniz de pulimento); cuando de pronto, casi por intuición, adquiero la certeza de que no es mirando hacia el futuro, sino buscando en el pasando, lo que curiosamente constituirá  la manera más acertada no tanto de comprender lo que vendrá, sino de hacernos una idea aproximada de lo que nos espera.

Apatía, abulia, estoicismo, constituyen sin duda los conceptos que hoy por hoy convergen en nuestra cabeza cuando tratamos de escenificar en el Teatro de la Razón, los distintos estados a los que la en este caso única realidad nos conduce por sí sola.
Son estos conceptos, que se convierten a la sazón en el mejor de los aperitivos a la hora de preparar un menú, destinado, dado su sentido paradójico, a que no coma nadie.
Pero abandonando la sátira, aunque sin dejar del todo los terrenos propios del cinismo, sí que parece que, una vez se han superado del todo los tiempos de los crecimientos negativos, de la economía ralentizada, y de las regresiones controladas, la verdad es que, a día de hoy, ni siquiera somos capaces no ya de buscar una solución, sino sencillamente de hacernos una vaga idea del fregado en el que nos hallamos metidos.

Acudiendo a la pospuesta cita que con la Historia habíamos concertados líneas atrás; hemos de decir que solo una cosa parece ser cierta, ya sin remisión. Un hecho adquiere cada día que pasa grado de certeza, y lo hace viendo como todas y cada una de sus premisas se ven contrastadas en el ejercicio del más poderoso de los argumentos; el argumento de la experiencia. El hecho de que ya somos la generación de que no solo no es consciente de cuánto se ha dejado arrebatar, sino que no es tampoco consciente de que jamás volverá a recuperarlo.

Sanidad, Educación, Pensiones, Hacienda…son elementos que ahora desordenados, conformaban hace poco, muy poco, el conjunto de aquéllos que se aglutinaban bajo el prisma de integrantes en el conjunto de cosas englobadas bajo el enunciado de intocables.
Pero resulta suficiente un mero ejercicio de superficialidad actual, que tal sueño se ha desvanecido. Hoy por hoy, no hay nada imposible. ¡Pero si hasta la Derecha nacionaliza Bánkias, perdón bancos!

Mas no se encuentra hoy entre mis objetivos, y tal vez por ello no voy a permitir que me desvíe ni un instante más de mi objetivo, la revisión de una serie de muy atractivos conceptos los cuales por sí mismos, concentraría mucha atención y páginas.
Prefiero por el contrario acudir ahora sí ya con interés denodado, a la revisión desde el pasado no tanto de los conceptos que pueblan nuestro presente, como realmente y por otra parte a la revisión ordenada de las emotividades que despierta, y de las grandes percepciones que éstas determinan.

Amparados, aunque verdaderamente a veces parece que más bien protegidos; vemos como a la sombra del cada vez más indefinido concepto de la crisis, no tanto que deambulan, sino más bien que se estabulan, una serie de conceptos no tanto derivados como primigenios, que a la sazón comparten el denominador común de ser premonitorios, cuando no logros certeros, de la verdad constitutiva de que, inevitablemente algo grave va a pasar, si no ha ocurrido definitivamente.

Semejante percepción, tan difícil de olvidar para aquéllos que la recuerdan, como imposible de conceptualizar para los que tenemos la fortuna de no haberla vivido, constituye el marco referencial a partir del cual definir la manera de interpretar toda la realidad por parte de los que constituyen el espectro contemporáneo en torno del cual se hace realidad semejante concepción.

Afortunadamente, o tal vez no tanto, en el pasado no remoto encontramos multitud de ejemplos en los que la aparición del catálogo de emotividades traídas a colación, ya ha hecho su aparición en la escena de los tiempos.
Así, la irrefutable sensación de pérdida y desamparo propiciatorio no ya tanto de lo perdido, como de la certeza de que lo extraviado ya nunca volverá, se encuentra en la base del movimiento cultural que surge en pos de determinar el grado de impacto para España de los sucesivos desastres del 98.

Encontramos en la Generación del 98, la constatación plausible del fenómeno tantas veces reiterado en base al cual las manifestaciones artísticas se encuentran tan ligadas a la realidad que las contextualiza, que no pueden desvincularse de las mismas en tanto que se convierten en fieles escuderas de las mismas.
Y tanto es así, que ambas, realidad e interpretación, no pueden excluirse mutuamente sin que ambas resulten afectadas de lo que constituiría un claro caso de castración conceptual.
Por ello, dado que no disponemos de los medios para acceder al pasado en términos objetivos, sí que podemos no obstante ceder a la pasión del instante para hacer de la subjetividad virtud, y reconstruir el fenómeno histórico a partir de la recreación del cúmulo de sensaciones que las mismas transmiten.
Nos vemos así inherentemente sumidos en la neblina perniciosa del Modernismo. Como oposición franca a las propuestas del Realismo, los participantes de este concepto planten un tenebrismo destinado a potenciar los malos augurios. El objetivo no es francamente lograr la reparación del mundo sino que más bien, una vez que su recuperación es inviable, se trata de superarlo, promoviendo activamente si no el nihilismo, sí cuando menos la constatación expresa de que de recuperar lo que una vez fue fortuna presente, podemos ir olvidándonos de todas, todas.

Y como elemento franco de tales procederes, el parnasianismo. Definido dentro de los cánones artísticos como la manifestación de estética que resulta de buscar la belleza directamente en las formas de la obra propiamente dicha, sin por supuesto transcender para nada de los protocolos sucintamente estéticos; esto es, sin buscar nada más allá, el parnasianismo se erige hoy por hoy, como el mejor cuando no en el único, elemento preceptivo que ha sido capaz de integrarme de manera aceptable el código al que se refiere la manera de concebir el ejercicio político actual en general, cuando no la actitud del Sr. RAJOY cuando menos.

Solo desde el parnasianismo, podemos llegar no a entender, sino a intentar discernir, los esquemas de arranque que bien podrían constituir los preceptos desde los que integrar los parámetros que conforman el actual Programa de Gobierno del Ejecutivo actual.
Solo desde el parnasianismo, y desde la inherente condición de netamente pagado de sí mismo, que a mi entender define la actual impostura del Sr. Presidente del Gobierno; podemos llegar a intuir un escenario de operaciones al cual referenciar algunas de las medidas emprendidas desde la Derecha de los Recortes.
Medidas que, en conjunto, y una vez aplicado el prisma analítico del tiempo, solo pueden adquirir visos no de coherencia, sino de mera locura, cuando en el análisis de variables que aplicamos en pos de comprenderlas, añadimos la certeza de saber que aquél que las tomó, jamás lo hizo pensando en las consecuencias que las mismas tendrían. El ingeniero solo hizo gala del placer hedonista que fluye a través del que se sabe poseedor universal de la Razón.

Ahora, tal vez nos hallemos en mejores condiciones para analizar la maravillosa frase de: “(…) así a veces, esperar sin hacer nada, ya constituye en realidad hacer algo (…)”

La próxima semana Logolatría, del arte de enamorarse del propio discurso.

Luis Jonás VEGAS VELASCO.

miércoles, 17 de abril de 2013

EL PAÍS DE “NUNCA JAMÁS”


Inmerso me veo, una vez más, en otra de esas conversaciones afortunadamente más constructivas que beligerantes, que tiene evidentemente por contendiente a uno de esos cada vez más escasos, valiente que todavía se declara ferviente seguidor de las teorías conservadoras, y de los recortes en concreto como única vía destinada a hacer de nuevo de este país lo que antaño fue.
Como quiera que el aprecio hacia su persona, supera con mucho al cúmulo de sensaciones contradictorias que su emoción política despierta hacia mí, es por lo que le escucho, con gran atención todo hay que decirlo, con la sana fe de ser capaz de extractar de su armonizado discurso, una sola nota desde la que hilar yo mi sinfonía.
Y es así que cuando verdaderamente me disponía a concederle bola de partido, que se me desmarca con una afirmación propiciatoria sin saberlo de los condicionantes a los que tantas veces hemos hecho alusión, referidos a Julián MARÍAS.

Es que, verdaderamente resulta sorprendente que los que vivimos en España seamos tan educados. ¡Resulta sorprendente la paciencia que tenemos!

Vaya por adelantado que la cuestión en torno a la que giraba la conversación, distaba mucho de los scraches, ni por supuesto de cualquier otra alusión que pudiera verse reforzada con semejante tipo de argumento. Sin embargo, esto fue suficiente para que a lo largo del día de hoy, hayan transitado por mi cabeza multitud de pensamientos al respecto, participando eso sí todos, de un mismo denominador común, el que procede de comprender cómo, efectivamente, resulta a estas alturas sumamente complicado comprender el grado de predisposición para la sodomía del que hacemos gala la mayoría de habitantes de esta, nuestra querida España.

Porque efectivamente, una vez superado totalmente el espacio, e incluso el tiempo en el que tenía cabida la mención del aspecto referido al citado Julián MARÍAS, según la cual la localización de un español que transitara por el tiempo sería viable localizando los momentos en los que alguien sería capaz de “batirse el cobre” por la más menor de las cuestiones banales, dejando así mismo para luego la resolución incluso de un “asunto de honor”; resulta hoy, de todas, todas, demasiado efímera como para ser mínimamente satisfactoria.

Se trata pues, por ir acotando los principios de hoy, de acotar el perímetro del paralelogramo dentro del cual llevaremos a cabo nuestras disquisiciones. Y para ello partiremos una vez más, como no puede ser de otra manera, del inconmensurable marco que nos proporciona la Historia, sobre todo de cara a reflejar de manera sostenida la mayor parte de los por otro lado ingentes capítulos desde los que a partir de la misma podemos tratar de definir a España, y por ende a los españoles.

Tenemos así que, acudiendo de nuevo a su bagaje, constituye la España actual el resultado de un delirio que inexorablemente ha pasado por la certeza de todo lo que nos fue enajenado, usurpado, cuando no abiertamente robado.
Quiero decir con esto que la España de los últimos 60 años, es una España que ha surgido no como resultado del empeño constructivo de un pueblo. Más bien parece que procede del amontonamiento, más o menos accidental de una ingente cantidad de cascotes, procedentes de las sucesivas demoliciones que el propio edificio ha padecido a lo largo de su accidentado transitar.

Hacemos con ello referencia expresa, no al país que es, sino al imperio que dejó de ser. Es como si el viento de la Historia barriese todavía hoy, y además lo hiciera de manera periódica, las cenizas conformadas a partir de los recuerdos; consolidando con ello la formación de una densa capa de niebla, la cual impidiera ver con perspectiva la realidad.

Quiero decir con esto que solo desde la certidumbre en base a la cual la mayoría de los que formamos actualmente España, no tenemos constancia real de lo que han costado a todos los niveles la constatación, conquista y posterioridad asentamientos de la mayoría de derechos y condiciones desde los que se concibe el actual Estado de Derecho o del Bienestar; es desde donde podemos concebir la realidad en base a la cual, y de manera perentoria, somos igualmente incapaces de comprender cuál es el verdadero grado de pérdida de todo aquello que estamos asumiendo, ahora sí de manera incomprensible, como normal.

No queda ya observador atento al que se le escape cómo aumenta cada día el volumen de la lista integrada por los que consideramos como una certeza manifiesta no ya el hecho según el cual la política de recortes emprendida por nuestro gobierno, constituye a todas luces la consolidación del peor de los caminos que se podían elegir. La realidad que tratamos de poner hoy sobre la mesa, pasa por la constatación manifiesta del hecho en base al cual la mayoría, por no decir todos los derechos que están siendo pulidos, dentro de esta marabunta de recortes, muy probablemente no vuelvan a ser recuperados, al menos en sus procederes conocidos, nunca más.

Educación, Sanidad, Pensiones, y así sucesivamente; constituían hasta hace bien poco tiempo, el vergel sobre el que pastaba cándidamente la paz social de nuestro Estado.
Pero ha resultado que esos componentes, la paz, e incluso si se me apura incluso la misma idea de Estado, constituían en realidad la muestra de uno de los mayores tiempos de ilusionismo de los que la Historia tiene o de los que guardará relación.

¿Quién hubiera podido, hace tan solo unos pocos años, pronosticar el ataque feroz que a todas estas estructuras estatales se está llevando a cabo, precisamente desde el propio Estado?
¿Alguien en su sano juicio hubiese podido presagiar que como Pueblo íbamos realmente a permanecer hieráticos mientras desarman lo que tanto costó conformar?

Planteamos pues, la cuestión capital. ¿Saben de verdad, los que promueven la aberración en la que han convertido hoy por hoy el Estado, si esto servirá realmente para  algo?

Y es precisamente desde el calamitoso silencio que presagia la ausencia de respuestas, desde donde argumentamos que todo forma parte de un insidioso plan. Un plan tejido desde la distancia en el tiempo, pero desde la cercanía conceptual.
Un plan que traza sus últimas disquisiciones en torno a 1997, momento en el que el sorprendente regreso al poder de la Derecha, de la mano del incomprendido, y nunca suficientemente valorado AZNAR, promueve sobre todo el rearme del ala dura, incipiente, reaccionaria y rencorosa, de la Derecha Cavernaria Española.
Pero un plan que hunde sus raíces en lo más profundo de la Historia, retrotrayéndonos para ello al primer tercio del pasado siglo XX. Son los años 1933, 1935 y 36. Son los tiempos de la CEDA, del BLOQUE  NACIONAL. De los CALVO SOTELO y de los GIL ROBLES, entre otros.

Un plan cuya pervivencia en el tiempo, solo puede conciliarse desde la certeza de que múltiples son los conceptos que en realidad, no han desaparecido.
Se ocultaron, bien es cierto, muchas veces bajo la forma de anquilosados principios. Otras adoptaron por el contrario la forma de novedosas tendencias las cuales, en la mayoría de los casos quedaron desfiguradas bajo el esperpéntico aspecto que un país consolida cuando se pasa de lo blanco, a lo negro, sin solución de continuidad.

Estamos pues, metidos de lleno, en la época en la que vamos a pagar, como siempre los de siempre, el cúmulo de controversias que se han ido originando en torno a la sucesión de ideas, mitos y traumas a partir de los cuales hemos permitido fraguar la idea de que lo mejor que podía pasarnos era que en realidad cambiaran solo unas pocas cosas, para que en definitiva no cambiase nada.

Luis Jonás VEGAS VELASCO.


miércoles, 10 de abril de 2013

DE LAS TORMENTAS TEMPORALES, A LAS HECATOMBES GENERACIONALES.


En el día en el que todavía se recuerda por quién doblaron las campanas, es de ley traer de nuevo a colación el contexto en base al cual ciertos de los acontecimientos manifestados, adquieren si no visos de justificación, sí que cuando menos, pueden llegar a proporcionar el entramado que, sin grandes esfuerzos, bien pudiera proporcionar la excusa cómplice desde la cual comenzar a desenrollar la madeja que unos y otros enredaron.
Acudimos pues a la perspectiva del tiempo, en pos del cúmulo de certezas que la misma siempre atesora, aunque no tenga siempre motivos para desvelarlos. Así, salvada la primera barrera, la de la pereza, comprobamos de nuevo, con la desgana propia de la rutina, la verdad en base a la cual las aberraciones cometidas, beben siempre de dos fuentes perfectamente definidas. En una, la de los actores, identificamos a aquellos de cuya acción directa se extraen consecuencias directamente inaccesibles al criterio de la normalidad. Son pues, los responsables por acción directa. Al otro lado, pero no demasiado lejos, vierte sus aguas la fuente a la que en este caso acuden aquellos que, argumentando desde la omisión del cumplimiento del deber, descansan tranquilos convencidos de que, la aparente ausencia de responsabilidades, les exonera de toda obligación de cumplimiento de culpa, ya pueda ser éste presente, o futura.

Necesitamos llegar a este punto, en estas circunstancias, para poder empezar a esbozar un escenario proyectado en este caso desde el pasado. Un pasado no demasiado lejano bien es cierto, si nos atenemos para definirlo tan solo a criterios puramente cronológicos, y que por ello se nutre de los acontecimientos desarrollados mayoritariamente en la década de los ochenta.

No es necesario, ni se encuentra entre nuestras intenciones inmediatas, llevar acabo aquí y ahora una oda a los tiempos pasados, o más concretamente un homenaje a la nostalgia, forzada en la inherente necesidad de ordenar los recuerdos.
Mas lo que sí que haremos será esbozar brevemente el contexto situacional en torno del cual se desarrollaba, y del que por otro lado manifiestamente participaba, el gran conglomerado de personas, cada una con sus circunstancias y peculiaridades, muchas de las cuales se expresaban por medio de las más diversas ideologías, que hoy por hoy si hiciéramos el merecido esfuerzo, podríamos recordar.

Fueron sin lugar a dudas años intensos. Momentos de gran importancia e interés, en los que la certeza de que cosas históricas estaban al cabo de la calle, se desayunaban con absoluta naturalidad.
Recordamos tales tiempos con nostalgia. Y una vez superada tal emoción, solo una cosa parece mostrarse ante nosotros con certeza clara y cristalina, la que procede de comprobar que, de nuevo, la única constatación que podemos llevar a cabo de manera inalterable es la de comprobar que, efectivamente, aquella fue la época en la que comenzaron a vendernos el sueño.

Porque puestos ya en situación, y siempre que seamos capaces de aplicar la imprescindible sinceridad, la que procede de entender que engañarnos a nosotros mismos no servirá finalmente de nada; habremos de superar la costumbre humana de edulcorar los recuerdos para, finalmente reconocer que pocas cosas, por no decir ninguna, han cambiado realmente.
Puestos en semejante tesitura, y toda vez que el brillo deslumbrante de las luces no nos haya llevado a perder toda la perspectiva, podremos llegar a comprobar cómo, en contra de lo que interesadamente se promueve desde diversos sectores, la realidad no de la Política, sino del grado de participación del común en la misma, no difería realmente mucho de aquél que, hoy por hoy, se practica.
Así, una vez superado el rancio tufillo de los obstruccionistas, y desbordado el afán de construcción de los que se dejarían cortar la mano en una apuesta en pos del aperturismo brutal de la Ley que regulaba el régimen de manifestaciones en 1981; lo cierto es que la actual situación no desmerece en exceso, a aquélla que hoy traemos a colación.

Y como muestra, un botón. ¿Cuántos referéndums, entendiendo tal fenómeno como muestra máxima de Democracia; se convocaron realmente en aquél periodo? Pues sí, uno, el destinado a promover o no la entrada de España en la Organización del Tratado del Atlántico Norte. Que para más INRI no solo no era vinculante, sino que su resultado fue, manifiestamente ignorado.
En consecuencia la gran batalla perdida, la deuda que lastra indefectiblemente la salud democrática de nuestro país, pasa inexorablemente por la comprensión de la obligación de tomar abierto partido por una participación más real en los quehaceres democráticos del país. Acudir cada cuatro años a depositar el sufragio constituye hoy por hoy un hecho tan importante, como insuficiente de cara a justificar, en caso de hacerlo como único planteamiento, la apuesta que cada uno de nosotros hace por la realidad política de su país.

Dicho lo cual, ¿estamos realmente diciendo que la actual situación de países como España no se diferencia en lo que atañe al hoy, de lo sucedido en los últimos treinta años? Evidentemente no. Lo que sí que decimos, y lo hacemos además dejando escaso margen para el error, es que las circunstancias que en aquél momento convergían para dar lugar a la realidad del instante, se encontraban inalienablemente controladas por personalidades insignes, las cuales acompañaban la toma de sus decisiones, de un hábito de notoriedad procedente muchas veces de su marcado carácter, el cual ayudaba mucho a la hora de justificar ciertas conductas.

KHOLL,  MITERRAND, GONZÁLEZ, incluso por supuesto la recién desaparecida THATCHER, conformaban un elenco de personalidades cuya talla política, tan desconocida como añorada hoy, suplían con resultados no solo satisfactorios, sino francamente interesantes, la caterva de atrocidades, incompetencias y continuas manifestaciones de cretinismo, que día tras días sazonaban el activo y multidisciplinar conglomerado desde el que se intuía tamaña realidad.
Los que recordamos aquéllos tiempos, lo hacemos no sumando certezas, sino aglutinando sensaciones. La sensación que nos producía la Guerra Fría, la sensación que nos producía la Guerra de las Malvinas, o por qué no, la sensación que nos produjo el sempiterno derrocamiento del Comunismo, constituyen una larga cadena de emociones de las cuales extraemos la certeza de que aquélla fue una época destinada a ser vivida más con el estómago, que con la cabeza. En contra de lo que realmente queramos creer.

Una vez salvado el efecto del sol en los ojos, podremos sin duda comprobar la certeza por muchos, cada vez más; intuida, de que en realidad nos han engañado.

Se nos ha hecho partícipes de una ilusión de la que en realidad nunca fuimos verdaderos artífices, creada con el único y firme propósito de darnos el marco de referencia al cual ceñirnos, no solo para controlar nuestras acciones más materiales, sino fundamentalmente para limitar nuestro espacio de creación metafísica.
Castraron nuestra aptitud creativa mediante la limitación con medios finitos, de un espacio aparentemente infinito, el de la realidad onírica.

Y como tal crearon nuestro sueño. El de un mundo democrático, en el que un hombre libre participaba permanentemente de una realidad política que no solo no estaba limitada, sino que realmente se ampliaba cada día mediante el desarrollo de leyes destinadas a su vez a lograr la consagración de un hombre que tenía en la norma marco, (la consabida Constitución), la panacea destinada a su propio autodesarrollo.

Y como si de una paradoja sociológica se tratara, justo a los treinta y cinco años, lo que dura una generación, la burbuja se ha ido al traste.

¿Le cabe pues a alguien duda de que la actual crisis, al menos en sus términos estructurales no procede sino de comprobar que durante demasiados años hemos estado viviendo de los réditos ilusorios de unos sueños que en realidad, no eran los nuestros?

Luis Jonás VEGAS VELASCO.



miércoles, 3 de abril de 2013

DEL INEXORABLE CAMINO HACIA LA BARBARIE.


Una de las máximas que preside cualquier estudio sociológico en relación a los motivos que llevan al Hombre, en tanto que integrante de un determinado grupo social, a abandonar su albedrío, para cederlo de manera aparentemente incomprensible en pos del bien común, dice, una vez superados, al menos de momento, los condicionantes morales; que tal paso se da desde la manifiesta convicción, entendida ésta evidentemente a posteriori, de que con ello se facilita el de otra manera engorroso, difícil, y tal vez de haber optado por cualquier otro método, imposible, de la toma ordenada de decisiones.

Superado el mero criterio cuantitativo, esto es, aquél que centra su predisposición en la simple cuestión procedimental según la cual el mero hecho de acumularse gente en demasía en pos de la catalogación como bueno o malo de un cualquiera hecho, dificulta cuando no imposibilita directamente la correcta toma de decisiones; es por lo que nosotros nos hallamos francamente en condiciones de ir un poco más allá esto es, de lanzarnos a la franca búsqueda de los verdaderos por intrínsecos, motivos que llevan al Hombre, en tanto que individuo, a sumergir su poder manifestado hasta entonces en la independencia, en las profundidades de la exigencia moral que representa desde el principio la incipiente sociedad, sin que ello suponga la destrucción en contra de lo previsible, de la independencia del individuo.

Hemos de acudir pues, y sin duda lo hacemos gustosos, al acervo de calidades, en este caso cualitativas, que rodean, cuando no justifican, la que supone acción de protocolo que dota de plena vigencia nuestro quehacer hoy, y que pasa por tratar de entender las causas razonadas que llevan al individuo a asumir como positivo, incluso o en especial para él, la cesión de su autoridad ética, real en tanto que sometida a su único arbitrio, en pos del bien común, algo por definición matizable, toda vez que sujeto a la moral del grupo.

Valorado el volumen de la pérdida, hemos de entender si no de interpretar el volumen de la concesión aunque, ya de entrada resulte casi imposible para la mente humana llegar a discernir la existencia de algo que pueda sustituir por su valor a aquél que se dispone de lo que no es sino el comportamiento basado en la absoluta libertad del individuo.
Dado que resulta sumamente difícil, cuando no abiertamente imposible, llegar a interpretar la existencia de algo material cuya realidad finita pueda tan siquiera igualar el valor de lo descrito, es por lo que indefectiblemente hemos de confeccionar una nueva búsqueda centrada en este caso en campos más ambiguos por no decir del todo abstracto.
Buscamos pues, una Idea.

Son las Ideas, “en tanto que tal”, un aspecto ligado al proceder evolutivo del Ser Humano. Por ello tienen su correcta ubicación cronológica, atendiendo en el caso que nos ocupa no al mero paso del tiempo, sino más bien al grado de afectación que para El Hombre como realidad evolutiva, tienen tales acontecimientos.
Así, en el caso que nos trae aquí hoy, ubicamos nuestro momento culmen en el entorno de hace unos ocho mil años, justo en el momento en el que tiene lugar la aparición de las primeras ciudades propiamente dichas, momento en el que surge la primera necesidad propiamente dicha, de proceder de manera ordenada con la conformación del primer modelo absolutamente jerarquizado.

Surgen las aglomeraciones urbanas, y con ellas la primera verdadera necesidad de organización. Nacen los primeros Caciques, que ascienden a reyezuelos toda vez que precisamente en pos de justificar su existencia (primer debate sobre la diferencia entre autoridad y poder), adquieren funciones de control de los mitos, y de la incipiente religión después, cuando se les atribuye la condición que ellos no dudan en aceptar, de controlar los protocolos ligados al control de las actividades asociadas al enterramiento de cadáveres.

Es así como autoridad y poder, términos a priori antitéticos toda vez que la autoridad es un resultado actitudinal de marcado componente ético, asociado al carisma que el individuo en cuestión atesora de manera netamente actitudinal; mientras que el poder es en realidad la resultante de un sumatorio fundamentado en la cesión de poderes que una serie de individuos pertenecientes a una comunidad llevan a cabo, en pos de uno de ellos, que adquiere así un mandato de marcado carácter moral, al serle tal poder sencillamente atribuido esto es, nada tiene que hacerlo evidente a priori, reduciendo entonces el poder a una concesión, por ello a una actitud no ligada a condición previa innata alguna (moral).

Atendiendo a cánones “más modernos”, El Gran Pueblo de Roma comenzó su organización bajo el formato más sencillo que el modelo de organización postulado preconiza. Se trata del sempiterno uno manda, y los demás obedecen. La cuestión capital pasa inexorablemente por los motivos que han de llevar al mandado a aceptar como propios los motivos que justifican lo mandado, cuando no a asumir lo propiamente mandado.
Bajo tales auspicios, un Rey, Monarca para más empaque, consolida su poder mediante la imposición efectiva de su voluntad a un grupo que no las acepta en tanto que tal, sino que lo hace verdaderamente porque atribuyen la certeza de las mismas al mero hecho de su procedencia, en este caso la propia voluntad regia.

A partir de ahí, el protocolo de circunstancias que llevan a aceptas, cuando no a consolidar el modelo de mando, evoluciona inexorablemente adecuando su evolución al ritmo que adopta el modelo observado.
La primera concesión, basada en criterios un tanto románticos, evoluciona luego hacia otros más evidentes en tanto que apoyan su criterio en el brillo de la espada. Pero la espada muestra su condición de mortales tanto a reyes como a plebeyos, de ahí que pronto resulte imprescindible erigir en torno al elegido, una barrera imperturbable basada no en el miedo, sino en la convicción infinita, la que procede de aceptar la franca y directa relación que existe entre el dirigente, y el Dios o Dioses que conformen la iconografía del respectivo Pueblo. Relación que, como es obvio, habrá sin duda existido desde siempre, apareciendo con ello el otro gran aspecto inexorablemente ligado a tal concepción de poder, el de la eternidad.

Pero tal modelo fracasa, haciéndose imprescindible el retorno al reforzamiento del poder por medios explícitos, conformando con ello los elementos que de una u otra manera perseveran hasta el Renacimiento.
De ahí a la Revolución Francesa, y a la incipiente Democracia. El otro momento capital, por que ¿cómo demonios encajamos “El poder unipersonal”, con la fuerza esencialmente gregaria de la identificación de éste con el “Demos”.

Es así que llegamos implícitamente al final de nuestro recorrido de hoy. Aquél que  ha perseguido la confección de una descripción comprensible del protocolo seguido por la idea de monarquía a lo largo de la Historia, y que tiembla ahora de cara a hacerlo comprensible dentro de los condicionantes actuales porque ¿cómo hacer creíble, sin caer en el absurdo, que el haber nacido en tal o cual familia capacita de verdad a la hora de hacer más creíble la voluntad de un miembro de la sociedad en cuestión?

Nos vemos pues obligados a editar de nuevo la escala de valores que regía a la hora de hacer comprensibles los motivos que han llevado a acreditar el don monárquico a lo largo de la Historia.
Transitamos así del mero poder al miedo a las armas, pasando luego al poder sacro, volviendo después al del contrafuerte militar.

Y todo ello nos lleva a un aquí, y a un ahora. En ellos, la única justificación que pueden esgrimir no ya los propios adeptos al modelo monárquicos, sino los propios agentes causales, es la aparente condición de ejemplaridad que supuestamente rige sus conductas y describe pues sus vidas.

En consecuencia, cuando semejante modelo resulta desbordado en lo concerniente a sus consideraciones estrictamente morales. Cuando los valores aparentemente exclusivos de cara a justificar la exclusividad del selecto grupo que los atesora, condicionándolos exclusivamente para ejercer aquello para lo que están catalogado, mandar; salta por los aires al ver cómo el sueño en el que vivíamos se hace pedazos cuando comprobamos como plebe que aquéllos que tenían sangre azul sufren y adolecen de los mismos vicios que nosotros, es cuando comprendemos que hemos sido, nuevamente, engañados.

Y es llegado ese momento, una vez flanqueada la última puerta, que incluso para los más firmes defensores de la monarquía, hoy va a ser muy difícil demostrarse a sí mismos la otrora evidente realidad de la necesidad de la existencia de una institución como la monarquía.

Luis Jonás VEGAS VELASCO.