jueves, 18 de diciembre de 2014

DE EL CLAN DEL OSO CAVERNARIO.

Reunidos una vez más, en torno de la tranquilidad que proporcionan la presunta seguridad, aunque ésta no sea sino la constatación efímera de lo que dura nada de lo procedente de la ficción; los miembros del Clan se disponen a iniciar la que parece ser otra nueva a la par que indolente jornada. Como es de rigor, los hombres se encomiendan a sus tótems en pos de poner en práctica la suerte de recreación de una exitosa jornada de caza, conforme a los resultados alcanzados en la ceremonia de la noche anterior. A la vez, y por ello en perfecta armonía, las mujeres se encomiendan a la búsqueda de leña unas, y a la elaboración de la comida las otras, en un ritual ajeno al tiempo, toda vez que solo en la planificación de la rutina encuentra su plena satisfacción.

Mientras, el mog-ur, ajeno en apariencia a los trajines, se dispone a poner en práctica la larga serie de ceremonias y derrames de las que a la sazón es último tenedor, encomendando así no tanto su propio destino, como sí más bien el de todo el Clan, a la disposición venturosa que los dioses tengan a bien habilitar de cara a su presente.
Aunque ya desde el principio, sabe que algo va mal. La brújula de agua con la que jornada tras jornada busca la orientación de sus dioses, lleva días aparentemente loca. Así, el Norte es hoy el Sur, o al menos lo sería si el trozo de metal suspendido en su tenue trozo de madera tuviera a bien detenerse un instante con el fin de promediar algo. Porque sin duda, algo pasa, y algo grave. El Clan ha visto rota su rutina. Ya nada volverá a ser igual.

Retornando a la igualmente presunta seguridad que nos proporciona nuestro presente, o al menos la noción que del mismo tenemos, podemos, aplicando los conceptos desarrollados entre otros por la Paleontoclimatología, entender que el fenómeno del que fue testigo nuestro Clan se identifica con el Cambio de Polaridad Magnética cuya supuesta condición de cataclismo, tan bien explicado aparece por medio de las nociones derivadas del estudio de la Deriva Continental.
A grandes rasgos, el fenómeno, tal vez no propenso al cataclismo, aunque sin duda cercano a lo estructural, se define a titulo de resultados como un proceso por el cual el flujo natural de campo magnético asociado a nuestro planeta, se vio alterado en lo consecuente con su polaridad. Dicho a groso modo, el actual Sur era en un momento dado, el Norte.

De modo parecido, y por supuesto sin negar una sola de las acusaciones que vinculen el presente desarrollo con la prestidigitación, diremos que hoy por hoy, a la vista de los actuales procederes de unos y de otros, es del todo imposible indicar a ciencia cierta, dónde reside el campo semántico de la Derecha, quedando por ende la cuestión delimitada en parecido rango a la hora de delimitar con éxito el que al menos en apariencia habría de ser el espacio natural de la Izquierda.

Una Sociedad no puede hacer de la ambigüedad su sustento moral, y además esperar prevalecer. Y no puede, porque las ideologías, las grandes ignoradas en estos casos, lejos de desaparecer a pesar de los aparentes esfuerzos que con tal menester desarrollan unos y otros; evolucionan por sí mismas, lejos de actitudes vigilantes, eso sí con aptitudes reprobables.
Aptitudes reprobables, por ende, desarrollos cuasi naturales que, amparados en un supuesto Sentido Común, iluminan primero para alentar después, una suerte de conductas enajenantes en muchos casos, histéricas en su mayoría, que lejos de representar nada, mucho menos un futuro, han de hacer cola esperando la consolidación en su derredor de una suerte de contexto cuya depravación, cuando no el mero aburrimiento, permita a tales aptitudes pasar por lo que no son, pudiendo en algunos casos llegar a convertirse en maná destinado a derramarse en lo que otrora no fue sino un suelo estéril, en cuya esterilidad se fundamente su propia existencia.

Pero en definitiva, las aptitudes son eso, aptitudes. Y si en cualquier elemento su mera condición metafísica es lo que nos mantiene a salvo del sin duda terrible escenario al que bien podrían conducirnos, el frágil equilibrio en cuyo mantenimiento trabajamos puede venirse abajo en el momento en el que una mente lo suficientemente perjudicada, cuando no un ente con la suficiente avaricia, está dispuesta a prestar voz y ceder atención a lo que hasta ese preciso instante no formaba parte sino de aquello con lo que hemos de convivir, basada esta convivencia en la constatación de que los miedos a los que da lugar, nunca abandonarán el “mundo de las pesadillas.”

Por eso, cuando María Dolores DE COSPEDAL  pone voz a semejante tipo de desarrollos, no hace sino recordarnos cuán cerca seguimos estando de los tiempos de la conquista. Tiempos en los que los griegos se unían entre sí tan solo amparados en la suerte identitaria que supone no el saber de parte de quién estás, como sí más bien el saber contra quién estás. Así. Y solo así, un pueblo disperso de adoradores del sol y comedores de carne cruda, acabó amasando la mayor de las fortunas, a saber la que procede de la tenencia y atesoramiento desde el debido respeto de la Cultura.

Pero tal consecución tiene su precio. A saber, el que metafóricamente en el caso que nos ocupa, se pagó liberando al Khraken. Una suerte de criatura mitológica sedienta más que de sangre, del poder que oculto se profesa a aquél al que dirigidos van los sacrificios humanos con los que se le doblega; y que en el caso de no ser debidamente satisfechos llevan a reconocer al que se erija en libertador de la bestia, como un verdadero inconsciente.

Pero ni aquí ni ahora tenemos un khraken a mano. Como tal, no sin cuidado, pero carente por supuesto del arraigo metafísico; hemos de conformarnos con el lamentable espectáculo que nuestros campechanos esperpentos nos deleitan.
Así, las majaderías peculiares de ALONSO, compiten ahora con el látigo iracundo de HERNANDO, capitán de las huestes malhabladas, y a lo mejor no menos malintencionadas, en las que redunda esta suerte de caterva en la que parece haber degenerado el Gobierno, a saber tras la marcha del nunca suficientemente tenido en gloria GALLARDÓN.

Pero todos enmudecen, todo se minimiza, cuando el mentor del nuevo desarrollo ideológico, a saber la Sra. De COSPEDAL, tiene a bien deleitarnos con un breve anuncio del que bien podría considerarse corolario de los desarrollos mentales en los que lleva meses enfrascada, presuntamente encaminada a lograr un resurgir identitario tras el que amparar el que solo ella ve como resurgir electoral.

Es por ello, que al populismo que subyace al hecho de ubicar tales anhelos en un periodo en el que ya se respira el ambiente electoral, bien podría cederse en la tentación no tanto de disculpar las consecuencias de los mencionados esperpentos, como sí más bien de no exigir responsabilidades sobre aquéllos que se empecinan, una vez más, en sacar lo peor de nosotros, con el fin de esconder tras ello lo peor que les es propio.

Así, la sociedad española no solo no habría de permitirse el lujo de tragar con la afirmación vertida por la Sra. Secretaria Gra del Partido Popular cuando en el uso de sus competencias vino a decir que si la corrupción no era patrimonio exclusivo de los políticos era porque tal corrupción era poco menos que un dogma implantado genéticamente en España. Lejos de ello, habría de poner en práctica cuantas acciones fueran pertinentes en pos de averiguar la procedencia de los argumentos que conllevan alcanzar tamaña conclusión para, una vez analizados tanto los propios argumentos, como por supuesto las líneas que habilitan el razonamiento, identificar sin género de dudas entre ellos al confín de planteamientos que por sí solos, o concatenados, vienen a iluminar la suerte de desarrollos presentes o pasados a partir de los cuales la Derecha puede llevar a cabo su plena y absoluta identificación; consiguiendo de manera absolutamente complementaria identificar los componentes que en este caso por oposición, confluyen en la  ocupación de los espacios vinculados a la Izquierda.

Y todo ello, para que luego unos y otros en armonía para con sus principios, decidan el lugar donde reside su ubicación.

Cualquier otra conducta, incluyendo la de amparar conductas o dichos soeces, tan solo identificando una suerte de presunto cretinismo en aquél desde el que afloró la idea, no llevará sino a la enésima condenación de este país, ilustrada una vez más en pos de comprobar la desvergüenza de unos, incrementada en términos proporcionales en virtud de la atrofia sufrida por otros.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

miércoles, 10 de diciembre de 2014

DESDE EL CEREBRO HASTA LOS HUESOS, PASANDO POR EL CORAZÓN. A LA MEDIOCRIDAD NOS ENCOMENDAMOS.

Hemos de plantearlo así, como si de un juego se tratara, con la doble intención de que por un lado cumpla su cometido, que no es otro que el de poner de manifiesto el que a nuestro entender constituye el núcleo del problema que actualmente bien podría ser el más importante al que nuestra sociedad se ha enfrentado en los digamos ¿cuarenta años? Dándose además la paradoja de que hemos de llevar a cabo el mencionado planteamiento desde una perspectiva sutil, es decir, procurando que no duela.

Pero de verdad, al igual que ocurre con el paciente que enfermo hasta el tuétano de cáncer, ha de enfrentarse a la paradoja de tener que pedir al especialista que mienta a sus familiares para que no sufran; la verdad es que en ese caso, al igual que ocurre con el que hoy nos atañe, yo aplaudo la actitud valiente del paciente que asume como paso imprescindible para luchar contra su enfermedad, el poder conocerla en toda su dimensión.

Porque si queremos ser merecedores de cuando menos recuperar nuestra dignidad, habremos de ser conscientes de lo que hoy por hoy, sin ambigüedades, sin interpretaciones, y por supuesto sin tamices, viene a conformar la realidad de lo que constituye España. Así, podremos comprobar cómo nuestro país tiene ya objetivamente comprometido el total de su PIB. Podremos tratar de buscar respuesta a preguntas tales como las que hacen referencia a por qué nuestro Gobierno se jacta en declarar que nuestros tipos de deuda están en parámetros solo conocidos en tiempos de Isabel II (en lugar de preocuparse de que somos el país de Europa que menos control tiene sobre su deuda en tanto que ésta se encuentra en manos de inversores extranjeros); Y tal vez entonces, no como conclusión, sino más bien como corolario, podamos llegar a conclusiones tales como las que algunos especialistas firman en base a las cuales España se encuentra inexorablemente inmersa en un bucle de autodestrucción cuyo éxito redunda en la implícita necesidad de que aquéllos que lo sufren permanezcan ajenos, presos pues de una suerte de inmolación que hace de su sacrificio, una especie de concesión a deidades superiores, cuya comprensión como es obvio está al alcance de tan solo, unos pocos privilegiados.

Comprobamos así, ciertamente sin mucho esfuerzo, hasta qué punto los parámetros se reproducen. Porque para cualquiera que haya llevado a cabo una interesada lectura de todo lo expuesto hasta el momento, seguro que no resulta complicado dar criterio de veracidad a esa imagen que poco a poco se ha ido abriendo paso a medida que la mencionada lectura se producía, y que acababa por alumbrar la certeza de que si bien los problemas descritos tienen uno o varios responsables, los cuales además resultan fácilmente identificables; no es por otro lado menos cierto que constituiría toda una dejación de funciones, amén de una verdadera irresponsabilidad, el dejar en tales manos la concesión plenipotenciaria de la aptitud capaz de provocar el absoluto desmán bajo cuyos términos hoy por hoy conformamos toda nuestra capacidad de concreción del fenómeno que llamamos realidad.

Visto lo visto, y no por caer en la tentación facilona que nos proporcionaría el mirarlo todo desde la perspectiva de una Tragedia Griega; lo cierto es que sí a la Grecia Clásica, aunque en este caso por causas conceptualmente diferentes acudimos, toda vez que desde la panorámica que la misma ofrece podemos llevar a cabo una aproximación sin duda lo bastante certera a la hora de no tanto resolver los problemas que inherentemente perturban nuestro hoy; siempre como digo convencido de que nada nuevo podemos hoy por hoy poner ante el sol. Incluyendo por supuesto los términos y consideraciones a partir de los cuales acertar tan siquiera a definir nuestro presente.

Proponemos así como no puede ser de otra manera un ejercicio de reflexión, cuya premisa fundamental se revela innovadora en tanto que el sentido de la reflexión no ha de ser exógeno, esto es no ha de ir hacia fuera, sino que más bien al contrario su foco de intensidad ha de estar conducido hacia dentro.
Dicho de otra manera, la única manera de acceder a la fuente de lo que constituye el mayor de nuestros problemas ha de pasar indiscutiblemente por la redefinición de todos los parámetros que hasta el momento han servido para tratar de hallar las claves desde cuya comprensión pormenorizada tratar de inducir una comprensión del que parece ser el gran problema.

Y precisamente ahí está la certeza del error, error que por otra parte no hace sino garantizar el éxito del proceso en si mismo; haciendo por ende extensivo tal éxito a los que en última instancia se muestran como diseñadores últimos del proceso en sí mismo. Un éxito inexorablemente ligado a la necesidad de mantener el foco de atención alejado del que no es sino núcleo del problema en tanto que tal a saber, que no es otro que el ciudadano, individuo en todo caso primero, en torno del cual gira todo.

Justificamos aquí y ahora la concesión líneas arriba hecha las cuestiones de la Grecia Clásica, para recordar muy sucintamente las diferencias básicas que a tenor de su grado de participación en la Res Pública en Grecia se hacía de los Ciudadanos.
Así, se entendía como Político a todo aquél que vivía ejerciendo todos y cada uno de los parabienes que venían ligados a tamaño ejercicio, incluyendo como por otro lado no podía ser de otra manera cualquier suerte de responsabilidades que ligada a tales actos pudiera venir implementada.
Por otro lado, se entendía poro Idiota, a aquél que notoria y voluntariamente caía en dejación de funciones para con la tamaña labor, incidiendo pues, más allá de toda suerte de conclusiones perecederas, en la gestación del otrora casi eterno vicio; de obligar a la gestación de una suerte, ¿tal vez una casta? de individuos destinados a ejercer por aquél los derechos, que no cejando en su capacidad de hacerle cumplir con las obligaciones propias de griego, que le fueran objeto de ser reconocidas.

La cuestión es por ello clara, y surge clara y distinta. ¿Alguien más tiene la sensación de que nos hemos vuelto todos Idiotas?


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

jueves, 4 de diciembre de 2014

DE NUEVO, JASÓN Y LOS ARGONAUTAS.

Una vez hemos asistido a la a mi entender definitiva conclusión de un proceso cuyo desarrollo se ha venido ejecutando a lo largo de los últimos ocho años, y cuyo presunto conocimiento por parte de todos los que integramos la comunidad ha quedado soslayado bajo el eficaz paraguas del fenómeno de ocultación hacia el que definitivamente ha degenerado lo que llamamos crisis; considero adecuado declarar cuando menos inaugurado un periodo que se extenderá sin duda durante muchos, muchísimos años, y cuya función principal girará en torno a lograr la correcta implementación de todas y cada una de las grandes cuestiones que el presente proyecto ha tenido a bien regalarnos.

Asistimos así, sin visos de resquemor, quién sabe si en realidad por la mera acción que preconiza la ignorancia; a una suerte de procedimiento a lo largo de la cual, unas veces en cumplimiento de las pautas del mencionado procedimiento; y otras por mera acción del paso del tiempo, las nuevas pautas se muestran ante nosotros en todo su esplendor, mitificándose incluso, así como cae la fruta madura, permitiendo intuir, al menos a aquel que se revela como observador atento; muchas de las pautas tras las que se desarrollará nuestro futuro. Un futuro cercano, terrible, y que a nadie se le olvide, se extenderá constituyéndose como nuestro único presente durante muchas calendas.

Porque efectivamente, nos hemos dado de bruces con un nuevo tiempo. Y lo que es peor, una vez más no hemos sido capaces tan siquiera de intuirlo hasta que sus síntomas eran evidentes que, más que síntomas, eran en realidad la constatación palpable de que de nuevo la Historia nos había arrollado.

Porque en definitiva, de eso se trata, de un giro histórico cuya magnitud lleva implícita la incapacidad de aquéllos que lo sufren, para ser conscientes de la importancia que de cara al desarrollo de su vida, tales vuelcos promoverán.
Acudimos así pues a la Historia no tanto en busca de respuestas, cuando sí más bien en pos de los protocolos que nos permitan elaborar correctamente las preguntas; y en cualquier caso hemos de constatar una vez más la adecuación de los mismos en tanto que las grandes cuestiones que forman hoy, y formaban entonces parte de la realidad, no han cambiado tanto. En realidad, no es necesario un esfuerzo excesivo para constatar cómo los elementos en torno a los que se conducía la realidad hace por ejemplo, doscientos cincuenta años; no solo no han cambiado tanto, sino que hoy podemos identificar en nuestra vivencia diaria, aspectos cuyos antecedentes guardan auténtico correlato hoy en día.

Es por ello que resulta imprescindible acudir una vez más al vínculo de la perspectiva, para erigirla ahora ya sí en protagonista ineludible no tanto de la realidad que conforma nuestro presente, como sí más bien de la concepción que de la misma tenemos.
La velocidad a la que todo sucede, unida al ímpetu con el que todo se desarrolla, de lo que somos conscientes solo a posteriori, es decir una vez los hechos han sucedido, nos llevan a promover una suerte de desidia que se materializa en el paulatino abandono del que el ciudadano hace gala en tanto que con ello refuerza la aparente autonomía de aquél  que por medio de diversas designaciones, hace uso del poder de representación con el que ha sido ungido.
Es así como este proceso degenera en esencia, constatando de forma explícita esta degeneración en la traición que el representante lleva a cabo cuando llega a legislar en contra de los intereses de aquél en cuya representación descansa toda la justificación de su poder, cerrando con ello el círculo de la alienación a la que el ciudadano se condenó, muchas veces, de forma consciente e incluso voluntaria.
Porque…¿Dónde ponemos el origen de semejante drama? Pues única y sencillamente en el instante preciso en el que el ciudadano vio con buenos ojos el procedimiento que sus dignatarios le ofrecieron, en base al cual el acto de votar se convertía en una farsa toda vez que con el mismo el ciudadano no cedía su voluntad, sino las capacidades de las que la mencionada es correlato; pervirtiendo con ello de manera explícita y flagrante todos y cada uno de los condicionantes que avalan ética y moralmente todo este juego; y sin cuya comprensión tanto modal y formal, el presente sistema bajo cuya aparente protección vivimos no solo se desmorona, sino que hace casi recomendable tal demolición; originando con ello la paradoja de convertirnos en casi irresponsables a todos aquéllos que a estas alturas no hayan, o no hayamos, tomado parte activa en ese proceso de demolición.

Escenificamos con ello un proceso para el que de nuevo, no estamos preparados. Un proceso de tal calado que necesita, de manera eficiente, que tal incomprensión se convierta en algo primero evidente, que luego se elevará a casi mítico. Así, antes de que la presente generación pase, las causas de lo que nos ha traído hasta aquí habrán sido unas veces soslayadas, y en el mejor de los casos olvidadas, ayudando con ello a crear un poso que rápidamente evolucionará hacia lo mitológico, encerrando de forma eficaz a todos los que traten de averiguar algo en una niebla tenebrosa que acabará, como hiciera con Ulises, arrojando condenando a su navío a encallar en costas desconocidas, habiendo de luchar incluso en pos de defender su vida, con demonios y dioses de toda suerte desconocidos.

De esta manera, habremos incuestionablemente de acudir a la Historia para desempolvar muchos de los procedimientos que como decimos en su momento explicaron la realidad, a la vez que sirvieron para identificar a sus protagonistas.

Nadie dijo que hubiera de ser fácil. En cualquier caso, ellos contaban con la motivación de saber que pisaban territorio virgen. Nosotros no disponemos ni siquiera de tal amparo ya que nos reconocemos en muchos de los fósiles que por el camino nos encontramos.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.


jueves, 27 de noviembre de 2014

NUESTRA SOCIEDAD ESTÁ DEFINITIVAMENTE ENFERMA.

Semejante afirmación, taxativa donde las haya, procede de haber sometido a la realidad de la que más o menos todos somos partícipes, a un largo a la vez que minucioso proceso de revisión fundamentado en la cada vez más evidente constatación de que no solo no estamos bien, sino que nada parece asegurarnos que a la larga, podamos llegar a estarlo.

Desarrollando un protocolo reduccionista, o sea proceder a partir de la consideración lógica de que abarcar grandes aspectos de manera integral, si bien aporta grandeza de perspectiva, a menudo lleva al inevitable colapso tanto del desarrollo, como de la posterior emisión de conclusiones; es por lo que nos planteamos como acertado revisar el escenario actual desde la visión del conocimiento que los hechos particulares nos aportan.
Desde tal menester, comprobamos cómo, de entrada, al igual que le ocurre a una madre primeriza que, obviamente asustada, corre a urgencias ante el primer conato de calenturas que experimenta su bebé, así nosotros somos igualmente incapaces no solo de interpretar los síntomas, consolidando si cabe la gravedad del error al confundir éstos, con las verdaderas causas.

Porque ahí y definitivamente ahí se ubica una de las consideraciones más importantes a las que hay que prestar atención a la hora de enfrentarnos con un mínimo de rigor al grave estado de las cosas en el que se halla inmersa nuestra realidad. Un grave estado de las cosas el cual, para el que si bien resulta obvio estamos incapacitados para evaluar correctamente; no es menos obvio manifiesta su intensidad a partir de la comprensión de la intensidad de por ejemplo los discursos que está originando, y que incrementa si cabe dicha convicción a partir de la concreción de las medidas (muchas de ellas de carácter irreversible) a las que está dando paso.

La Sociedad está enferma, y lo que es peor una detenida observación de los parámetros que en apariencia la conforman, pone de manifiesto la terrible convicción de que los individuos que la componemos, lo estamos igualmente, incluso en mayor medida.
A tamaña conclusión se llega no solo analizando las formas de proceder y por ende las consecuencias que éstas tienen cuando comprobamos los efectos que sobre nosotros tienen las medidas que en este caso corresponde tomar a los que se identifican como nuestros representantes; sino que más bien se ponen de manifiesto cuando no sin cierto sonrojo comprobamos la apatía con la que reaccionamos, o más bien no lo hacemos, cuando comprobamos una y otra vez hasta qué punto el resultado de tales medidas resulta estéril para nosotros en el mejor de los casos, o abiertamente se muestra como otro generador de problemas de primer nivel, que se incrusta en nuestra realidad, pasando a formar  parte casi de nuestro genoma social.

Echando la vista atrás, y por qué no, devolviendo al Tiempo su carácter estructural, cuando no abiertamente esencial; comprobamos con desolación, o a lo sumo con cierto pasmo entrañable, que ya son más de siete los años que hemos ¿vivido o perdido? entrañablemente sujetos por este férreo elemento de control disciplinario en el que se ha terminado por convertir la Denominación de Origen CRISIS DE ESPAÑA. Si nos damos cuenta, o mejor, si estamos dispuestos a aceptar las conclusiones que de tal proceder puedan extraerse, acabaremos más pronto que tarde conciliándonos con esa observación en base a la cual todo lo que ha venido ocurriendo en los últimos siete años, estaba no vinculado, sino directamente motivado por la Crisis.
Así, el hecho de que estemos gobernados por un grupo de desmadejados propensos no solo a la conducta incompetente, lo cual les faculta no tanto para errar, sino para hacer del error la premisa de un razonamiento cuyas conclusiones abarcan desde las corruptelas, hasta la desidia y el abandono en el mejor de los escenarios; ha terminado por conducirnos a un escenario en el que la apatía y la defección son los elementos preponderantes, los cuales acaban por generar un conciliábulo cuya complejidad, observada ésta a todos los efectos, me lleva a resistirme a todos los efectos a la hora de tragar con esa teoría según la cual todo parece ser consecuencia de una larga y a la sazón disparatada cadena de desgraciados acontecimientos.

En definitiva, no solo me desapunto de la teoría de la concatenación de sucesos. Aquí y ahora, manifiesto abiertamente mi convicción de que en realidad, esta larga travesía del desierto en la que han convertido lo que en el peor de los casos nunca debió dejar de ser un mero y a menudo tranquilo “vivir”, responde por medio de la consagración del proceso causa-efecto al desarrollo pormenorizado de las consecuencias a las que nos ha conducido la implementación de un plan perfectamente urdido, cuya génesis sin duda ha de buscarse en el fondo de alguna reunión celebrada sin duda hace bastante tiempo, siendo imprescindible desarrollar un contumaz esfuerzo a la hora de inferir la legitimidad de las personas que integraban el catálogo de dicha reunión.

Volviendo sobre la esencia de la génesis de la presente reflexión, resumida en, a saber, la predisposición para la superficialidad, cuando no para el simplismo, desde la que asumimos la indolencia de ciertos procederes, y por ende de las consecuencias que les son propias; hemos de reiterar la dolorosa manifestación que de la constatación de tamaña afirmación extraemos cuando observamos, por ejemplo, lo poco que dura en la pupila de la sociedad, el efecto logrado por ciertas manifestaciones desarrolladas desde esa misma sociedad, cuyo forzado olvido es imprescindible para la supervivencia de los modelos que han hecho presa en ella, esclavizándola.
Fruto directo de esta reflexión, el fenómeno del 15M, se génesis, desarrollo, capacidad de implantación; y por supuesto las consecuencias a las que ha dado lugar incluso después de su supuesta desaparición, despiertan en quien desde aquí les habla una forma de admiración que necesariamente ha de ser reconocida.
Atendiendo sin más a su proceso de gestación, y devaluando de origen la tesis según la cual la mera sensación de hastío es suficiente para dar lugar a tamaño movimiento; me descubro una vez más, y no me duele prenda, ante quienes fueron capaces de dar lecciones en muchos campos al organizar de manera sin duda tan productiva, a un fenómeno social que veía la luz en un momento y en un lugar en el que cualquier atisbo de efecto social  era directamente narcotizado, para posteriormente ser erradicado.

Quien dude de lo acertado de mis afirmaciones, puede consultar los datos que a efectos existen en relación a la evolución que los movimientos sociales venían experimentando en España desde mediados de los noventa. Sin perdernos en los mismos, consagraremos la evolución de nuestro desarrollo a la objetiva observación del cómo tales movimientos estaban condenados prácticamente a la desaparición. La conclusión evidente, y por ende inequívoca, la constatación palmaria de que el objetivo de los ardides puestos en marcha en pos de exterminar todo intento que proceda del Pueblo destinado a ganar su libertad por medio del desarrollo de acciones legítimas; ha de ser cortado de raíz, reforzando con ello su sentido de dependencia respecto de unas Instituciones que, lejos de representarlo, constituyen hoy por hoy el mayor refugio (quién sabe si la “Cueva de Alí-Babá”.” El resto, lo dejo a vuestra interpretación.

Fruto de todo, y como corolario directo (ha de ser un corolario ya que cualquier otra forma de conclusión supondría implementar una imposición, dando al traste con la naturaleza del razonamiento); nos lleva a vertebrar las consecuencias que en su momento tubo la mera consideración de que, efectivamente, el Movimiento, acabase por conformarse en “opción política.”
Para los desmemoriados, tal vez los únicos verdaderamente inocentes en toda esta historia, convendría recordar las reacciones que ya por entonces practicaron los que hoy han comenzado a encender las hogueras.
De “meros iluminados”, propensos a los “sueños irrealizables”, tildaban éstos a aquéllos, a saber a los nuevos representantes del Pueblo. Y no lo hacían porque les importase más que un comino el que las pretensiones fueran excesivas, ni micho menos porque supieran que los procedimientos imprescindibles para tamaña conclusión fueran inaccesibles (en muchos casos porque la Ley que regula tales consideraciones, Ley que ellos controlan no debemos olvidarlo; traduce en irrealizables muchas de tales pretensiones.) Lo que hemos de entender detrás de tales pretensiones es la convicción de que detrás de la consecución de las mismas bien puede esconderse el fin de su, por ejemplo status. O dicho de otra manera el fin de la hegemonía de la clase dirigente que actualmente adopta la forma de Clase Gobernante. Bonito eufemismo detrás del que no se esconde sino una suerte de casta dominante dispuesta (como todas lo han estado a lo largo de la Historia) a desarrollar cuantas acciones sean necesarias en pos de garantizar su supervivencia. Supervivencia que va ligada, inexorablemente, al mantenimiento cuando no refuerzo de las tesis de la ficción que se esconde detrás del fenómeno del bipartidismo.

Al final, todas las piezas encajan. Y lo peor es que lo hacen sin el menor esfuerzo. ¿Conlleva tal cosa suponer que es éste el único escenario posible? El tiempo, y los sacrificios que en el transcurso del mismo estemos dispuestos a implementar nos darán la respuesta.

Yo, mientras tanto, pienso disfrutar el camino.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

jueves, 30 de octubre de 2014

PORQUE TIENE QUE SER AQUÍ, PORQUE TIENE QUE SER AHORA.

Una vez hemos dejado transcurrir el tiempo, en pos de verificar si es o no cierta la teoría que le atribuye un poder casi místico que se manifiesta en la convicción de que “todo lo cura.” Una vez aceptamos como razón que las reacciones viscerales no por más o menos oportunas, pueden en realidad encerrar una trampa al constatar cómo efectivamente las formas pueden afectar al fondo, desgraciadamente dislocándolo. Es precisamente a partir de la constatación razonada de todas y cada una de las anteriores certezas, desde la que resulta no ya imprescindible, a la sazón casi obligatorio, continuar con el proceso anteriormente inaugurado, aplicando ahora si cabe la frialdad a la que es propensa el dejar pasar el tiempo, pudiéndose por ello exigir mayor grado de responsabilidad tanto a los hechos analizados, como por supuesto a las conclusiones alcanzadas.

Resulta así que, al hilo de la sucesión de acontecimientos que han iluminado la semana, una semana que ha transcurrido bajo el lento repicar del réquiem que para el sistema representa la ya infinita sucesión de hechos presuntamente delictivos que bajo el paraguas integrador del fenómeno de la corrupción se ha venido dando, nos conducen no sé si a una nueva realidad, aunque sin duda sí a una nueva percepción de ésta, en la que solo el ya desgraciadamente conocido problema de la defección ciudadana para con sus asuntos y obligaciones políticas, puede llevar a sus responsables espero que no a albergar una mínima esperanza de perdón, cuando sí una sin duda más que probable constatación de no recibir nunca el que podríamos llegar a denominar su justo castigo.

Lejos en mi ánimo hoy ni el polemizar, ni por supuesto el erigirme en constructor de polémicas diferidas; lo cierto es que no voy no obstante a perder la ocasión no tanto de regodearme, como sí más bien de traer a colación varios asuntos antaño ya revisados, los cuales de haber recibido en su momento la merecida atención, no digo que hubieran evitado el aquí y el ahora que para nuestra desgracia conforma nuestro presente, más aún en cualquier caso, de haber hecho menos oídos sordos a las advertencias que los mencionados constituían, bien que podríamos en todo caso haber construido alguna suerte de parapeto, cuando no de plataforma auxiliar, que hubiera absorbido el fuerte del impacto, protegiendo así el núcleo de una estructura sistémica que a mi humilde entender se encuentra, hoy por hoy, herida de muerte.

Resulta así que el continuo esfuerzo destinado a albergar en saco roto las permanentes alusiones a la debilidad de nuestro sistema con las que las más diversas instituciones llevan años decorando nuestra presencia en el ya de por si deteriorado escenario internacional; ha venido a demostrarnos lo trágico que en política puede llegar a convertirse el conducirse de la manera mediante la que el actual Gobierno, y en especial su Presidente, lo ha venido haciendo no ya en la actualidad, sino desde el primer momento, del que no lo olviden, nos separan ya casi tres largos años. Tres largos años de silencios, tres largos años de peroratas indescifrables salpicadas a lo sumo de algún momento de escenificación, que al final se desmayaba en “posturno”, cuando era sometido al análisis llevado a cabo unas veces por profesionales politólogos, en cuyo caso la conclusión se resumía en el consabido discurso de grado cero; para degenerar en vulgar memez, cuando no bufonada, si eran profesionales de la escenificación los que se mostraban dispuestos a regalarnos sus conclusiones.

Y en medio de todo esto, un sistema, un país, una sociedad, pero ante todo un conjunto de personas, de seres humanos, de ciudadanos, que sufrimos cuando no padecemos las consecuencias de la retahíla en la que se ha convertido este ir y venir de personas y de medidas que no hacían sino esconder, como los sofismas lo hacen para con los buenos discursos, una manifiesta y para nuestra desgracia para nada ambigua incompetencia disfrazada de cretinismo, con tintes de candidez.

Porque ahí es precisamente donde entra en juego la acusación que en este caso ha de trascender al político, para acabar obviamente afectándonos a los ciudadanos. Unos ciudadanos que embriagados por los efluvios procedentes no tanto de la Historia, como sí más bien de las interpretaciones interesadas que de la mismas nos han sido ofrecidas por quienes veían depender su supervivencia de tales menesteres, han ido poco a poco conformando primero un escenario, luego una verdadera realidad virtual en la que nada es lo que parece, en la que nadie es quien dice ser.
A medida que la mentira ha ido creciendo, los ciudadanos, últimos responsables de la misma, hemos aceptado entrar en una suerte de neurosis encaminada a hacer buena la filosofía que aspira a modificar la realidad, cuando no  nos satisface. Desde esta nueva perspectiva, términos y conceptos otrora estructurales quedan ahora relegados a niveles como decimos propios de los escenarios más chuscos y deslavazados; escenarios en los que el bufón es un señor, el truhán es un filósofo, y en los que el Rey pide perdón, asumiendo sus culpas, diluyendo de manera tan incomprensible como inaudita los últimos resquicios de un absolutismo dogmático que solo a la ignorancia podía atribuir su supervivencia.

Y una vez más en medio, una vez más como meros espectadores, eso si de excepción, los ciudadanos. Unos ciudadanos cabreados unos, hastiados los más, pero afectados por el dogma todos. Un dogma que se traduce en la existencia de una suerte de fuerza mitológica, cuando no marcadamente mística, cuyos efectos son visibles en el poder que tiene para inmovilizar de pies y manos a todos y cada uno de los integrantes de una sociedad, de un país, que se muere de hambre lisa, simple y llanamente porque sus ciudadanos de verdad se creen saciados de toda necesidad.
¿Acaso no me creéis? Basta con acompañarme en un pequeño paseo virtual por un escenario que bien podría confundirse con las calles o con el barrio de cualquiera, para comprobar hasta qué punto no hace falta ningún esfuerzo para encontrarse con esforzados ciudadanos dispuestos por ejemplo a convencerte de que es éste un país rico en libertades, aunque él mismo se encuentre esposado de pies y manos; o lo que es peor, empecinado en demostrarte lo bien que vivimos en España, aunque acto seguido te haya de reconocer que su poder adquisitivo ha retrocedido a niveles de los años noventa.

Y así un largo etcétera de situaciones cuya enumeración conduciría la presente a una perorata de por sí inabordable, cuyo denominador común se encierra una vez más en la comprensión de un hecho imprescindible tanto en sus formas, como por supuesto en sus consecuencias. Estoy hablando de la responsabilidad.

Una responsabilidad que a la vista de los últimos acontecimientos, o para ser más exacto a la vista de los últimos sondeos, se encuentra satisfecha en la medida en que ha podido constatar cómo la gente, sin entrar en condicionantes formales, comienza a recuperar el concepto que le es propio, derivándose de tales actuaciones nuevas formas que iluminan nuevas perspectivas, las cuales no tardarán en alumbrar una nueva realidad.

Porque las formas han cambiado. Y sin duda lo ha hecho la manera mediante la propia responsabilidad se entiende, y por supuesto mediante la que se ejerce.
Un claro ejemplo de este cambio lo tenemos en la evolución que ha experimentado la naturaleza del proceso mediante el que exigíamos los cambios. Vemos así cómo, sorprendentemente al menos en principio, la intensidad y la cantidad de las manifestaciones, forma tradicionalmente elegida por la gente para expresar sus rechazos o sus repulsas, ha disminuido. De la lectura deforme, alienada y una vez más farragosa que de tal hecho hace el Gobierno, puede extraerse la conclusión malintencionada de que el pópulos está, verdaderamente adocenado.

Sin embargo, una vez que se levanta la neblina provocada por los artefactos disuasorios empleados por las huestes que dotadas del más diverso pelaje, operan en pos de la supervivencia de los que pergeñan la actual realidad, el escenario es notablemente distinto al que ellos mismos se construyen en este caso para su propia tranquilidad.
La realidad muestra la irrupción de una nueva forma de hacer política, nueva por los que la llevan a cabo, nueva por la naturaleza de los medios por ellos empleados, que ha pillado a todo el mundo por sorpresa.

Una nueva forma de hacer política que de forma paradójica se ha tomado su tiempo en pos de albergar en su esencia la recuperación en unos casos, la irrupción en otros, de una verdadera carga moral conformada en una propuesta de valores que sin duda ha calado en el pueblo. Valores regios en unos casos, adaptados a la nueva realidad en otros, que no hacen sino erigirse en la nueva salvaguarda destinada no solo a lograr la supervivencia de la gente, sino del propio ejercicio político,  aunque para ello hayan de erigirse en los destructores de un procedimiento que se ha mostrado miserable, al ser en sí mismo proclive a las corruptelas.

Aparece entonces la piedra de papel. Traductor no tanto de las nuevas pasiones, como sí más bien de las nuevas formas de canalizarlas, el voto en la urna, emitido en el momento que proceda, hará si cabe más ruido del que un adoquín arrojado contra un escaparate antaño hubiera hecho.

Me siento así pues muy orgulloso de formar parte de una generación que ha aprendido de sus errores, y que por ello se niega a prodigarse en episodios destinados a repetir nuestra propia “Noche de los Cristales Rotos.”
Mejor leemos a Anselmo de CANTERBURY: “Se aproxima el momento supremo en el que solo el penitente pasará.”


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

jueves, 23 de octubre de 2014

DE LA ESPERANZA DE QUE AL MENOS TENGAN UN PLAN B.

Reviso con detenimiento el acervo cronológico en el que de forma consciente o inconsciente nos hallamos, y de tal ejercicio, sano y encomiable en la mayoría de los casos, se desprenden, lo cierto es que casi caen por su propio peso, dos fechas, en realidad dos citas geniales con la Historia, cuya repercusión, cuando no el peso que las mismas por sí mismo tienen, aumentan si cabe la desazón que nos cubre y que se muestra en toda su crudeza cuando procedemos con la comparación, en este caso más didáctica que odiosa, para con los tiempos que vienen a conformar nuestro presente.

Coincidentes en lo concerniente a los meses, aunque obviamente separados por siglos, dos hechos convergen en derredor de nosotros a colación de esta semana, en la que la mortaja de octubre ya está siendo atalantada. Así, tal día como hoy, pero de 1520, tenía lugar la definitiva proclamación de Carlos I como Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico.
El hecho en tanto que tal supone una de esas contadas ocasiones en las que la práctica totalidad de los profesionales del ramo, considerando como tales en este caso a los estudiosos de la Historia, vienen a ponerse de acuerdo en pos de reconocer que si bien tal hecho no repercutió de manera definitiva en nada directamente achacable al recorrido práctico de las acciones del monarca, a partir de ese momento emperador, lo cierto es que como en muchos otros casos tendrá en el coeficiente añadido del prestigio, indiscutible en el caso que nos ocupa, un motivo más que suficiente.

El otro instante, cita más beligerante, y tal vez por ello más atractiva, tiene su lugar en el continuo formado por el espacio y el tiempo en la madrugada del 21 de octubre de 1805, frente a las costas de la hoy localidad de Barbate.
En el contexto de la eterna voluntad una y mil veces pronunciada por Napoleón y referida a la imprescindible maniobra de invadir Gran Bretaña. La armada española debía en este caso concreto distraer a la británica, alejándola efectivamente del Canal de la Mancha, dejando con ello una suerte de paso expedito por el que transitaría de manera evidente la armada francesa, con el propio Napoleón al frente.

Lejos de querer hoy convertir estas líneas en una perorata inconexa en la que resulte al menos en apariencia poco menos que imposible encontrar una sola llamada para con la situación actual; lo cierto es que llegados a este punto me permito llamar la atención al lector sobre dos circunstancias sin duda muy dignas de ser tenidas en cuenta, cuales son la presencia en ambas ocasiones de dos hechos comunes cuales son, por un lado la existencia de sendas personalidades capaces por su autoridad moral, cuando no por su carisma, de sostener sobre sus hombros los deseos, cuando no los anhelos e incluso los miedos, de todo un Pueblo.
Así, de la biografía que anterior a los acontecimientos descritos puede extraerse de la figura de Carlos I, como por supuesto de la que sin duda puede extractarse a partir del mencionado nombramiento una realidad se impone por encima de todas, plantando sin duda cara sobre todo a la multitud de críticas que seguramente argumentadas pueden en pos proferirse; cual es la ingente capacidad para el Gobierno, la innata predisposición para asumir el mando, que el protagonista tenía en este caso para asumir, dentro de las circunstancias temporales que le fueron propias, las prerrogativas de capacidad, mando y por qué no decirlo, dogma, que un sistema coherente con su tiempo como sin duda era el Absolutismo, bien podemos decir, obligaba.

En el otro caso, más cercano, principios del Siglo XIX, será en Nelson donde tenga lugar la reformulación del personalismo. Un personalismo amparado en la necesidad que en los tiempos de decadencia, cuando no de crisis, el común casi implora convencido de que la fortuna de poder identificar en una determinada figura al que habrá de ser su paladín en uno u otro sentido, convertirá en sin duda más llevaderas las penas del momento.

Y es precisamente ahí donde subyace no ya el denominador común existente entre los momentos y los personajes históricos seleccionados; sino que incluso podemos extender tal suerte de conexión hasta nuestros días, externalizando en este caso la ausencia que de tales fenómenos y protagonistas adolecemos sin duda hoy en día.

Porque hoy, sin duda, estamos huérfanos de héroes.

No seré yo quien acabe, presa de cierto grado de histeria mal o bien contenida, predicando la necesidad de acudir a alguna forma de Lanzarotes que en este caso acudan raudos a salvar a las nuevas Ginebras. Sin embargo, sin caer en la trampa sempiterna del Romanticismo no resulta por ello menos evidente poner de manifiesto que con todas las salvedades, limitaciones y correcciones que sean de rigor, lo cierto es que por más que la evolución y el progreso hayan llevado a cabo de manera flagrante su misión, solo una cosa queda clara, la que pasa por asumir que cuando menos en lo concerniente al capítulo de las responsabilidades devengadas, uno y solo uno ha de ser, en última instancia, el protagonista, haciendo en este caso de su cargo, cuando el carisma resulta insuficiente, la prenda que una vez más habrá de ser entregada en sacrificio para calmar las iras del nuevo Leviatán.

Acudiendo, cuando no retornando a la actualidad, lo cierto es que la sensación que nos acompaña en tamaño tránsito, pasa sin duda por la acumulación de una serie de emociones entre las que sin duda la melancolía ocupa un lugar destacado.
Melancolía no ya de un tiempo mejor, cuando sí de un tiempo consistente, en el que las coherencias estaban claras, las contradicciones perfectamente delimitadas, Un tiempo en el que todavía quedaba espacio para las conductas necesarias, en franca oposición a las contingentes.

Resulta así pues que, por mera oposición dialéctica, resulta casi sencillo proceder con el establecimiento cuando menos semántico de los puentes a partir de los cuales deducir la existencia de un marco coherente en el que cuestiones esenciales como las correspondientes a los valores morales, y otras múltiples cuestiones esenciales adquirían por sí solas visos de conformar aspectos estructurales de una semántica destinada a interpretar el presente en términos de autoridad, carisma, respeto e incluso proyección hacia el futuro que resultan hoy por hoy imposibles de identificar en nuestro tiempo.

Así, el Relativismo como forma de entender no solo la complejidad del enfrentamiento para con la realidad, se ha adueñado de todos y cada uno de los estamentos que rigen y circunscriben la conducta del Hombre, incluyendo por supuesto su facete política, configurando una suerte de esperpento que extiende sus dominios tanto por los límites del espacio, como incluso por los del tiempo, sumiendo al Hombre en una suerte de letargo existencial cuya existencia, imposible de cuantificar, resulta por otro lado del todo imprescindible a la hora de justificar en unos casos conductas, en otros la ausencia de las mismas del propio Género Humano.

De semejantes componendas, y sin llegar por supuesto a la trasposición, alcanzamos no es menos cierto un estado en el que por otra parte podemos identificar en el presente muchas de las características que conformaron la realidad inmediatamente posterior a la que se daba una vez acaecidos los hechos referidos. Así, y sin el menor ánimo beligerante por supuesto, podemos sin mucho esfuerzo identificar en la realidad que conforma nuestro presente vestigios de aquélla otra que formaba parte de una realidad, por ejemplo de postguerra, cercana en este caso y más concretamente al Periodo de Entre Guerra.
Así, la componenda más pragmática, a saber la dictada por la variable económica, obviamente igual de injuriada que ahora auque en este caso por un motivo objetivamente determinado, acababa no ya por influir, cuando sí por determinar, otro mucho más subjetivo como era sencillamente el de la voluntad de los individuos integrantes de la Sociedad.
Solo a partir de la asunción de estos principios, podemos en cualquier caso establecer un canal coherente por el que transitarán tanto los acontecimientos, como por supuesto la ingente verbena de cambios que sobre los mismos se produjeron en el periodo mencionado. Cambios cuya flagrante magnitud, estrepitosa podríamos decir con tan solo llevar a cabo una superficial aproximación, son concebibles se llevaran a cabo a partir del apriori de una Sociedad narcotizada en este caso por el miedo a los horrores conocidos de una guerra ya pasada, cuyo cierre en falso convierte en casi imprescindible arrojarse en brazos de otra en un periodo de tiempo tan impredecible como por otro lado imprescindible.

Y hoy es precisamente el reconocimiento de ese tufo compañero inseparable del miedo, el que nos permite identificar en las constatables realidades subjetivas de nuestro presente la realidad por otro lado contraindicada por la inexistencia de esas otras imprescindibles componendas materiales.
Tenemos así pues, que si bien no nos hallamos en un flagrante estado de declaración de guerra, insisto en que no es menos cierto, y cualquiera con ojos en la cara puede detenerse un instante a comprobarlo, que las consecuencias en principio achacables a lo mismo están por otro lado, más que presentes.
Una economía manifiestamente hundida. Una Sociedad virtualmente desgajada. Manifiesto deterioro de las realidades éticas y morales, incapacitando con ello para encontrar un solo vestigio de orden al que agarrarse en pos de no inmolarse en sacrificio a la imperante deidad del caos, conforman definitivamente una realidad que viene a hacer buena la teoría de que resulta difícil poner nada nuevo bajo el sol.

Definitivamente: ¿De verdad no se os antoja ni un poquito atractivo el poder contar en la alineación con un parecido a Felipe II en San Quintín?


Luis Jonás VEGAS VELASCO. 

miércoles, 15 de octubre de 2014

DE LO DIFÍCIL QUE HOY RESULTA IDENTIFICAR A UN ESPAÑOL. DE JULIÁN MARÍAS A LA REALIDAD, PASANDO POR LOS CARTELES PÚBLICOS.

Acudo una vez más a esta ya casi necesaria reunión en pos de un instante, sorprendido ante la preeminencia que una vez más, y ahora ya sí es posible que como denuncia definitiva, la realidad, con todos sus matices aunque eso sí, ausente de todo misticismo, se empeña en arrojar sobre nosotros, quién sabe si verdaderamente asqueada de que incluso los analistas más obscenos sigan empeñados en edulcorarla toda vez que aquello que han de reflejar tiene tintes de verdadera bazofia.

Ante la triste perspectiva que una vez más parece acompañarnos a la hora de hacer frente a la que en definitiva no es sino una forma de interpretación de la realidad, es por lo que en esta ocasión acepto el reto que sin duda propone el cambio de perspectiva, y me brindo a dotar de verdadera premura a la realidad en sí misma. Los resultados, como cabía esperar, no solo no se hacen esperar, sino que además no dejan indiferentes a nadie.

Paseando mi por qué no decirlo aburrida mirada por los abigarrados carteles que luchan por conquistar nuestra atención colonizando cada milímetro de terreno del vallado que se identifica con el perímetro de un centro público de mi localidad, fue este mismo lunes que me topo con un cartel que literalmente rezaba: “Se informa de que el próximo lunes este centro permanecerá cerrado por la festividad que se celebra el día doce.”

Confesada la incertidumbre que en un primer momento produjo en mí la comprobación de las aparentes reticencias que el autor o autores del cartel mostraron a la hora de identificar de manera más precisa dicha festividad, a saber El Día de La Hispanidad; fue que mi cabeza, cierto es que no en pos de un ejercicio de fervor patrio, como sí más bien en pos de sumergirse en las mil y una cábalas que el dilema ofrecía, fue que de manera tan inevitable como inconsciente se sumergió en pos de describir de la manera más exitosa posible el escenario que podía traducir el sentido de semejante castración.
Así, en un ejercicio que amparado en la praxis propias de otras ocasiones no solo no resulta descabellado, sino que en el caso de aplicarle determinadas normas de operatividad parece brillar dotado incluso de cierta pátina de solvencia; podríamos no en vano llegar a la consideración de que a la vista de lo conceptualmente multidisciplinar que se muestra ya la conformación de cualquier extracto de nuestra sociedad, la definición de un concepto tan racial como el de Sentimiento de Hispanidad bien pudiera ser tan arcaico como poco recomendable; lo cierto es que me sumergí en una suerte de compleja reflexión.

Asustado por lo apetitoso que resultaba sin duda el profesar un análisis desde el punto de vista propio de las recriminaciones nacionalistas (acudiendo en este caso al exacerbamiento de lo patrio;) confieso que en un primer momento atribuí el fenómeno a la más que presumible comprobación de otro de esos ejemplos de conducta mojigata que en términos individuales bien pudiera traducirse en el devenir ético de la tan conocida conducta española atribuible más si cabe a los últimos años, la cual se conduce sin duda en pos de satisfacer los réditos del por otro lado tan llevado y traído trauma asociado a ser español.

Asustado como digo por el cariz que para el análisis interno estaban adquiriendo los protocolos de conducta informados, fue por lo que en un ejercicio de autorreproche, me exigí indagar en pos de buscar condicionantes un poco menos manidos, aunque para ello hubiera de traducir análisis más profundos, o quién sabe si tener que acabar lidiando con conductas destinadas a mayores logros dentro del terreno de lo estrictamente ético.

Acudí así pues de nuevo a la realidad, convencido de que la misma se hallaba ahora más que nunca dotada para mostrarse generosa con sus concesiones, cuando un somero repaso de la misma, en sus más diversos calados me proporcionó no solo la respuesta, sino incluso la esencia desde la que la misma estaba conducida.

Ministras incompetentes que no saben cuando hablar. Consejeros que la pifian por no saber cuándo estar callados. Presidentes de Gobierno que siguen tomándonos por tontos en pos, quién sabe, si de disfrazar su propia estulticia. Vicepresidentas que venidas a más, no saben cuándo toca envainársela, y llevan a estados de desesperación a  expertos que por otro lado por ellos mismos han sido requeridos.
Y así, un largo rosario a cuya perla mejor que la anterior, reunidos en torno a un único denominador común a saber, lo poquito que hoy por hoy cuesta Ser Español.

Testigos mudos en mayor o menor medida de una realidad silenciosa cuya magnitud de depravación ciertamente comienza a azorarnos, la magnitud de la verdad ciertamente que una vez más nos sobrecoge. Comprobado de forma empírica el grado de descomposición al que la acción unas veces inconsciente, y otras ciertamente encomiable, desarrollada por unos y otros; ha empujado a nuestro país hasta aquí, lo cierto es que cada vez resulta no ya más sencillo, como sí menos complicado, entender ciertas cosas, entre otras el grado de inercia desde el que puede comprenderse el funcionamiento de muchas, cuando no de casi todas, las estructuras que se identifican bajo el gran paraguas conceptual que supone la integración en el mal llamado Estado del Bienestar.

Semejante inercia, otra muestra por sí sola del grado de abatimiento del que las estructuras hacen gala al mostrar por sí solo y como nadie el grado de colapso del sistema en tanto que son un magnífico testigo del triunfo de los procedimientos por encima de las esencias conceptuales;  se traduce en términos más propio en la muda aceptación del silencioso triunfo de los tecnócratas sobre los políticos, quién sabe si dentro del que bien pudiera llegar a tratarse del último debate al que asistiremos dentro del actual modelo de Estado.

La constatación pues del colapso al que hacemos mención, tiene así pues su correlato bien pudiera ser que definitivo en la consideración nunca por separado, sino más bien perfectamente integrados, de todas y cada una de las consecuencias que el sinfín de conductas atípicas al que últimamente estamos asistiendo, tiene para el sistema, cuando no para la supervivencia del mismo.
Porque no se trata ya por ejemplo de que personajes como el aún todavía Consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid colabore activamente con la crisis, al menos en su inexorable Faceta Moral. Ni tampoco se trata de que algunos de los miembros del Consejo de Administración de BANKIA afirmen no entender dónde está el problema que se atribuye al uso de sus tarjetas opacas. Se trata de que sencillamente tales conductas, tales comportamientos, no solo no son reprochados, sino que más bien son reforzados por la propia realidad.

Con todo, que ciertamente no es poco, una última reflexión: A la vista no ya de cómo está todo, sino desde la constatación expresa de lo que va a costar volver en luz la cocina…¿De verdad resulta encomiable no tanto la celebración, como sí más bien la exaltación del concepto que en última instancia la instiga?

Definitivamente creo que no nos hace falta acudir a ningún tipo de proceder o sentir externo. Nos bastamos y servimos nosotros mismos para restregar por el barro tanto el concepto de Hispanidad, como todos y cada uno de los que como éste o de mayor calado nos pongan por delante.



Luis Jonás VEGAS VELASCO.

miércoles, 8 de octubre de 2014

DE CONSTATAR QUE LAS SENTENCIAS CORTAS DERIVAN EN REALIDAD DE LA GRAN EXPERIENCIA.

Me sumo no sin cierta fruición, hay que decirlo, en el torrente de irreverencias, falacias, medias verdades y mentiras enteras en las que un denominador común, a saber la incompetencia de este Gobierno nos ha sumido; para concretar que, definitivamente, la que suponía una de mis mayores incógnitas, a saber la de si Fernando VII fue en realidad el peor gobernante de España, ha quedado definitivamente resuelta. Como pista, basta decir que desde el pasado lunes el monarca descansa más tranquilo bajo un virtual epitafio que viene a rezar algo así como “A todo hay quien nos gana.”

Volviendo a la realidad, o por ser más conciso, al presente, lo cierto es que tras seguir de manera minuciosa, o sea, sin pasión, el devenir en el que nos ha sumido el proceso que supone, no lo olvidemos, el ingreso del Ébola en Europa; lo único que tengo claro es que si de verdad la seguridad de alguien depende de los que supuestamente velan por nuestra integridad, las compañías de seguros bien harían en presentarse en concurso de acreedores mañana mismo.

Abandonando el terreno de la ironía, y en este caso cuidándome con absoluto escrúpulo de ni tan siquiera rozar los terrenos propios del cinismo, lo cierto es que considero y así lo declaro abiertamente, superados los terrenos hasta los cuales un Gobierno puede esperar clemencia.
Porque efectivamente aceptando que el presente asunto responde de principio a fin a una gravedad que exige un tratamiento marcadamente científico, lo cierto es que desde este momento me declaro inútil en pos de albergar una mera sentencia válida a tal respecto. Sin embargo, y por correlación conceptual esto es, sublimando los factores incidentes, no considero menos acertado declarar que, efectivamente, los actuales terrenos han de ser ya cuando menos propicios para comenzar a esbozar una opinión, la cual sirva no para exponer la gravedad que la infección significa, cuando si más bien el peligro político que supone que ciertas personas sigan al frente de ciertas áreas, de ciertas responsabilidades.

Lo que viene a significar, e incluso se puede resumir en una única proposición: ¿Qué clase de filosofía o desarrollo conceptual resulta de aplicación para hacer comprensible el hecho de que la Sra MATO siga ejerciendo en España?

Apartando del presente, faltaría más, cualquier conato si no atisbo de intención científica, pero considerando que ello no supone la merma ni de un ápice en la importancia de cuanto podamos a bien desarrollar al respecto; lo cierto es que llegados a este punto, en el que hace unas horas que el Consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid se ha despachado con la zafiedad propia de dar por sentado que la culpa del espectáculo hay que atribuírsela a las mentiras de la contagiada; lo cierto es amplio es el escenario que se nos brinda a la hora de poder hacer descender la dignidad del discurso, sin que de lejos hayamos de preocuparnos del riesgo que pueda supone tanto arrastrar por el suelo nuestro discurso, ni por supuesto de la posibilidad de que con nuestra desazón, menospreciemos la inteligencia de los españoles. La cuestión viene a ser, una vez más, hasta que punto ellos no están subestimando el grado de aguante de los mismos.

Así, una vez descendidos al infierno de las cavernas, y tras haber pagado a Caronte el precio de nuestro viaje, pululamos por la Estigia como protagonistas de una nueva Divina Comedia convencidos como el precursor de que, efectivamente en la Historia podremos hallar no ya el remedio, cuando sí más bien la última esperanza de no perder nuestra condición de hombres.

Digo todo esto porque una vez revisados los discursos emitidos hasta el presente, tanto los actuales como los potenciales, o lo que viene a ser lo mismo comprendiendo lo que algunos han efectivamente dicho, e interpretando lo que no se han atrevido a decir; lo único que cada vez tengo más claro es que si no había ni un solo condicionante científico que avalara lo acertado de traer a los pretéritos infectados a España, a pesar de lo cual el Gobierno, desoyendo todos los consejos de la hoy reclamada Comunidad Científica, decidió traerlos; tan solo un condicionante parece albergar visos de mínima capacidad comprensiva, condicionante que inexorablemente pasa por asumir que este Gobierno es el único responsable de todo lo que está pasando.

Y recalco lo de este Gobierno, precisamente para evitar en cualquiera la tentación de introducirme el matiz de la acción de gobernar. Porque de haberse producido, la acción de gobernar digo, nos encontraríamos sin duda ante una excepción cual sería la de haber descubierto el primer caso en España de acción directa con consecuencia por parte de un Gobierno que nos había acostumbrado a la desazón del deja que el tiempo pase, que el tiempo lo desactiva todo.

Es así como el tiempo desactivó el asunto Prestige. Es así como el tiempo desactivó lo de las Huelgas de Educación. Es así como el tiempo desactivó lo del 15 M. Sin embargo en este caso el asunto es tan novedoso, que presenta una variable nueva y desconocida cual es la de comprender que el tiempo en este caso juega indefectiblemente en nuestra contra. La constatación de lo que digo es evidente. Estadísticamente es tan solo cuestión de tiempo que una enfermera muera por llevar a cabo de manera absolutamente profesional su trabajo.
Y es ahí, en la redundancia de la expresión absolutamente profesional, pero más si cabe en la concisión de las conclusiones que de la misma pueden extraerse; donde pido un máximo de atención porque, si conforme a los protocolos establecidos, el desarrollo del proceso fue conforme, a pesar de lo cual una profesional se debate hoy entre la vida y la muerte, ¿podemos concluir que efectivamente fuera cual fuera la conducta desarrollada resultaba imposible salvaguardar la seguridad tanto de la profesional, como de cualquiera de los demás integrantes de los equipos que ejercieron su labor en los días y lugares conocidos?

La cuestión no es arbitraria, ni mucho menos caprichosa. Más bien ha de integrarse dentro del discurso con el que algunos justificaron en su momento la ya demostrada como netamente peligrosa conclusión del proceso que concluyó trayendo a España a los dos misioneros que no lo olvidemos, desencadenen en términos netamente objetivos las variables que conforman el actual escenario.
Así, a día de hoy no habría de resultar descabellado el exigir la asunción de responsabilidades a todos los responsables políticos que desde los distintos escalones de la Administración Pública afirmaron ni cortos ni perezosos, que el traslado de los  misioneros no había comportado riesgo alguno para la seguridad.

¿Lo entendemos, o de verdad hace falta un croquis?

Desbaratado desde su génesis cualquier proyecto que pudiera redundar en alguna suerte de discurso político encomendado a exonerar culpas (obviadas las zafiedades se entiende), creo llegado ya el momento de declarar nulo el intento de implementar el ejercicio más cercano a la fe que ni tan siquiera a la esperanza, por el cual algunos llevan casi setenta y dos horas diciéndome que alguien asumirá sus responsabilidades. Llegados a las horas que son, ciertamente horas ya no cristianas, me atrevo a especular con la posibilidad de que efectivamente nos acostemos un día más no ya con la satisfacción, sino abiertamente con la vergüenza, de comprobar que, efectivamente ni Dios, parece estar convencido de la necesidad de reponer la maltrecha moral, con dimisiones.

Echando la vista atrás, concretamente a aquellas fechas en las que debatíamos si este Gobierno estaba conformado por tecnócratas, o más bien por auténticos políticos, solo una duda se nos materializaba, la que transcurría en la imposibilidad de ubicar con viso de certeza ni en un lugar, ni en el otro, a la Sra. MATO. Así, su presencia en el Gobierno del, no lo olvidemos por favor, Presidente RAJOY, había de responder a la única certeza que a tenor de la objetividad ideológica podíamos esperar, certeza que se plasmó del todo cuando la vimos al frente de la Cartera de Sanidad. Ideológicamente el otro reducto en el que una persona de este calibre puede formar parte en un Gobierno de Derechas es, efectivamente, Educación.

Con ello, y una vez trasladado definitivamente el debate al terreno de lo político, parafraseando al Sr. RAJOY, con palabras que él mismo pronuncia en relación al grado de responsabilidad que en este caso existe entre un hecho, y su responsable dirigente, confieso que en este caso me identifico plenamente con él cuando afirma que: “(…) es así que en virtud de una acción, las consecuencias que puedan derivarse tanto del éxito, como por supuesto del fracaso de las mismas resultarán en todo momento legítimamente atribuibles a quien ostente la máxima responsabilidad en el momento esgrimido.”

Ciertamente, resulta difícil expresarlo mejor. De hecho, la afirmación resulta tan precisa, tan inspiradora, que tal y como ocurriera con la perla que la Sr. MATO dirigiese contra la por entonces titular de Sanidad en el Gobierno de Zapatero (seguro que os acordáis cuando a tenor de la expansión que de un caso de peste porcina entre dos Comunidades Autónomas, afirmó que cuando una Ministra de Sanidad era incapaz de evitar la expansión de una enfermedad, debía evidentemente de dimitir…) considero no ya licito, sino abiertamente un ejercicio de responsabilidad, el ampliar el abanico de personas a las que éstas han de serles exigidas. Si no por esperanza de que a estas alturas sirva de algo, sí cuando menos por decoro.
Volviendo así a CERVANTES, Es cierto que la falsedad tiene alas y vuela, no menos cierto que la verdad la sigue de lejos, arrastrándose.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.