miércoles, 29 de julio de 2015

EL FIN DE LA TRANSICIÓN ¿O RESULTA MÁS ADECUADO HABLAR DEL FIN DE LA TRADICIÓN?

Busco en lo más recóndito de las distintas concepciones que de este país tienen los que todavía no sufren de la tan temida amnesia pasajera en la que por otro lado una gran mayoría parece haberse instalado; y lejos de ser capaz de obtener una respuesta objetiva, o sea, procedente de los sustratos objetivos, no encuentro sino una remesa más o menos ordenada, prueba en su orden efectivamente de su ficción; de sensaciones tan solo comparables a las del adolescente que incapaz de cerrar por dentro la puerta, y todo hay que decirlo por cometer los errores propios del exceso de confianza, es sorprendido por el cabeza de familia en actitud onanista.

Sea como fuere o por ser más justos, como mejor proceda, ya va siendo hora de que este país comience a enfrentarse con el que se concibe sin el menor género de dudas como el mayor de sus problemas es decir, con él mismo.
Arranquemos así pues ordenando las ideas, en pos, quién sabe, si de albergar la mínima esperanza no tanto de encontrar las respuestas, cuando si más bien tan siquiera de hacer las preguntas adecuadas.

Una vez finiquitado el tan traído y llevado Proceso de la Transición, una realidad que como pasa con Plutón, a la mayoría les coge muy lejano, a pesar de lo cual todos o casi todos tienen opinión al respecto; lo cierto es que se encuentre o no éste absolutamente cerrado, o por otro lado tal cierre no se haya sino producido en falso; lo indiscutible es que nos ha dejado un país en el que resulta muy difícil encontrar sin forzar la mayoría de los componentes que por otro lado vendrían a componer lo que alguna vez llamaríamos Un Estado Integral.

Por alejar fantasmas, tanto conceptuales correspondiendo éstos a los elementos que vienen a dar luz a las líneas de argumentación; como reales de entre quienes semana tras semana acuden tan solo albergando la por otro lado sana afición de criticar; comenzaré por dejar claro que efectivamente, no estoy diciendo que el nuestro sea un Estado Fallido. Más bien al contrario lo que afirmo es que el nuestro es un Estado en toda regla, con todas las letras si lo prefieren, con la excepción consabida de las que hacen o una vez hicieron mención al sacrificio que inexorable ligado al compromiso terminan por convertirse en los albaceas de cualquier proceso de esta índole que por otro lado se precie.

Dicho de otra manera, y parafraseando a un gran amigo con la esperanza de que no se enfade, El español conforma día a día una suerte de tesis cuyo comportamiento demuestra su convicción de que el sudor se limpia peor que la sangre.
Lo expresó no sé si mejor, aunque si desde luego con más sonoridad Julián MARÍAS cuando afirmó que (…) a un español de cualquier época se le identifica por sus conductas. Así, no esperes que cruce la calle por defender sus convicciones aunque éstas se encuentren en claro peligro, más no dudará en embarcarse hacia los territorios de ultramar si con ello salva el denostado honor de una dama, sea ésta o no, resultado de una mala ficción a menudo vinculada a un mal amanecer fruto de una mala noche, de peor vino.

Difícil expresarlo mejor, lo cual no hace sino reforzarnos en nuestras convicciones las cuales hacen presa ahora en cuestiones digamos, de corte procedimental.

Respondía así pues y llegados a este punto, La Transición, a los parámetros propios de un quehacer procedimental. Las consideraciones propias de tal naturaleza, entre las que evidentemente destacan aquellas que por cuestiones de matiz vienen a confundir lo que está sin hacer, con elementos que aún son objeto de profunda revisión a la vista de recientes hallazgos; van componiendo sin el menor género de dudas un escenario cuya mejor, por no decir única definición, responde a parámetros de inacabado.
Es así pues la Transición, o por ser más justos, su contenido, reducido, quién sabe si injustamente o no, a una mera milonga redomada compuesta a partir de milhojas de azúcar y hojaldre destinadas, como en el caso de la película de Julie Andrews, a que la píldora que os dan, pase mejor.
Remitida por correo urgente desde su vigente sección en el apartado de Historia Consumada, hasta su nueva ubicación junto a las obras de ASIMOV y CARTER, o sea, en Ciencia Ficción, deberíamos, a estas alturas, comenzar a pensar en la larga o corta sucesión de acontecimientos que han terminado por conducirnos, inexorablemente, a este aquí, a este ahora.

Citando casi a vuelapluma al Sr. Ministro de Hacienda quien hablando en este caso de asuntos vinculados con la obligación de crecimiento para con las tasas de déficit vinculadas a las CC.AA, diremos, repito, como aquél, que es así que no es la actividad de las Comunidades Autónomas sino más bien el quehacer de las personas que por otro lado integran éstas, quienes contribuyen con sus actos a incrementar o en su caso a reducir, las mencionadas tasas.

Hechas las salvedades obvias, y por supuesto respetadas las que sean de rigor, lo único que nos queda es la constatación evidente de que a las personas y solo a las personas, hemos de atribuir en justicia los logros, o en su caso los defectos, de cualquier actividad directamente a ellas vinculadas. Y una de las pocas certezas que a estas horas podemos seguir esgrimiendo es aquella en base a la cual la Política es, por definición, la actividad que inexorablemente más arraigo tiene de cara a las personas, por ende seres sociales destinados a confeccionar una sociedad que requiere de un esfuerzo organizativo.

Es llegado este punto cuando comenzamos a establecer las primeras diferencias. Así, categorizados los elementos que en base a su incidencia contribuyen de una u otra manera, con mayor o menor intensidad, en la confección del mencionado sistema; que podemos entre otros determinar el que denominaremos grado de responsabilidad que hacia lo potencialmente probable, existe.

Dicho de otro modo, existen diferencias de carácter digamos punible, que pone de manifiesto diferencias entre los que pueden por una lado tomar decisiones de carácter ejecutivo, a la sazón vinculante; y quienes están por otro lado ligados al proyecto esgrimiendo una tendencia que podríamos determinar como marcadamente pasiva.

De la traducción de la mencionada categorización obtenemos una categorización que bien podría hacerse ostensible aceptando por un lado la existencia de una minoría destinada a funciones ejecutivas; la cual es respaldada por una mayoría que paradójicamente ve a menudo reducida su función a una mera comparsa.

Si bien resulta incuestionable que a menudo la expresión de la opinión de la mencionada mayoría no es solo obviada sino lo que es peor, sometida a continuas manipulaciones condenadas cuando no a hacer pasar lo blanco por negro, promoviendo con éxito la insalubre conducta de hacer comulgar con ruedas de molino; lo cierto es que lejos de justificar el silencio y el ostracismo, semejante conducta materializada en el hecho de reducir el valor del sufragio al que puede tener una chocolatina en la puerta de un colegio no debería sino redundar en una permanente crítica traducible, al menos en tiempos como los que nos ha tocado vivir, en una suerte de tensión dinámica la cual, extendida de manera homogénea por las calles y plazas de todo el territorio nacional, contribuyera a la generación de una sana atmósfera traducción directa de la cual fuera la convicción de que si somos nosotros quienes nombramos Gobiernos, gozamos de la misma condición competencial a la hora de relevarlos.

Mas al contrario, de lo que somos testigos tras proceder con un análisis que ni tan siquiera requiere de la necesidad de ser profundo, es de cómo la verdad emerge en forma de la tantas veces denunciada falta de proyecto y compromiso por parte de quienes a la postre habrían de ser los más interesados en la evolución del proceso según estos cánones.

De tamaña falta de compromiso, analizada en base a un proceso de desintegración, para ser devuelta luego a su estado habitual procediendo de conformidad a los métodos Cartesianos los cuales no hacen sino avalar la certeza de las conclusiones; elevamos al rango de tal  la hasta ahora mera tesis en base a la cual en la base de todo el problema que a título integral hemos planteado, no reside sino una absoluta y lamentable falta de responsabilidad, aderezada con el consiguiente abandono activo de funciones que converge en torno a la franca negligencia.

Es desde tal universo, donde se pone de manifiesto un horizonte de sucesos en el que pueden convivir con absoluta sobriedad una vez más elementos tan inherentemente desvinculados como pueden ser la discusión de un Proceso de Autodeterminación desde el punto de vista digamos integrador, desarrollado por un Ministro de Hacienda que, como es obvio, resume cuando no reduce la totalidad de sus parámetros a los competentes para aplicar un algoritmo el cual, no os hagáis ilusiones, muchas veces trae aplicado de casa.

Parafraseando el título de una magnífica película…¿Vencedores o Vencidos?
Aunque tal vez resulte más adecuada esta otra: Todos eran culpables.



Luis Jonás VEGAS VELASCO.

miércoles, 22 de julio de 2015

DE LA OSCURIDAD Y LA LUZ, DE DIALÉCTICA SINCERA A COMPENETRACIÓN TENDENCIOSA.

Lejos quedan los tiempos en los que la oscuridad era el atributo romántico al que se acogían los desprovistos de razón,  incluyendo por supuesto a aquéllos a los que el amor les privaba de ésta, aunque fuera de manera transitoria. Ocultos tras una nube de humo y ceniza procedente de la incineración de los atributos de lo que presupusimos como nuestro futuro, sucumben no, han sucumbido ya los que en nuestros sueños una vez fueron logros perennes, destinados entonces y por siempre a arder cual llama procedente de la antorcha de Prometeo.

La realidad, o más concretamente la relación para la que con ésta nos preparan los que se han mostrado como auténticos adalides de la que bien podríamos denominar rebelión pasiva, han sido capaces no ya de imponernos primero su visión y luego sus principios; peor aún, han sido capaces de arrebatarnos los nuestros.

Antes de atreverme a dar por hecho que nos encontremos en condiciones de responder con un mínimo de conciencia a quienes crean que pueden emitir la pregunta obvia; a saber, la que plantea la duda atinente no tanto a cómo lo hicieron, cuando sí más bien a cómo les dejamos; hemos, por ser justos, de determinar las condiciones a partir de las cuales lo consiguieron.

Evidentemente, y en tanto que por proceder, o al menos por estar en relación con la evidencia, el proceso no pudo ni obviamente ha sido tan complicado.¿Cómo lograr en el caso que nos atañe algo tan aparentemente complicado como puede ser el que varios miles de millones de personas te entreguen no ya su dinero, sino especialmente su dignidad, sin que sientan la menor repulsa ante tal hecho? Sencillo, habilitando una distracción que permita reducir a un mero truco de prestidigitación lo que para otros hubiera sin duda supuesto la creación de un escenario cuando no de una infraestructura, capaz de sustentar hasta un discurso del mismísimo Presidente Obama.

Como en todo buen truco, lo de menos es el mago. O para ser más sinceros, en este caso en especial la magnitud del truco había de ser sencillamente brutal toda vez que la organización era perfecta conocedora de un hecho del que a la mayoría se nos fue informando después y con tiempo. Un hecho que sin más pasaba por constatar que los que habían de hacerse pasar nada menos que  por los magos, resultaron ser en realidad los más inútiles, incompetentes y en definitiva, ineptos, de cuantos en su momento habían formado parte de la comunidad a la que ahora, una vez más y probablemente no la última, había que volver a engañar.

Hay nervios en la platea. El público ocupa los últimos asientos…decrece la intensidad de la luz. La orquesta hace sonar los primeros acordes de la obertura. ¡El espectáculo acaba de comenzar!
Asistimos a la enésima representación del Espectáculo titulado “Vivimos según un modelo democrático”. Se trata de una tragicomedia que en principio fue escrita para ser representada según el modelo clásico de tres actos, a los que primero el éxito, y después la falta no de dinero, como sí más bien de calidad humana, hizo aconsejable añadir un cuarto. Total, ¿a quién iba a importarle? Su gran aceptación, vinculada a las cifras de seguimiento, estructuradas en esta ocasión no tanto en derredor del Share, como sí más bien del índice de aceptación que tiene la cita que cada cuatro años tiene con sus fans en la calle, bajo el formato de elecciones ¿cómo no? democráticas, viene a redundar una y otra vez no tanto en su éxito, como sí más bien en la sección de las tragaderas de los que una y mil veces, están dispuestos a seguir con el trágala.

Tal vez en un gesto de humildad, o quién sabe si de ignorancia, lo cierto es que a ninguno de los coreógrafos encargados se les ocurrió, afortunadamente, probar suerte con la que sin duda hubiera supuesto una arriesgada apuesta; la que hubiera pasado por afirmar que entre los pasajes del drama representado en tamaño libreto se reconocían las formas de los grandes, de los Clásicos. ¡Dios mío cómo hubiera ganado el preámbulo del Tratado de Maastricht de haber podido decir que tras sus eslóganes y falacias economicistas se escondían en realidad las palabras de Sófocles! ¿Se atreve alguien a indagas conmigo cuánto hubiera ganado el Acta Fundacional de la CECA de haber supuesto que el mismísimo Jenofonte se habría sentido identificado con tal en pos de hallar las formas en pos de su obra Las Helénicas?

Mas casi al final, como casi siempre, todo se viene al traste. Porque la tragicomedia es en realidad una falacia, interpretada por el mayor de los Sofistas, destinado como  en coherencia le corresponde no tanto a informar, como sí más bien a entretener. La causa es evidente, está destinada a la chusma.

Pero no adelantemos acontecimientos, ayer como hoy, contar el final de la película antes de tiempo se convierte en la mejor manera de perder amigos, o de encontrarse con lo que uno no busca.
En realidad resulta mucho más entretenido prestar tanta atención a la obra, como al desarrollo de los tiempos que le son propios. Y en este caso además, por tratarse de una representación digamos, interactiva, hasta el papel del público resulta de cierto interés.

Como es propio de estos autores, a la vista por supuesto de sus obras, deciden como es casi obvio poner desde el principio toda la carne en el asador y no resulta por ello inadecuado, sino simplemente emocionante reconocer tras la máscara de los actores que abren el primer acto las hechuras de Democracia y de Libertad las cuales, en un plano nada forzado, resultando por el contrario todo un alarde de coherencia, planifican desde la paz en la que a menudo se prodiga lo que reconocemos como ignorancia los desvaríos en los que bien podríamos identificar los juegos felices de los tiernos infantes.

Pero no habiéndose extinguido aún del todo los trinos agudos que, interpretados por la dulce cítara vienen a representar la dulce alegría que solo puede ser reconocida en la emotividad cándida de un niño; el fagot y el oboe emergen de la profundidad propia de los espacios vigilados por Cancerbero, dispuestos a traer ante nosotros los peores presagios.
Presagios que adoptan formas no por inusitadas menos reconocibles, tras las cuales de manera efímera podemos reconocer los ardides propios de Mitología y de Creencia, no tanto guardianes como sí más bien vasallos, aunque ellos lo ignoran, o al menos en dar tal apariencia se esfuerzan, de la que resulta ser la farsa por antonomasia, la que pasa por necesitar hacer pasar por imprescindible la necesidad de las deidades a la hora de, precisamente, dar explicación a lo más terrenal y vacuo que tenemos, a saber, nosotros mismos.

Han de buscar pues un encantamiento que faculte la transmisión de lo divino, para que sea comprensible, menos ajeno, tal vez, a lo humano. Y lo encuentran en La Razón que pese a ser un instrumento, cuando no una aptitud, de lo humano; se mueve con prontitud, e incluso sin enajenarse, manipulando a su aparente albedrío las ideas, compuestas unas veces con las delicias del cielo, otras con el miedo de los infiernos; pero siempre con materia más propia de lo onírico.

Sueños pues, de grandeza cuando carecen de sustento, de progreso cuando algo de base tienen. Más de una u otra forma compuestos desde la constatación evidente del multidisciplinar progreso, la forma científica, que por otro lado linda con lo pagano, de la constatación del Pecado por excelencia a saber, el de creerse capaz de jugar a Dios.

Incapaz pues una vez más de conjugar sus dos naturalezas, el Hombre dilapida por enésima vez el capital moral que no debemos olvidar no le ha sido sino prestado, para acabar cediendo a la enésima manifestación del catalizador que le mantiene esclavizado al vincularle de manera perentoria para con su gran deuda, el afán de poder sustentado en la acaparación de riquezas.

Muere así una vez más, quién sabe si afortunadamente para esta generación por última vez, la que por otro lado había surgido como enésima manifestación del eterno posible que subyace a todo potencial humano y que a saber se empeña en mantener ocultos los secretos e ingredientes de la fórmula que al menos en apariencia está destinada a hacernos libres.

Pero a nosotros solo nos está permitido constatar que ni hoy, ni seguramente mañana, la tan ansiada Libertad haya de materializarse ante nosotros.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

miércoles, 15 de julio de 2015

DE CUANDO EUROPA SON CATORCE CONTRA CATORCE, ¡Y AL FINAL GANA ALEMANIA!...

O como decían los que formaron la generación que nos precedió: “Para este viaje, no nos hacen falta alforjas”.

Anochece un día más, y lo hace dejando en nuestro derredor esa sensación conocida, aunque no por ello menos desagradable, que lejos de poder definirse a partir del conocimiento de sus componentes, desgraciadamente solo puede afrontarse desde la suma de emociones que adosadas en el estómago, y pegadas al hígado, recorre una vez más nuestra propia conciencia en tanto que de nuevo asumimos otra renuncia a participar desde tal proceder, el de la conciencia, a la vista de lo que no ya solo Grecia, en realidad toda Europa, nos vemos obligados a tragar.

En cualquier caso, y convencido de que seguir por semejante camino constituiría un grave error toda vez que bien podría convertirse en una suerte de reduccionismo traducido en una treta aparentemente encaminada a regalarnos un atajo; lo cierto es que de la observación todo hay que decirlo, especialmente atenta no tanto de los acontecimientos, cuando sí más bien de los protocolos mediante cuyo desarrollo se ha llegado a los mismo, podemos, a pesar del corto periodo de tiempo transcurrido determinar la existencia cuando no de un análisis proverbial de las circunstancias, sí al menos de un apercibimiento global suficiente en todo caso para inferir una superestructura competente, al menos en lo que concierne a la elaboración de un esquema conceptual de una serie de pautas perfectamente reconocibles toda vez que a las mismas, lejos de podérseles atribuir algún tipo de originalidad genial, pecan de un tufo rancio procedente, ¡cómo no! de su condición de corresponderse con los procederes que aquí diríamos propios de las “Batallitas del Abuelo”, a los que por otro lado los teutones son tan dados.

Decía Clemenceau que: “La Guerra es algo demasiado serio como para dejarlo en manos tan solo de los generales”. La cita, que puede ser o no censurable en lo atinente a la conveniencia estética, toda vez que en lo concerniente a lo conceptual a mí se me antoja no solo adecuada, me atrevería a decir que francamente acertada; no hace por otro lado sino poner de manifiesto, retornar a la actualidad diría yo, el que sin duda se corresponde con el mayor rasgo de carácter del alemán de pro a saber, la absoluta convicción de que el mundo sin ellos, sería menos mundo, a lo cual alguno muy probablemente añadiría que a lo mejor sin Alemania, el mundo resultaría verdaderamente difícil de concebir.

Dejándonos de rodeos, lo que a título de procedimiento se resume en estar dispuestos a pagar el precio convenido por dejar de emplear términos políticamente correctos para ir más allá o sea, los empleados para decir cosas que superan con mucho lo políticamente correcto, no diremos nada nuevo en tanto que tan solo constataremos una realidad cuando decimos que el genoma alemán se encuentra mayoritariamente compuesto de un genotipo violento, que acaba por traducirse en un fenotipo con evidente propensión a resolver las cosas por las bravas. Y desde tal concepción digamos de origen, todo lo demás son excusas.

Porque de excusa ha de considerarse tanto el incidente de Sarajevo, como especialmente la manera de traducirlo al escenario político hacia el que Alemania decidió converger, ¡cómo no! llevando por delante de sus Ministros, a su Jefe del Estado Mayor en un momento en el que no debemos olvidarlo, Gobierno y Estado Mayor se hallaban constitucionalmente exentos de la tantas veces demostrada desagradable labor en la que habitualmente se convierte el que los militares hayan de explicar a civiles cosas “para las cuales éstos no están preparados”, sencillamente porque son civiles. (Extracto del Acta de la “Conferencia de Postdam” de 1914).

Tratando de no resultar excesivamente grandilocuente cuando no hacemos sino esmerarnos en el desarrollo del proceso destinado a poner de manifiesto que si bien es cierto que la historia no se repite, no lo es menos el hecho de que los elementos parecen confabularse en aras de confeccionar un contexto que por reconocible sí que permite a veces inferir la sucesoria procesión de hechos por otro lado fácilmente reconocibles; lo cierto es que sin inferir necesariamente una relación directa entre los hechos traídos a colación, y por supuesto las consecuencias de carácter beligerante fácilmente reconocibles en el interior de las estructuras que cristalizaron en la concepción y composición sobra la que hoy redunda el proceso europeo; no resulta menos cierto, y por ende menos adecuado decir que muy probablemente el actual estado de las cosas no tanto esté relacionado sino que más bien esté estrechamente vinculado a esa suerte de síndrome de Tratado de Versalles en el que todos, por ende unos y otros nos hemos refugiado, posiblemente buscando una salvaguarda desde la cual otear el horizonte en busca de poco menos que una excusa a partir de la cual levantar el patético edificio de las excusas desde el cual soñar con la posibilidad de poder, una vez más, renunciar a nuestra cita con la historia.

Que a nadie se le escape. El actual estado de las cosas constituye el debe que tiene sometido a Europa desde mediados del XIX. Un debe que se corresponde formalmente con lo que se atribuiría a una hipoteca, de la que el beneficiario es a título único el país alemán, hipoteca que por otro lado ha sido una vez más suscrita por todos y cada uno de los que componemos el resto de ¿el sueño europeo?

Que los escrupulosos se abstengan de seguir leyendo, por favor. Porque no solo me dispongo a decir que todo lo que comprende el actual estado de las cosas no es sino la constatación de un plan larga y perfectamente pergeñado por las Instituciones Bávaras, sino que me empecinaré, sin perder la razón por supuesto, en traer a colación la larga lista de implementaciones que permite ubicar en la Historia tamaña sensación.

Siglo XIX. Sin duda, otros tiempos, sin duda otra forma de ver e interpretar las cosas. A pesar de ello, o tal vez debido a ello, las concepciones que desde entonces pero por ser más exactos a partir de entonces serán fácilmente reconocibles en el digamos Espíritu Alemán que impregna sobremanera toda concepción de la realidad, determinan con un carácter altamente imperativo el genoma de un todavía incipiente y sin duda dubitativo Imperio Alemán.

Por decirlo de manera adecuada, en aquel momento Europa todavía estaba en condiciones de librarse de Alemania. Pero la ocasión, como ocurre con la mayoría de las consideraciones que atinentes a la historia componen un hecho trascendental, pasó enseguida. Así Alemania no perdió ocasión. Por primera vez, y no sería la última, se enorgulleció interpretando como un síntoma de debilidad lo que en realidad no era sino un ejercicio de transigencia desarrollado por una Europa que involucrados en la segunda mitad del XIX se bandeaba realmente bien, sin tener que soportar los dichos que precedían a las conductas impropias desde las que una ya envalentonada Alemania pretendía no tanto interpretar como sí más bien imponer las que ya por entonces eran las reglas del juego desde las que se confería no solo Europa, por complementariedad el mundo entero.

Rauda y veloz primero Alemania como pueblo, y después en una bella coreografía sus gobernantes, fueron uno tras otro despojándose de los corsés que oprimían sus lascivos pensamientos, los cuales tenían como objetivo dinamitar los rígidos esquemas que hasta ese momento habían no tanto limitado el desarrollo de los por entonces países miembros, como sí más bien habían servido para garantizar la pervivencia de un modelo basado en la convivencia reforzada en una especie de aforismo que viene a decir que la estabilidad de Europa la proporciona lo débil de una suerte de tensión dinámica que mantiene unido todo el entramado continental; mientras que la todavía más frágil estabilidad exterior depende de la hegemonía que sobre las aguas ostenta la indiscutible Armada Británica.

Es entonces cuando no tanto surge sino que más bien se impone, la controversia. Una controversia cuya conceptualización igualmente se percibe desde la comprensión de una frase pronunciada por el por entonces Ministro de la Guerra, Moltke: “No se trata tanto de que Alemania desee hacer sombra a nadie. Se trata más bien de comprender, o a lo sumo aceptar que Alemania quiere hacer uso de su derecho a tener su parcela de terreno soleado”.
Es a partir de la comprensión del Jugendstil Militarista que impregna tamaño aforismo o lo que es lo mismo, una vez que nuestros falsos traumas asociados al supuesto bochorno del Tratado de Versalles han caído para dejar paso a la verdad; que comprendemos hasta qué punto la verdad alemana es tan difícil de comprender, en tanto que imposible de asumir, al menos en tanto que no se emplean métodos militares.

Comprendemos entonces que el verdadero potencial destructivo de Alemania subyace al alma de cada alemán. Un alemán que solo otro alemán como Bismarck puede comprender, a la par que radiografiar como resulta de la afirmación según la cual ningún logro para el que  resulta necesario el despliegue militar, es en realidad merecedor de tamaño esfuerzo.

¡Y Bismarck pasa a la historia como “El Canciller de Hierro”.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

miércoles, 8 de julio de 2015

DE NUEVO LA MEDIOCRIDAD, SI NO COMO CAUSA DEL DESASTRE, SÍ COMO MUESTRA DE LA INCAPACIDAD PARA HALLAR UNA SOLUCIÓN.

“Los aliados de Esparta, de modo especial los tebanos, pidieron que la ciudad fuera arrasada, los hombres exterminados, y el resto de la población vendida como esclavos, pero los espartanos una vez más dieron prueba de prudencia. Dijeron que no se podía tratar así a una ciudad que había hecho unos méritos inmensos en la defensa de la libertad de todos los griegos, y que se limitarían a volverla inofensiva para siempre. Fueron, pues, comunicadas las condiciones de la rendición: El derribo de las murallas y de las Largas Murallas, la entrega de toda la flota superviviente con excepción de doce naves, la aceptación de una defensa espartana en la Acrópolis, y la entrada en la liga peloponésica en una posición de subordinación.”

El texto, en contra de lo que pueda parecer, no tiene relación alguna con la actualidad, si bien parece directamente extractado de cualquiera de las columnas de desopinión con las que desde hace varios días el engendro híbrido en el que amenaza convertirse el nuevo binomio conformado por El Diario El País (arrojado en una franca carrera nihilista) y El Diario El Mundo (empecinado en una no menos loca carrera dirigida hacia ¿…quién demonios sabe hacia dónde se dirige El Diario El Mundo)? dan sobradas muestras de lo intoxicados que nos necesitan a los ciudadanos de cara a lograr hacer creíbles muchas de las barbaridades que sobre Grecia y por supuesto sobre su muestra de coraje en forma de referéndum, llevan más de una semana ¿publicando?

El texto corresponde a un extracto de las consideraciones desde las que Lisandro describe la que será la definitiva victoria de Esparta sobre Atenas. Hecho que acontece más o menos a finales del Siglo V antes de cristo, y que tiene su origen, como tantas y tantas y tantas veces en al desmedida ambición de un hombre, en este caso Nocio el cual, incapaz de medir la repercusión de sus actos (tanto si éstos hubieran tenido éxito, como de haber fracasado, tal y como fue); terminan por promover el derrocamiento final de Atenas.

Hecha esta “pequeña salvedad” en el pasaje están, o al menos se denota el “efecto que su pretérita presencia ha dejado”, de todos y cada uno de los elementos que los siempre mal llamados “tratados de paz” han contenidos. Elementos a menudo aparentemente destinados no tanto a promover la paz, cuando sí más bien a convertir a los enfrentados en una suerte de bomba de relojería, destinados pues a volver a enfrentarse por no haber logrado si no, aplazar la resolución de su conflicto.

Planteamos así, aunque de manera hemos de reconocer un tanto rebuscada, los motivos que llevan a la redacción de estas líneas, los cuales no pasan bien es cierto más que por la necesidad de constatar la certeza defendida por el que un día más asume la redacción de la presente desde la absoluta convicción de que Europa cuando no el mundo no estarán en disposición de arreglar sus problemas en tanto, entre otras cosas, no tengan el valor suficiente para, en este caso, reconocer a los protagonistas de la desazón…
Derribar la Muralla Larga. Entregar toda la flota salvo doce naves. ¡Incluso permitir la ingerencia en política interior que subyace tras la demanda de la defensa conjunta de la Acrópolis! Lo dicho, con unos pocos retoques seguro que pasaba y bien podría haber sustituido al inexistente documento que ayer esperaba la Troika.

Lo cierto es que no hemos descubierto nada. De hecho Europa está literalmente forrada de documentos como éste, símbolo por otro lado de guerras por fraticidas no menos estúpidas.

¿El Conflicto del 14? ¿La Segunda Guerra Mundial? Sin desmerecer un ápice los respectivos considerandos que a tenor pueden convertir a tales en dignos representantes de la consideración; lo cierto es que yo me refiero al estado en el que se halla Europa en 871.
Con un Imperio Alemán emergente, que por ser más concienzudos debe su auge al paulatino detrimento en el que hemos sumido al Imperio Austrohúngaro, lo cierto es que solo la capacidad de Bismarck no tanto para evitar la guerra, como sí más bien para postergarla, fue lo que mantuvo la por otro lado ilusoria convicción de que una Europa en paz eran tan posible como por otro lado deseable.

Pero más allá de lo que se ve, de nuevo lo que se echa de menos es la presencia de una serie de capacidades, de aptitudes si se prefiere cuya presencia, además de requeribles, de demuestran hoy, pasados casi ciento cincuenta años, como los elementos vitalmente responsables no tanto de que la paz perdurase, como sí más bien de que la guerra no lograse encontrar un resquicio a través del cual colar sus argucias.

Es así que por primera vez más de considerar, afirmamos, que lo que hizo posible retrasar la Guerra hasta 1914 no fue sino la especial capacidad de un Bismarck cuya general grandilocuencia dio paso en esta ocasión a toda una lección de conocimiento estratégico.

Porque fue Bismarck, y nadie más que Bismarck, quien logró llevar a Europa del enajenante por generalizado sentimiento de que la guerra era imparable, a la por otro lado acuciante convicción de que la paz no solo era posible, sino que la constatación de un largo periodo de paz convendría a todo el mundo.

Llegamos pues a lo más emocionante. ¿Cómo lo consiguió? Fácil, desterrando de todo proceder alemán la percepción de que el resto de países eran inferiores, o carecían de los mismos derechos que la propia Alemania.

Resulta sorprendente ¿verdad? Sobre todo hoy cuando lo que con más fuerza se remarca es no ya la evidente falta de altura de miras de la mayoría de nuestros políticos.

Decía hoy un Portavoz del Gobierno de España que: “Los Gobiernos surgen de la voluntad manifiesta del Pueblo expresada mediante el voto; hecho éste por el cual son merecedores de todos y cada uno de ellos.” ¿De verdad nos los merecemos…todos, todos?


Luis Jonás VEGAS VELASCO. 

miércoles, 1 de julio de 2015

DE LO DIFÍCIL QUE RESULTA PONER NADA NUEVO BAJO EL SOL. (AUNQUE SE TRATE TAN SOLO DE JUSTIFICAR UNA CONDUCTA PROPIA DE TIRANOS).

Necesitados una vez más de redefinir no tanto conceptos, como sí más bien los contextos a los que éstos pueden ser achacados, acudimos de nuevo a desmentir el popular: la Historia está condenada a repetirse. Basta un ligero aunque por ello si cabe más sincero repaso a los fenómenos en los que precisamente la Historia amenaza con convertirse precisamente en redundante, para comprender hasta qué punto lo que tiende a repetirse no es la Historia, cuando sí más bien los contextos en los que el devenir histórico en consecuencia correspondiente puede aplicase una y mil veces. Tal vez de ahí el supuesto malentendido.

Por ello que una vez superados los estertores que se reproducen una y mil veces en mi cuerpo cuando a la vista de cómo se está desarrollando el que bien podríamos denominar sin riesgo de equívoco modo de hacer respecto de la nueva Tragedia Griega; llego a la conclusión que me permite redundar en una suerte de solución al galimatías, y que inexorablemente pasa por comprender que Alemania trata de gilipollas a Grecia, a la par que Grecia actúa no obstante como si los deficientes fuésemos los demás; que se me organiza tal acaloramiento en la cabeza que, siguiendo los esquemas de Sócrates cuando sometía a análisis una y mil veces las cuestiones con las que de forma burda le retaban los sofistas, necesariamente he de llegar a la conclusión de que, si una vez exploradas todas las líneas de pensamiento conocidas, la solución sigue sin ser no viable, (que no no satisfactoria), sin duda es porque alguna línea de pensamiento nos es desconocida, en tanto que no se ha sometido a exploración ¿todavía?

Porque no es precisamente hasta la plena escenificación del nuevo tiempo que ante nosotros se pone de manifiesto, precisamente al ratificar el uso del concepto todavía en la más amplia acepción del mismo, que no comienza a quedar claro un hecho por otro lado capital y que pasa por asumir que la comprensión de los parámetros desde los que se plantea la Tragedia Griega, han de ser tomados en consideración acudiendo a preceptos del pasado, a la sazón históricos, teniendo después la audacia necesaria para asumir las consecuencias de los mismos.

Resulta entonces que, aunque sea a título descriptivo, podemos comprobar acudiendo a TUCÍDIDES una vez más, que la cuestión que hoy nos sorprende ha de hacerlo no tanto por su originalidad, cuando sí más bien por nuestra ignorancia; toda vez que algo muy parecido aconteció ya en la Grecia Pre-helenística, con resultados tan desalentadores como poco prácticos todo hay que decirlo ( y los griegos, ya fueran espartanos o de Atenas valoraban, por encima de todo, los resultados de los acontecimientos que siempre bajo la atenta mirada de los dioses ellos ayudaban a desentrañar).

Por eso que a partir de la lectura que en relación a los hechos del pasado hacemo vinculados a la gestión que Cleón llevó a cabo dentro de la que podríamos denominar enésima crisis a desempeñar entre espartanos y atenienses, que ante nosotros se pone de manifiesto y además lo hace de manera clara y distinta, la constatación del hecho que ahora y entonces se revela como la gran diferencia, como el gran elemento que convierte a la Democracia en un régimen genial toda vez que supera con mucho al que nos ofrecería una situación de mera superación de la Tiranía. Estoy hablando por supuesto de la Diplomacia.

Tenemos así pues el concepto de Diplomacia esgrimido no tanto en su proceder estático, por ende conceptual, como sí más bien en el dinámico, de procedimiento. De esta manera resulta cuando no sencillo, al menos natural, establecer el paradigma por el cual en el pasado de la Grecia que hoy nos ocupa, y que por entonces se describía a partir de los enfrentamientos de Atenas contra Esparta, y de éstas contra Persia; se define hoy no tanto desde la comprensión de los conceptos, como sí más bien de que los esquemas dentro de los cuales tales conceptos adquieren relevancia proceden no tanto de conceptos nuevos, cuando sí más bien contradictorios si nos empeñamos en inferirlos de los cánones modernos.

Así, cuando Cleón vio la oportunidad de enajenar el espacio que de manera digamos natural le correspondía a Pericles; la falta de lógica de tal proceder queda no puesta de manifiesto, como más bien mitificada en el momento en el que el exceso de ambición de éste le lleva a protagonizar episodios como el de la Toma de Estágira, a la larga el desencadenante de las Guerras del Peloponeso.
Puestos en disposición, una embajada de la victoriosa Atenas, cumple con el protocolo de enviar embajada negociadora a la colonia con carácter previo a su destrucción. El dramaturgo Aristófanes nos regala el diálogo que se desarrolla, previo por otro lado a los acontecimientos que desarrollaron la absoluta destrucción de toda la Colonia.

Estamos convencidos, frente a vosotros, que sois personas informadas, de que en las cosas humanas la justicia se plantea solamente entre cosas iguales. En caso contrario el más fuerte hace lo que está en su poder, y el más débil cede.
(…) Pero. ¿Cómo resultar útil  para nosotros el convertirnos en esclavos del mismo modo que para vosotros lo es el ejercer el poder?
Porque vosotros, en vez de sufrir males mayores seríais súbditos nuestros y nosotros, ahorrándonos el tener que eliminaros, saldríamos ganando.
Vosotros que sois débiles y os jugáis vuestro destino a una sola carta, no queráis pasar por esta experiencia; no queráis asemejaros al gran número de aquellos que, teniendo aún la posibilidad en gran número  de salvarse dentro de los límites que impone la naturaleza, cuando en medio de una situación crítica, les abandonan claramente las esperanzas, buscan apoyo en ilusiones oscuras, como la adivinación, el oráculo y todas aquellas prácticas que, junto con la esperanza, acarrean la desgracia.

Se trató en realidad de lo que podríamos llamar el principio del fin. ¿La causa? Evidente. El exceso de salvedad de la insigne Democracia Griega les llevó a comportarse en consonancia con lo que hubiera sido propio de la mayor de las Tiranías: Los varones fueron pasados por las armas. Las mujeres y los niños vendidos como esclavos. Y todo, ¡faltaría más! Para mayor gloria de la Democracia.

Retomando pues de nuevo el presente, tenemos una consideración a partir de la cual resulta plausible someter a consideración la posibilidad en base a la cual las causas por las que el diálogo entre Grecia y el Eurogrupo parece desarrollarse en términos incoherentes porque los interlocutores parecen no compartir el mismo idioma;  tenga su origen en la realidad no contemplada en base a la cual ambos conversadores no comparten en realidad voluntad esto es, ambos parten ya de saberse en la que habrá de registrarse como casilla final para ambos.

Así mientras la Nación Griega no comprende que Tsipras, como dos mil quinientos años ante lo hiciera Cleón, tense la cuerda hasta que el acuerdo sea del todo imposible por perderse finalmente la lógica del servicio; Europa cede ante la nueva Persia (Alemania) los cánones y por ende todo vestigio de responsabilidad moral ante la posibilidad de que mañana, alguien exija responsabilidades.

Ahora de verdad me negáis que, sobre poco más o menos, todo está escrito.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.