miércoles, 25 de septiembre de 2013

DE EL SILENCIO DE LOS CORDEROS.

Nunca antes el hombre, en su condición de ser histórico por antonomasia, había tenido certeza tan plena, a la par que tan concreta, del inminente colapso  de todo aquello que en definitiva le es propio.

Resulta paradójico, abandonando en cualquier caso el menor asomo de caer en la tentación que nos ofrecen los tópicos, comprobar cómo en el tiempo que nos es propio, resulta precisamente la tenencia generalizada de saber, lo que precisamente nos arroja con más fuerza hacia las controvertidas llamas que se desprenden de las nuevas hogueras, traducción directa de la Nueva Inquisición que ha surgido, macilenta y pese a todo potente, al albor de nuevas deidades y mitos, propensas no a los viejos conocimientos, sino a los nuevos deseos de deidades protectoras.

Vertemos así nuestra sinrazón en una suerte de desquiciada búsqueda, en la que los excesos generalizados que conviven como denominador común de nuestra sociedad, se muestran cada día de forma más inequívoca como verdaderos catalizadores, cuando no abiertamente como verdaderos causantes, de nuestro más profundo desasosiego, cuando no de nuestras más temibles desgracias.

Se conforma así el Hombre Terrible, sobre el que ya KANT y DESCARTES teorizaron, y del que nuestro presente da muestras palpables a diario.
Se trata de un Hombre vacío precisamente por abotargamiento, un Hombre sordo, precisamente por su incapacidad para discernir, entre la absoluta cacofonía del exceso, el más mínimo atisbo de sonido hermoso, dentro de la Sinfonía de la Vida que al menos antaño llegó a ser la Vida.
La cólera y la ira descentran su otrora enorme pensamiento, forjando a base de frustración y renuncia el futuro de aquél que antaño apuntaba como la eclosión del proceso evolutivo que sin duda había nacido con La Ilustración.

La sensación de fracaso, por descomunal y sintomática, se adueña, poco a poco, quién sabe si a modo de último canto de responsabilidad, de todos y cada uno de los rincones y fibras que componen los últimos retazos de este Hombre fracasado que, en un atisbo de la peor de las condenas antropológicas que somos capaces de reconocer, o quién sabe si de imaginar; ha de pasear su miseria por el tiempo y por el espacio.

Como fracaso de La Ilustración, como quiebra del Humanismo, El Hombre ha de hacer del desasosiego que le produce vivir, el último aliento que le mantiene unido a la obligación de tantear a la Vida.

Ésta es, que no otra, la verdadera constatación de la crisis. Una constatación que va inherentemente ligada a la certeza de que tanto la duración, como la intensidad de la misma, no habrá de medirse en términos de Sociología, ni tendrá consecuencias estrictamente asociadas a la Economía. Más bien habrá de medirse en términos de Antropología, y será constatable en forma de cifras propias a la Astronomía.
No somos pues, la Generación de la Crisis. Somos más bien la Generación del Colapso. Un colapso que, parecido en su génesis así como en su evolución a tantos otros de los que sin duda nos han precedido; se diferencia no en vano de todos ellos en el hecho de que cuantos formamos parte del mismo tenemos plena consciencia de tal hecho. Siempre que la responsabilidad, y la capacidad para dominar nuestro miedo nos lo permitan.

Somos pues, la Generación Perdida por excelencia. Nuestros logros, representados de manera brillante en aquella teoría de los JASP (Jóvenes, aunque sobradamente preparados) ¿se acuerdan? Se erigen a la postre como la constatación definitiva de nuestra condena ya que ¿pueden aquéllos que sustentan el Sistema encajar nuestra llegada sin que de tal hecho se derive un peligro tan real como inminente?

La Generación del JASP. ¿En qué se diferenciaba de cualquier otra? Pues precisamente en el hecho inquebrantable de que la posesión del excelso conocimiento la convertía en la más peligrosa, precisamente no por ser indemne al miedo, sino peor aún, por tener en el conocimiento, y en los medios para postergar su dominio, la herramienta perfecta para mantener a los lobos alejados del redil, aún en las noches más obscuras.

Pero los lobos son muchos, son poderosos y lo que es peor, están sobradamente motivados, satisfaciendo con ansia aquéllos resquicios que en relación a cuestiones menores tales como el conocimiento, o la propia moral, podían quedar no obstante más descarnadas.

Comienza así pues, la enésima destrucción del sistema. La enésima constatación plausible de que el sistema funciona, en realidad alimentado por la energía que le proporciona la dialéctica. Una energía que produce calor a base de alimentar el enésimo y sin duda no último gran incendio.

Pero en este caso la situación no es tan simple. No solo eso, sino que además ha ganado violentamente en intensidad. El Hombre se ha hecho cada vez más complejo. Una complejidad directamente proporcional a la fuerza con la que éste se aferra a sus pensamientos. Una fuerza que se traduce realmente en base al arraigo que tales pensamientos tienen en la génesis del propio Hombre.

Hemos sustituido así pues el problema que antaño ubicábamos en torno al Génesis, por otro de índole mucho más privado, que pasa por la comprensión de la Genealogía de la Moral. Hemos superado con ello la tentación religiosa, para abrazar con denuedo la tesis de la Filosofía.

Pero siempre sin perder de vista el que conforma el denominador común de las tesis humanas. No tanto la necesidad de respuestas, como sí la continua necesidad de preguntas.
Hemos pasado así a ser vulgares conocedores, en tanto que el denodado empuje científico ha envilecido al Hombre privándole de aportaciones más netas, a saber emotivas o conceptuales.
Se impone con ello el Modelo de Hombre FRANKENSTEIN. Un Hombre forjado a partir de la unión aparatosa de multitud de componentes carentes a pesar de todo de la menor consistencia, por medio además de costuras vulgares que no hacen sino acentuar la sensación de incoherencia.
Un Hombre desposeído de humanidad, en tanto que antítesis de sí mismo, al ser del todo incapaz de descubrir en sí mismo un solo nexo común que le lleve a ver en los demás un solo vestigio a partir del cual, reconocerse a sí mismo.

Surge así la génesis del que a la sazón conforma el peor de los miedos, aquél que sabemos que será el último, toda vez que poseemos la certeza de que será el último, sin duda porque será él mismo el inequívoco camino que recorreremos raudos hasta nuestro fin. El miedo de no ser capaces de reconocernos a nosotros mismos, por no quedar ni rastro de humanidad.

Superada así la moral, abandonamos pues el camino de la Genealogía, para buscar en las cada vez más tenebrosas aguas de la Epistemología.
Una Epistemología que nos enfrenta en este caso, con nuestros enemigos más tenaces. Los que por otro lado más cerca están de lograr su objetivo, que no es otro que lograr nuestra perdición, seguramente porque son dueños de nuestros secretos más profundos, sencillamente porque son obra y creación de nuestra propia creencia, hechos en consecuencia a nuestra imagen y semejanza.

He ahí pues, el lugar exacto donde habemos de iniciar la búsqueda de las no obstante tan solo potenciales soluciones. El lugar donde radica la verdadera fuerza del terremoto que amenaza con destruir todos y cada uno de los elementos que conforman nuestra por otro lado aparente unidad.
El Todo como resultado es siempre mayor que el simple resultado de la suma de las partes por separado. Ahí redunda pues el sentido de la calidad del ataque del que estamos siendo objeto. Un ataque forjado a partir del ataque analítico esto es, forjado en la búsqueda de la destrucción de cada uno de los elementos por separado.

Habremos así pues, tal vez, de volver sobre nuestros pasos, y buscar en la génesis del propio monstruo de Frankenstein, en la genealogía del XIX, los elementos desde los cuales recomponer una defensa contra el actual periodo de tribulaciones que nos ha tocado vivir.
Unas tribulaciones que, como en el caso del monstruo, persiguen la desaparición de todo aquello que nos hace humanos, sustituyendo en el interior de cada uno de nosotros las partes que nos humanizan, logrando con ello la más eficaz de las alienaciones, aquélla en la que la borrachera de libertad en la que aparentemente vive el sujeto, le impide diagnosticar el grado de esclavitud que en realidad hace presa permanente sobre él y sobre su vida.



Luis Jonás VEGAS VELASCO.

miércoles, 18 de septiembre de 2013

DE LA TRANQUILIDAD QUE PROCEDE DE DILUIR LOS MALES EN LA MASA.

Decía Arthur C. CLARKE que salimos a poco más o menos treinta fantasmas por cada Hombre que, en la actualidad, tiene a bien poblar la Tierra.
Si logramos no ser excesivamente desafortunados en nuestros cálculos, obtendremos, en pos de la diligencia de la verosimilitud, la tremenda cifra de algunos cien mil millones de almas que bien pueden haberse hallado en alguna ocasión reposando sobre la faz de aquello que, hoy por hoy nosotros compartimos.
Siguiendo con tales condicionantes, o quién sabe si en fase de ampliar nuestras miras, lo cierto es que hasta esos mismos cien mil millones se eleva la cifra de estrellas que conforman nuestra Vía Láctea. Añadan a continuación un número mínimo de las mismas que puedan conformar espacios y tiempos acuciantes para lo que tenemos a bien definir bajo el ambiguo término de circunstancias viables para la vida, y sin duda acabaremos llegando, más pronto que tarde, a curiosas a la par que interesantes conclusiones.

Cien mil millones de almas, agrupadas todas ellas bajo el paraguas que respectivamente les proporcionaran los respectivos modelos sociales bajo los que tuvieran a bien aglutinarse. En todo caso infinidad de modelos, pensamientos, estructuras y realidades, encargadas cada una de ellas a su vez de dar respuesta a las múltiples incidencias que la Historia tuviera a bien poner delante de los mismos, conformando con ello un cúmulo de ecuaciones cuya solución aparecería, indefectiblemente ligada al contexto propio de cada una de esas realidades sociales.

Redirigidos ya nuestros acuciantes pensamientos a la por otro lado densa realidad que se nos regala, lo cierto es que parece indiscriminado, casi soez, retrotraerse en el espacio y el tiempo en busca de complicaciones. Es en realidad casi un ejercicio perverso una vez comprobado el estado en el que se encuentra el escenario que conforma nuestra realidad cotidiana.
A título de explicación, cuando no casi de disculpa consentida, habemos de acudir una vez más a la hemeroteca. En ella, tras un rato de búsqueda, acortada bien es cierto ante la ventaja que proporciona el saber lo que buscamos, encontramos una vieja cita según la cual “(…) así cuando uno es objeto de engaño una vez, puede acudir a la protesta. Cuando uno es objeto de estafa por segunda vez, quizá tenga derecho de amparo en la habilidad de aquél que le engaña. Mas cuando uno es objeto de estafa por tercera vez, quizá haya de ser consciente de la existencia de una mínima posibilidad que le haga partícipe, si no responsable, de la naturaleza del engaño.”

Si en más de cien mil millones de almas hemos cifrado el número de realidades con sentido humano que han poblado la faz de la Tierra, sin duda un número mucho mayor ha de ser el de ideas que se han suscitado en pos de determinar tanto nuevas formas de gobierno, como maneras de resolver los problemas con los que las antiguas formas de gobierno se enfrentaban.
Ideas, teorías, pensamientos pues todos ellos encaminados a visualizar, cuando no abiertamente a crear y en contadas ocasiones a consolidar, estructuras de pensamiento que por su buen hacer, o por su adecuación a la realidad vigente en cada caso, lograban materializarse en el más amplio sentido de la palabra, consolidando con ello “realidades” estructurales en torno de las cuales “acababan por pender” la práctica totalidad de los elementos sociales existentes, y en muchos casos aún pendientes de existir.
Mas el desarrollo e incluso la consolidación de estas en muchos casos ingentes realidades, topaban siempre con la realidad mortecina que consistía en nacer muertas, al llevar implícitas en su génesis la certeza de su absoluta destrucción la cual, inexorablemente habría de ocurrir en una mera cuando no sencilla cuestión de tiempo. No en vano el propio nacimiento de cada una de ellas, contaba en su acervo primigenio con la constatable condición de ser en sí mismas el resultado de la destrucción de la realidad que había existido previamente.

Es así que cualquier atisbo de absolutismo, vinculado a la consideración de la más mínima cuestión dogmática, que existe en forma de búsqueda de un sueño de pervivencia o infinito, queda así definitivamente descartado. El estudio pragmático nos lleva, unívocamente, a la constatación de la desaparición palmaria de cuantos llegaron a elucubrar alguna vez con el máximo sueño, el de la pervivencia.
Alejandro Magno, Aníbal, Escipión y muchos otros, así pueden constatarlo.

Una mera constatación de la realidad nos lleva a comprobar cómo, la simple y sencilla revisión de los acontecimientos, nos obliga, no obstante, a considerar con mucho cuidado el atisbo de excusa que hasta el momento parece subyacer a mis palabras.
Una de las circunstancias históricas que más me place a la hora de constatar hechos como los que hoy trato de dilucidar, se da en Toledo, en torno al año 589. Más allá de ser en aquél III Concilio de Toledo donde el Reino Visigodo abandona las tesis Cristianas auque arrianistas, para pasar a abrazar las doctrinas cristianas, todo ello bajo los auspicios de Recaredo, lo cierto es que, a pesar de la transcendencia del hecho, aquello que más me llama la atención es el poder comprobar cómo, curiosamente, Arrio nunca pudo presumir conscientemente de tener la provincia de Hispania entre aquéllas que le profesaban dado que, en el espacio de tiempo que unió los hecho descritos como el proceso que va de la salida del mensajero de Roma portador de la noticia del triunfo del arrianismo, hasta el reingreso de la noticia en Roma tras haber pasado por Hispania transcurrió tanto tiempo que no es que Arrio hubiera muerto, como realmente había ocurrido. Es que el propio arrianismo había caído en consideración de herejía.

Salvando lo obvio de las circunstancias, y aunque las mismas no se solapen sino en lo propio del tiempo y del espacio, lo cierto es que las evidentes conclusiones que inexorablemente han de extraerse pasan por lo irrenunciable de tener que aceptar que las diferencias obvias que surgen de la extrapolación de circunstancias cuando no de realidades tan diferentes en el tiempo; habrían de pasar por algo más que por el mero hecho de la constatación del libre transitar del tiempo para, por otro lado, alcanzar de plano aspectos más complejos, y por ello antropológicamente más satisfactorios por poder ser éstos atribuidos a la evolución.

Así que una vez que hemos desvinculado del mero tránsito de las informaciones el grado y la importancia de las conclusiones que de manera más o menos inherente pueden ir ligadas a ellas, lo cierto es que nos vemos en la obligación de acudir a circunstancias mucho más magníficas a la hora de concluir los efectos y resultados de las mismas.

Es así que de nuevo hemos de acudir a elementos mucho más representativos, a la hora de tratar de formarnos una opinión en relación a los múltiples elementos que, por bien o por mal han venido a conformar nuestra realidad. Una realidad sobre la que por otro lado aún queda esperanza de forjar un atisbo de coherencia si de nuevo, y pese al velo que todo lo cubre, somos capaces de dejar paso al rayo de claridad que la coherencia suele llevar aparejada.

Se trataría así en definitiva de hacer definitivamente comprensibles aspectos tales como los destinados a someter a consideración la posibilidad de comprender que la existencia de realidades espacio-temporales, no constituye en sí mismo un motivo válido a la hora de aportar a las realidades consideración limitativa, en esos mismos considerandos espaciales y temporales.
La comprensión de la realidad pasaría de forma inexorable por comprender así mismo que el desarrollo evolutivo de la realidad que llamamos sociedad, y de la que todos formamos parte, pasa ya inexcusablemente por comprender que el mero desarrollo de los individuos que la conforman ha conferido un nuevo marco a la realidad. Un nuevo marco que inexorablemente lleva aparejada la necesidad de modificar los parámetros existenciales, antes de que los mismos se conviertan por sí mismos en verdaderos yugos propensos a la opresión.

La comprensión de tales aspectos, cuando no al menos la puesta en plena vigencia de los parámetros que confieran actualidad al debate, conforman por sí solos una realidad lo suficientemente acuciante como para conferir por sí mismos un interés al orden de las realidades por otro lado más preocupantes que interesantes, que vienen de manera más o menos interesada, a enlodazar el espectro en el que se desarrolla la francamente viciada vida política actual.
De dar una respuesta equívoca a este debate, cuando no de no dar ni tan siquiera respuesta, bien puede depender el hecho de que dentro de unos pocos años, no ya no sea necesario remitir mensajeros, sencillamente porque realmente no quede lugar civilizado al cual dirigirlos.

Entonces, los cien mil millones de fantasmas, bien podrán exigirnos responsabilidades.



Luis Jonás VEGAS VELASCO.


miércoles, 11 de septiembre de 2013

DE DORSALES, SUBDUCCIONES Y DE LA IMPERIOSA NECESIDAD DE HALLAR UNA NUEVA FORMA DE CONCEBIR EL TIEMPO.

Cedo, una vez más al ya por otro lado tantas veces demostrado como insoportable vicio; por el cual accedo a dar otra oportunidad a aquéllos que en principio ostentan la función expresa de mi representación para, desde el desasosiego que acompaña a los juicios cuya sentencia es previa, tener que reconocer a cuantos me lo advirtieron que, definitivamente, la vuelta al cole no sirve sino para hacer bueno el aforismo que reza: los mismos perros, con distintos collares.

Y es así que una vez más, los mismos ladridos, acompañados, por qué no de algunos rebuznos, que no se acallan más que para dejar espacio a algún tímido valido de los que, para desgracia propia, y vergüenza de cuantos decidieron depositar en ellos su confianza; han decidido seguro que sin consultar a éstos, y por ende estafándolos como tantos otros, jugar el papel del pobrecito avergonzado que no sabía de esto.

Pero la verdad es que a estas alturas, ya nadie puede intentar refugiarse bajo el paraguas insolvente y carente de toda solidaridad de la ambigüedad.

El lamentable espectáculo que una vez más han dado hoy en la Cámara Baja “unos y otros”, ha promovido en éste que humildemente una vez más toma la palabra; la generación expresa de la certeza según la cual esos señores hace tiempo que perdieron en derecho, por otro lado un tanto artificiosamente atribuido, de representarme.

Y sinceramente, puestos a buscar un motivo válido a la hora de explicar las causas de tal decisión, no me duele por otro lado en reconocer que nada en las formas, fondos o en los marcos ha llevado a la Sesión que se ha cerrado hoy, a diferenciarse de las anteriores. Los mismos personajes, sentados en los mismos escaños, relinchando y pifiando ante los mismos estímulos, y promoviendo igualmente  las mismas farsas toda vez que los tiempos, una disciplina antaño tan valorada en Política, y que por otro lado tan alto encumbraba al Político que sabía emplearla; se ven ahora difamados en tanto que no solo son objeto de tasación por parte en este caso del Sr. POSADA, sino que más bien son objeto de la más tremenda de las difamaciones procedimentales, la que se logra, curiosamente mediante el pacto, entendido en este caso bajo cuerda.

Es así que inmersos una vez más en debates vacuos por lo inútiles sobre Luises y otros familiares, cuando no en conversaciones paradójicas como La Sinfonía del Silencio, en base a la cual un inspirado (más bien reforzado) Mariano RAJOY, amenazaba en silencio a la oposición; ha sido que, en medio de una gotera, y en plena disquisición sobre si de verdad la Sra. Vicepresidenta ha vuelto o no favorecida de sus vacaciones estivales; ha sido que la respuesta que para mí ha quedado respondida es una que ni siquiera me planteaba. Cuando menos no a título consciente.

Escuchando las ignominiosas interpelaciones de la oposición, respondidas por las fatuas cuando no manifiestamente cavernarias réplicas del Gobierno, ha sido que he venido como San Pablo, no sé si a tener sobre mí la luz de la inspiración, o más modestamente a llegar a la conclusión, presa sin duda no de una posible insolación, sino de la absoluta apatía; de la intuición por otro lado clara y perpetua de que las actuaciones, conductas y desarrollos mantenidos por unos y por otros, han de conducirnos a la alarmante constatación de que las dos estructuras partidistas que a día de hoy monopolizan en escenario democrático español están, por cuestiones obvias otrosí ganadas a pulso, totalmente inhabilitadas para desarrollar cualquier función otrora propia, siempre que ésta pasara, o alguna vez hubiera pasado, por representar con un mínimo de responsabilidad a la ciudadanía que compartimos en venir a componer el Tejido Social del Estado de España.

Y la deslegitimación que surge como primer gran corolario de la aceptación de la proposición anterior, nos sumerge, cuando no definitivamente nos sepulta, en el gran problema que subyace no tanto a la aceptación, como a la constatación de lo dicho. Problema que pasa por tener que comenzar a asumir, de manera explícita, aquello que hace siente comenzamos a comprender de manera implícita, pudiendo residir en ello uno de los condicionantes fundamentales del actual estado de crisis; el que pasa por aceptar que las estructuras, formas y procedimientos que desarrollan, facultan y en principio sustentan nuestro sistema, hace tiempo que han caducado.

Vivimos pues, en un mundo de fantasía. Un mundo en el que la ficción procede no de la ilusión hacia el futuro, sino que obviamente se ampara en legitimarse desde el pasado.
Un mundo obsoleto, rancio y carcomido, cuya esencia subyace precisamente en el procedimiento propio una vez más de prestidigitadores por medio del cual los que ostentan el poder han confundido la esencia del mensaje, cuando no la esencia del poder en sí mismo, al pensar (actuando en consecuencia, y ahí reside el problema), en defensa de sus propios intereses, defensa que pasa inexorablemente y en todos los casos, por la defensa a ultranza de sus propios cargos. Unos cargos de cuya caducidad ética ellos y nadie más que ellos tenían y ha tenido siempre constancia expresa.

Hemos de sumergirnos así, una vez más, en el enésimo procedimiento destinado a ratificar si, tal y como muchos dicen La Transición fue o no el periodo idílico en términos políticos que algunos se empeñan en constatar, llegando por otro lado a considerarlo algo digno de ser exportado.

Es La Transición un proceso alimentado de forma multidisciplinar, dotado de grandes expectativas, al que por otro lado solo resulta posible afectar mediante la intercalación de grandes principios casi ontológicos, toda vez que persigue casi más la generación de una realidad de principios filosóficos, que de una realidad en sí misma. Se trata en definitiva de un proceso creado por otra parte en pos de la consecución de unos logros tan grandes como remotos, pudiéndose dar la paradoja de que precisamente la excentricidad de cuantos lo conformaron, unido a la magnitud grandilocuente de lo perseguido, acabó por aportar los espacios suficientes que dieron como resultado la sorpresa que propios y extraños compartieron cuando observaron el resultado final.

Macro-esquemas. Ausencia de perspectiva temporal. Promoción hacia el infinito. Son términos tan difíciles de integrar por separado, que casi resulta adulador comprobar cómo por otro lado encajan sin esfuerzo a la hora de ubicarlos dentro de la realidad de La Transición como proyecto. Un proyecto que mirado con la perspectiva del tiempo, una perspectiva que por otro lado te libera del velo de la sumisión, te permite comprobar el alto precio no solo procedimental, sino sobre todo conceptual que muchos tuvieron que pagar para que esto funcionara.

Son los términos de La Transición unos términos absolutos, sujetos a norma y, curiosamente, alimentados desde la tradición del dogma.
Resulta por ello lógico que los tiempos de su primera creación, la Constitución, sean igualmente tiempos ligados a medidas ligadas a lo absoluto, a lo eterno.
Es así que, desde este nuevo prisma tanto La Transición como La Constitución dejan de ser los instrumentos configurados como herramientas a utilizar en pos de la consolidación de España, para por otro lado pasar a convertirse, hablamos siempre en la interpretación de la forma, no del fondo, en unas especie de realidades con conducta asintótica, que han entrado pues en una deriva de tendencia hacia el infinito imposible de definir, y que bien podría identificarse como el campo semántico en el que se amparan esas nuevas formas de entender la Política y su ejercicio, las cuales hoy  una vez más hemos denunciado, y cuyo único fin persigue la dilatación de los periodos no tanto de La Política, como sí de los políticos.

Podemos pues ir concluyendo que el proceso, además de por causas conceptuales muy específicas, está definitivamente condenado a fracasar toda vez que los méritos temporales de los que hace continuamente le arrojan en manos de los grandes principios que le son propios, convirtiendo en una tarea poco menos que inhóspita, el ejercicio diario de la Política que hoy, más que nunca necesitamos.
Un ejercicio que se convierte poco menos que una falacia al comprobar con desasosiego que se trata de matar moscas a cañonazos.

Y si el ejercicio propio de la Política, esto es el concebir políticas prácticas para sus administrados, resulta poco menos que imposible, ¿qué decir cuando añadimos el efecto de la ya visada variable tiempo? Es entonces, y solo entonces cuando tomamos medida real a la situación.

Es entonces cuando comprendemos que vivimos tiempos que han de ser medidos con perspectiva geológica ya que la última tecnología convierte en actuales lo que no son sino políticas procedentes de las cavernas, y permite a los babysaurios comunicarse por e-mails.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

miércoles, 4 de septiembre de 2013

DE CONFIARLO TODO A LA 31.

Dicen los buenos jugadores de mus que, como suele ocurrir con la mayoría de las cosas importantes de la vida; y sin duda el mus lo es; confiarlo todo a una determinada jugada o combinación no suele ser sino ineludible síntoma de arrogancia, o en el peor de los casos reflejo de esa grave enfermedad que este país presenta, y que se identifica por tener un gran jugador de naipe y un gran conductor, en la persona de cada uno de sus habitantes varones.

Dicen los mismos, los que saben, que semejante cerrazón solo puede ser síntoma de dos cosas. O de una inefable incapacidad para comprender la verdadera realidad en la que se desarrolla la partida o, de nuevo en el peor de los casos, de la incapacidad para entender que el rival, aparte de jugar también, puede no obstante hacerlo igual cuando no mejor que nosotros.

Por eso, cuando una vez más hemos de contrastar las evidentes muestras de incapacidad que presenta no ya nuestro Presidente, sino nuestro Gobierno a la hora de hacer cuando menos comprensible su política; acabamos por entender que no se trata ya de una manera de hacer las cosas, se trata verdaderamente de una manera de pensar.

Se trata pues, y definitivamente, de una manera de pensar. Una manera de pensar que nos arroja, puede que definitivamente, al otro extremo de la realidad, sometiéndonos con ello a una presión que se nos antoja definitivamente insuperable, en tanto que cada vez son menos los aspectos con los que nos sentimos identificados.

Así no es ya que no compartamos la manera mediante la que este gobierno pretende sacarnos de la crisis (ciertamente, a algunos nos parecen aterradores los objetivos que se persiguen, aumentando si cabe este pesar a medida que atisbamos los resultados). Lo cierto es que verdaderamente, algunos estamos comenzando a pensarnos seriamente si así estamos dispuestos a salir de la crisis. La cuestión es si estamos dispuestos a salir de la crisis a cualquier precio.

Es por eso por lo que, de manera un tanto metafórica, hoy me presento ante ustedes constatando la realidad que me circunda atacándola desde un punto de vista diferente. Realmente como si de un juego se tratara.
Porque si no fuera porque me parece un juego, me costaría mucho esfuerzo constatar el grado de realidad desde el que algunos tratan de hacerme, por ejemplo el “caso Bárcenas”. Porque solo pensando que es una broma, podría llegar a entender que María Dolores de COSPEDAL sea capaz de escaquearse de una rueda de prensa abusando de su situación de poder, hecho que constata tirando de unas cifras a las que solo puede acceder desde el gobierno, para, acto seguido, justificar la destrucción de los discos duros.

Y en medio de todo, el lamentable espectáculo de las 31.

Poniendo una vez más de relevancia lo importante que en Política resulta manejarse bien con el relativismo, lo cierto es que, indiscutiblemente, el dato de “treinta y una personas menos apuntadas en el INEM” conforma, efectivamente, el mejor dato de un mes de agosto en lo que llevamos de siglo. Semejante hecho, en manos de un buen orador, o simplemente de haber caído en manos de alguien que desde la prudencia se moviera bien en dialéctica hubiera, sin duda, dado mucho más  juego.
Sin embargo, cuando el dato se maneja, o se manipula, por personas altamente inoperantes a la hora de hacer los honores a este bello arte que es el de la acción política termina, no solo por no brillar; sino que abiertamente pasa a constituir otro nefasto drama tan solo comparable al de los despidos diferidos.

Y así es cuando, en definitiva, comprobamos que en política las formas no es que sean importantes, es que son definitivas. De las mismas depende que un hecho incluso positivo, pueda acabar pareciendo algo inefable; o por el contrario que, un comportamiento simplón, pueda por el contrario llegar a parecer una heroicidad.

Lo siento, sé que si lo analizamos puede parecer incluso ruin. Pero lo cierto es que solo así, a través de la manipulación y uso de las formas, podemos llegar a comprender que hechos positivos, como el que supone el descenso en treinta y una personas de las listas del paro, acaben en realidad alineados como otra más de las ya incontables meteduras de pata que acumulan tanto los miembros del Gobierno del Partido Popular, como aquéllos que sustentan tal Gobierno.

Porque si lamentable resulta la forma mediante la que se han comportado de COSPEDAL y compañía en relación al tratamiento de las cifras de paro, qué podemos decir de la última salida de pata de banco que ha protagonizado el por otro lado ya escarizado Sr. ALONSO, portavoz en el Congreso de los Diputados, cuando el otro día en mitad de su comparecencia llegó a afirmar más o menos que en ningún sitio pone que el gobierno esté obligado a votar lo que diga la oposición.
Evidentemente no, Sr. ALONSO. La pena es que aquello que en esta ocasión el Gobierno no está dispuesto “a votarle” a la oposición es la enésima petición de comparecencia del Sr. Presidente ante la mencionada Cámara con el fin de que se digne a dar explicaciones sobre el incontable grado de incertidumbre que acompaña al futuro del Partido Popular a medida que comprobamos cómo se ha comportado en lo concerniente a asuntos tan importantes como la corrupción, o la manera de gestionar cajas.

Y que todavía tengan la osadía de decir que Bárcenas no determina su política.

Recuerdo, ahora más que nunca, a la Sra. SÁENZ DE SANTAMARÍA cuando, una vez esquilmado el rédito que les dio el asunto de la herencia, dijo, ni corta ni perezosa, que los españoles les habían otorgado una mayoría absoluta para esto.

Continúo empecinado en la búsqueda del votante del Partido Popular que me diga, y a la sazón me razone que, efectivamente, les votó para esto.



Luis Jonás VEGAS VELASCO.