miércoles, 14 de junio de 2017

TENGO NUEVOS MIEDOS.

Cuando todavía resuenan los clamores. Cuando aún la incertidumbre promovida por los silencios causa más resquemor que algunas de las certezas implementadas en las afirmaciones efectivamente vertidas. En definitiva, cuando todavía el rodillo de la actualidad no ha destrozado el recuerdo de la que a la sazón será ya siempre la tercera moción de censura promovida en nuestra democracia; yo me atrevo a deciros que tengo miedo…

Cuando el tiempo se materializa en horas, nos encontramos con que al igual que ocurre con los diagnósticos de algunas enfermedades, solo el paso del tiempo decidirá si el enfermo está llamado a recuperarse, o por el contrario habrá de ir buscando las monedas para el barquero. De parecida manera, algo ha debido de ir muy mal cuando a la vista no solo de la intensidad de las intervenciones, que sí más bien a la luz de las respuestas a las que algunas de ellas han dado lugar; todavía no podamos decir a ciencia cierta, o lo que es lo mismo, desde la objetividad propia de no tener que amparar el veredicto en nuestra tendenciosidad; quién ha salido victorioso en la contienda.

En la paradoja intrínseca que se manifiesta ante nosotros cuando constatamos que nos hallamos en las jornadas previas a la llamada a conmemorar el 40º aniversario de la primera llamada a las urnas tras el periodo de oscuridad; creo no ser demasiado exigente para con mis semejantes si me creo en el derecho de poder asumir que una serie de pretensiones que en el periodo mentado bien podían ser tenidas por ejemplo de grandeza en lo atinente a la forma y al fondo; de seguir erigiéndose  hoy en recursos viables éstos no vendrían sino a poner de manifiesto que, efectivamente, tenemos un serio problema.

Por eso, cuando llegados a este punto la única excusa que encontramos para justificar la desazón que desde hace horas nos embarga, de la cual ahora ya somos netamente conscientes es la que a título de conclusión se materializa en este caso en las afirmaciones vertidas no solo por algunos de los políticos directamente participantes en el evento, las cuales ganan en intensidad cuando son burdamente usadas por tertulianos, algunos de los cuales han emergido de cuál fuera la ciénaga en la que se habían refugiado de un tiempo a esta parte; dando lugar a conclusiones que curiosamente no responden para nada a las perseguidas ni por los actores principales, ni mucho menos por los secundaros, llamados respectivamente a promocionar de una u otra manera la panoplia que nos han regalado, la cual adquiere su auge cuando la perspectiva sirve para constatar hasta qué punto la misma ha reproducido ese obsoleto mito según el cual no ha perdido nadie, porque en parte han ganado todos.

Se impone así pues la mediocridad. Al igual que un virus, lo mediocre ha parasitado todos y cada uno de los reductos, incluyendo aquellos que llegados a estas alturas, pensábamos nos darían cobijo, máxime en estos tiempos de crisis.
Como ocurre con un virus, capaz de introducirse en el ADN de un ente unicelular convencido de que éste le hará el trabajo sucio al replicarlo de manera indistinta a como replica su propia naturaleza, la mediocridad se ha instalado ya en nuestro devenir diario. Lo ha hecho en la forma, tal y como ha quedado de manifiesto en lo escasito del nivel demostrado por unos y por otros. Sin embargo lo más peligroso es que tal y como demuestra lo apreciable de un hecho llamado a afectar por igual tanto a los vetustos como a los neófitos en tales lides, el ver cómo formaciones políticas con más de un siglo de vigencia se muestran titubeos comparables en su calado a los balbuceos prodigados por estructuras que aún no contienen ni quinquenios; sirven cuando menos para dar fe de la baja cotización alcanzada hoy en día por el ejercicio de la disertación política en España.

Toma así pues cuerpo un nuevo miedo. El procedente de suponer que la mediocridad, lejos de ser refutada, acabará siendo aceptada. Ejemplo de tal puede hallarse en la conmiseración de la que ha habido que hacer gala a la hora de calificar las sucesivas intervenciones de algunos de los referidos. Marianadas aparte, lo cierto es que algunos que esperaban apaciguar su sed gracias a la profundidad de los pozos que otros apuntaban tener en sus propiedades, han tenido que acudir repetidamente a la exigua ración de liquido elemento que, contenida en el raquítico vaso que el ujier pone una y cien veces a disposición del orador, ve catapultada su fama cuando a veces se erige en metáfora de la necesidad de apaciguar ánimos o blasfemias si el interviniente termina por desear desaparecer. Sea como fuere, o en el mejor de los casos, a pesar de los pesares, lo único cierto es que mal camino llevamos si todavía no somos capaces de certificar que algo muy grave está pasando cuando llegadas a estas alturas no podemos afirmar a ciencia cierta el objeto natural del proceso del que hemos sido, unos más que otros al parecer, testigos.

Y si no somos capaces de identificar la naturaleza de los hechos observados, entonces con aparente naturalidad surge la certeza por la cual la mayoría de los hechos acontecidos tienen que pasar desapercibidos, sobre todo en su forma.
Resulta así entonces normal, que tan válido sea el análisis proferido por los llamados a afirmar que el Partido Popular ha salido victorioso al poder afirmar sin el menor género de dudas el contar desde ahora en su haber con la superación de una moción de censura; como válido resulte el análisis procedente de los llamados a poner el foco en la certeza de lo bochornoso que ha de resultar el saberse no tanto digno de merecer la moción en si misma, agravado a ciencia cierta por lo patético que resulta que un hecho como la corrupción, en principio ajeno al quehacer político, sea el llamado a sustentar la misma.
Los llamados a creer, o cuando menos a sustentar, la tesis de que ha sido la formación del Sr. IGLESIAS la que se ha llevado el gato al agua, sin duda tendrán sus propias razones. Entre las llamadas a conformar el haber, ocupa espacio destacado la procedente de ver cómo responde sin responder, ganando en solvencia y credibilidad todo hay que decirlo, cuando da muestras de clase y estilo al no entrar en provocaciones como las que se derivan de la provocación eternamente ostentada en discursos como el proferido por el portavoz del Partido Popular. Mas ni todas esas razones servirán para ocultar un único hecho, el que pasa por determinar, solo el tiempo lo hará, la magnitud del daño institucional que se ha hecho al presentar una moción de censura sin programa, sin candidato, y sin negociación previa. En España las mociones de censura tienen carácter constituyente, lo cual significa que se promueven con el ánimo de salir victoriosos de la contienda que infieren. Cualquier otra elaboración resta crédito no solo al procedimiento en tanto que tal, que sí y en mayor medida al que osa hacer uso de la misma, desposeyéndola de su esencia.

En lo concerniente al Partido Socialista, difícil, muy difícil resulta referirse a tal sin repetir alguna de las consideraciones cuando no fórmulas que recientemente se han implementado en aras de suponer, pues nunca en lo relativo al PSOE se puede afirmar, cuál habrá de ser la próxima línea, llamada a sostener ese último golpe de ingenio tras el que sus dirigentes aspiren a alinear a sus bases, una vez más. No en vano ya lo ha dicho su flamante portavoz: en Política el éxito sonríe a los que son capaces de adaptarse. Pero una vez más me surge una objeción, la que se materializa en la afirmación según la cual, Si bien son dignos de ser salvados los que se saben adaptar al medio, son aquellos los que se rebelan contra el medio los que logran cambiarlo. Pero mucha profundidad se exige a una bancada cuya mayor preocupación pasaba hoy por aplaudir la intervención al unísono, rezando para que las cámaras permitieran al que guardaba cuartel en la calle Ferraz contar con solvencia el volumen y la intensidad de esos aplausos.
No en vano hoy más que nunca adquiere valor la máxima según la cual el que se mueve no sale en la foto.

De CIUDADANOS no me olvido. Lo que pasa es que como ya la luz solar nos abandona, creo sobradamente llegado el momento de ir poniendo punto final a una reflexión en la que poco o nada aporta una formación política que de nuevo demuestra la profundidad que alcanza su neurosis ideológica cuando una vez más, en lugar de expresar abiertamente con quién está, cree alcanzar el éxtasis supliendo sus carencias por medio de vehemencia, construyendo un discurso flemático e inconsistente, dando con ello al diablo el espacio que necesita allí donde se espera la presencia del caos.

¿Se hace ahora evidente mi certeza de que solo los miedos han podido crecer?


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

miércoles, 7 de junio de 2017

ERA SENCILLO PUES SE TRATABA SOLO DE CAMINAR.

Pero poco a poco, ya fuese por lógica, o quién sabe si a consecuencia del destino, o tal vez solo como respuesta a la cuestión propia de la visión ampliada a ese extraño vicio que tenemos, que procede de la evolución; todo se fue complicando…

El mundo se tornó más complicado, aunque tal vez en realidad no fuera el mundo lo que estaba llamado a cambiar, sino que fue nuestra percepción la que en realidad dio muestras de ese cambio. Los demás se volvieron más complicados, aunque muy probablemente no hubo que buscar en ellos el motivo de ese cambio, sino que fue nuestra nueva percepción de la existencia de los demás, lo que nos hizo ser conscientes no ya del cambio operado en ellos, que sí más bien de la mera existencia en su condición de realidad, que como tal estaba llamada a operar en ellos.

Tanto ha cambiado el mundo, que ya no nos basta con vivir, que sí más bien exigimos Ser, exigimos Estar, con todas sus consecuencias.

Porque en el fondo de eso se trata o, por ser  más preciso, de tal cabe mencionarse la naturaleza del cambio que según la mayoría se observa en El Hombre Moderno..

Es El Hombre Moderno resultado de la unión coordinada (lo que exige algo más que una mera acumulación de elementos o factores), de Conceptos, Procedimientos y Actitudes. Mas ni podemos ni debemos quedarnos aquí, pues de hacerlo estaríamos pervirtiendo la esperanza de progreso que de una manera u otra ha de manifestarse en todo principio llamado a ser digno de operar desde los prejuicios propios de un hacer moderno.
En consecuencia, no se trata tanto de que El Hombre Moderno se mueva activamente en pro de conceptos innovadores, sino que la mera consolidación no ya de tales conceptos, que sí más bien de la certeza de que lo correcto subyace a la propia consideración al cambio, justifica en sí mismo una nueva realidad de hombre, en la que el absoluto y su catalizador natural, el dogma no solo no tienen sentido, sino que se ven naturalmente superados.
De parecida manera, los procedimientos que cabría esperar hubieran de resultar propios al Hombre Moderno, resultan por definición inaccesibles toda vez que la adaptación, a la cual se tiende en todo momento y de forma netamente natural, nos aleja de cualquier tendencia o sistema. El Hombre Moderno no se encuentra obligado por las tendencias, ni manipulado por las expectativas (de manera general falsamente creadas, y en consecuencia alienantes toda vez que están llamadas a generar expectativas externas al propio sujeto). El Hombre Moderno está en permanente movimiento, en permanente disposición.
Es entonces y no por casualidad, que no sea hasta llegar al terreno de las actitudes, donde se aprecie la verdadera magnitud de la revolución que ha dado como resultado a tal Hombre. Son las nuevas actitudes las que han permitido desarrollar al Hombre una nueva percepción del escenario. De esta manera, y aceptando que el mundo no ha cambiado (al menos no en lo que concierne a sus componentes estructurales), las variaciones que sin duda parecen evidentes han de ser buscadas no ya en la existencia de irregularidades en el paisaje, como sí más bien en la nueva actitud del Hombre (capaz no solo de tornar hasta “viable” la existencia de tales defectos, sino que incluso nos faculta para descubrir belleza allí donde antes tal actitud hubiera sido inadmisible incluso para el propio que hoy la promueve.

Es entonces que volviendo al principio, identificando pues como propio de la percepción, el protocolo llamado a poner de manifiesto las novedades destinadas a no considerar absurdo por redundante la existencia de El Hombre Moderno, que haríamos bien en identificar como una de las consideraciones más bellamente tramadas en pos de tal destino la que pasa por determinar la certeza por la que el también dignamente torneado como Hombre de Hoy, no acepta la inercia como consideración válida a la hora de justificar si no declarar las causas llamadas a tornar en algo más que obvias las diligencias previas que le incitan a moverse, en una palabra, a vivir.

Si bien dar por sentado que  el mero hecho de formar parte de la sociedad actual nos convierte a  todos en Hombres Modernos es ceder a la utopía, no es en rigor menos cierto que cada vez somos más los que conocedores de nuestra incapacidad para cubrir todas las metas, de nuestra dificultad para resolver todas las tramas, sí que no obstante hacemos de tal predisposición el argumento catalizador de la diferencia existencial destinada en este caso si no a deleitarnos con la satisfacción del placer cumplido, sí a diferenciarnos de aquellos que ya sea por inconsciencia, o quién sabe si por aquiescencia, continúan participando de esta burda realidad, y de ese nefasto hedor pestilente que de la cada vez más clara noción de estafa, procede.

Esta nueva realidad, o por ser más coherentes, esta nueva percepción de la realidad, pivota sobre consideraciones tales como las que proceden de la insatisfacción. Así, no somos en tanto que tal, conscientes de la necesidad de relacionarnos con la realidad de una manera diferente, hasta el momento en el que descubrimos la insatisfacción que nos provoca el no poder tender hacia lo nuevo.
Decimos entonces que al Hombre Moderno no le basta con vivir, si por tal entendemos el mero hecho de transitar. Transitar es ir de un sitio a otro. La motivación o el impulso que justifica la activación, que justifica el movimiento, habría que buscarlo en la insatisfacción con lo que se tiene o se conoce (en cuyo caso se encontraría en el punto de partida); o tal vez se halle en la esperanza, justificada o no, de que aquello hacia lo que se tiende mejora lo ya poseído (en cuyo caso la fuerza se basa en la esperanza).

Es así, y lo es hasta tal punto, que la superación de la noción de tránsito, el dejar atrás incluso la aspiración redundante que suponer asumir como real la absurda noción de que cabe esperar llegar a parte alguna, se formula en la transición conceptual que encontramos en el intervalo que describen, y no desde luego inconscientemente CAMUS y CHOMSKY  cuando dibujaN el tránsito que va de La Superación del Absurdo al Concepto de Pánico Moral, prácticamente sin solución de continuidad.

Afirma CAMUS que no es sino en el absurdo como concepto, donde el Hombre puede y debe albergar su primera y última esperanza. De ser así, no existe mayor obligación para éste que espabilar en la vivencia de su vida. Sería así pues para Camus el proceder conforme a una buena vida, el descubrir precisamente lo absurdo de esa misma vida. La conclusión de que no existe destino, se materializaría en la certeza según la cual, y al contrario de lo que ocurre con la mayoría de tendencias filosóficas, no existe una buena forma de vivir la vida, toda vez que la vida carece de destino, al carecer precisamente de sentido.
De ser así, el suicidio se erigiría no ya en una opción válida, sino netamente acertada. Pero Camus no promueve el suicidio, al contrario, promueve la certero de reconocer en la única capacidad propia del Hombre (la de interpretar), la fuente para rediseñar el nuevo mundo; un mundo hacia el cual tender, llamado por ello a ponernos en movimiento.
Es precisamente de esa noción, de donde nace la que tal vez sea la más bella a la par que más intensa muestra de motivación que conoce el Hombre. Como tal, de ella obtiene el Hombre Moderno no ya su energía presente, como sí más bien su energía futura. Y es precisamente de ahí de donde se obtiene la noción del problema. Un Hombre llamado a ser, se torna combativo en tanto que exigente. Un Hombre llamado a conocer, hace del conocimiento su fuente de inspiración. Y es la inspiración de tal calado, que le lleva a superar todos sus límites, comenzando por aquellos que eran creados. ¿Con qué razón? Con la de poner limitaciones a los objetivos del propio miedo, por medio de la irrupción del miedo, de la adopción de éste como recurso por parte de las élites llamadas si no a promover el estatismo y a promulgarlo durante todo el tiempo que fuese posible, convirtiéndose en el mayor lastre destinado a obstaculizar el movimiento cuando el mismo ya fuera del todo inevitable.

Y en esas estamos hoy. En las certezas previas a la certeza absoluta, que se manifestará ante nosotros una vez la noción de colapso no responda ya a las obligaciones de procedimiento, que sí más bien a las propias del concepto.
En tanto, la ilusión de control, la que lleva a los dirigentes a confundir con auténtico control de la realidad lo que en realidad no es sino burda noción del paso del tiempo; conduce a los esperanzados, a los que reducen la noción de poder a la mera tenencia de un asiento guardado en lo que antes llamábamos motivación basada en la esperanza. Vertebrados en el error, incautos en la añoranza, se predisponen éstos para promulgar una novedad basada en la reiteración del plañir fingido, incapaces de asumir que lo evidente del colapso vuelve estériles sus parcos intentos por promover la sumisión como nueva forma de salvación.

Puede que hoy ya no deseemos ser salvados. Puede que no haya esperanza. O que de haberla, solo en nosotros y no en fraudulentos mensajes incitados desde vetustos procederes puedan albergarse los motivos.

Sea como fuere, la certeza de nuestro hoy se encuentra en seguir caminando.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.