
El mundo se tornó más complicado, aunque tal vez en realidad
no fuera el mundo lo que estaba llamado a cambiar, sino que fue nuestra
percepción la que en realidad dio muestras de ese cambio. Los demás se
volvieron más complicados, aunque muy probablemente no hubo que buscar en ellos el motivo de ese cambio, sino que
fue nuestra nueva percepción de la existencia de los demás, lo que nos hizo ser
conscientes no ya del cambio operado en ellos, que sí más bien de la mera
existencia en su condición de realidad, que como tal estaba llamada a operar en
ellos.
Tanto ha cambiado el mundo, que ya no nos basta con vivir,
que sí más bien exigimos Ser, exigimos
Estar, con todas sus consecuencias.
Porque en el fondo de eso se trata o, por ser más preciso, de tal cabe mencionarse la
naturaleza del cambio que según la mayoría se observa en El Hombre Moderno..
Es El Hombre Moderno resultado
de la unión coordinada (lo que exige algo más que una mera acumulación de
elementos o factores), de Conceptos,
Procedimientos y Actitudes. Mas ni podemos ni debemos quedarnos aquí, pues
de hacerlo estaríamos pervirtiendo la esperanza de progreso que de una manera u
otra ha de manifestarse en todo principio llamado a ser digno de operar desde
los prejuicios propios de un hacer
moderno.
En consecuencia, no se trata tanto de que El Hombre Moderno se mueva activamente
en pro de conceptos innovadores, sino que la mera consolidación no ya de tales
conceptos, que sí más bien de la certeza de que lo correcto subyace a la propia
consideración al cambio, justifica en sí mismo una nueva realidad de hombre, en
la que el absoluto y su catalizador
natural, el dogma no solo no tienen
sentido, sino que se ven naturalmente
superados.
De parecida manera, los procedimientos que cabría esperar
hubieran de resultar propios al Hombre
Moderno, resultan por definición inaccesibles toda vez que la adaptación, a
la cual se tiende en todo momento y de forma netamente natural, nos aleja de
cualquier tendencia o sistema. El Hombre Moderno no se encuentra obligado
por las tendencias, ni manipulado por las expectativas (de manera general
falsamente creadas, y en consecuencia alienantes toda vez que están llamadas a
generar expectativas externas al propio sujeto). El Hombre Moderno está en permanente movimiento, en permanente
disposición.
Es entonces y no por casualidad, que no sea hasta llegar al
terreno de las actitudes, donde se aprecie la verdadera magnitud de la
revolución que ha dado como resultado a tal Hombre.
Son las nuevas actitudes las que han permitido desarrollar al Hombre una
nueva percepción del escenario. De
esta manera, y aceptando que el mundo no ha cambiado (al menos no en lo que
concierne a sus componentes
estructurales), las variaciones que sin duda parecen evidentes han de ser
buscadas no ya en la existencia de irregularidades
en el paisaje, como sí más bien en la nueva actitud del Hombre (capaz no
solo de tornar hasta “viable” la existencia de tales defectos, sino que incluso
nos faculta para descubrir belleza allí
donde antes tal actitud hubiera sido inadmisible incluso para el propio que hoy
la promueve.
Es entonces que volviendo al principio, identificando pues
como propio de la percepción, el protocolo llamado a poner de manifiesto las
novedades destinadas a no considerar absurdo por redundante la existencia de El Hombre Moderno, que haríamos bien en
identificar como una de las consideraciones más bellamente tramadas en pos de
tal destino la que pasa por determinar la certeza por la que el también
dignamente torneado como Hombre de Hoy, no
acepta la inercia como consideración
válida a la hora de justificar si no declarar las causas llamadas a tornar en
algo más que obvias las diligencias
previas que le incitan a moverse, en una palabra, a vivir.
Si bien dar por sentado que el mero hecho de formar parte de la sociedad actual nos convierte a todos
en Hombres Modernos es ceder a la
utopía, no es en rigor menos cierto que cada vez somos más los que conocedores
de nuestra incapacidad para cubrir todas las metas, de nuestra dificultad para
resolver todas las tramas, sí que no obstante hacemos de tal predisposición el
argumento catalizador de la diferencia existencial destinada en este caso si no
a deleitarnos con la satisfacción del placer cumplido, sí a diferenciarnos de
aquellos que ya sea por inconsciencia, o quién sabe si por aquiescencia,
continúan participando de esta burda realidad, y de ese nefasto hedor
pestilente que de la cada vez más clara noción de estafa, procede.
Esta nueva realidad, o por ser más coherentes, esta nueva
percepción de la realidad, pivota sobre consideraciones tales como las que
proceden de la
insatisfacción. Así , no somos en tanto que tal, conscientes
de la necesidad de relacionarnos con la realidad de una manera diferente, hasta
el momento en el que descubrimos la insatisfacción que nos provoca el no poder
tender hacia lo nuevo.
Decimos entonces que al Hombre
Moderno no le basta con vivir, si por tal entendemos el mero hecho de
transitar. Transitar es ir de un sitio a
otro. La motivación o el impulso que justifica la activación, que justifica
el movimiento, habría que buscarlo en la insatisfacción con lo que se tiene o
se conoce (en cuyo caso se encontraría en el punto de partida); o tal vez se
halle en la esperanza, justificada o no, de que aquello hacia lo que se tiende
mejora lo ya poseído (en cuyo caso la fuerza se basa en la esperanza).
Es así, y lo es hasta tal punto, que la superación de la
noción de tránsito, el dejar atrás incluso la aspiración redundante que suponer
asumir como real la absurda noción de que
cabe esperar llegar a parte alguna, se formula en la transición conceptual
que encontramos en el intervalo que describen, y no desde luego inconscientemente
CAMUS y CHOMSKY cuando dibujaN el tránsito que va de La Superación del Absurdo al Concepto de Pánico Moral, prácticamente
sin solución de continuidad.
Afirma CAMUS que no es sino en el absurdo como concepto, donde el Hombre puede y debe albergar su
primera y última esperanza. De ser así, no existe mayor obligación para éste
que espabilar en la vivencia de su
vida. Sería así pues para Camus el proceder conforme a una buena vida, el
descubrir precisamente lo absurdo de esa misma vida. La conclusión de que no existe destino, se materializaría en la
certeza según la cual, y al contrario de lo que ocurre con la mayoría de
tendencias filosóficas, no existe una buena forma de vivir la vida, toda vez
que la vida carece de destino, al carecer precisamente de sentido.
De ser así, el
suicidio se erigiría no ya en una opción válida, sino netamente acertada.
Pero Camus no promueve el suicidio, al contrario, promueve la certero de
reconocer en la única capacidad propia del Hombre (la de interpretar), la
fuente para rediseñar el nuevo mundo; un mundo hacia el cual tender, llamado por ello a ponernos en movimiento.
Es precisamente de esa noción, de donde nace la que tal vez
sea la más bella a la par que más intensa muestra de motivación que conoce el
Hombre. Como tal, de ella obtiene el Hombre
Moderno no ya su energía presente, como sí más bien su energía futura. Y es
precisamente de ahí de donde se obtiene la noción del problema. Un Hombre llamado a ser, se torna combativo en
tanto que exigente. Un Hombre llamado a conocer,
hace del conocimiento su fuente de inspiración. Y es la inspiración de tal
calado, que le lleva a superar todos sus límites, comenzando por aquellos que
eran creados. ¿Con qué razón? Con la de poner limitaciones a los objetivos del
propio miedo, por medio de la irrupción del miedo, de la adopción de éste como
recurso por parte de las élites llamadas si no a promover el estatismo y a
promulgarlo durante todo el tiempo que fuese posible, convirtiéndose en el
mayor lastre destinado a obstaculizar el movimiento cuando el mismo ya fuera
del todo inevitable.
Y en esas estamos hoy. En las certezas previas a la certeza
absoluta, que se manifestará ante nosotros una vez la noción de colapso no
responda ya a las obligaciones de procedimiento, que sí más bien a las propias
del concepto.
En tanto, la ilusión de control, la que lleva a los
dirigentes a confundir con auténtico
control de la realidad lo que en realidad no es sino burda noción del paso del tiempo; conduce a los esperanzados, a los
que reducen la noción de poder a la mera tenencia de un asiento guardado en lo
que antes llamábamos motivación basada en
la esperanza. Vertebrados en el error, incautos en la añoranza, se predisponen
éstos para promulgar una novedad basada en la reiteración del plañir
fingido, incapaces de asumir que lo evidente del colapso vuelve estériles
sus parcos intentos por promover la sumisión como nueva forma de salvación.
Puede que hoy ya no deseemos ser salvados. Puede que no haya
esperanza. O que de haberla, solo en nosotros y no en fraudulentos mensajes
incitados desde vetustos procederes puedan albergarse los motivos.
Sea como fuere, la certeza de nuestro hoy se encuentra en
seguir caminando.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
No hay comentarios:
Publicar un comentario