Corren sin duda, malos tiempos para los ídolos. Sea tal vez
por eso que cuando anoche, cediendo una vez más a la tradición, o quién sabe si
concediendo una oportunidad más a lo imposible, presté atención a lo que en
apariencia quería decirnos SS.MM; lo cierto es que no hacía sino conceder una
vez más a la tradición, el más baldío de sus privilegios, aquél que pasa por
pensar que las cosas pueden, por si solas, modificar su ritmo.
Mas en cualquier caso, observado con la perspectiva que me
proporciona el haber dejado pasar unas pocas horas, compruebo no sin cierto
deleite que los casi doce minutos que le presté, no han sido del todo inútiles.
Es más, puedo llegar a decir, y en el colmo de los casos sin tener que
sonrojarme, que casi fueron doce minutos bien aplicados. La causa, evidente y
sincera, se trató de doce minutos que me sirvieron para crecer.
Múltiples son los argumentos a los que se accede en pos de
hallar una buena fórmula capaz de integrar en el todo, o en su mayor parte, los
cambios cuando no la adscripción a nuevos principios, que resultan necesarios
para poder afirmar que, efectivamente, has crecido. A los puros, meros y
naturales acuciados por el paso del tiempo, hemos sin duda de añadir otros
capaces de mitigar los huecos de los que nuestra condición, sea la que sea en
cada caso, adolece.
Es así que madurez, responsabilidad, respeto y humildad, son
principios integradores que poco a poco van tejiendo el entramado de lo que
junto al inexorable paso del tiempo, compondrá lo que conoceremos como una personalidad adulta.
Pero no será éste un proceso solo de adición. Disimulado en
el mismo, otras formas muy diversas, entre las que destacan la ilusión;
encargadas hasta el momento de suplir los huecos propios de las carencias de
los elementos reseñados; irán poco a poco desapareciendo, dejando tan solo un
vano recuerdo, similar al que deja en los ascensores el humo del pitillo fumado
con la última prisa.
Por eso anoche, cuando el reloj marcaba apenas un cuarto
sobre las nueve de la noche, el hambre natural, ese que puede ser saciado por
viandas, quedó en un segundo plano.
Anoche, la desazón que las palabras del Rey de España me
causaron, sirvieron en cualquier caso para despertar del letargo en el que a
modo de el sueño de un niño, inconscientemente
me había acomodado.
Fue el amago de
discurso protagonizado anoche por el Rey de España, desacertado como pocas
veces lo ha sido. La frialdad de la forma de las palabras que lo conformaban,
tan solo se vio superado por la vacuidad de las mismas. Sin embargo, como suele
ocurrir en estos casos, juzgar desde las apariencias, y no conceder unos
instantes para la reflexión, puede sin duda impedirnos acceder a los aspectos
más estructurales, a aquéllos donde se guardan las esencias, y que sin duda
pueden satisfacer el hambre o la sed que un análisis somero ha sido incapaz de
saciar.
Pero es precisamente en tal momento, una vez aplicada la
máxima de las atenciones en pos de descubrir tales fundamentos, cuando uno
comprende de verdad el trasfondo de un discurso promovido, no lo olvidemos,
desde un ambiente de crisis económica y moral que se traduce, ahora ya sí sin
el menor género de dudas, en una crisis institucional.
Por que acaso de no ser así, desde qué otro marco conceptual
podemos analizar las continuas alusiones a un periodo, el de la Transición, al
que inexorablemente tiene ligada su
existencia institucional no solo el Rey, sino La Corona, en tanto que tal. Se
intuye acaso e insisto, son todas reflexiones que acuden a mí desde el mencionado
discurso; que desde la Institución por excelencia consideran inexorable el
momento desde el cual habrá que
esforzarse un poco más de cara a la galería, a la hora de justificar la
existencia de la propia
Corona.
Si hasta hace no mucho bastaba con alardear de lo jocoso, cercano y campechano que nuestro Rey
resultaba, podemos constatar sin necesidad de profundizar mucho, que la
constatación de tales aptitudes
resulta ya del todo insuficiente. Hoy por hoy, como ciudadanos, necesitamos algo más. La exigencia del Pueblo hacia
su Rey supera ya la mera percepción romántica. Si no es capaz de ofrecer más,
sin duda podemos llegar a vernos no como sumisos súbditos, sino como vulgares
vasallos, y ese momento, en caso de que llegue, sin duda marcará un principio de
no retorno.
Partiendo de la constatación de que el Discurso de Noche
Buena bien puede considerarse la acción más directa que se establece entre el
Rey y el Pueblo Español, toda vez que el resto de discursos regios son
redactados por el Gobierno; lo cierto es que el pronunciado ayer puede
considerarse uno de los actos más sinceros de cuantos han sido llevados a cabo
por SS.MM desde que aceptó, hace más de 35 años para quien pueda interesarle,
unificar bajo su persona no solo los cargos, sino fundamentalmente las concepciones de Estado premonitorias por
entonces ya del colapso que un sistema que si bien muchos creían inasequible
para el desaliento; debía toda su vigencia estrictamente al sometimiento a un
delicado plano personal. Estamos diciendo efectivamente que cuando el Rey
acepta de Franco los nombramientos, lo que hace es en realidad convencer
entonces al Caudillo de que en su
persona puede éste ver reflejadas las aspiraciones de supervivencia del modelo que para España tiene el propio
Francisco Franco.
De ahí que, una vez superadas las visiones facilotas,
implementadas desde el romanticismo más vulgar, uno pueda plantearse seriamente
cuestiones vinculadas al grado de traición que pueda residir en ciertas
actuaciones, vistas las consecuencias posteriores.
Superada esta primera cuestión, y sin que exista por
supuesto el menor ánimo de edulcorarla, es cierto que las consecuencias que de
la aceptación de la misma pueden extraerse, se vean si cabe incrementadas por
las continuas alusiones que en la noche de ayer se hicieron a la Transición.
Constituye el fenómeno de La Transición, uno de esos grandes
acontecimientos a los que es propensa la Historia, y que junto a otros muchos
confeccionan una especie de Caja de
Pandora cuyos integrantes comparten la alusión de ser como mantas cortas, siempre te dejan los pies fríos.
Asumiendo de cara a la interpretación de La Transición, el
mismo posicionamiento temporal desde el que nos aproximamos al Discurso, lo
cierto es que ambos comparten, en contra de lo que pueda parecer, muchos puntos
no ya en común, sino propiciatorios de un vínculo extraño.
Visto siempre desde la perspectiva de la opinión, el
Discurso de anoche fue sin duda uno de los más esclarecedores toda vez que por
fin de las palabras pronunciadas, pero sobre todo de las no pronunciadas,
podemos extraer una especie de línea oculta destinada a enlazar toda una
multitud de pequeños detalles, de
realidades inexplicables sobre las que algunos ahora parecen considerar
imprescindible comenzar a dar explicaciones.
Muchos somos los integrantes de una corriente que pese a
difusa, comparte la convicción de lo casi
extravagante que fue el proceso de La Transición. Lejos de perdernos en sesudos análisis, definiremos el principio de
la controversia en aquél que pasa por considerar que el mero hecho de que
la mencionada lograra evitar que los tanques estuvieran en la calle el día
inmediatamente posterior a la muerte del Caudillo, no supone en realidad una
especie de patente de corso histórica válida
para superar con resultados airosos cualquier crítica estructural que al
respecto se haga.
Uniendo pues todos los cabos, podemos afirmar que el
Discurso de ayer constituye la constatación efectiva de que un punto de no retorno ha sido superado. Punto
que pasa por la constatación multivalente de que todos los participantes en la
partida han comprendido las consecuencias verdaderas de la esencia de lo que
sustenta a la Corona, a saber un Rey que reina, pero que no gobierna.
La Corona como Institución, o quién sabe si el Rey como persona
(será ésa una cuestión que con tiempo habrá de resolverse,) dejó ayer
constancia expresa de que ahora sí, efectivamente, ha entendido el mensaje que en este caso su Pueblo le ha dejado.
Se trata de un mensaje que pasa por la comprensión de que Las Españas constituyen una realidad
ampliamente aceptada. Un mensaje que pasa por la constatación de que de la crisis no va a sacarnos nadie, sino
que inexorablemente habremos de salir por nuestros propios medios. Un
mensaje que pasa por la constatación de que, como pasa con todo lo romántico,
su fin es algo inexorablemente ligado al tiempo.
Se constata así pues efectivamente, la existencia de un segundo Discurso. Un Discurso que
procede tanto de la interpretación de lo dicho, de ahí su plena vigencia, como
de lo no dicho esto es, aquello que deja un dilatado y peligroso espacio para la interpretación.
Interpretación , el más peligroso de los enemigos institucionales, precisamente en un momento en el que la
larga lista de elementos incidentes conforma un escenario espectacularmente
peligroso en caso de dejar suelto al duende de las suspicacias.
Un segundo discurso que, en contra de lo que pueda parecer
solo deja para el análisis la constatación expresa de que muchas de sus
certezas serán comprobadas en tanto que de su valía, probablemente en el
transcurso de un futuro, seguramente no muy lejano.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.