miércoles, 25 de diciembre de 2013

EL OCASO DE LOS ÍDOLOS.

Corren sin duda, malos tiempos para los ídolos. Sea tal vez por eso que cuando anoche, cediendo una vez más a la tradición, o quién sabe si concediendo una oportunidad más a lo imposible, presté atención a lo que en apariencia quería decirnos SS.MM; lo cierto es que no hacía sino conceder una vez más a la tradición, el más baldío de sus privilegios, aquél que pasa por pensar que las cosas pueden, por si solas, modificar su ritmo.

Mas en cualquier caso, observado con la perspectiva que me proporciona el haber dejado pasar unas pocas horas, compruebo no sin cierto deleite que los casi doce minutos que le presté, no han sido del todo inútiles. Es más, puedo llegar a decir, y en el colmo de los casos sin tener que sonrojarme, que casi fueron doce minutos bien aplicados. La causa, evidente y sincera, se trató de doce minutos que me sirvieron para crecer.

Múltiples son los argumentos a los que se accede en pos de hallar una buena fórmula capaz de integrar en el todo, o en su mayor parte, los cambios cuando no la adscripción a nuevos principios, que resultan necesarios para poder afirmar que, efectivamente, has crecido. A los puros, meros y naturales acuciados por el paso del tiempo, hemos sin duda de añadir otros capaces de mitigar los huecos de los que nuestra condición, sea la que sea en cada caso, adolece.
Es así que madurez, responsabilidad, respeto y humildad, son principios integradores que poco a poco van tejiendo el entramado de lo que junto al inexorable paso del tiempo, compondrá lo que conoceremos como una personalidad adulta.

Pero no será éste un proceso solo de adición. Disimulado en el mismo, otras formas muy diversas, entre las que destacan la ilusión; encargadas hasta el momento de suplir los huecos propios de las carencias de los elementos reseñados; irán poco a poco desapareciendo, dejando tan solo un vano recuerdo, similar al que deja en los ascensores el humo del pitillo fumado con la última prisa.

Por eso anoche, cuando el reloj marcaba apenas un cuarto sobre las nueve de la noche, el hambre natural, ese que puede ser saciado por viandas, quedó en un segundo plano.
Anoche, la desazón que las palabras del Rey de España me causaron, sirvieron en cualquier caso para despertar del letargo en el que a modo de el sueño de un niño, inconscientemente me había acomodado.

Fue el amago de discurso protagonizado anoche por el Rey de España, desacertado como pocas veces lo ha sido. La frialdad de la forma de las palabras que lo conformaban, tan solo se vio superado por la vacuidad de las mismas. Sin embargo, como suele ocurrir en estos casos, juzgar desde las apariencias, y no conceder unos instantes para la reflexión, puede sin duda impedirnos acceder a los aspectos más estructurales, a aquéllos donde se guardan las esencias, y que sin duda pueden satisfacer el hambre o la sed que un análisis somero ha sido incapaz de saciar.
Pero es precisamente en tal momento, una vez aplicada la máxima de las atenciones en pos de descubrir tales fundamentos, cuando uno comprende de verdad el trasfondo de un discurso promovido, no lo olvidemos, desde un ambiente de crisis económica y moral que se traduce, ahora ya sí sin el menor género de dudas, en una crisis institucional.

Por que acaso de no ser así, desde qué otro marco conceptual podemos analizar las continuas alusiones a un periodo, el de la Transición, al que inexorablemente tiene ligada su existencia institucional no solo el Rey, sino La Corona, en tanto que tal. Se intuye acaso e insisto, son todas reflexiones que acuden a mí desde el mencionado discurso; que desde la Institución por excelencia consideran inexorable el momento desde el cual habrá que esforzarse un poco más de cara a la galería, a la hora de justificar la existencia de la propia Corona.

Si hasta hace no mucho bastaba con alardear de lo jocoso, cercano y campechano que nuestro Rey resultaba, podemos constatar sin necesidad de profundizar mucho, que la constatación de tales aptitudes resulta ya del todo insuficiente. Hoy por hoy, como ciudadanos, necesitamos algo más. La exigencia del Pueblo hacia su Rey supera ya la mera percepción romántica. Si no es capaz de ofrecer más, sin duda podemos llegar a vernos no como sumisos súbditos, sino como vulgares vasallos, y ese momento, en caso de que llegue, sin duda marcará un principio de no retorno.

Partiendo de la constatación de que el Discurso de Noche Buena bien puede considerarse la acción más directa que se establece entre el Rey y el Pueblo Español, toda vez que el resto de discursos regios son redactados por el Gobierno; lo cierto es que el pronunciado ayer puede considerarse uno de los actos más sinceros de cuantos han sido llevados a cabo por SS.MM desde que aceptó, hace más de 35 años para quien pueda interesarle, unificar bajo su persona no solo los cargos, sino fundamentalmente las concepciones de Estado premonitorias por entonces ya del colapso que un sistema que si bien muchos creían inasequible para el desaliento; debía toda su vigencia estrictamente al sometimiento a un delicado plano personal. Estamos diciendo efectivamente que cuando el Rey acepta de Franco los nombramientos, lo que hace es en realidad convencer entonces al Caudillo de que en su persona puede éste ver reflejadas las aspiraciones de supervivencia del modelo que para España tiene el propio Francisco Franco.
De ahí que, una vez superadas las visiones facilotas, implementadas desde el romanticismo más vulgar, uno pueda plantearse seriamente cuestiones vinculadas al grado de traición que pueda residir en ciertas actuaciones, vistas las consecuencias posteriores.

Superada esta primera cuestión, y sin que exista por supuesto el menor ánimo de edulcorarla, es cierto que las consecuencias que de la aceptación de la misma pueden extraerse, se vean si cabe incrementadas por las continuas alusiones que en la noche de ayer se hicieron a la Transición.
Constituye el fenómeno de La Transición, uno de esos grandes acontecimientos a los que es propensa la Historia, y que junto a otros muchos confeccionan una especie de Caja de Pandora cuyos integrantes comparten la alusión de ser como mantas cortas, siempre te dejan los pies fríos.
Asumiendo de cara a la interpretación de La Transición, el mismo posicionamiento temporal desde el que nos aproximamos al Discurso, lo cierto es que ambos comparten, en contra de lo que pueda parecer, muchos puntos no ya en común, sino propiciatorios de un vínculo extraño.
Visto siempre desde la perspectiva de la opinión, el Discurso de anoche fue sin duda uno de los más esclarecedores toda vez que por fin de las palabras pronunciadas, pero sobre todo de las no pronunciadas, podemos extraer una especie de línea oculta destinada a enlazar toda una multitud de pequeños detalles, de realidades inexplicables sobre las que algunos ahora parecen considerar imprescindible comenzar a dar explicaciones.

Muchos somos los integrantes de una corriente que pese a difusa, comparte la convicción de lo casi extravagante que fue el proceso de La Transición. Lejos de perdernos en sesudos análisis, definiremos el principio de la controversia en aquél que pasa por considerar que el mero hecho de que la mencionada lograra evitar que los tanques estuvieran en la calle el día inmediatamente posterior a la muerte del Caudillo, no supone en realidad una especie de patente de corso histórica válida para superar con resultados airosos cualquier crítica estructural que al respecto se haga.

Uniendo pues todos los cabos, podemos afirmar que el Discurso de ayer constituye la constatación efectiva de que un punto de no retorno ha sido superado. Punto que pasa por la constatación multivalente de que todos los participantes en la partida han comprendido las consecuencias verdaderas de la esencia de lo que sustenta a la Corona, a saber un Rey que reina, pero que no gobierna.

La Corona como Institución, o quién sabe si el Rey como persona (será ésa una cuestión que con tiempo habrá de resolverse,) dejó ayer constancia expresa de que ahora sí, efectivamente, ha entendido el mensaje que en este caso su Pueblo le ha dejado.
Se trata de un mensaje que pasa por la comprensión de que Las Españas constituyen una realidad ampliamente aceptada. Un mensaje que pasa por la constatación de que de la crisis no va a sacarnos nadie, sino que inexorablemente habremos de salir por nuestros propios medios. Un mensaje que pasa por la constatación de que, como pasa con todo lo romántico, su fin es algo inexorablemente ligado al tiempo.

Se constata así pues efectivamente, la existencia de un segundo Discurso. Un Discurso que procede tanto de la interpretación de lo dicho, de ahí su plena vigencia, como de lo no dicho esto es, aquello que deja un dilatado y peligroso espacio para la interpretación. Interpretación, el más peligroso de los enemigos institucionales, precisamente en un momento en el que la larga lista de elementos incidentes conforma un escenario espectacularmente peligroso en caso de dejar suelto al duende de las suspicacias.
Un segundo discurso que, en contra de lo que pueda parecer solo deja para el análisis la constatación expresa de que muchas de sus certezas serán comprobadas en tanto que de su valía, probablemente en el transcurso de un futuro, seguramente no muy lejano.



Luis Jonás VEGAS VELASCO.


miércoles, 18 de diciembre de 2013

DEL COMUNISMO, LA INDUSTRIALIZACIÓN, Y OTROS ENTES QUE REAPARECEN.

Convencido una vez más de la perfección de un Sistema que tiene en la activación primero, y posterior mantenimiento de un autoinducido estado de shock denominado crisis, me veo en la obligación primaria de guarecerme una vez más de los envites a los que el mencionado nos arroja, haciendo para ello causa activa de un procedimiento destinado a hacer de la rememoración flagrante intento de conseguir, paradójicamente, la mención de una serie de consideraciones las cuales, pese a proceder del revisionismo histórico, bien pueden aportar vías de escape que si bien evidentemente no supondrán causa activa en sí mismas, no será menos cierto que supondrán un punto de partida en el que enraizar los procedimientos una vez que el verdadero principio del fin se vislumbre de manera auténtica.

Acudo al revisionismo histórico, porque a mi entender es precisamente de la certeza de los datos que el empleo de semejante procedimiento ofrece, de donde parte la constatación, a todas luces inequívoca, de una de las certezas a mi entender más increíble de cuantas fecundan el escenario en el que pese a quien pese queda circunscrita nuestra realidad.
Es así que, un método a priori diseñado en pos de la consecución de datos procedentes del análisis de grandes promociones sociales, o de parámetros muy separados entre sí en términos de disfunción histórica; nos sorprende ahora proporcionando datos de gran relevancia toda vez que los mismos proceden, para nuestra sorpresa, de extracciones realizadas dentro de entornos que para nada tienen que ver con los propios de los paradigmas para los que fueron creados. En definitiva, protocolos de análisis multidisciplinares se convierten en las mejores fuentes a la hora de analizar con algo de sentido nuestra actual realidad, con sus circunstancias, y por supuesto con sus peculiaridades.
La única lectura, la que procede de asumir la constatación expresa de que hoy por hoy, la velocidad de la vida, definida en la datación de parámetros que inexorablemente  va ligada a ella, convierte en imprescindible el uso de protocolos de carácter macro dimensionales los cuales trascienden con mucho nuestras capacidades no solo de interpretación, sino por supuesto de procesamiento.

Con todo y con ello, y alejando de nuestro ánimo cualquier intención de hacer de la introducción algo que vaya más allá de su función expresa, cual es aportar un viso de calidad procedimental a las conclusiones que a partir de ahora puedan ser vertidas o generadas, lo cierto es que ya desde su inicio más propiciatorio se observa la determinación del mencionado procedimiento a la hora de vertebrar en torno de sí la búsqueda, cuando no la constatación de variables, que a medio o a largo plazo nos sirvan para explicar la que ya parece no solo probable, sino absolutamente definitiva, caída del vetusto modelo del denominado Capitalismo.

Acudiendo a los procederes críticos para con el mismo, toda vez que somos partícipes de la connotación histórica que asevera cómo a menudo es en las argumentaciones esgrimidas por los oponentes, donde se encuentran las connotaciones más optimistas; que refresco condicionantes que forman parte de la  línea Marxista Intelectual más central, desde las que podemos llegar a constatar qué, efectivamente, se han cumplido todos los condicionantes, y lo que es peor en un orden creciente, en pos de avalar cómo, efectivamente, asistimos al colapso de un modelo aparentemente ingrávido, esto es, que aparentaba una aparente indolencia ante el resto de fuerzas que componen el normal devenir del Universo.

Así, uniendo la elevada velocidad de transición de factores anteriormente aludida, con las en apariencia vetustas disquisiciones amparadas por Carlos y sus seguidores, lo cierto es que el resultado es altamente prometedor a la hora de, poro ejemplo, constatar el éxito de uno de los procesos más difíciles de explicar, y que a la sazón constituye uno de los vórtices a la hora de dar explicación al actual estado de las cosas. Me estoy refiriendo a lo que denominamos superación del estado de producción.

De analizar el Modelo Capitalista mediante el empleo de técnicas cercanas cuando no directamente procedentes del Marxismo, llegamos a certezas de transición, cuando no abiertamente avaladas por ambos modelos (no en vano ambos se dedican a constatar el grado de consecución de un proceder económico, y La Economía tiende a aglutinarlo todo, aunque a veces sea mediante el empleo de técnicas de fagocitosis); las cuales sirven por ejemplo para explicar el por qué del cese o superación, depende de la fuente, de realidades tales como los procesos productivos.

En términos didácticos de urgencia, definimos los procesos de producción como aquéllos de cuya práctica directa surge, de manera igualmente directa una realidad competente para ser utilizada en pos de la obtención de un hecho económico directo o por transformación, en sí mismo.
En términos fácilmente comprensibles diremos que el agricultor que vende la producción agropecuaria por él gestionada en tanto que fruto del labrado de su campo, reúne los condicionantes expresados.

Supeditados al quehacer del tiempo, los estamentos primarios de la producción son poco a poco manipulados, si bien obviamente nunca del todo superados, generándose con la transición un nuevo modelo, el denominado de la industrialización en el cual, si bien son aplicables los parámetros indirectos explicados (de una fábrica sale un producto terminado, proclive a ser vendido, o potencialmente dirigible hacia una nueva transformación en otra fábrica, lo que no viene en consecuencia a modificar nuestros parámetros), introduce variables intrínsecas cuya repercusión bien podría comprometer la continuidad del proceso, o lo que es lo mismo, activar un proceso que podría a la larga conllevar la destrucción del Modelo Capitalista de la única manera en la que todos coincidimos seria la única posible, a saber, desde dentro.

Así que cuando la industrialización genera variables incontrolables las cuales, entre otras cosas, provocan la concepción del que constituye el único instante del proceso capitalista en el que los trabajadores han conseguido en tanto que tal, esto es sin necesidad de lucha, un atisbo de posición no solo no explotadora, sino incluso ventajosa; que el Capitalismo, consciente no tanto del riesgo que luego se convertiría en amenaza real, como sí más de la intuición de que una variable de semejante importancia no podía ser dejada sencillamente a la improvisación, que arbitrarán toda una serie de medidas destinadas a actuar de cortafuegos unas, y de franco ataque otras, en pos siempre de defender el núcleo primario.

Convergen así en el proceso de industrialización un sin número de variables la mayoría de las cuales quedan por supuesto lejos de los objetivos del presente, pero que por otro lado igualmente en número, pero sobre todo en disposición resultan otros de gran valía al quedar integrados dentro de un grupo cuyo denominador común puede circunscribirse a la habilitación de medidas que redundan en pos de la consecución de éxitos y logros muy ventajosos para el trabajador.
Esta época, que en términos cuantitativos extiende lo mejor de sus dominios hasta el último cuarto del pasado siglo XX, y que en términos cualitativos se expresa en consecuciones de grado del tipo de constatación de un nutrido Sistema de Pensiones, o de un inalterable modelo de Seguridad Social, queda equiparado en los términos en los que hoy nos movemos dentro de los capítulos que el Capitalismo enarbola como elementos de gran peligro cuya destrucción resulta tan imperiosa como imprescindible.

Se trata, ni más ni menos, de la constatación efectiva de que El Capitalismo, se ha pasado de frenada. Tenemos así que, la necesidad igualmente imperiosa de superar un proceso, el de industrialización, que si bien forma parte de los parámetros estructurales del Modelo, se ha mostrado como no solo incapaz de ofrecer los resultados deseados, sino que de la por otro lado adecuada puesta en marcha de los mismos, no se han extraído sino realidades y consecuencias altamente indeseables para el propio Sistema.

Es así pues que un modelo basado no lo olvidemos, en la producción real, ha de ser superado. La mejor manera, aquélla en la que se supere el fundamento del anterior esto es, implantando un nuevo método en el que la obtención de lo real, símbolo sin duda no solo de la industrialización, sino de cualquier política pragmática, lo que colocaba a la industrialización peligrosamente cerca del Comunismo; desaparezca para siempre.
Hemos dado el salto a la era de la especulación. ¡Y sin hacer casi ni ruido!

Explicamos la especulación, siempre por supuesto a grandes rasgos, como el proceso Capitalista, esto es obviamente destinado a la generación de plusvalías, en el que la creación y gestión de las mismas se lleva a cabo sin necesidad de partir de factores reales. ¿Qué significa esto? Pues ni más ni menos que a menudo los beneficios generados desde una acción netamente Capitalista, proceden de una fuente que en realidad jamás llegó a estar en manos de aquél que ha promovido el acto en sí mismo.
Si os suena lo explicitado, es porque estáis al corriente del método de generación de riqueza por medio del cash flow, esto es, la capacidad para generar beneficios a partir del mero movimiento especulativo de capitales inmersos ¿dónde? Pues en la Banca.
Porque ahí es precisamente donde se ubica la pata definitiva en la que se apoya la actual disertación. En la Banca, y sobre todo en el poder que la misma ha terminado por alcanzar.

Al igual que el modelo productivo representado por el agricultor que comercializa sus productos, ha sido superado, definitivamente incluso el modelo  de industrialización ha quedado obsoleto. Y no porque no se mostrara diligente a la hora de producir riquezas. Sencillamente lo desagradable era la en apariencia lentitud con la que esto se lograba.

Además, si bien superadas las tensiones ideológicas ya aproximadas según las cuales cabía un nicho en el que podía esconderse el cáncer del Comunismo, lo cierto es que la presencia de factores reales, cuantitativos, como son el propio Capital, y por supuesto los Costes de Producción; generan un conato de desasosiego propiciado en el paradigma de los denominados Riesgos Asociados al Proceso de Producción. ¿Por qué arriesgar nada si podemos llenarnos los bolsillos sin el menor atisbo de desastre?
Así es como el último vestigio de legitimidad que le queda al Capitalismo, a saber aquél en base al cual el dueño de los sistemas de producción tiene derecho a recoger beneficios toda vez que el riesgo que asume en forma de capital invertido; se disipa para siempre dejando al trabajador como única fuente de producción de riqueza en tanto que por medio de su trabajo transforma la materia prima, empleando para ello unos recursos los cuales, en tanto que netamente metafísicos, están ahora realmente fuera de su control.

Pero, ¿quién controla realmente algo metafísico? Los entes capitalistas entran así en la vorágine ilusoria de creer que controlan algo. Un algo que ahora se circunscribe a la Banca, y a sus créditos, los cuales han acabado por convertirse en los verdaderos motores de la Economía, haciendo con ello buena la frase que más se repite en los últimos tiempos, según la cual: “La salida de la crisis está supeditada a la reactivación de las líneas de crédito y financiación.”

Conocido pues el siguiente paso. ¿Cuál será la naturaleza del nuevo engendro que está por venir?



Luis Jonás VEGAS VELASCO.


miércoles, 11 de diciembre de 2013

DE CUANDO LA MANO QUE MECE LA PORRA, NO ES LA MANO QUE MUEVE EL MUNDO.

Asistimos con desasosegante silencio, y desde la más profunda de las estulticias, al proceso por el cual ascendemos a rango de Ley Natural lo que hasta hace poco se quedaba tan solo en condición hipotética (eso sí, deductiva), en base a la cual no era sino el silencio cómplice lo que nos convertía en vulgares parásitos del que hasta hace poco había constituido nuestro sistema. Nuestra absoluta pasividad, sintetizada precisamente a base de semejante silencio, vienen a avalar a cuantos se escudan en el “nosotros hacemos aquéllo para lo que hemos sido votados.”

Contextualizando mis oprobios a los generados en torno a la Nueva Ley Mordaza, ¡perdón! ¿En qué estaría pensando? Me refiero a la nueva Ley de Seguridad Ciudadana; bien podemos traer a rango de actualidad la constatación expresa de aquélla vetusta afirmación, premonitoria en cualquier caso, que venía a rezar que “(…) así no hay Estado más injusto, que aquél que necesita ocultar sus miserias tras un sinnúmero de leyes.”

Redundando una vez más en la desesperante certeza de que una de las características que mejor describe tanto a este Gobierno, como especialmente al Grupo Político sobre el que descansa la base y por ende la responsabilidad de la carga ideológica que infecta de manera denodada todas y cada una no ya solo de sus decisiones, sino simplemente de sus pensamientos; pasa por la indefectible constatación diaria de que el grado de sometimiento del Pueblo Español no tiene, hoy por hoy, comparación con ninguna época pasada. Algo que hasta hace poco les ha llenado de sorpresa. Pero hoy por hoy, y llegados a este punto, han decidido dejarse de paños calientes, y empezar a ejercer de lo que ciertamente siempre han sido y, hasta hoy no se han atrevido a volver a demostrar.

Pero dar el menor viso de credibilidad a la todavía hoy incipiente teoría de que algo tan complejo como esto es propio de ellos, no constituye sino el objeto propio de un proceder que resultaría, de todas, todas, demasiado generoso para con lo poquito que intelectualmente la mayoría de ellos es capaz de generar.

Así, navegamos en las profundas, a la par que tumultuosas aguas de los mares que lindan con la Historia y con la Filosofía, nos topamos con la magnífica figura de un ARISTÓTELES el cual, entre un ingente cúmulo de acciones, tuvo a bien diseñar por ejemplo la que constituye nutrida visión de los que a todas luces habrían de ser correctos procederes a la hora de vincular al Hombre, para con sus todavía incipientes labores políticas.
Eso sí una vez superada la base, esto es, la que pasa por asumir que indefectiblemente el Hombre constituye efectivamente una substancia política toda vez que logra el desarrollo de su virtud, esto es la consagración de aquello para lo que está predispuesto, precisamente a través del ejercicio de la actividad pública, consagrando con ello a los factores de virtud política aquéllos que por ende son propicios al quehacer ético; acabamos pues por vernos obligado a dar, por primera vez en la Historia, al menos en la que hasta el Periodo Helenístico contaba, un notable salto cualitativo y cuantitativo, destinado no obstante a justificar tal devaneo.

Se permite así entre otras licencias el genial ARISTÓTELES, todas ellas a lo largo de los libros V y VII de “LA POLÍTICA”, ir desgranando cuestiones tanto etimológicas, como otras de denodado carácter práctico. Destaca, o tal vez sería más justo decir que me gusta sobremanera aquélla en la que afirma que “Es así que la Polis en Justicia creada, no habrá de tener nunca una extensión superior a la que un hombre pueda constatar de manera que sus límites sean siempre abarcables por la mirada de éste.”

Sin embargo, e insisto por supuesto que sin denostar en lo más mínimo ni una sola de las consideraciones prácticas que hace al respecto; lo cierto es que partiendo siempre de mi legítima consideración, resultan mucho más útiles las que hacen expresa reflexión a las computables en torno de las disposiciones teóricas o de conformación que habrán de regular los aspectos más profundos de las mencionadas Polis, a la sazón cunas y orígenes de los modelos que rigen nuestras actuales concepciones de Estados.

Así, dirigido directamente en pos de determinar cuál es la manera más sabia de gobierno, se ve obligado a rechazar la idea de concernir a tal grado a la Monarquía. Cierto es que el rechazo a tal forma de gobierno no procede de su gusto, ni de una demora caprichosa. Tal decisión procede más bien del ejercicio de certeza estadística que procede de constatar que el elevado nivel de constataciones intelectuales, morales y de conducta imprescindibles todas ellas para convertir en válido a un Rey son tan exigentes a la par que poco habituales en un solo hombre, que verdaderamente parece poco riguroso esperar sinceramente que las mismas se den de manera  razonable en lo que supone no mayor número de una vez cada generación.
Solventa ARISTÓTELES el hándicap que se crea decantándose por la Aristocracia, a saber un sistema basado en la cesión de los poderes del Pueblo, de los que se hace depositario un grupo más o menos numeroso, aunque sin duda suficientemente nutrido, que se hace valedor del carácter toda vez que el filósofo considera, de manera más o menos ingenua, que al menos en lo concerniente a los preámbulos conceptuales, el cúmulo de saber y virtud exigible que hace inoperante la opción de un monarca, bien puede salvarse considerando la posibilidad de repartir el que denominaremos coeficiente de virtud positivo, entre un grupo de individuos al que se le exigirá su demostración, también de manera grupal.

Y es aquí donde, trayendo a la actualidad los apuntes del filósofo, constatamos de manera evidente el momento en el que los mismos se convierten en paradoja. Este  momento que convierte el proceso en algo netamente virtuoso, a saber el hecho de que todo él descansa en la constatación de la certeza de que todos los ánimos que mueven al sistema, lo hacen siempre insuflados por la certeza de la búsqueda del bien común, se ven definitivamente desplazados, por no decir manifiestamente superados, en el momento en el que el ciudadano, como último no lo olvidemos, receptor práctico del proceder, descubre para su delirio que los principios virtuosos que a priori habrían de formar parte de los regímenes aristocráticos en su génesis, se han visto definitivamente superados por la elocuente a la vez que perniciosa búsqueda de la satisfacción particular, derrumbando con ello y de manera tan definitiva como lamentable aquello sobre lo que reposaba todo el Edificio Aristotélico.

Supone así pues la constatación más que evidente de semejante derrumbe, la prueba última a la par que inmejorable, de la absoluta imposibilidad que, hoy por hoy, puede quedar a la hora de seguir justificando cualquier teoría de gobierno.
La absoluta podredumbre que parece inundarlo todo, convierte en ilusorio cualquier intento no por lícito más realista, de devolver al Pueblo algo más que la confianza no tanto en sus  políticos, como sí en los sistemas que los encumbran, mantienen, y cuya aparente debilidad estructural tiende a desmoronar junto con ellos mismos.
Resulta así pues que más de dos mil años de ejercicio político, con sus luces y por supuesto con sus sombras, parecen estar condenados a demostrar qué, efectivamente, ARISTÓTELES tenia razón y, efectivamente, resulta imposible encontrar a cien hombres justos.

A la constatación de semejante hecho parece abonada la acción política actual. Empeñados en convertirlo todo en un lodazal en el que las distintas razas y familias del porcino se disputan los mejores sitios de la charca, lo único que parece quedar claro una vez constatada la flagrante debilidad en lo que a tenor del ejercicio en pos de la virtud en que se manejan nuestra casta política, es que en la actualidad el sistema sobrevive no por la acción de los que le representan, sino que lo hace desde la certeza de que una especie de inercia conductual, que descansa sobre la voluntad de los ciudadanos, en tanto que últimos actores y receptores, les lleva a participar de la engañosa convicción de que solo puede ser así.

En consecuencia, somos testigos de una instancia en la que no ya la acción de gobernar, sino otra mucho más profunda en tanto que afecta a la infraestructura del sistema, a saber la única competente para legitimarlo; sobrevive al límite de lo que denominaríamos sostenimiento de constantes vitales, y que alcanza su máximo grado de exposición pública en el sometimiento a juicio de una Casta Política tan perversa a la par que idiotizada, que solo es capaz de interpretar un papel predefinido dentro de un escenario propio de un Esperpento propio de VALLE-INCLÁN.

Es pues y entonces situados en esta tesitura, la cual aporta una nueva perspectiva, la que resulta imprescindible para comprobar cómo, una vez más, el Estado crece y crece, idealizando primero sus principios, para mitificarlos después, consolidando en cualquier caso la tendencia basada en el constante crecimiento, cuando no en el auténtico reforzamiento, convencido de que está en su propia supervivencia el último motivo que subyace a su creación.
Es, llegado semejante  momento, el elegido para comprender que efectivamente, tenemos un problema. Es ese el instante en el que no ya ARISTÓTELES queda superado, es en realidad el momento en el que cualquier teoría política susceptible de ser legítima se desmorona toda vez que para sus logros se hace imprescindible el sacrificio de todo aquello para lo que en principio había sido creada, a saber incluso, desea sacrificar al ciudadano, esto es, al hombre en tanto que representación más perfecta dentro de este esquema de las cosas.

De ahí que, en la actualidad, no resulte ya tan increíble el ver cómo, de manera evidente, se legisla en contra del ciudadano, porque el Gobierno ha de defenderse de los ciudadanos. Ha de defenderse del Hombre.



Luis Jonás VEGAS VELASCO.

miércoles, 4 de diciembre de 2013

DE LA RENDICIÓN DE LOS VALORES.

De la lectura de la profunda tradición, aquélla que se compone de manera casi intolerable a partir de las grandes certezas sobre las que el tiempo y la experiencia ponen su mano, y que tienden a hacernos comprobar periódicamente que el progreso no ha de estar necesariamente reñido con el hecho de que la verdad puede ser buscada, cuando no encontrada, en procesos del todo ajenos a un I Phone; terminamos a menudo por traducir las terribles certezas en base a las cuales el contexto, una vez más, no es que sea objeto, sino que más bien determina, tanto la forma de ver la vida, como efectivamente la vida misma, de cuantos componemos y somos afectados por una determinada época.

Es nuestra época, una de esas especialmente duras. Los tiempos que nos han tocado son, ante todo, propensos al más profundo de los desasosiegos. Y lo son porque, al contrario de lo que ha ocurrido a lo largo de las distintas épocas que obviamente nos han precedido, y en las que por mera superación del síndrome naturalista habremos de suponer la efectiva existencia de otros o similares periodos de crisis; lo cierto es que lo que caracteriza a éste es el pavor que despierta en el interior de toda mente mínimamente consciente, que es capaz de dedicarle a su análisis el mínimo tiempo que ciertamente se merece.

Supera ese pavor, al mero que merecidamente podría proceder de la interpretación de los factores de procedencia directa  o estrictamente externos. Cierto es que la pérdida de los mismos, bien puede constituir un escenario lo suficientemente duro, cuando no abiertamente dramático, en el cual una significativa mayoría de entes de los que han surgido como resultado de la realidad creada, pueden legítimamente protestar en pos de obtener la restitución a su estado primigenio del mundo que les habían regalado y fuera del cual no es ya que no sepan vivir, es que definitivamente ni tan siquiera conciben la vida.
Pero el caso que nos trae hoy aquí, no es que pase, es que más bien resulta de la progresiva constatación casi evolutiva, de un proceso que se ha ido desarrollando lenta, y en apariencia casi accidentalmente, y cuyas consecuencias son tan solo apreciables a partir de la comprobación de los resultados que proceden de la valoración que le es propia.

Asistimos así pues, a un proceso cuya complejidad y calado resultan de tal magnitud, que son tan solo comprensibles no por el estudio de los mismos, ni de sus parámetros. Se trata de la constatación de una realidad tan multidisciplinar, que queda oculta tras la sombra de los resultados que promueve.
Así, cuando como consecuencia de la acción de la misma, toda la sociedad es capaz de asistir en directo al desahucio de una familia con hijos, sin emitir un solo grito de clamor generalizado; cuando comprobamos como la corrupción se instala definitivamente como parte imprescindible del acervo cultural de nuestra forma de concebir la Política, y seguimos promoviendo, unas veces con nuestro silencio, otras con nuestros hábitos la prevalencia de esta casta política. O de manera definitiva, cuando permitimos que delante de nuestras ya indecorosas narices nos aprueben la que manifiestamente es una ley mordaza sin que ello implique el detonante definitivo de los siete males, lo cierto es que no ya ni tan siquiera la suma, nos basta con la disposición ordenada de los elementos concitados, habría de servirnos para llegar a la conclusión de que, efectivamente, vivimos momentos altamente desmoralizantes.

Pero lo cierto es que uno de los motivos por el que los hijos de la oscuridad han logrado hacerse con todo el teatro de operaciones, pasa en realidad por comprender que una de las primeras labores puestas en práctica, de manera espectacular todo hay que reconocérselo, pasa por el ejercicio de deslegitimación semántica al que han sometido a una amplia variedad de acepciones y conceptos. Sin caer en el error de convertir esto en un Vademecum, y por supuesto sin perdernos en nociones tan variadas como probablemente innecesarias, lo cierto es que lo dicho se constata sobremanera en términos tan importantes, a la par que estructurales, como puede ser el que concierne a la propia acción de desmoralizar.

Vendría a ser desmoralizar, algo así como desarrollar un proceso encaminado a lograr, de forma activa, arrebatar a una realidad, ya sea actual o en su caso potencial, su intrínseca parte de moral, lo cual supondría, según los preceptos aristotélicos, variar de manera substancial, provocar un cambio radical que, en el caso que nos ocupa sería tan solo considerable a partir de aceptar la posibilidad de que algo pueda ver enajenados sus condicionantes morales.

Tal hecho, inaceptable según los principios del mencionado Maestro Griego, nos lleva a un imprescindible salto cualitativo toda vez que para Aristóteles (Libro VII de la Política) “…todo acto ético es, en última instancia moral ya que, si el fin del individuo pasa por la consecución de la felicidad mediante la consolidación de la virtud como medio radical; resulta obvio que la mayor forma que ésta pueda alcanzar sea mediante su generalización en la conducta de todos los que integran la Polis.” En definitiva, todo acto promovido por el individuo en el desarrollo de sus perfectas facultades éticas, encierra en realidad un componente notoriamente político.

Desde ese prisma, en lectura inversa, cuando el individuo deja de responder activamente a las que en realidad suponen obligaciones moralmente, lleva a cabo un evidente abandono de sus componentes éticos, sucumbiendo con ello a los designios ya aventurados según los cuales la aceptación del nuevo orden resultante, bien podría considerarse como el primer paso hacia la consolidación eficaz de una nueva realidad, conformada eficazmente por individuos movidos sin duda por otros principios o valores.

Es ahí pues, donde resulta premonitorio el cambalache al que se presta la consideración de desmoralizante. Es como si tras su desarrollo se pergeñara la consecución de una nueva sociedad tan alejada de todas las conocidas hasta el momento, todas las cuales participan en mayor o menor medida de los principios básicos aristotélicos, que necesita verdaderamente del desarrollo de una verdadera crisis estructural de cara a consolidar su definitivo asentamiento dentro de un proyecto de nueva realidad promovido por intereses todavía desconocidos, si bien día a día son cada vez más notorios y evidentes.


Porque solo en una sociedad de tan baja calidad, en la que la moral, como preceptora de principios y valores se halla tan disminuida, podemos llegar a concebir, aunque sea de forma tan surrealista, una sociedad tan desfigurada, en la que la absoluta carencia, entre otras, de toda capacidad crítica, ha dado pie a situaciones como las que, hoy por hoy, consolidan, a la par que se consolidan, como parte unívoca de nuestra verdad.

Una sociedad fuerte ha de tener su esperanza en una capacidad crítica fuerte. Tan solo desde la vigencia y manifiesta observación de la crítica, cuando ésta es positiva, puede una sociedad aspirar a los avances por medio de un canon lógico. Cuando por el contrario los elementos de poder vigentes se empeñan en legislar no en pos del interés común, sino que sustituyen el mero atisbo de éste por el afán de consecución de sus propios objetivos, lo cierto es que volviendo a la Grecia Clásica, se consolida la afirmación en base a la cual depauperar al la Aristocracia, provoca Oligarquías.

Es así nuestra sociedad no ya una sociedad desmoralizada. Se trata más bien de una sociedad no tanto carente de valores, como si por el contrario convencida de una aparente falta de utilidad de los mismos. Y es así que, en consecuencia, las decisiones que se toman carecen de todo ritmo, ya sea éste de procedencia ética, o moral.

Vivimos en una sociedad simplista, que ha hecho de la simplificación excesiva su afán, y de la mediocridad la meta en pos de la cual fijar todos sus deseos.
Vivimos en una sociedad de ceros y unos, en la que todo y todos podemos ser reducidos a una expresión, a un algoritmo.
Habrá de ser, a partir de la comprensión de tamaña consideración, que extraigamos a modo de corolario la certeza de que no ha existido, y la nuestra no ha de ser una excepción, sociedad capaz de soportar al frente a individuos que hacen de la inmoralidad su patente de corso toda vez que la ausencia de patrones morales válidos, sirve también como es normal para determinar lo que es, y lo que no es moral.
Más bien al contrario, una sociedad de moral débil es todavía peor que una sociedad carente de toda moral ya que, en este segundo caso la constatación de la manifiesta inexistencia habilita para la puesta en práctica de los medios destinados a subsanar la carencia.

Pero nuestro caso es grave en extremo. Así, no se trata de que seamos inmorales, sino que el problema subyace a que nuestra moral es decrépita, anormal e incluso incoherente para con los objetivos que habrían de serle propios, inhabilitando con ello, presumiblemente por un largo periodo de tiempo, al Hombre que ha de sufrir tamaña peripecia.

En conclusión, solo una moral decrépita justifica el surgimiento de una sociedad inconsistente, cuya máxima aspiración parece pasar por el asentamiento de Gobiernos mediocres, que hacen de la incoherencia su única herramienta inteligible.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.