Presos todavía de la ola de sensaciones que sin duda nos han
proporcionado tanto los resultados como sin duda las reacciones a las que las
los mismos han dado lugar, me atreva a afirmar una vez que considero las 72
horas transcurridas como más que suficientes de cara poder afirmar que mi
conclusión no está intoxicada, que
efectivamente, todavía no hemos sido capaces de interpretar las verdaderas
consideraciones a las que nos aboca el nuevo escenario vinculado a los resultados
gestados en las pasadas elecciones del pasado 24 de mayo.
En un contexto en el que todo, absolutamente todo había de
estar supeditado a una interpretación en mayor o menor medida vinculada a la crisis, afirmo hasta qué punto me
sorprende cómo, más allá de aspectos anecdóticos, a lo sumo puntuales, nada ni
nadie parezca dispuesto a llevar a cabo el análisis definitivo esto es, el
destinado a establecer sin tapujos los vínculos sin duda existentes entre la
consabida crisis, y la hostia que Mariano y sus acólitos han
recibido en toda la morra.
Porque si bien es cierto que tanto unos como otros parecen
tener claro, al menos en su subconsciente así parece ser, que efectivamente el
sentido del voto que en general ha
inspirado a los españolitos procede no tanto de la barriobajera campaña a la
que hemos tenido la desgracia de asistir, como sí más bien a la permanente
constancia que en nuestra mente tenían ciertos hechos tales como las listas de
niños esperando para poder acceder a la que tal vez fuera su única comida
diaria, vinculada a un comedor social (sí de los que se ven amenazados por el
Partido Popular), o esas otras en las que una mujer que mañana será Alcaldesa
de Barcelona, era zarandeada por integrantes de las Fuerzas y Cuerpos de la
Seguridad del Estado; lo que no resulta menos cierto es que llegar a pensar
que el sentido del voto, expresión última al menos en apariencia de la voluntad
del ciudadano, pueda en realidad tener un efecto tan claro y definitivo sobre
un tinglado en apariencia tan bien montado como el que hasta el pasado sábado
parecía tener ese hoy por hoy casi olvidado Gobierno del Partido Popular.
Sin arrebatar un ápice de honor al logro tan merecidamente
alcanzado por los cientos de miles de ciudadanos que por medio de su sufragio
han puesto coto no tanto al Partido Popular, como sí más bien a sus
desmanes; lo cierto es que yo no acabo
de participar totalmente de la idea según la cual el cambio del que tanto se habla en los últimos días, y del que
supuestamente hemos sido precursores por medio de la emisión de nuestro voto;
pueda en realidad ser habilitado de manera tan contundente hasta el punto de
hacernos pensar que efectivamente, el control absoluto se halla, como si de
nuestro televisor se tratara, en nuestras manos.
Para tratar de hacernos una idea de lo que hoy trato de
expresar, establezcamos una comparación de grado entre dos conceptos
últimamente muy manidos cuales son cambio
coyuntural, en contraposición si se desea con cambio estructural. Tenesmo así que un cambio estructural habrá de
ser aquél que acontece con fines o desde una voluntad de pertenecer es decir,
que ha venido para quedarse. Al contrario, un cambio será coyuntural cuando
tanto su procedencia, como por supuesto su recorrido,
obedece a la suma de uno o varios hechos contingentes, los cuales por sí
mismos convergen en sus recorridos en pos de proporcionar una imagen adecuada
del grado de proyección que de éste puede esperarse.
De considerarnos inmersos en el mundo propio de L. Carroll, ya saben ese mundo en el que los conejos blancos hablan, y a la vez toman
el té de las cinco con una niña que si bien contempla tal hecho con absoluta
naturalidad, no duda en cuestionar el Gobierno de la Reina de Corazones, tal
vez participaríamos de esa otra gran ficción de la que da cumplida cuenta la
teoría según la cual hemos de creernos que, efectivamente, existe una relación
entre las decisiones que un Gobierno toma, y el grado de cumplimiento que éstas
promueven una vez adaptadas a la realidad. Algo tan chusco,
que para ser refutado habría de necesitar de un argumento tan atronador, como el que pasa por afirmar
que, sin el menor género de dudas, los intereses albergados hoy por los
políticos vienen efectivamente dictados desde la firme voluntad de conducirse
como servidores del bien común.
Pero como desgraciadamente incluso Alicia terminó por despertar del sueño, es así como a nosotros se
nos ha prohibido definitivamente, soñar. Es entonces cuando en el mundo de realidades al que se nos ha
condenado, comienzan a tomar forma cuestiones tales como las que pasan por
hacer evidente la escasa vinculación existente entre las decisiones que en
principio toma un Gobierno, y el grado de cumplimiento efectivo que de la misma
puede esperarse.
Hecha tamaña salvedad, y lo que resulta más ilustrativo,
efectuada sin que en el fondo nadie se lleve las manos a la cabeza, lo único
que parece quedar claro es que todos somos más o menos conscientes de la
realidad en la que vivimos. Una realidad que pasa por asumir que efectivamente,
otras son las fuentes desde las que se dictan las realidades de nuestro país,
incluyendo aquéllas que pasan por dictar los designios de nuestro país.
Asumido tal implemento, el resto viene no tanto por
conclusión, como sí más bien a título de corolario: El removimiento al que este Gobierno va a ser sometido sea o no éste
implementado desde el punto de vista de una Crisis
de Gobierno, responderá no tanto a un problema electoral, como sí más bien
a la concesión efectuada por quienes albergan un poder tan magnífico que ni
siquiera necesita ser refrendado en las urnas
(tranquilos, no me refiero a la interpretación del poder que tiene Ana
Botella), sino a esas grandes macroestructuras
económicas y financieras, o directamente económico-financieras detrás de
los cuales como en el caso de los ratones ante el sonido de la flauta del
Hammellin, corríamos todos.
Un poder que siguiendo una senda perfectamente urdida, cuyo
trazo como el de las alfombras persas es
perfectamente reconocible en países como Italia, Grecia, (Francia), presenta su
denominador común en la constatación certera de que incluso Gobiernos amparados
por mayorías absolutas, pueden ser
derrocados de un día para otro y lo que es peor, sin hacer ruido.
Es así como se entiende que estructuras hasta el lunes
inexpugnables, como pudiera ser el caso de plazas
como Madrid, Valencia o la
propia Castilla y León, sucumban una vez más como durante
siglos ha pasado no tanto a la presión hecha por los héroes, como sí más bien a los ardimientos efectuados por los
traidores que al primer golpe de suerte corren raudos a rendir desde dentro las
puertas de la ciudad.
Solo así puede entenderse que personas otrora pertenecientes
a insignes estructuras vinculadas con el poder, cuando no instigadoras de éste
mismo en tanto que tal, corran ahora como pollos sin cabeza arrastrando su
vergüenza cuando no su falta de orgullo, prestándose algunas a juegos propios
de antiguas meretrices no de burdel, a lo
sumo de esquina, propensas en otros casos a los diagnósticos que algunos,
alumnos del conocido Doctor López Ibor podrían atribuir a excesos propios del
mal de la histeria.
Pero lejos de banalizar, lo único que ha de quedar claro una
vez más es la intensidad del grado de manipulación de la que somos objetos.
Como en el caso de un a menudo macabro juego, los deseos y sueños, cuando no
las esperanzas del mundo, sucumben a la certeza de los ardides desplegados por
quienes convencidos de su superioridad, por otro lado manifiesta, logran una
vez más, ponernos en nuestro sitio, a
saber, el sitio antaño ocupado por la plebe, justo antes de degenerar en
chusma.
Es así como una vez más, a través del incisivo espejo que la
intuición nos ofrece, que tanto las relaciones propias de la masa churra, como
las exclusivas conductas practicadas por la exclusiva casta de los pro-hombres,
adopta ante nosotros visos de plena certeza, la certeza que pasa por saber que
lo único que a unos y a otros une es la ignorancia de no ser capaces de dar con la tecla de saber que
respectivamente, tanto unos como otros son igualmente manipulados. Así,
como ocurre en el macabro juego de naipes, nuestra carta, la imagen de nuestros
vicios, es visible para todo el mundo, excepción hecha de nosotros mismos. Por
ello nuestros vicios y miserias son conocidos por todo el mundo, menos por nosotros
mismos, y esa ignorancia, lejos de sumirnos en la desazón, no hace sino
dejarnos vivir, prolongando el drama.
Cayó Jericó. Cayó Roma. Caerá Mariano. Lo único digno de ser
tenido en cuenta, el ruido que haga en su arrastre.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.