miércoles, 28 de noviembre de 2012

DE CUANDO LOS ÁRBOLES NO NOS DEJAN VER EL BOSQUE, DE LOS GRITOS DEL SILENCIO.


Una vez más, resulta increíble comprobar, y todo ello sin el menor ánimo de ser complaciente, como en realidad las cosas suelen ser mucho más sencillas de lo que en realidad podría parecer, o en cualquier caso de lo que en un primer momento incluso parece que hubiera sido conveniente. Así, atendiendo como no podía ser de otra manera a temas de actualidad, o más concretamente a la forma mediante la que éstos, cuando no sus resultados afectan a nuestras vidas, nos vemos obligados a comprobar siempre la presencia en este caso, del gran testigo, del mecenas de todos los hechos, del juez y jurado de toda realidad. Hemos de comenzar a comprobar la valía de nuestro presente, acudiendo, como no puede ser de otra manera al veredicto que sobre el mismo habrá de referir el único de los jueces imparciales que nos quedan, una vez que el resto de los elementos de los que nos rodeábamos, ha sido muestra del fracaso, en tanto que han sido víctimas de las tentaciones de lo mundano. Acudamos pues, al siempre objetivo proceder del Tiempo.

Es la nuestra una de las épocas más interesantes que a priori resultarían deseables para vivir. Pocas, por no decir ninguna con anterioridad a ésta, son presumibles de habilitar en un periodo tan relativamente corto de tiempo, el cúmulo de situaciones que de todo tamaño, eventualidad y magnitud, puede decirse que han, son o incluso serán vividas, en el otrora corto espacio que se amotina entre una generación, y la inmediatamente posterior. Es como si el tiempo, y su causalidad directa, la vida en tanto que experiencia natural, se empeñasen en transcurrir deliberadamente aprisa en el presente que nos ha tocado vivir.

Y tal vez sea por eso, bien por las meras prisas, o quién sabe si por los elementos asociados a las mismas, velocidad, vorágine etcétera, que ya no nos encontramos ni en la mera disposición de acceder a los hechos con la mínima de las perspectivas a la que nunca debemos hacer caso omiso, a saber, la de la responsabilidad.

Porque pese a quien pese, cuando todo esto haya pasado, cuando el sol vuelva a salir, y en apariencia los recuerdos no sean sino el vestigio de un mal sueño; entonces, un día, sin saber muy bien porqué, porque en realidad nada parezca haberlo motivado. Entonces nuestros fantasmas resurgirán para pedirnos cuentas. El motivo es sencillo, siempre lo hacen.


Una vez más, todo ha ocurrido demasiado deprisa. Hace cuatro años, negábamos la crisis. El año pasado aún éramos incapaces de valorarla en toda su extensión, tal vez por ello elegimos de manera tan errónea a los que deberían resolverla. Hoy sólo somos conscientes de que no ha venido para quedarse, más bien lo ha hecho para instalarse. Trae una maleta grande, viene para instalarse.

Como un invitado entrometido, y por ello menos deseado si cabe, pretende desarrollar toda su labor con el firme propósito de descabalar todo aquello que suponía nuestro apego al mundo que creíamos conocer. Mueve los sillones de sitio, cambia el color de las cortinas, e incluso pretende sustituir los cuadros de nuestras paredes. ¡No, los cuadros no! ¡Constituyen el reflejo de nuestro apego al mundo! ¡Son la imagen del orden! O al menos la ilusión de que controlamos tal orden.
Porque una vez más, el presente, abiertamente testarudo, se empeña en enfrentarnos con la única realidad que a estas alturas parece a salvo de tales insinuaciones. Precisamente el presente, que ha renegado del pasado, y se ríe a carcajadas ciertamente inoportunas del futuro.

Y en el nuevo colmo de los colmos, la certeza de la perversión manifiesta, la que procede de ver cómo el último vestigio, el que parecía ser el último bastión del orden, sucumbe igualmente, sin el menor atisbo de ruido, tal y como lo ha hecho todo lo demás. La causa del desmoronamiento es sencilla, la vanidad efervescente, cercana a la petulancia, que se manifestaba en estos tiempos a través de la absoluta convicción que embargaba a los hombres a la hora de satisfacer su certeza de que tenían siempre todas las respuestas, les ha llevado a olvidar el hecho de que en realidad, muchas cosas han de ser convenientemente recordadas, aunque sea sólo para evitar que sean repetidas.

Puede que esta sea la única razón por la que el español moderno ha removido viejas tumbas, ha repetido ciertos ritos, y aunque sea malsonante, ha resucitado viejos cadáveres, dotando además de autoridad a formas aparentemente ya superadas, cuando no ampliamente olvidadas.

Hemos así de recuperas términos arriba expresados, juez, tiempo, vorágine, para intentar comprender, o al menos hacerles compresible a otros, la metodología en base a la cual lo increíble se hace creíble, lo absurdo adopta posiciones de verdad, y en definitiva lo imposible juega ahora a las cartas con lo que hace segundos eran leyes científicas.

Y el responsable, o más concretamente el prestidigitador que ha hecho posible el milagro, como buen mago, adopta infinidad de formas, responde a cientos de nombres, y oculta su faz a cualquiera que le mire de frente. Sencillamente se adorna con la sutil vestimenta que le proporciona la idea creada de crisis.

Idea creada sí, que a nadie le quepa duda. De no ser así, cómo es posible que estructuras tan bien creadas, ideas tan absolutamente maravillosas, y realidades tan firmemente asentadas, se hayan venido abajo de manera tan perfecta. Y lo hayan hecho sin generar un solo cascote, y en absoluto silencio.

La respuesta es tan sencilla, que amenaza con golpearnos, más que con iluminarnos. La crisis es necesaria, para moldear nuestros designios, para recuperar nuestros destinos, para reconducir, en una palabra, nuestros designios.
Para devolvernos a nuestra siempre deseada esclavitud.

Los tiempos de bonanza, han sido excesivos. Y lo han sido no exclusivamente en referencia a la bonanza económica. Eso en realidad  no es preocupante, el dinero es voluble, pronto recuperará su posición original. Lo verdaderamente preocupante estriba en el excesivo avance que los medios destinados al desarrollo integral de la persona, habían alcanzado en estos tiempos. El individuo se sentía demasiado libre, demasiado eficaz. Y de ahí a sentirse responsable de sus actos, hay un camino demasiado corto.

¿Qué harían entonces La Derecha? ¿Sería entonces necesaria La Iglesia?

Al igual que nadie se plantea que la patente del coche que funcionaba con Hidrógeno fue comprada por una multinacional dedicada a la venta de hidrocarburos; así es que nadie habrá de dudar de que los acicates fundamentales que instigan, alimentan, y no lo dudemos, gestionan esta crisis, han de ser inexorablemente buscados en los grandes centros de poder de La Derecha.
A nadie más que a ellos, perjudica el hecho de que la gente pueda llegar a pensar que puede pensar. ¿Os imagináis un mundo en el que toda persona puede ser responsable de sus actos, sin haber de acudir a que un ente metafísico le perdone por no cumplir un reglamento que sólo es más absurdo que antinatural?

La respuesta, una vez más, hay que buscarla en el difícil camino que escogen vivir su vida considerando su propia responsabilidad.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.




miércoles, 21 de noviembre de 2012

DE RAJOY, LA DERECHA, LAS CRISIS, Y DE LA COHERENCIA IDEOLÓGICA COMO ÚNICO RESPALDO.


Aunque pueda parecer mentira, ha pasado un año. Un año de aquella fecha, veinte de noviembre, sin duda elegida con atinada mano simbólica. ¡Lástima que no podamos decir lo mismo de la capacidad cerebral!

Un año de ostentación de poder, que no de acción de gobierno, en el que desgraciadamente han sobrado las ocasiones, y nunca han sido desaprovechadas las ocasiones, en el transcurso de las cuales demostrarnos, principalmente a los que nos mostrábamos un pelín lentos en entenderlos, que de una manera u otra, ya nada volvería a ser igual.

Porque Señoras y Señores, la Derecha ha vuelto, y su pretensión es quedarse. Y lo peor no está sino en el hecho de que tal tropelía, por primera vez en mucho tiempo, no la han hecho ellos. Ha sido mucho más sencillo, se lo hemos permitido nosotros.
Soy netamente consciente de que muchas de las cosas que digo no son políticamente correctas. De la misma manera soy consciente de que somos unos pocos, tal vez irresponsables, los que ponemos voz a pensamientos que circulan por la razón de muchos que, tal vez por prudencia, o por cualquier otra de las múltiples formas que hoy por hoy adoptan las limitaciones, no pueden ni tan siquiera aceptar lo que piensan. Sin embargo, no es menos cierto que muchos de esos que guardan silencio, siguen sin entender todavía hoy cuántas cosas han tenido que hacerse rematadamente mal en España, para que vuelva a gobernar la DERECHA CAVERNARIA.

Dentro de esa serie de argumentos a los que arriba hacía mención, he de traer hoy especialmente a colación aquél según el cual poníamos en relevancia el hecho, aparentemente por todos compartido según el cual para que en este país volviéramos a ver a la Derecha en el ejercicio del poder, sería condición imprescindible que el mismo se alcanzara mediante la obtención de una mayoría absoluta.
En términos conceptuales lógicos, esto es aplicando la matemática de la lógica al razonamiento electoral, semejante afirmación podría consensuarse en la firme convicción de la absoluta imposibilidad de que semejante situación volviera a repetirse, al menos si nos ceñíamos estrictamente a la aplicación completa de la coherencia de pensamiento. En otras palabras, nada podía hacer presagiar que la Derecha, fuese cual fuera la forma que adoptara, podría volver a sustentar las riendas de este país.

Pero entonces, ¿Qué magnitud tiene el cataclismo que nos ha traído este aquí, para sumergirnos en este ahora?
Llegados a este punto, muchos estarán ya deseosos de acudir al sempiterno palo que para mediocridades, estulticias y miserias (sobre todo morales) la acechante crisis representa. Mas es entonces cuando hemos de plantear si cabe, con más juicio la fatal cuestión: ¿Quién es más culpable del actual estado de las cosas? O dicho de otra manera, ¿De qué posición ideológica se encuentra más cercana, el actual estado de las cosas?

Porque sí. Verdaderamente, una vez comprobado el lamentable estado al que hemos permitido sean conducidas todas las cosas, es cierto, por no decir definitivo, que resulta obligado, cuando no saludable, comenzar a desprendernos de esos tantas veces identificados velos que, en forma de tabúes, nos han impedido hablar no sé si con razón, pero sí sobradamente con propiedad, de los grandes problemas que acucian al país.
Así y sólo así, podemos entender que el silencio haya tapado a lo que en verdad deberían ser clamores; que el polvo haya logrado enterrarlo todo. En una palabra, que la desidia haya logrado hacernos dudar, hasta casi olvidar, nuestro pasado más cercano, y por eso el más hiriente.

Así, y sólo así, podemos entender que aquél ambicioso proyecto iniciado por José María AZNAR, y que puede resumirse en el intento de redefinir una nueva Idea de los modelos conservadores que hay en España, aglutinando para ellos ramos tan aparentemente sui géneris tales como Falange, junto con los moderados de Primo de Rivera, todo ello bajo el amplio paraguas que ofrece la teoría liberal. Y lo peor no es que lo haya logrado, es que por medio de otro gallego, hemos vuelto a permitir que se encumbren.

Las principales causas, como ocurre siempre en estos casos, no hay que buscarlos en sus aciertos. Subyacen más bien en los errores del contrario.  Y como en todas las grandes ocasiones, en la base de tales errores hemos de buscar los contenidos ideológicos, aquéllos que, en el caso que nos ocupa, más han de doler porque ¿de verdad es comprensible que España sea de Derechas?

Evidentemente no lo es. Por eso, la única opción que nos queda para justificar el alza de la Derecha, pasa inexorablemente por el acuciante hundimiento de la Izquierda. Un hundimiento que tiene su base en la permisividad con la que hemos permitido no ya que nos derroten en el terreno de la ideología. La realidad demuestra que les hemos consentido que arrebaten del discurso cualquier prebenda histórica, moral si me apuran. Y todo ello en pos del mantenimiento de una estabilidad del discurso que una vez más, tan sólo por ellos se ha visto amenazada.

En definitiva, nos han derrotado. Las pruebas, éste año, en el 20N no han necesitado ni hacer desfile de conmemoración, se ve que el que tienen en Moncloa satisface sus deseos más profundos.

En definitiva, puede que el orden en el aparente caos, pase inexorablemente por la coherencia ideológica.

Luis Jonás VEGAS VELASCO.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

DE CUANDO SE ACABAN LAS OPCIONES…


…Y todo se convierte entonces, en algo inherentemente peligroso.

Termina la jornada, una jornada sin duda especial, en la medida en que con las últimas luces dan, igualmente, sus últimos estertores una jornada de huelga que como cualquier otra que se precie, tendrá en el baile de cifras, dependiendo siempre de quién sea el que las ofrezca; su primera y más directa consecuencia.

Aunque alejado de cualquiera de estas posibilidades, en la medida en que se trata de una mera apreciación objetiva, fruto de la mera observación estadística, podemos decir sin sonrojo, para eso ya habrá sin duda tiempo dentro de unas pocas líneas, que ésta jornada de huelga ha sido sin lugar a dudas la Huelga de más contenido político de las nueve Huelgas Generales que han acaecido en este país desde que alcanzó la mayoría de edad, o sea desde que el Tutor cambió El Pardo, por la Cruz (de los Caídos).

Por ello, y tal vez sin abandonar los paralelismos políticos, podemos afirmar que no resulta del todo sorprendente que haya de ser precisamente bajo el manto, opresor en este caso, de un Gobierno de Derechas, donde no resulta del todo sorprendente que se tengan que desarrollar acontecimientos históricos de la índole de los que hemos comprobado, a lo largo del día.
Unos acontecimientos que si bien en sí mismos constituyen, o al menos en opinión del que humildemente escribe, deberían constituir, motivo de escarnio; no es menos cierto que, una vez son analizados con perspectiva unitaria, proceden a arrojar una visión de las cosas todavía mucho más desalentadora, a la par que preocupante.

Retornando por unos instantes a la valía del dato objetivo, habremos de decir que ésta  ha sido la primera ocasión en la que a un Gobierno le hacen dos Huelgas Generales cuando todavía no lleva un año en el cargo. De ser cualquier otro el aquí y el ahora, o lo que es lo mismo, de ocurrir esto en cualquier otro país, asociado a cualquier otro Gobierno, sin duda que la constatación de semejante hecho traería inmediatamente aparejado la puesta en práctica de medidas de análisis, cuando no de abierta autocrítica, encaminadas cuando menos a vestir de lagarterana una situación que en otro país democrático, he dicho democrático, bien podrían incluso levantar la mera sospecha de que algo se está haciendo mal, o al menos no todo lo bien respecto de las expectativas que llevaron  a ese Gobierno al cargo. Expectativas que se basaron, o cuando menos se apoyaron en las consignas emitidas en un tiempo nada lejano, periodo electoral, en el cual se desarrollaban consignas que incluso formaban parte de un proceder denominado Programa Electoral. ¿Les suena de algo?

En conclusión, una de las realidades que más han diferenciado esta jornada de huelga de todas las anteriores, reside en el marcado carácter político que la convocatoria ha llegado a alcanzar.
Siempre hemos defendido lo que para éste que escribe es corolario imprescindible de toda acción promovida por la persona. Corolario que se resume en una máxima sujeta a lo efímero, por su aparente simplismo y rotunda sencillez. Todo acto promovido por el Hombre en tanto que Ser Social, adquiere la innata condición de Acto Político.

Mas en el caso que nos trae hoy aquí, semejante afirmación tiene ineludiblemente aparejadas consecuencias mucho más consecuentes. La jornada de huelga que ha expirado llegados ya estos instantes, llevaba impreso en su genoma la condición de huelga general no en tanto que afectaba en su convocatoria a todos los estamentos productivos y profesionales de España. La Huelga era general en la medida en que representaba una oposición frontal e incluso desaforada contra LA MANERA QUE EN GENERAL, EL PARTIDO POPULAR HA DEMOSTRADO QUE ES SU FORMA DE ENTENDER Y HACER POLÍTICA DESDE QUE “RECONQUISTARA” DE NUEVO EL PODER, ALLÁ POR NOVIEMBRE DE 2011.

Resulta por ello poco menos que imprescindible que cada uno de los actos que han tenido lugar a lo largo del día de hoy, reciban su validación dentro de un contexto inevitablemente político. El que procede de constatar que a estas alturas, es en La Política y en sus políticos, donde se concentran la mayoría de los problemas de España.

Semejante afirmación, ni es populista, ni adolece de los errores propios de estar motivada en la consecución de objetivos ocultos. Procede sencillamente de la observación que a diario se puede hacer de un hecho tan aparentemente preceptivo, como desgraciadamente típico, cual es la degradación progresiva de la relación existente entre el Pueblo, y sus representantes.
Lejos de promover desde aquí un sesudo análisis de los preceptos que ineludiblemente han de materializar tales relaciones, si que por otra parte constataremos el hecho de que tal degradación procede del paulatino distanciamiento al que ambas realidades, administración y administrado, se han sometido recientemente. El desprecio y la apatía con la que el pueblo se ha demostrado hacia sus políticos, ha sido recompensado por éstos con la más absoluta desafección. Una desafección que inevitablemente ha degenerado en la recuperación de cánones otrora superados, en base a los cuales el Pueblo recupera, al menos a los ojos de sus políticos, su previa condición de chusma. Una chusma que en el cómputo de su máximo recurso, a saber la ignorancia, no es capaz ni tan siquiera de saber, qué es aquello que en realidad más positivo habrá de resultarle. Y de ahí, al gobierno mediante decretazos, hay un espacio pequeño, que muy poco cuesta recorrer.

Con ello, bien podemos concluir que la de hoy no ha sido necesariamente una huelga contra algo concreto. No se iba contra los Presupuestos Generales del Estado. No se criticaban en concreto éste o aquél recorte. La realidad palmaria dice que contra lo que se cargaba era contra el Gobierno encabezado por D. Mariano RAJOY, y en especial contra la palmaria situación de desprecio con la que viste todas y cada una de sus acciones en tanto que Presidente del Gobierno de España.

Es así, mucho más que una Huelga Política. Es una huelga con la que se pretende poner de manifiesto que no se puede gobernar en contra del pueblo. Una huelga que pone sobre la mesa la certeza en relación a la cuestión del valor que puede tener una forma de gobernar, aparentemente en pos del bien común, cuando en cumplimiento de las propias medidas, el común ha sido eliminado por hastío progresivo.

Pero lo más clamoroso de la jornada, al menos a mi entender, ha sido la constatación de lo que por otro lado era una certeza. La constatación de que todos los que conformamos este país, estamos artos de que se nos tome por cretinos. Cretinos que, siempre desde la óptica de D. Mariano han de mostrarse agradecidos con el disfrute de las migajas que unas veces él, u otras la Sra. MERKELL, tienen a bien deslizarnos, tal y como hoy ha hecho el Sr RHEIMN, responsable de le UE quien ha venido a relajar el terreno paras el encaje de las reformas.

Y mientras, crece de manera exponencial la certeza entre la gente de que esto, definitivamente, ha dejado de funcionar. Constituye tal observación una preocupante certeza, desde el momento en que cada vez de manera más acuciante comprobamos el desencanto manifiesto entre la gente, sobre todo entre los jóvenes que en realidad no hemos hecho sino disfrutar unos privilegios que nos han sido dados por otros. Unos privilegios que en realidad no son nuestros, y de los que ni tan siquiera conocemos los procedimientos que se desarrollaron en pos de su consecución.

Por eso, es muy probable que este Gobierno no haya valorado suficientemente las nuevas e irreversibles posibilidades que se pueden abrir en el caso de que esa generación aludida, dejemos de considerar como suficientes por obsoletos medios de protesta tales como las huelgas, y acudamos a otros más específicos.

Luis Jonás VEGAS VELASCO.

miércoles, 7 de noviembre de 2012

DE CUANDO A UNO YA NO LE QUEDAN GANAS NI DE ESPERAR.


Una vez que la certeza de que ya nada podemos aguardar del futuro comienza a ganar predominancia, es cuando la necesidad de hacer lo correcto pasa por dedicar nuestro tiempo, ese tesoro hasta hace poco tan escaso, y ahora tan excedente, en acudir a la Historia, a su estudio y a ser posible a su comprensión, en busca no ya de respuestas; lo que previsiblemente supondría alargar en el tiempo la agonía de este sistema, por otro lado superado; sino que nuestros pasos habrán de estar una vez más guiados por la necesidad humana de conocer más, en este caso forzando el replanteamiento de una nueva realidad, que será forjada mediante la formulación de preguntas.

El fracaso, o al menos la sensación que de manera irreversible le acompaña, se ha ido adueñando, poco a poco de nuestro presente y con ello de nuestra realidad. Pero lo peor no es eso, lo peor es que los recelos propios del mismo han extendido sus tentáculos de manera absoluta, y casi perpetua, adueñándose con ello de nuestro futuro, proyectándose mucho más allá de lo que para nosotros resulta perceptible,  y con ello controlable.

Uniendo, ahora sí, ambos conceptos, esto es Historia y sensación de fracaso, podemos sin mucho esfuerzo recrear un escenario en el cual, la generación que actualmente debería estar desarrollando al máximo sus capacidades, devolviendo, en cumplimiento de los preceptos de la denominada como teoría del Capital Humano, todos y cada uno de los costes que consideraron la que fue su formación, deberían de igual manera estar en disposición de efectuar esta devolución con los consiguientes intereses, los cuales habrían de constituir en sí mismos la plusvalía de la Sociedad de la que formaran parte. Y digo beneficios porque al estar referidos explícitamente a componentes humanos, no cabe por ninguna parte hablar de especulación, sino de plusvalía.


Esta plusvalía constituye, en cualquiera de sus múltiples órdenes y valores, el más importante, por no decir el único lícitamente válido en términos axiológicos, de los capitales a los que puede optar una sociedad. A su composición, éticamente valiosa en términos de propia concepción, hay que añadir la naturaleza de los logros a los que está dirigida. Se muestra así como el más importante de los valores a los que puede estar encaminada una sociedad, cuales son los de promover su propio desarrollo atendiendo para ello a la salvaguarda y mejoría permanente de los propios cánones, aquellos que la identifican, refuerzan y consolidan.

De la aceptación de todo lo expuesto hasta el momento, ha de extraerse a estas alturas un corolario fundamental, cual es el de comprender el papel fundamental que en cualquier sociedad moderna que se precie, esto es que desee verdaderamente sobrevivir incluso al mero paso del tiempo, la acción de los elementos encaminados a lograr tanto la salvaguarda como la mejora de los arbitrios definidos hasta este momento, ha de contar no ya con cuantos recursos sean definidos; sino que en la voluntad de cuantos conforman esa sociedad, y en especial en la de los que desarrollan en la misma cargos y funciones de responsabilidad, ha de estar innatamente sugerido lo indispensable de esa salvaguarda.

En las actuales circunstancias, la única sociedad que puede aspirar a sobrevivir es la que es capaz de evolucionar. Y hoy en día, la única sociedad que evoluciona es la que comprende el valor de la formación, en todos sus géneros.

Basta un sencillo paseo por nuestra historia más reciente, para comprobar, aunque no necesariamente para comprender, cómo la formación de sus gentes se convierte en la más importante de las acciones que un Estado, o cuando menos un Gobierno, puede llevar a cabo si se precia de estar realmente al servicio de sus administrados. Pero basta igualmente un sencillo paseo para comprobar la existencia y dominio de una realidad que por lo demás no sólo ha sustituido semejantes acicates de entre sus prioridades, sino que en un alarde de osadía, ha pervertido de manera completamente voluntaria tales compromisos, sustituyéndolos por otros más volubles, más acordes a los nuevos tiempos que corren, poniendo en marcha toda una serie de artimañas en pos de sentar los precedentes que converjan en la consolidación de una sociedad en la que los deseos de sus individuos, coincidan de manera más franca, y a ser posible evidente, con los principios que han sido considerados como dominantes, por esa misma sociedad.

Comienza así la desestructuración del Estado. Una labor perversa en tanto que contraproducente a priori para todos los componentes del sistema, y por ende para el sistema como tal. Una labor que parece propia de locos, cuando no de neuróticos, si tenemos en cuenta que arranca no como en principio podría parecer, de la acción de grupos anarquistas, descerebrados, o tan siquiera antisistemas. Una labor que hunde sus orígenes en las propias raíces del Sistema, y en la manifestación más formal que éste posee, a saber, el Gobierno.

Retrotrayéndonos en el pasado, y más concretamente en el instrumento del que el hombre dispone para indagar al respecto, es decir, la Historia, será suficiente con un instante para comprobar que los tiempos que a algunos no han tocado vivir, precisamente los que engloban a esa generación a la que antes hacía referencia; se encuadran en mitad de periodos por otro lado calamitosos. Acudiremos cuantas veces sean necesarias, a esa misma Historia, para comprobar la manera mediante la que, con bastante grado de aproximación, los periodos de tranquilidad no son sino instantes de transición, que más bien separan otros instantes de por sí mismos tumultuosos. Es como si el estado natural de la realidad procediera del tránsito entre calamidades, desgracias y miserias. En definitiva, los tiempos propios de los cuatro jinetes del Apocalipsis.

Pero más allá de interpretaciones, o de su forma más remilgada, esto son, las consideraciones, lo único de lo que a estas alturas deberíamos estar seguros es de que el único elemento que puede salvar a una sociedad de su destrucción, proceda ésta de causas ajenas, o por el contrario sea el resultado de motivaciones intrínsecas, reside absolutamente en la formación, ya sea ésta la que se encuentre entre sus propios integrantes, o en cuanto se halle en condiciones de facilitársela.

Por ello cuando el Sistema, o más concretamente el Estado abonó el terreno para que una si no más generaciones de nuestros jóvenes abandonaran sus estudios para ganar dinero fácil, empuñando una pala en una obra, no hizo sino hipotecar su futuro a corto plazo, en la medida en que hoy por hoy  no son suficientes los jóvenes competentes para explicar correctamente el fundamento físico que según la ley de la palanca justifica porqué usamos una pala; curiosamente su número coincide subrepticiamente con el de las legiones de jóvenes que, hoy por  hoy, sobran en las obras.

Podemos así afirmar, y este caso constituye manifiesta muestra de ello, cómo el Gobierno está haciendo oposiciones a su desintegración, en la misma medida en la que desarrolla políticas activas que persiguen no ya su propio desarrollo, hecho éste inherente a la propia consecución del precepto. En este caso, el Estado, prefiere hipotecar su futuro,  y con ello el de todos aquellos que forman parte del mismo; mediante la puesta en práctica de una política activa de educación que fomenta la erosión del propio Sistema, mediante la erradicación de toda capacidad crítica.

Así visto, resulta ciertamente incomprensible, cuando no del todo falso. Sin embargo, es precisamente del análisis del último de los componentes, de donde se extrae si no la respuesta, si tal vez el sentido de las preguntas que a partir de ahora habrán de llevar todas y cada una de las cuestiones de las que se sirva el individuo en la cada vez más acuciante obligación de interrogar al Estado, no sólo en sus funciones, sino en la finalidad que éste persigue con la consecución de las mismas.
¿Qué persigue un Estado cuando parece fomentar su autodestrucción? Pues aunque pueda parecer paradójico, tal vez promover su supervivencia a ultranza. ¿La manera? Anulando todo vestigio de capacidad crítica, para erigirse luego, más bien de nuevo, en el único garante de si mismo, en tanto que último reducto de la responsabilidad, esa capacidad que entre todos, hemos consentido ser desposeídos de ella.

¡Devuélvannos el derecho a cuestionar! ¡Sólo así podrán volver a tener un Estado, y no el miserable reflejo que de un mal rebaño de ovejas que comienzan a tener!

Luis Jonás VEGAS VELASCO.