miércoles, 29 de abril de 2015

DE CUANDO EL AJO REPITE, EL AGUA MOJA Y…

…Y nos vemos obligados a constatar que la resignación se convierte, definitivamente, en el último resquicio al cual aferrarse.

Constituye la resignación la mejor metáfora a la hora de inferir no ya conceptos, a lo sumo procedimientos, con los cuales tratar de ubicar de manera elegante (sutil si se prefiere) el fenómeno de lo que denominaremos, al menos de momento, fracaso elegante.

Convergen en la resignación la consagración del éxito de lo que en realidad no es sino una suerte de progreso, algo que está por propia naturaleza en eterno proceso, quién sabe si en eterno retorno, y que como una Espada de Damocles, sobrevuela no ya nuestra cabeza, sino más bien nuestra conciencia, actuando unas veces de cortafuegos, otra de franca barrera, impidiendo en cualquier modo el correcto y amplio desarrollo del Hombre, al menos en lo que concierne a su faceta ética, condicionando a la postre el desarrollo de su faceta moral.

Mas un hecho tan complicado, entendiendo tal complicación como algo que va más allá de lo que se puede constatar de las consecuencias, esto es de lo que aunque sea someramente trasciende de su complejidad procedimental; ha necesariamente de estar vinculada a algo más grande, es decir, a algo cuyo premio, aquello a lo que está consagrado, se haga merecedor de manera inequívoca del sin duda elevado coste que las acciones desempeñadas en pos de su consecución parecen traer aparejadas.
Es así como, poco a poco, cuestiones se cabe más profundas, esto es, procedentes no del desarrollo cuando sí más bien de la implementación de certeza de imposibilidad que se percibe de la superficialidad con la que se empeñan en cubrirlo todo, da paso a una interpretación que como suele ocurrir en todos estos casos, reconocibles por rodear de manera evidente los perímetros cercanos a los terrenos de la conspiración, comienza por negarse a aceptar lo evidente, lo que no parece ser sino una interpretación demasiado sencilla cuando no evidente; para acabar como decimos desembocando en la percepción de unos escenarios y de unas metodologías sorprendentemente cercanas a los compatibles en los mundos propios a los complots.

Determinado así que la resignación es algo demasiado complejo como para asumir que es tan solo un resultado accidental de un proceso digamos, descontrolado; es cuando por mera asociación de ideas que otrora habían permanecido ¿interesadamente? desvinculados, van adquiriendo no solo visos de coherencia, sino que una vez ordenados los acontecimientos aplicando para ello tan solo la capacidad para ver las cosas desde otra posición (lo que se conoce como perspectiva, y que según quién, pero sobre todo según cuando, para unos es una fuente de virtudes, si bien para otros es una continua emisión de desazones) adoptan tal grado de posibilidad, que ésta se muestra competente para no ya construir otra realidad, sino sencillamente para ofrecernos constancia expresa de que otra realidad (siempre) es posible.

Se ordenan pues las piezas, hasta acabar por confeccionar un rompecabezas en el que, efectivamente, todo tiene perfectamente concebido no solo su lugar, sino el proceso que ha de abarcarse hasta que de forma inexorable, todo quede en su lugar. Y lo que es más importante, lo haga con la absoluta convicción de que tanto el lugar como la manera de acceder hasta él constituyen sin el menor género de dudas, lo mejor de lo mejor.

Avanzamos pues lentamente por el maremágnum que poco a poco aparece, cuando no se forma, en nuestro derredor; y si bien es cierto que poco a poco, no lo es menos que la figura, cuando no la silueta cuya percepción podría encerrar la metáfora de lo que sería comprender el núcleo de la disquisición que hemos vinculado hoy a nuestra semanal interpretación de la realidad viene hoy a constatar que efectivamente, hemos topado con algo gordo.

Decíamos que es la resignación un estado, y añadimos ahora que es un estado al cual no se llega, sino que evidentemente te trasladan. Pero resulta evidente que tal y como ocurre con cualquier acto en el que surte su efecto una acción externa al propio sujeto, una acción en la que una fuerza externa al propio sistema por ellos creado tiene no ya un papel, sino más bien un papel protagonista; la discordancia que potencialmente subyace al mundo de posibilidades que la variable externa aporta, puede traducirse en lo que podríamos denominar flagrante indisposición del individuo a convenir con las doctrinas así como con los procedimientos por otros arbitrados en pos de provocar una determinada reacción. Dicho de otro modo, las especiales condiciones bajo cuyos paradigmas ha tenido lugar la asunción de los componentes desde cuya participación entendemos el mundo y la realidad, han de converger en un estado complejo destinado de manera evidente a configurar en el individuo una suerte cuando no de vivencia, sí al menos de interpretación de ésta, capaces de dotar al individuo de la plena noción de que ése y solo ése son los parámetros que siempre han configurado su catálogo de nociones de la realidad. Aunque una revisión atenta y pormenorizada de lo anterior, en caso de que fuera posible lograr tal cosa, no redundara sino en la noción de que, efectivamente, todo son una suerte de recuerdos implantados, la mayoría de los cuales no guarda relación alguna con la naturaleza de los individuos, lo que no supone obstáculo alguno para que, correctamente posicionada siguiendo el esquema de lo que denominaríamos suerte de pensamiento en colmena, redunde en la constatación de que efectivamente estamos en el mejor momento posible, en el  mejor lugar posible.

El mejor momento posible, el mejor lugar posible. Sin duda el mejor eslogan, si fuésemos una empresa con digamos, intereses inmobiliarios, competentes además para creer o determinar, a veces la separación entre ambas premisas resulta desalentadora por ínfima, cuando de verdad participamos de la creencia según la cual saldremos de la actual situación en base a que seamos capaces de desarrollar una ecuación en la que los parámetros que se demostraron como causantes, actúen ahora como catalizadores de una reacción inversa. Hecho que para nada parece previsible, al menos a corto plazo.
Así que una vez descartado lo de la inmobiliaria, bien es posible que el eslogan sea vendible para digamos, otro mercado basado en la especulación y forjado a base de la usura. ¿A alguien se le ocurre algo en lo que tales consideraciones cuadren de manera físicamente más intachable de lo que lo hacen por ejemplo en la Política?

Se revela así pues la Política, o por ser más propicios cuando no justos, la enésima variable en la que ésta se ha materializado una vez desencadenado el imparable movimiento de degeneración hacia el que nos vemos abocados; como la manera más eficaz de justificar lo ingente de los esfuerzos que otros dejaron atrás, y que no hacen sino constatar como decimos que definitivamente el continuo estado de resignación en el que permanentemente se ha instalado el ciudadano no hace sino ayudar a dibujar el contexto en el que cuestiones otrora impensable, constituyen hoy la manera más habitual no solo de hacer, sino incluso de explicar tanto las cosas como por supuesto los motivos de los que se infiere la consagración de los mismos.

La resignación como proceso interesado, pero que si se prefiere pronto comprenderemos actúa igual de bien como consagrado elemento discernidor de la realidad, o cuando mejor proceda de la parte de ésta a la que han decidido que podemos aspirar a comprender.

Y por supuesto, la resignación como conclusión. Conclusión en el sentido de finalización a título de emisión de un concepto que puede acabar funcionando como definición de lo explicitado. Conclusión en el sentido de punto final de un proceso que si bien en su parte ilusoria apuntaba maneras de un cierto dinamismo, para nada contuvo en su génesis la menor voluntad de llevar a cabo concesiones en tal paradigma, optando más bien por el dogma constatado de la quietud, de la ausencia absoluta de movimiento, recuperando con ello los visos de normalidad otrora atribuidos a unos Autores Clásicos que efectivamente dotaron de contenido y a la sazón afamaron las consignas en base a las cuales el movimiento es la transubstanciación del cambio, infiriéndose de ello la variable de peligro de cuya preeminencia tanto la Política como por supuesto los políticos huyen, travistiendo con ello la hasta este momento vigente certeza de que el cambio es la forma natural de la que se viste la evolución.

En definitiva es pues el estado de resignación un estado para nada natural, cuando sí más bien inducido para el Hombre, que resulta sobre todo útil cuando se ve éste reducido en su esencia a su componente de integrante de un censo electoral con derecho pues, a la emisión de un voto de cuyo cómputo habrá de derivarse la supervivencia o el fracaso de aquél que se ha visto igualmente reducido a la nefasta condición que subyace a reducir la Política a un nauseabundo devenir profesional.

Existe la Complicidad por omisión. Y sin duda la resignación es la más bella de cuantas formas puede ésta asumir. 

Extraigan pues una vez más sus propias conclusiones, y esperemos que en este caso vayan un poco más lejos del lugar a donde nos conduce el consabido ajo, agua y resina…


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

miércoles, 22 de abril de 2015

DE LAS PERAS PATATERAS…

…Y de otras vicisitudes, como las que se pueden originar, cuando no simplemente poner de manifiesto, si pones a un futbolista a tomar decisiones propias de un boxeador.

Porque de esto fundamentalmente, aunque no por ello solo de tal, es de lo que con mayor grandilocuencia adolece no la Historia, ni siquiera el presente, por ser más preciso el instante, momento vital sobre el que recae sin el menor recato y por ende sin disimulo el total de la carga tanto emotiva como funcional a la que con mayor o menor medida se encomienda cada españolito cuando en un alarde no sabemos si de imprudencia, o a la sazón de esa valentía aducida más que desplegad en este caso por las anteriores generaciones que transcurrieron entre Las Novelas Ejemplares y Los Episodios Nacionales, se decide a emprender el viaje sin destino, y sin dudarlo sin retorno, de atreverse a ver, si es posible a solas, una edición del noticiario que corresponda, lo que en el caso de ocurrir bajo los designios pétreos que impone la estética de La Primera, incluirán además un viaje de vuelta no a los cánones del pasado, cuando sí más bien al pasado en sí mismo. En cualquier caso, el mucho o el poco esfuerzo que según cada cual haya de ser requerido a tal efecto, que lejos de retratar en realidad la Realidad de España; (puesto que tal nunca fue su cometido, y mucho menos su encomienda) no vendrán sino a desdibujarnos el presente, ayudándonos a fabular sobre el futuro olvidando previamente, como condición imprescindible, el pasado. Porque lejos por supuesto de permitir que la atención se tergiverse un solo segundo moviendo su foco desde lo que realmente importa, aquello que por otro la do ocupa el centro de la imagen, para pasar a centrarse misteriosamente en aspectos hasta el momento circunstanciales, cuando no manifiestamente coyunturales, lo único cierto es que más allá de reír la gracia que alguno me ha planteado al ponerme de manifiesto que “ha de ser uno de Ciencias el que inaugura expresiones nuevas” lo cierto es que España está para algo más que para expresiones. Por más que como pasa en el caso en el que lo suscitado es un chiste malo, éste además solo resulte adecuado para el que lo cuenta, reduciendo a los escuchantes, siempre según la convicción del autor, a un grupo de descerebrados, cuando no de impíos, incapaces en este caso de disfrutar con el brillo que emana del artífice de la Graciela. ¿O a estas alturas ya nadie se acuerda de lo de “El Club de los veinticinco? Ya sabéis, eso de que según RAJOY, “Los incapaces de ver la franca recuperación de España son, a lo sumo, veinticinco.”

Sea como fuere, lo cierto es que si bien la salida de pata de banco protagonizada por el Sr. Secretario de Estado en su, no lo olvidemos, comparecencia forzada en el Órgano correspondiente de Las Cortes; puede ser traído, o a lo sumo llevado, dentro del emolumento moral propio del chascarrillo; lo cierto es que otras salidas, como la protagonizada en este caso por la Sra. Secretaria de Estado de Educación, Sr. GOMENDIO, encierran en este caso mucha más carga conceptual, que la que la manera mediante la que más que informar, se ha tratado de esconder cuando no de manipular el hecho, parecen enseñar.
Porque más allá de que GOMENDIO se disponga a calentar asiento en la OCDE, a la sazón y por más que propios y extraños lo nieguen, el lugar destinado a colocar en agradecimiento por los “servicios prestados” a los que siguiendo las Tradiciones Jesuitas saben un poco más que la mayoría, siendo por ello poco propensos a dejarse deslumbrar por sillones de Diputaciones Provinciales por más que éstas pertenezcan a CCAA uniprovinciales; y por supuesto no cedan a lo casi esotérico del que es por antonomasia el cargo esotérico en este país, nada más y nada menos que el de Delegado del Gobierno.

Es así pues que ejerciendo de mala persona, cuando no y a lo sumo en el satisfactorio ejercicio de rascar un poco más allá de lo que la mera y superficial capa de barniz recubre, dejamos al descubierto los poros que en este caso redundan en los agujeros que los anteriores moradores dejaron.
Porque así como donde otros ven un hermoso baúl donde guardaron los antiguos sus legajos, a la espera quién sabe si de que otros tiempos digamos más propicios permitieran reintegrar su leyenda a los que otros consideran legendarios; lo cierto es que en lo que a mí concierne, soy tan solo capaz de vislumbrar en sus perfiles a la par que me regodeo en lo escatológico de su silueta, el porte fino, y a lo sumo melancólico, de lo que no es en realidad sino un féretro.

Porque GOMENDIO se va, ¿causaría inconveniente añadir “a Dios gracias”? Lo cierto es que una vez superado no el impacto, más bien casi el susto, el susto de imaginarse que al menos durante unos instantes el perro de presa permanecerá solo y sin bozal, propenso con ello no a blasfemar, sino más bien a morder cualquier mano, incluso la que le da de comer; no podemos sino terminar por caer en la razón de comprobar cómo todo, absolutamente todo, se aproxima cada vez más, incluso con paso firme y decidido, a la constatación de que todo, absolutamente todo, ha colapsado. ¿Habrá llegado pues el momento de seguir a las ratas una vez que éstas han emprendido el camino hacia cubierta?

Porque el barco, irremisiblemente, se hunde. Y las pruebas, superando por supuesto incluso las que nos aportan las pequeñas alimañas que por otro lado forman parte de la impedimenta declarada por los que viajan en primera clase, y que como digo, incapaces de seguir los protocolos que al contrario sí han sido implementados en el genoma de los que se revelan como alumnos aventajados, emprenden el camino de huida haciendo, más que de plañideras, de pregoneros que canean a voz en cuello la suerte de este Titanic del que al contrario de lo ocurrido en el primigenio, nada honroso podrá se declarado.

Porque sí señores sí. España está hundida. Lo está hasta tal extremo, que ya incluso su Presidente lo sabe, y lo que es peor, lo reconoce. O al menos algo así ha de ocurrir cuando de sus gestos, conscientes unos, inconscientes otros pero ninguno excesivo (ya lo sabemos, lo único seguro es que es gallego) es la interpretación llevada a cabo por sus delfines,  por sus allegados políticos como el desencadenante del  inicio del proceso de ¿renovación?

Pero no es éste el momento del XVIII, aunque como en aquel momento si nos hallamos inmersos en una crisis económica ingente. Mariano no es por supuesto Carlos II, aunque como a aquél, algunos gestos le delaten, y algunos silencios le contemporicen. Pero lo que es cierto es que Europa no está como entonces por la labor, y no nos va a proporcionar otra salida honrosa como lo fue Utrecht. Y por supuesto, parafraseando una y mil veces a Julián MARÍAS, “en este caso nadie reconocerá al español ajeno a los tiempos que se reconoce en el compatriota al ver refulgir el acero fuera de la vaina retando a duelo al bellaco, bien por amenazar una Plaza, o por haber faltado de palabra el honor de una dama.”
Será así que se nos privará una vez más del honor, y una leal confrontación como lo fue la Guerra de Sucesión, nos será escamoteada como tantas otras y en otras ocasiones lo han sido, enjugando en este caso la miseria en el falso jubón que preconiza la falsa coherencia que afirma que la falacia, a base de ser repetida, adolece menos de falacia.
Porque así como al menos en teoría fue la ausencia de un heredero lo que desencadenó la tragedia del XVIII, lo cierto es que a Mariano descendencia le ha salido. Desde el Fraga del Siglo XXI, hasta el Viajero de Extremadura, pasando, cómo no, por la fiel recaudadora no de impuestos cuando sí de tributos morales de Castilla; lo cierto es que todos los ingredientes están, definitivamente en su sitio.

Solo falta encender el fuego, o a lo sumo, esperar a la chispa. Porque en contra de lo que pueda parecer, o tal vez en consonancia con lo que en realidad haya de ser, lo cierto es que una de las virtudes que a estas alturas ha sido sobradamente constatada en el ánimo de las incipientes fuerzas políticas que han venido a sazonar el ambiente, es la que se ha desplegado de manera consciente o inconsciente, pero que en cualquier caso ha servido para que el común, una vez ha sido consciente de la magnitud de la estafa a la que ha estado sometido en los últimos decenios, canalice de manera ordenada su ira, sustituyendo el fragor de la batalla por la intensidad de las Asambleas Populares, en las que lejos de blandir escandalosos sablones que vuelven del todo imposibles los esfuerzos en pos de celebrar una garatusa con los nueve movimientos que le son de rigor, se contentan o satisfacen con la unanimidad cordialmente expresada en el arrogante aplauso silencioso.

Pero bien sea con el silencio propio de las ratas, o con el sonido desde el que identificamos la terquedad quién sabe si romántica del violinista que hasta el último instante tocó; lo cierto es que cada vez resulta más evidente que el barco se hunde. Y como ya sucediera en aquella ocasión, cuando el Ingeniero Jefe dijo “el barco es de acero, tenga usted la plena certeza de que se hundirá.” Es como las andanzas del nuevo ingeniero, el en este caso identificable con la Ingeniería Financiera, nos permite certificar que inexorablemente, nos vamos a pique. Y como ya ha ocurrido en otros casos en este país, por escorarnos hacia estribor.

Formulo ya la cuestión que muchos hace rato tienen en mente: ¿Habremos aprendido la lección, o por el contrario hemos vuelto a subirnos en el Barco de los Ricos sin comprobar el número y la disposición de los botes salvavidas?


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

miércoles, 15 de abril de 2015

HOGUERAS EN LONTANANZA.

Confundido un día más al definirse sobre la línea del cada vez más desconocido horizonte la traducción del reflejo de lo que no sabemos si es alba u ocaso, o lo que es lo mismo, incapaces de saber si este supuesto progreso nos lleva hacia delante, o si más bien nos conduce a nuestro definitivo declive, lo cierto es que una vez no reconocida sino la magnitud, que no la naturaleza de nuestra ignorancia, tal vez sea éste definitivamente el mejor  momento para empezar a preguntarnos en relación a la procedencia de la que a la postre ha acabado por erigirse en el faro, cuando no guía, que conduce nuestros designios.

Porque toda vez que no es de fuente astral la procedencia de lo que al fin y a la postre desata nuestro devenir, perfilando en nuestro destino las sendas que habrán de confeccionar nuestro devenir toda vez que al mismo dotamos de autoridad al cederle el timón de nuestro destino; lo cierto es que solo de humana habremos de tachar la naturaleza de algo cuando la misma ha sido descartada de cualquier otro origen.
Mas careciendo el Ser Humano (máxime cuando además presenta la limitación de ser normal) de la capacidad de crear, entendiendo en tal la acepción de alumbrar; solo a un menester mucho más escabroso, y a todas luces mucho menos atractivo, podremos convenir la dirección de nuestras apuestas a la hora, no lo olvidemos, de tratar el diagnóstico de lo que brilla alumbrando, sin poder deslumbrar, al menos antes de quemarnos.

Fuego que brillas y no deslumbras, al menos antes de que el viento de despoje de tu velo… Rezando así en la contumacia de las Actas Inquisitoriales procedentes en este caso de Zamora, que rápidamente dilucidamos como procedente de hogueras, el brillo que lejos de atormentarnos, al menos hasta ahora, puede no obstante seguir erigiéndose en guía cuando no en salvador de quienes esconden tras la labor de encomendar sus designios a bien ajeno, convenga la procedencia de éste natural o mitológica, su incapacidad no ya para dilucidar sobre su propio bien, como sí más bien el estado de su entendedora a la hora de litigar sobre el modo y la manera que su mucho mal albergan.

Hogueras, de nuevo las hogueras, siempre las hogueras. En un país más propenso a la farfulla que a la arenga, aunque venga ésta trabucada. En un país más cercano al rito que a la definición, más cercana al muro de las iglesias que a los espacios universitarios, para nada ha de sorprender, más al contrario es algo que se toma como propio, que caigamos, o por ser más dóciles hacia la justicia, recaigamos, en la conducta de los que se muestran más propios a la sangre, que al polvo.

Arden así pues, las hogueras. Pero antes de sucumbir a su efecto narcotizante, ya proceda éste del  carácter mítico de su crepitar,  pueda ser atribuido a la constancia cuasi dogmática de su intensidad, o al influjo sibilino propio de las que se decían capaces de interpretar el futuro en las traicioneras siluetas que la llama como interpretación de la misma, dibuja; lo cierto es que solo una cuestión ha de ser si no aclarada, sí al menos traída a colación, cual es la de tratar de discernir las componendas del escenario, cuando no del contexto en el que lejos de avanzar, no hacemos sino poner de manifiesto un permanente recaer, testigo cruel e invisible de la traducción que los traumas de unos, y las conjuras de otros, llevan a cabo de una realidad cuyo único pelaje pasa por comprender, o cuando menos asumir, que solo las catarsis se muestran capaces de hacerlo reaccionar, aunque paradójicamente ni tan siquiera tamaño proceder pueda garantizar la evolución. Más bien al contrario el permanente retroceso en forma de repetición del lema cualquier tiempo pasado fue mejor, parece haberse erigido en la salmodia monocorde competente para acallar los rumores que poco a poco empiezan a inferirse de los que amenazan con alzar la voz.

Porque a estas alturas ésa es una de las pocas preguntas que aún quedan por responder: ¿Cómo es posible que nadie haya alzado la voz?

Arden pues las hogueras, y el viento que se mueve como un presagio, rola en todas las direcciones incitando a la Rosa de los Vientos, a dirimir de manera instantánea sobre presagios que llevan siglos cuando no milenios formando parte de las tradiciones ancestrales de los augures que hoy conforman el Gobierno que ha venido a sustituir a los ancestrales Consejos de Ancianos.
De no haber sido así, los mismos ancianos, más duchos en tales lides, podrían decirnos que el olor del humo que todo lo tapa no es, para nada, desconocido.
Y si el olfato, a la sazón el más sensible de nuestros sentidos, capaz de recordando no ya solo fechas y lugares, cuando sí más bien las sensaciones que a éstos iban ligados, identifica sin posibilidad de error la naturaleza del humo, bien puede ser que tamaña circunstancia haya de verse circunscrita a la aceptación de que aquello que arde, no es para nada original, no pudiendo constituir por ello una novedad.

Una vez privado el monstruo del que a la postre podría haber constituido una suerte de barniz vivificador, cual es el procedente de fracasar en el intento de atribuir a los matices mitológicos competencias de regeneración, o incluso de generación; lo cierto es que solo con la certeza de que la procedencia de todo esto es el pasado, o al menos del todo seguro que no el futuro, es cuando vamos pergeñando una suerte de estrategia encaminada interpretar, toda vez que asumida queda la constancia de que entenderlo todo es imposible, a la hora de establecer los vínculos, ya procedan éstos de lo potencial o de lo factual, existentes o supuestos entre los distintos componentes.

Se componen las personas a partir de sus conceptos, o al menos en sus ideas, reconociendo,  por qué no, en sus ideologías, la naturaleza de aquéllos que pretenden tanto dirigir, como al contrario ser dirigidos. Se reconoce pues en la palabra, como formulación plenipotenciaria de la idea, la esencia que resulta propia tanto al político, como por supuesto al idiota. Pero lejos de acabar aquí el denso y propenso al oprobio proceso de la disquisición definitoria, habemos de identificar al tercero en discordia, como tantas otras veces el más peligroso. Hablamos del sofista.

Se identifica al político por sus palabras: “Me sé capaz de gobernar.” De igual manera éstas descubren al idiota cuando dan forma a su expresión: “Deseo que me gobiernen.” En el primero podemos apreciar el posible delito de la arrogancia, mientras que de la expresión propia del idiota extractamos la hez propia de la cobardía mimetizada con la incapacidad para asumir como propio el ejercicio de la responsabilidad. Sin embargo, de verdaderamente hediondo hemos de calificar el acto de aquél que le susurra en el oído la falacia, herramienta primera y última del sofista: “deposita en mí tu facultad de discernir, que yo lo llevaré a cabo por ti.”

Identificamos así pues la naturaleza del propio proceso, y establecemos el orden que le es propio como una de sus mayores carencias. Así, lejos de albergar en su génesis o en su código la menor apuesta de futuro, solo el oprobio propio de condicionar el presente a los vestigios, que no designios, del pasado, parecen a la sazón erigirse en los capitanes que guardan cuando no preservan la naturaleza de esta nave en la que no debemos de olvidarlo, vamos todos enrolados.

Por eso cuando el miedo al futuro se hace patente entre los que sencillamente tienen muchos motivos para desear aferrarse no ya al presente, sino manifiestamente al pasado; solo una cuestión se abre paso entre la niebla que cada vez con mayor insistencia preserva mi integridad al entender como excesivamente brillante cualquier escenario que se me plantea: ¿Por qué nos empeñamos en seguir atribuyendo patente de autoridad a los que se han dirigido a nosotros como auténticos filibusteros a lo largo de las últimas legislaturas? ¿No sería menos ofensivo cambiar ésta por la tradicional patente de corso? Así al menos cuando sintiésemos sobre nosotros la presión emocional de saber que nos están estafando, lo haríamos desde la tranquilidad de saber que lo está haciendo un profesional, o cuando menos alguien que tiene suscrito su correspondiente seguro de responsabilidad.

Mientras, dilapidado una vez más entre el ruido de las arengas, y el vicio de las farfullas, lo cierto es que el presente denuncia una vez más el efecto que prestidigitadores, gumarreros  y demás truhanes más propios del hampa que del buen gobernar ejercen sobre él, cuestionando con extrema violencia su integridad, y causando con ello un daño quién sabe si irreparable a la credibilidad de una institución que base toda su supervivencia precisamente, en su crédito.

Por eso cuando los sofistas se erigen en gobernantes predicando en este caso desde la concepción del Apocalipsis que cualquier posibilidad de mantener firme el barco en el nuevo y aparentemente maravilloso rumbo que según unos pocos hemos alcanzado una vez superada la galerna, depende imperiosamente de que de nuestros actos democráticos se derive la continuidad del que hoy por hoy cree dirigir los devaneos de esta nave; lo cierto es que lo único que se me pasa por la cabeza es dejar de criticar la existencia de la hoguera, para reclamar la compilación de una mayor.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

miércoles, 8 de abril de 2015

DE EL CLUB DE LOS VEINTICINCO.

Incapaz todavía de recuperarme del impacto que, confieso, han tenido sobre mí algunas de las exposiciones así como de las consecuencias ciertamente circenses a las que las mismas dieron pie en la espeluznante reunión con la que nos ha regalado la sorprendentemente todavía estable Ejecutiva General del Partido Popular; lo cierto es que una vez más he de echar mano del acervo en pos de hallar, quién sabe si dentro de lo mejor de la antología de las debacles castellanas, un espacio, cuando no una guía adecuada, a partir de la cual proceder a ubicar, espero que con alguna solvencia, la multitud de especímenes conceptuales a la que la mencionada dio lugar; la mayoría de los cuales no son accesibles, todo hay que decirlo, si para ello no cuentas con el recurso adecuado como es el estar convenientemente vacunado, como le ocurre a nuestro nunca lo suficientemente ponderado Presidente del Gobierno, contra todo lo que tenga visos de estar mínimamente conectado con la ¿Realidad? En cualquier caso siempre nos queda otra opción, la que pasa por ir lo suficientemente puesto de digamos, Albariño. Sea como fuere, una forma como cualquier otra de ir hasta arriba, eso sí, mucho más elegante. ¿Dónde va a parar?
Superadas pues las banalidades, y en un claro intento de poner coto a las “jilipolleces”, las cuales a menudo se convierten en último recurso de los que se muestran del todo inútiles a la hora tanto de denunciar las mamandurrias, como por otro lado de proponer alguna solución, lo cierto es que cuando como ya hemos dicho, aún no se han apagado del todo los ecos de la que debería haber sido la más importante reunión que en lo concerniente a Política Orgánica podía haber afectado al que todavía es partido en el Gobierno; lo único que discutimos es la calidad en lo concerniente a intensidad de los aplausos con la que D. Mariano vio premiado su ¿discurso?
Si no fuera por… que este país se cae a trozos. Si no fuera por… que cada vez nos resulta más difícil reconocernos con ninguna de las descripciones a las que ese mismo Gobierno nos obliga a ceñirnos. Si no fuera por…que cada vez resulta más evidente que hay que estar fuera de España para comprender las fuerzas que operan dentro de la propia España. Si no fuera por todo eso, y sin lugar a dudas por muchas cosas más, sería por lo que ahora mismo confesaría, y digo no sin cierto morbo que con alguna dosis de excitación (la cual supongo he de atribuir que a la falta de costumbre) que estaría de acuerdo con algunas de las decisiones tomadas no solo por el Sr. Presidente del Gobierno, sino incluso por algunos de sus Presidentes de Comunidades Autónomas.
Es así que felicito a D. Mariano RAJOY por la elección del mobiliario dispuesto para la celebración de tan sonado evento. A la Sra. Luisa Fernanda RUDI, Presidenta de Aragón, en esta ocasión por partida doble. En un primer lugar he de reseñar lo acertado que me pareció la elección del Fular elegido para la ocasión. Por otro lado me veo en la obligación de mencionar lo mucho que me impresionó su capacidad para improvisar un nuevo tipo de aplauso: comienza con un giro propenso a ser tomado como una forma de distracción, para acabar luego en marcada ovación.
Sencillamente sublime.
Aunque certificado ahora ya sí el fin del tiempo e incluso del espacio dedicado hoy a las jilipolleces, no es menos cierto que solo desde el estómago que te deja semejante perspectiva es desde donde podemos albergar la esperanza de enfrentarnos a la actual realidad sin que por el camino, cuando no a corto plazo, te entren ganas de vomitar.
Desde la consciencia de un escenario en el que no hace falta ni tan siquiera recurrir a las disposiciones subjetivas, propensas por ello a la opinión, terreno sembrado para que los editorialistas hagan su agosto, o pongan su pica en Flandes; sino más bien estupefacto ante la comprensión de que hoy por hoy bastaría un tratamiento llevado a cabo bajo la forma de una crónica deportiva, en forma de una mera retransmisión de sucesos; lo cierto es que solo la disposición en forma de salmodia monocorde a la que este Gobierno nos ha acostumbrado, impregnada no de un tufillo, cuando sí más bien de altas dosis de miedo escénico, es lo mantiene hoy en alto la ilusión no de que algo tenga solución, cuando sí de que todavía quede alguien con la capacidad no de convencernos de ello, sino más bien de querer creérselo.
Analizar desde la perspectiva saludable que te proporciona la noción del tiempo transcurrido, no tanto los componentes, como sí más bien los ingredientes a partir de los cuales se maceran los discursos de RAJOY, pueden a lo sumo proporcionarte una vaga idea no tanto de sus aspiraciones como Presidente que desea ser reelegido, cuando sí más bien de la autocomplacencia que redunda en su alma cándida cada vez que se detiene a pensar durante unos instantes en lo mucho y bueno que a lo largo de estos casi ya cuatro años, ha hecho.
Incapaz a estas alturas de descubrir entre sus envites una circunstancia diferente a las que postula aquél que está encantado de haberse conocido, solo la conducta propia del imbécil incapaz por genética para reconocer en su derredor el drama al que es propensa la realidad que contumaz, todo lo envuelve; he de buscar en el sadismo del que es incapaz de mostrar un poco de empatía, las causas propias de una conducta alienada, aunque no por ello menos desdeñosa, de cuya comprensión se deriva no solo la aceptación de sus premisas, sino incluso la obviedad de que solo tales resultan evidentes.
Se consolida así pues una atmósfera propensa a la enajenación, un proceso destinado claramente a posicionar al nihilismo no como una opción, sino más bien como una conducta casi recomendable, de cuyo triunfo, que acabará por producirse más pronto que tarde, extraeremos la conclusión de que hoy solo los imbéciles triunfan.
Son los imbéciles, en uno u otro sentido, los que desdeñando primero sus obligaciones, y luego su responsabilidad, se abstienen de participar del que es un derecho, a la vez que una obligación, cual es el de tomar partido del gobierno de su Polis.
De lo que otrora fuera una condena, a saber el ostracismo, extraen hoy algunos una suerte de virtud, cual es la de poder pasar satisfactoriamente desapercibidos  en pos de ver cómo corre el turno a la hora de hacer frente a esa ahora más que nunca obligatoria necesidad de tomar decisiones, de asumir responsabilidades (dicho sea de paso el mejor resumen al que puedes aspirar si deseas te expliquen lo que es gobernar.)
Mas al contrario de lo que obrando en forma coherente para con la buena conducta cabría hacernos de esperar, a saber un denodado retroceso en forma de humilde reconocimiento de nuestros errores; lo cierto es que lo único que como respuesta recibimos a la hora de poner de manifiesto el dolor que nos produce constatar todo lo hasta este momento referenciado no es otra cosa que el ruido metabolizado en este caso en forma de aplausos. Aplausos que acaban por convertirse en ovación, convencidos quién sabe si de la necesidad de hacer nuevamente bueno el dicho de que sarna con gusto no pica, si bien no es menos cierto que mortifica.
Mortificarse ¿Acaso la única opción válida que según los términos moralmente válidos, le quedan al Sr. Presidente?
No seré yo quien elija hoy este aquí para erigir un panegírico al reconocimiento de los supuestos beneficios proporcionados por la flagelación. Sin embargo, creo que a tal respecto Aristóteles, y como él todos los que consideramos que efectivamente la virtud se halla bastante cerca del, consideremos, término medio, nos rasgamos hoy las vestiduras cuando reconocemos en la conducta propensa a lo monolítico del Sr. RAJOY, los procedimientos tantas y tantas veces repetidas por los que incapaces de gobernar, habían de regirse por la conocida como conducta propensa a ser utilizada cuando te ataca un oso: a saber, hazte el muerto y alberga la esperanza de que pierda todo interés por tu persona.
Citando a Sebastian HAFFNER: (…) no queremos juzgar, queremos aprender, aprender por fin de una experiencia dura y difícil,  por la que se pagó un alto precio. Quien esté dispuesto a hacerlo no deberá vacilar ante el argumento de que todo es más fácil a toro pasado. ¡Ojalá fuera así! Puede que el conocimiento a posteriori sea algo demasiado simple pero, en todo caso, vale más que el aferrarse a un error. Lo más tonto que se puede hacer es, seguramente, olvidar aposta todo lo que uno ha vivido para luego continuar sabiendo tan poco como antes.”
Si bien parecen duras aunque proféticas palabras, están extractadas del prólogo de una de las mejores obras que en pos de explicar las causas que llevaron a Alemania a desestabilizar el continente dos veces, se han podido escribir. Una vez cuestionado lo de proféticas, lo cierto es que lo alejado en el tiempo de los acontecimientos que las promovieron, lejos de suponer un obstáculo para el criterio de certeza de las mismas, no viene en realidad sino a añadir al escenario unos visos de substancia los cuales nos obligan definitivamente a tomar en consideración la posibilidad de que, efectivamente, los tiempos que nos ha tocado vivir no estén sino preñados de una suerte de variable estructural, a saber una vez más, la responsabilidad, que se erige como juez y parte a la hora no ya de entender, cuando sí más bien de tratar de hacer comprensibles cuestiones tales como las que nos asaltan al comprobar la soltura, ¿o habría más bien que considerarlo propensión a la conducta sandia? desde la que nuestro Sr. Presidente osa tacharnos de tristes, a los que desde hoy conformamos El Club de los veinticinco. Tal y como él mismo dijo, aquéllos que hoy por hoy son incapaces de disfrutar de las bondades del futuro económico de España (…) empeñados en ver solo lo malo.

¿Os apuntáis al Club de los veinticinco, o preferís seguir con las jilipolleces?


Luis Jonás VEGAS VELASCO.