miércoles, 21 de agosto de 2013

VEL INIQUISSIMAN PACEM IUSTISSIMO BELLO ANTEFERREM.

Me asomo una vez más, al alféizar de mi ventana y, en este caso, más como pretil real, que como plataforma destinada a albergar los sueños que indefectiblemente habrían de componer mi existencia, se revela como ese borde de pozo, resultado insondable de la labor de cantería que un afanado artesano ejecutó un día, para sacar cual Miguel Ángel, la esencia de la piedra; albergando ahora nada más, o nada menos, que la lenta y quién sabe si tal vez indecorosa pasión, nada más o nada menos que del nihilismo activo.

Somos, una vez más, esclavos de nuestros sueños, cuando en realidad no somos ya ni capaces tan siquiera de soñar.

Esta afirmación, o quién sabe si por el contrario la comprensión de la misma, vienen una vez más, y la última en este día, a enfrentarnos de nuevo con la realidad. Una realidad que no por taciturna, se muestra menos cadente al ponerse ante nosotros como lo hizo nuestra imagen cuando nos fue devuelta por la clara superficie del agua una vez ésta nos reflejó, cuando cedimos a la tentación de asomarnos a contemplar los oscuros designios que su negrura alberga, justo cuando nos apoyamos en el pretil…

Porque es entonces, una vez más, cuando el Filósofo Alemán vuelve a visitarnos: “Cuidado o caminante, de los momentos en los que tu vana ilusión te lleve a pensar que puedes enfrentarte a la profundidad del monstruo. Recuerda que cuando miras en su interior, en realidad tú revelas el tuyo.”
Y es precisamente en ese estado, en el que nos encontramos hoy en día. Un estado no difícil de reconocer, más bien difícil de reconocer.

Un estado de permanente desasosiego, nacido del exceso de fuerzas destinadas a sosegarnos. Un estado de permanente intranquilidad, nacido de la cadencia de aquéllos que se empeñan en vendernos la permanencia a un mundo de paz. Un estado de permanente silencio, nacido precisamente del abuso que se ha hecho de supuestas libertades, como la de expresión.

El mundo tiene sed, precisamente en la época en la que el agua es un derecho universal.

Tal y como suele ocurrir en estos casos, y acudo para su explicación a los procesos históricos ya acontecidos, y de los que podemos sonsacar alguna lección útil; lo cierto es que la Sociedad, y el mundo en general, están demasiado acostumbrados a morir de inanición, cuando en realidad están rodeados de comida.
Lo que a niveles éticos puede comprenderse como muerte por exceso de éxito, se traslada a nivel social, arrastrando por ello un pesado lastre de consecuencias morales; a un plano en el que la masa degenera no tanto por concepto, como sí más bien por procedimiento, encerrándonos en una realidad en la que, tal y como suele pasar en el mundo de los niños, acertamos a saber qué es aquello que deseamos, pero nos faltan mecanismos para comprenderlo.
Mas en nuestro presente, y en lo que concierne a lo expuesto, inauguramos una nueva época, la que pasa por comprender que no ya el flujo de información, sino más bien la velocidad a la que ésta transita, nos condena al dudoso privilegio de inaugurar la época por colapso de información.
Si hasta ahora cabía la concepción de la muerte por inanición, ya fuera de alimento sólido o líquido, ahora defenestramos precisamente como consecuencia del colapso que brota de la permanente torrentera que surge de los más insospechados lugares, y que hace presa no en nuestro cuello, sino en nuestro cerebro, agotándolo primero, para promover su autolisis después.

Trasladado tal esquema de lo individual a lo social, nos encontramos con una realidad en la que muchos son los puntos de encuentros, superando éstos con mucho a los de fricción o controversia.
Desde semejante óptica, podemos identificar albergados dentro del enorme paraguas que proporciona la conmoción, cuando no abiertamente el desconcierto, un sinfín de manifestaciones que dan lugar a errores tanto procedimentales como conceptuales, que en la práctica totalidad de los casos solo son explicables buscado entre quienes los cometen, síntomas propios de la abierta alienación.

Viene a ser la alienación el resultado de un proceso destinado a alejar al Hombre de su capacidad para vivir su vida “de una manera clara y distinta,” que vendría a decir DESCARTES.
Si sus resultados no son definitivos, estaremos ante una enajenación. En consecuencia, el individuo seguirá siendo tal en tanto que será capaz de encontrar él mismo la senda que le retorne a su ser.
Si por el contrario los mencionados se elevan al grado de atemporales, el individuo es víctima de una neurosis. Sus pensamientos racionales, en tanto que procedentes de una racionalización que no reconoce como propia, migrarán fuera de sus capacidades pasando, en forma de una especie de ósmosis, a formar parte de las ideas de algunos. Si por el contrario, como suele ocurrir en la mayoría de los casos no hay nadie que permanezca lo suficientemente atento, o esté lo suficientemente atento como para recoger aquello que se derrama, estaremos ante otro lamentable episodio de desperdicio de experiencia.

Aparece ya por fin, y como siempre no lo hace de manera casual, el término neurosis. De igual manera, y como suele ocurrirnos igualmente en la mayoría de ocasiones, ni necesitamos y ni por ende nos detendremos lo más mínimo en el sentido científico, en este caso médico del término.
Más bien al contrario, en la que nos trae hoy aquí nos conformaremos con la explicación que denotan dos pacientes quienes, sorprendidos por su médico en una conversación de pasillo, afirman que un loco es el que dice que dos y dos son cinco. Un neurótico sabe que dos y dos son cuatro…¡pero no le satisface!

Proyectados desde la nueva perspectiva a la que nos condena la comprensión, o quién sabe si la mera asunción de la realidad, lo cierto es que ahora, conceptos como algunos de los ya dados, o por el contrario otros tales como responsabilidad, no es ya que den menos miedo, sino que incluso adoptan otro sentido, cuando  no abiertamente otro significado.
Así, una vez asumido que, efectivamente, permanecemos alienados, lo cierto es que comenzar a pensar desde la nueva cosmovisión que tal hallazgo nos proporciona, produce el curioso fenómeno de transportarnos ahora sí, de manera clara y distinta, a la verdadera realidad.

Una realidad fría, dura, cambiante a la par que tendente al equilibrio, un equilibrio por otro lado paradójicamente frágil en tanto que artificial dado que, como por todos es sabido, la naturaleza evoluciona desde los gradientes, siendo por ello propensa al caos.

Se trata por ello de revelar los esfuerzos desarrollados por algunos no tanto por promover el equilibrio, como más bien por mantener oculta la incapacidad para huir del mismo, y de las consecuencias que trae aparejadas.
Se trata en definitiva de mantener alejado al común de cualquier perspectiva decorosa que le lleve a pensar que puede, mediante el uso de acciones decorosas, acceder de manera ordenada, a cualquier conato de principio destinado a alcanzar los logros de libertad, desarrollo y bienestar, que pudieran incluso hacerle parecer menos perteneciente a la chusma.

Se trata así, en una palabra, del definitivo triunfo de la enajenación del hombre, que por otro lado se traduce en la definitiva neurosis de la sociedad.

Fruto de la sana para algunos, combinación de ambos factores, surge la ceremonia de la confusión perfecta, destinada por supuesto a alejarnos, una vez más, y como tantas otras, del verdadero objetivo que sin duda habríamos de perseguir a saber, el logro de una sociedad motivada en valores propios, cuya consecución traiga aparejados de manera casi evidente, una mejora en las condiciones en las que se desarrolla el quehacer íntimo y diario de cada uno de los individuos que la componen.

Pero la realidad no solo no es esa sino que, como suele ocurrir en la mayoría de los casos, se alejan radicalmente de la misma.
Al contrario, el ejercicio diario nos arroja a un proceso desquiciante en el que ya no solo no somos capaces de diferenciar a los buenos de los malos, sino que incluso nos lleva a dudar a cada uno de los individuos de la verdadera condición de los procederes de los que habemos de hacernos responsables a lo largo de nuestra vida.

Por ello, y entendido por supuesto dentro del actual contexto, no puedo estar de acuerdo con CICERÓN cuando afirma que Vel iniquissiman pacem iustissimo bello anteferem. (Preferiría la paz más inicua a la más justa de las guerras.) Cicerón Epistolae  ad familiares, 6,6,5


Luis Jonás VEGAS VELASCO.


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