Y lo que es peor, lo ha hecho con el cinismo propio de la ignorancia. Y los
que lo han provocado, los verdaderos autores del desbarajuste, lejos de
sentirse atormentados, se pavonean hoy por cuantos medios de comunicación o similar deciden darles pábulo; adoctrinando a la masa, como de otra manera no puede
ser; no tanto negando el hecho, sino yendo si cabe más allá de la negación
cínica, explorando con ello los hasta ahora desiertos páramos de la farfulla;
preconizando nada menos que la recuperación de aquél cuya muerte ellos y nadie
más, han certificado.
Y ha sido ésta, la peor de las muertes. Una muerte oscura,
dolorosa, no por esperada menos lamentable. Una muerte similar a la que
acontece cuando una enfermedad duradera, por ello si cabe más dolorosa,
consigue nublar los sentidos no solo del que la padece, sino incluso de los que
le rodean, llegando a arrebatar tanto a unos como a otros el último viso de
lucidez; logrando convertir a la víctima en verdugo, al generar la falsa sensación
de que la propia muerte no solo no es un problema, que la propia muerte es
incluso la solución.
Pero nada de todo esto acontece de repente, ni lo hace
“porque sí”. Tamaño proceso de renuncia, de autolisis de desgaste, lleva
aparejado un duro trabajo, el cual se extiende durante mucho tiempo, tanto como
al menos el necesario para llevar a un individuo según nuestra metáfora, a una
sociedad en la realidad, a abrazar la idea de que la muerte es solución.
Una vez embarcados en semejante proceso, una serie de cosas
son absolutas. Por un lado, la elección de la víctima ha de ser definitiva.
Además, una vez elegida la víctima, el proceso es irreversible esto es, no hay
otra solución que la que procede de la consecución del objetivo.
Son así víctimas propiciatorias, las que a priori presentan
ya alguna debilidad, o lo que es peor, las que son proclives a sentirse
enfermas sin necesidad de que tal enfermedad exista en la realidad. De hecho,
es con estas últimas con las que nuestro particular verdugo más disfruta.
La técnica es, una vez descubierta y avalada, de una
simplicidad que asusta. Consiste, fundamentalmente en presentarse ante la
víctima como una ayuda, como una especie de asesor el cual, de manera casi
milagrosa ante el potencial enfermo, hace gala de una especial aptitud para
identificar en el paciente los síntomas (muchos de los cuales reconoce mejor
que el propio enfermo) para pasar a continuación a combatirlos de manera
ficticia.
Aunque la realidad, tal y como queda demostrado de manera
desgraciadamente tardía en la mayoría de ocasiones; es otra muy distinta: Una
realidad que pasa por reconocer que la aparente familiaridad que existe entre
el sanador y la enfermedad, procede en realidad de saber que ésta no procede
sino del propio sanador, el cual, pacientemente, la va inoculando en el cuerpo
de una víctima cada vez más enferma.
Es así como sociedades sanas se abrazan a la muerte, o como
sociedades libres aplauden satisfechas la llegada de sus captores.
Se trata sin duda de un Síndrome
de Estocolmo, agudizado hasta una magnitud descabellada.
Acuciados por las irreversibles prisas que la actualidad nos
depara, habremos de hacer del vicio virtud y localizar, sin cálculos previos, y
sin experimentación previa, la suma total de síntomas que nuestro particular
paciente presenta. Y lo haremos guiados siempre por algo más que la intuición. Lo
haremos en este caso amparados en las especiales connotaciones que nuestro
peculiar paciente tiene, algunas de las cuales quedan especialmente puestas de
manifiesto valorando una de sus grandes virtudes, la que queda desentrañada
cuando observamos su certeza, la que procede del paso del tiempo, desde una
perspectiva histórica.
Acudimos así una vez más a la historia para comprobar cómo,
sin sorpresas, nuestro paciente, a saber España, lleva largo tiempo
languideciendo, presa de los sueños sombríos que acometen al cuerpo y castigan
a la mente, sobre todo cuando unos y otros son en origen presa de las
calenturas.
Constituyen tales calenturas, lejos de ser el verdadero motivo,
ni tan siquiera un síntoma realmente válido de cara a identificar la naturaleza
del mal. Es por otro lado el mal que nos acucia, un mal de naturaleza tan
siniestra, tanto por el contenido, como por la forma, que solo podemos
referirnos al mismo mediante un eufemismo, aquél que por otro lado se
corresponde con el que desde tiempos ancestrales unos y otros lo han
identificado. A saber, crisis.
Es así pues la crisis, para nada enfermedad nueva. Como
tantas otras, vieja conocida del hombre, acostumbra a presentarse siguiendo
distintas denominaciones, vistiendo distintos ropajes, o entonando diferentes
salmos. Lo único que en cualquier caso la identifica, a la par que la
diferencia de todo lo demás, es su carácter altamente infeccioso, lo que vuelve
sus ataques especialmente virulentos.
Pero tal y como suele ocurrir en todos estos casos, el virus
no puede acceder directamente al interior del huésped. Necesita perentoriamente
de la ayuda de un catalizador, de alguien que a modo de Caballo de Troya explote su conocimiento tanto de las fronteras,
como del interior de su potencial presa, y burle así todos los contrarios,
retirándose luego a un segundo plano tal y como ya ha acontecido en otras
ocasiones en la historia de España; véase el ejemplo de lo acontecido con los
traidores que dieron muerte a Viriato, y en especial guárdese especial atención
al respecto de la forma de conducirse de los romanos para con los mencionados
traidores, al llegar éstos al campamento de Gaelia
en pos de su supuesta recompensa. ¡Lástima que hoy la hipocresía ha
convertido en inoportunas semejantes conductas!
Viene a ser un catalizador,
el elemento químico que presente entre los reactivos de una reacción, no
aparece en los productos una vez ésta ha finalizado; todo porque su función substancial no pasa sino por
acelerar el tiempo en el que la misma tiene lugar.
Hecha esta salvedad, y dentro del orden que estamos
atribuyendo al estado de las cosas, se me antoja sencillo atribuir por otro
lado semejante papel a una Derecha que
en el caso de España, se ha sentido tan humillada a lo largo de los últimos
años de la historia, que bien podría haber considerado llegado el momento de
cobrarse, si no una victoria, quién sabe si un mero resarcimiento basado en el
triunfo de lo esbozado por el viejo refranero castellano, resumido en el
conocido: Si tú tuerto, yo ciego.
Actúa así la Derecha desde la contumacia propia del
neurótico. Una contumacia presagiada en el lento proceder de esa agonía
identificada con esos largos años de sequía
electoral que siguieron a las elecciones que encumbraron a Calvo Sotelo, pero que tuvieron especial
significación en los largos años de
travesía del desierto que se escenifican bajo los periodos de mayoría absoluta
no tanto del PSOE, como sí de Felipe GONZÁLEZ MÁRQUEZ.
Años de soledad, de desasosiego. Años en los que más que
meditar, lo que se hace es macerar la
certeza de la orfandad que acompaña a los generales que regresan de batallas
perdidas. Años perdidos, toda vez que en lugar de emplearse para madurar, se
emplearon solo para farfullar.
Es entonces cuando la
bicha anida. Es entonces cuando pone sus huevos. A saber, los de la ira, la
envidia, el odio. Todos ellos alimentados por la frustración.
Y como colofón, por otro lado no puede ser de otra manera,
la lenta, aunque inexorable constatación de un plan de autolisis que conduce al
país a su inexorable liquidación, amparado ahora en un supuesto ideario que siguiendo con los paralelismos de la
semántica bien podría resumirse en el popular si no eres mía, ¡vive Dios! No serás de nadie.
Es pues desde semejante esquema, desde el que podemos no
solo presagiar los síntomas, cuando sí incluso alertar del verdadero peligro
que más que acuciarnos, nos invade. Un peligro que bajo la forma de políticas de recortes, ha logrado
implementar lo que se ha convertido en una firme apuesta por el suicidio en
masa, suicidio que se retroalimenta a partir de la burda falacia que se halla
tras la famosa frase: Esto es inevitable
porque habéis consentido vivir por encima de vuestras posibilidades.
Pero…¿Quién está capacitado para decidir cuáles son en
realidad nuestras legítimas posibilidades? ¿Los que alimentaron a BÁRCENAS y a
su camarilla? ¿La caterva que incuba desde la Ejecutiva del partido que se
identifica hoy con la Derecha? ¿El Gobierno al que ésta misma sustenta?
Lo cierto es que ya hoy, poco o nada puede importar. Lo
cierto es que a estas alturas, Incluso la huída hubiera sido más honrosa, sobre
todo porque una retirada a tiempo lleva implícita cierto recaudo de penitencia,
quién sabe si teñida de cierto apunte de dignidad responsable.