miércoles, 23 de abril de 2014

EL ESTADO HA DESERTADO

Y lo que es peor, lo ha hecho con el cinismo propio de la ignorancia. Y los que lo han provocado, los verdaderos autores del desbarajuste, lejos de sentirse atormentados, se pavonean hoy por cuantos medios de comunicación o similar deciden darles pábulo; adoctrinando a la masa, como de otra manera no puede ser; no tanto negando el hecho, sino yendo si cabe más allá de la negación cínica, explorando con ello los hasta ahora desiertos páramos de la farfulla; preconizando nada menos que la recuperación de aquél cuya muerte ellos y nadie más, han certificado.

Y ha sido ésta, la peor de las muertes. Una muerte oscura, dolorosa, no por esperada menos lamentable. Una muerte similar a la que acontece cuando una enfermedad duradera, por ello si cabe más dolorosa, consigue nublar los sentidos no solo del que la padece, sino incluso de los que le rodean, llegando a arrebatar tanto a unos como a otros el último viso de lucidez; logrando convertir a la víctima en verdugo, al generar la falsa sensación de que la propia muerte no solo no es un problema, que la propia muerte es incluso la solución.

Pero nada de todo esto acontece de repente, ni lo hace “porque sí”. Tamaño proceso de renuncia, de autolisis de desgaste, lleva aparejado un duro trabajo, el cual se extiende durante mucho tiempo, tanto como al menos el necesario para llevar a un individuo según nuestra metáfora, a una sociedad en la realidad, a abrazar la idea de que la muerte es solución.

Una vez embarcados en semejante proceso, una serie de cosas son absolutas. Por un lado, la elección de la víctima ha de ser definitiva. Además, una vez elegida la víctima, el proceso es irreversible esto es, no hay otra solución que la que procede de la consecución del objetivo.
Son así víctimas propiciatorias, las que a priori presentan ya alguna debilidad, o lo que es peor, las que son proclives a sentirse enfermas sin necesidad de que tal enfermedad exista en la realidad. De hecho, es con estas últimas con las que nuestro particular verdugo más disfruta.
La técnica es, una vez descubierta y avalada, de una simplicidad que asusta. Consiste, fundamentalmente en presentarse ante la víctima como una ayuda, como una especie de asesor el cual, de manera casi milagrosa ante el potencial enfermo, hace gala de una especial aptitud para identificar en el paciente los síntomas (muchos de los cuales reconoce mejor que el propio enfermo) para pasar a continuación a combatirlos de manera ficticia.

Aunque la realidad, tal y como queda demostrado de manera desgraciadamente tardía en la mayoría de ocasiones; es otra muy distinta: Una realidad que pasa por reconocer que la aparente familiaridad que existe entre el sanador y la enfermedad, procede en realidad de saber que ésta no procede sino del propio sanador, el cual, pacientemente, la va inoculando en el cuerpo de una víctima cada vez más enferma.

Es así como sociedades sanas se abrazan a la muerte, o como sociedades libres aplauden satisfechas la llegada de sus captores.

Se trata sin duda de un Síndrome de Estocolmo, agudizado hasta una magnitud descabellada.

Acuciados por las irreversibles prisas que la actualidad nos depara, habremos de hacer del vicio virtud y localizar, sin cálculos previos, y sin experimentación previa, la suma total de síntomas que nuestro particular paciente presenta. Y lo haremos guiados siempre por algo más que la intuición. Lo haremos en este caso amparados en las especiales connotaciones que nuestro peculiar paciente tiene, algunas de las cuales quedan especialmente puestas de manifiesto valorando una de sus grandes virtudes, la que queda desentrañada cuando observamos su certeza, la que procede del paso del tiempo, desde una perspectiva histórica.

Acudimos así una vez más a la historia para comprobar cómo, sin sorpresas, nuestro paciente, a saber España, lleva largo tiempo languideciendo, presa de los sueños sombríos que acometen al cuerpo y castigan a la mente, sobre todo cuando unos y otros son en origen presa de las calenturas.
Constituyen tales calenturas, lejos de ser el verdadero motivo, ni tan siquiera un síntoma realmente válido de cara a identificar la naturaleza del mal. Es por otro lado el mal que nos acucia, un mal de naturaleza tan siniestra, tanto por el contenido, como por la forma, que solo podemos referirnos al mismo mediante un eufemismo, aquél que por otro lado se corresponde con el que desde tiempos ancestrales unos y otros lo han identificado. A saber, crisis.

Es así pues la crisis, para nada enfermedad nueva. Como tantas otras, vieja conocida del hombre, acostumbra a presentarse siguiendo distintas denominaciones, vistiendo distintos ropajes, o entonando diferentes salmos. Lo único que en cualquier caso la identifica, a la par que la diferencia de todo lo demás, es su carácter altamente infeccioso, lo que vuelve sus ataques especialmente virulentos.

Pero tal y como suele ocurrir en todos estos casos, el virus no puede acceder directamente al interior del huésped. Necesita perentoriamente de la ayuda de un catalizador, de alguien que a modo de Caballo de Troya explote su conocimiento tanto de las fronteras, como del interior de su potencial presa, y burle así todos los contrarios, retirándose luego a un segundo plano tal y como ya ha acontecido en otras ocasiones en la historia de España; véase el ejemplo de lo acontecido con los traidores que dieron muerte a Viriato, y en especial guárdese especial atención al respecto de la forma de conducirse de los romanos para con los mencionados traidores, al llegar éstos al campamento de Gaelia en pos de su supuesta recompensa. ¡Lástima que hoy la hipocresía ha convertido en inoportunas semejantes conductas!

Viene a ser un catalizador, el elemento químico que presente entre los reactivos de una reacción, no aparece en los productos una vez ésta ha finalizado; todo porque  su función substancial no pasa sino por acelerar el tiempo en el que la misma tiene lugar.
Hecha esta salvedad, y dentro del orden que estamos atribuyendo al estado de las cosas, se me antoja sencillo atribuir por otro lado semejante papel a una Derecha que en el caso de España, se ha sentido tan humillada a lo largo de los últimos años de la historia, que bien podría haber considerado llegado el momento de cobrarse, si no una victoria, quién sabe si un mero resarcimiento basado en el triunfo de lo esbozado por el viejo refranero castellano, resumido en el conocido: Si tú tuerto, yo ciego.

Actúa así la Derecha desde la contumacia propia del neurótico. Una contumacia presagiada en el lento proceder de esa agonía identificada con esos largos años de sequía electoral que siguieron a las elecciones que encumbraron a Calvo Sotelo, pero que tuvieron especial significación en los largos años de travesía del desierto que se escenifican bajo los periodos de mayoría absoluta no tanto del PSOE, como sí de Felipe GONZÁLEZ MÁRQUEZ.
Años de soledad, de desasosiego. Años en los que más que meditar, lo que se hace es macerar la certeza de la orfandad que acompaña a los generales que regresan de batallas perdidas. Años perdidos, toda vez que en lugar de emplearse para madurar, se emplearon solo para farfullar.

Es entonces cuando la bicha anida. Es entonces cuando pone sus huevos. A saber, los de la ira, la envidia, el odio. Todos ellos alimentados por la frustración.

Y como colofón, por otro lado no puede ser de otra manera, la lenta, aunque inexorable constatación de un plan de autolisis que conduce al país a su inexorable liquidación, amparado ahora en un supuesto ideario  que siguiendo con los paralelismos de la semántica bien podría resumirse en el popular si no eres mía, ¡vive Dios! No serás de nadie.

Es pues desde semejante esquema, desde el que podemos no solo presagiar los síntomas, cuando sí incluso alertar del verdadero peligro que más que acuciarnos, nos invade. Un peligro que bajo la forma de políticas de recortes, ha logrado implementar lo que se ha convertido en una firme apuesta por el suicidio en masa, suicidio que se retroalimenta a partir de la burda falacia que se halla tras la famosa frase: Esto es inevitable porque habéis consentido vivir por encima de vuestras posibilidades.

Pero…¿Quién está capacitado para decidir cuáles son en realidad nuestras legítimas posibilidades? ¿Los que alimentaron a BÁRCENAS y a su camarilla? ¿La caterva que incuba desde la Ejecutiva del partido que se identifica hoy con la Derecha? ¿El Gobierno al que ésta misma sustenta?

Lo cierto es que ya hoy, poco o nada puede importar. Lo cierto es que a estas alturas, Incluso la huída hubiera sido más honrosa, sobre todo porque una retirada a tiempo lleva implícita cierto recaudo de penitencia, quién sabe si teñida de cierto apunte de dignidad responsable.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.



jueves, 10 de abril de 2014

DE PASEO POR LA HISTORIA.

Puede ser que no sea ésta la actividad más práctica, si bien, sin duda se trata hoy por hoy de una de las que menos decepciones le causarán.
Así, puestos a analizar el denominado mundo real, lo cierto es que uno de los escasos aspectos en los que probablemente de manera bastante rápida y certera acabaremos compartiendo, será aquélla en la que solo podemos afirmar nuestra absoluta indisposición de encontrar en este mismo presente los medios adecuados para conciliar con la lógica, muchas, por no decir la mayoría de las conductas que nos son inducidas.

Abandonados así una vez más a la certeza de asumir la imposibilidad de encontrar en el presente los medios para explicarlo, y haciendo de tripas corazón al entender de partida lo imposible de buscar en el incierto futuro las tan ansiadas máximas; lo cierto es que solo nos queda enfilar el camino del pasado, de la Historia, en pos de las tan ansiadas respuestas.

Es por ello que, después de leerlo detenidamente, lo que viene a suponer el no haberlo hecho en un número inferior a las tres veces; que me he de manifestar absolutamente no solo con las tesis, sino con la manera de defenderlas, mediante las que Juan Carlos ESCUDIER desgrana de manera pormenorizada no ya tanto una lista de respuestas a los que bien podrían ser elementos históricamente problemáticos en España, como sí más bien, de manera si cabe más acertada, procede a ubicar una de las listas más acertadas en lo que a mi me concierne, de los que deberían ser considerados algunos de los más graves problemas que frenan el desarrollo de España.

¿España tiene problemas, o España es el problema? Tal es ya el título del artículo. Un título brillante, pues sin entrar en valoraciones, cumple de manera radical con la máxima que sirve para certificar como de especialmente brillante un titular a saber, la que rige en función de la cual sea él mismo motivo suficiente para promover el interés del lector.
Lejos de cualquier ánimo subjetivo, y por ende alejados igualmente de cualquier proceso manipulador, supone este titular un heroico ejercicio a la hora de canalizar de manera constructiva la superación de los dispuesto en los meros, e incluso a veces banales Libros de Estilo que vienen a diseñar las formas de las distintas publicaciones que conforman el escenario editorial de nuestro país, para ir a pesar de la dificultad un paso más allá, y lograr que en tanto que tal, como titular, pase a ser digno merecedor de análisis en si mismo.

Dicho lo cual, o más bien con ánimo de explicarlo, lo cierto es que muchos de esos que se autodenominan a titulo clasista como de patriotas, no solo no leerán el mencionado trabajo, sino que más bien desaconsejarán con el mismo fervor patrio no solo la lectura del mismo. Habrán más bien, y aprovechando la circunstancia de la feliz coincidencia que el calendario pone ante ellos, de verse en definitiva casi obligados a solicitar la inmolación en Publica Hoguera no solo del autor, sino de todas sus obras, las cuales habrán sido categóricamente determinadas como de impías, cuando no de dañinas para la correcta moral.
Es entonces cuando a partir de este momento, y ahora casi de manera inevitable, cuando comenzamos a contemplar lo inexorable del alcance de la variable histórica. Una variable histórica que al contrario de lo que ha venido aconteciendo en los últimos tiempos, no solo se hace manifiesta y palpable en los fondos, sino que definitivamente se hace patente ante nosotros de manera clara y distinta, incluso en los usos y costumbres.

Ocurre de esta manera que, de manera para nada anecdótica, me sorprendo reencontrando en el proceder del autor, referencias no solo conductuales, sino abiertamente fundacionales en términos estructurales, con un artículo de Don Mariano José de LARRA, en el cual, y a título para nada inaudito, se llevaba a cabo una exposición a tenor de las visiones que España como país despertaba en los españoles de la época, que lejos de medrar en las conciencias por inauditas, no hacen sino traer definitivamente a colación la certeza de que en realidad, no son tantas las cosas que han cambiado.

Me detengo con deleite casi más bien, en la fórmula que el autor ya clásico enarbola de cara a hacer comprensible semejante condición, la de españolo como algo que transciende al mero hecho de vivir en España, y que en los términos que hoy hacemos propios se resumen en la exclamación ¡España, qué país!

Encierra esa admiración, mucho más que un simple conducto formal. Se esconde detrás de los signos de exclamación, una afirmación dubitativa sobre los múltiples condicionantes que se enarbolan junto a la afirmación soy español. Condicionantes que en la mayoría de los casos han de buscar respuesta en las afirmaciones que MARÍAS lanzó, a título de las preguntas que otros insignes, de la talla de JOVELLANOS, dejaron en el aire.

Pero lejos de perdernos, adolece hoy nuestra voluntad de no ir demasiado lejos. Habrá así pues hoy de bastarnos con la mera, por no decir frugal, acción de concatenar de nuevo desde la sensación de orden que produce la voluntad, toda esa otrora larga serie de preguntas que por otro lado condicionan en sí mismas cualquier viso de respuesta libre.

Es entonces que, una vez que algunos, por ejemplo el Sr MAS en este caso, han lanzado la pregunta envenenada, sea el Estado, a través de la activación de esos resortes tan completo e inaccesibles antaño indescifrables, quien asuma de manera para nada forzada, la función de responder a la que a nuestro entender se comprueba como una cuestión capital.

Y digo y me reitero precisamente en eso, en la inexorable necesidad de una respuesta.

Cualquier otro intento, cualquier otra excusa, desencadenará de manera inevitable una sucesión de acontecimientos que a nuestro entender solo pueden desembocar en la constatación de que esa supuesta magia sobre la que se sustenta el Estado, una vez hemos constatado que los recursos que lo sustentaban no son más que ídolos con los pies de barro, amenazan definitivamente con venirse abajo. La ilusión está amenazada. El tiempo de la tramoya pasó.

La Historia cierra así un ciclo, en forma de citar al pasado con el presente. Y en medio, como nexo, el elemento a saber atemporal.
La Constitución de 1978, a modo de el monolito de “2001, Una Odisea en el Espacio”, juega de nuevo un papel capital.

Pero por cifrar de manera definitiva el vínculo atribuible al fenómeno histórico aludido, acudimos, nada más, y nada menos, a una de esas joyas con las que en forma de artículo periodístico, en el momento en el que éstos ya disponían de autoridad plena, y de personalidad propia, un ya conocido LARRA describía lo que no solo suponía un reflejo del por entonces presente de España, sino que más bien traía a colación de manera imprescindible uno de esos aspectos tan nuestros, y que se define a sí mismo como el proceso de flagelación, inexorable por otra parte, todavía más en este día previo al Viernes de Dolor.

Hay en el lenguaje vulgar, frases afortunadas, que nacen en buena hora y se derraman por toda una nación. “En este país”. Es esta la frase que todos repetimos hasta la porfía…(…) ¡Cosas de este país!

¿Nace esta frase de un retraso reconocido por toda la nación? No creo que pueda ser éste su origen, porque solo puede conocer la carencia de una cosa el que la misma cosa conoce; de donde se infiere que, si todos los individuos de un pueblo conociesen su atraso, no estarían realmente atrasados. ¿Es la pereza de imaginación o de raciocinio que nos impide investigar la verdadera razón de cuanto nos sucede, y que se regocija de tener siempre una muletilla a mano con la que responderse a sus propios argumentos, haciéndose cada uno la ilusión de no creerse cómplice de un mal, cuya responsabilidad descarga sobre el estado del país en general? Esto parece más ingenioso que cierto.

Borremos pues de nuestro vocabulario la humillante expresión que no nombra a este país sino para denigrarle; volvamos los ojos atrás, comparemos y  nos creeremos felices.
Si alguna vez miramos adelante, al futuro, y nos comparamos con el extranjero, sea para preocuparnos un porvenir mejor que el presente.
Hagamos más favor o justicia a nuestro país y creámosle capaz de esfuerzos y felicidad.
Mariano José de Larra. Crónica Madrileña.

Ahora, el que me diga que esto pertenece a una descripción lastrada en el pasado, que me diga si no  lo firmaría como futuro.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.


jueves, 3 de abril de 2014

DE CUANDO “CON ESTAR EN LA RUEDA ES SUFICIENTE”

Cierto es, y no seré yo quien lo ponga en duda, que efectivamente la rueda supuso uno de los mayores avances de cuantos en mucho tiempo se mostró capaz el Ser Humano de llevar a cabo.
Máximo exponente durante siglos de cuanto supone el mayor avance en materia de tecnología, la rueda  monopolizó de manera flamante los espacios en virtud de los cuales se consideraban las potencialidades humanas en éste, y en otros ámbitos.

Sin embargo, ocurre en éste, como desgraciadamente en otros campos, que la incapacidad para proceder con la debida perspectiva, priva al protagonista, en este caso al Hombre, del debido y sin duda merecido triunfo, en tanto que la Humanidad, en última instancia la verdadera beneficiaria del avance, parece quedar postergada, toda vez que los posicionamientos desde los que se llevan a cabo las aproximaciones a los verdaderos logros tanto presentes como futuros que promete el invento, precipitan una vez más la vorágine habitual, fruto de la cual el caos pasa a adueñarse de la situación, robándonos con ello no ya solo el momento de gloria, sino que además pervierte la esencia del mismo.

Es así como que, de parecida manera, el análisis que a día de hoy podemos hacer, ya sea de la actualidad en general, como de hechos específicos y por ende concretos, parecen hallarse igualmente impregnados, me atrevo a decir que a nivel estructural, de una falta de perspectiva que, en este caso, no es ya que se confabule en contra de la correcta interpretación de los datos que de una u otra manera resulten preceptivos; sino que más bien esa carencia ha dejado de ser algo anecdótico, para pasar a ser algo subrepticio, un ingrediente sin el cual la receta de la realidad no es ya que no esté completa, es que sencillamente no sería digerible.

Nos sumergimos así en la marea hacia la que hoy por hoy tiende todo lo que tiene viso de certeza, y nos encontramos con el caso específico que nos proporcionan, por ejemplo, los datos de la última Encuesta de Población Activa. Poniendo por anticipado sobre la mesa nuestra satisfacción por lo que a priori supone un aparente adelanto en lo concerniente a la salida de la crisis, lo cierto es que una vez hemos superado el éxtasis hacia el que las interpretaciones promovidas por determinados medios afines al Gobierno, inexorablemente nos conducen, una vez que somos capaces de poner en marcha el medio analítico en pos no tanto de la verdad, que mucho menos de la razón, lo cierto es que tal y como suele pasar siempre con estas cosas, al hábito no suela hacer al monje.

Lejos de proferir a continuación retahíla alguna en relación a los datos vertidos por esa, o por cualquiera otra fuente estadística; lo que viene a despertar el interés de este humilde opinador no son tanto los datos, como sí más bien el efecto que los mismos causa, o incluso los que supuestamente han de ser causados, entre todos los que sufrimos o más bien padecemos, sus temibles efectos.
Es así que, esta misma mañana, en una interesante conversación, soy testigo directo del procedo por el cual alguien se empeña en convencerme de que “tal y como están las cosas, amigo Jonás, se trata de trabajar, sea al precio que sea. ¡Incluso aunque te cueste dinero! ¡Se trata de estar en la rueda, cuando ésta gira!

Me sumerjo entonces yo en esa terrible fuente de réplicas, a la cual más furibunda, a la que mi cabeza tiende cuando me veo abocado a experiencias como la descrita, y es entonces cuando incluso para mi sorpresa, es el silencio más respetuoso el que por mi parte pasa a ocupar el espacio que habitualmente hubiera pasado a estar suplido por una réplica no ya cortante, sino casi lasciva.

Mas el hecho de que aprecie mucho la amistad de aquél que vertió semejante argumento, no supone obviamente óbice ni soslayo para que yo, en silencio y para conmigo mismo, lleve a cabo cuantas revisiones y matizaciones sean necesarias en pos no ya de comprender lo expresado, como sí más bien de ponerlo en su justo lugar, tratando así no sé si de comprenderlo, cuando sí sencillamente de valorarlo en su justa medida.

Es entonces cuando una vez llevadas a cabo las debidas pesquisas subjetivas y objetivas en relación al calibre del argumento, llego a la conclusión de que bien podríamos hallarnos ante la más sublime muestra de esa nueva corriente de pensamiento dictada en pos de tratar de dar no ya respuestas, cuando sí cabida a las enormes preguntas, que la actual situación nos plantea. Estoy hablando del Vamostirandismo.

Es el vamostirandismo, el resultado de las prácticas, más que de los estudios, llevados a cabo a nivel mundial durante un largo periodo de tiempo; a saber en algunos sitios más de siete años; y en virtud de los cuales se pretende llegar, de manera lo más científica posible, a conclusiones en pos de cómo afecta en realidad la crisis a las personas.
Como todo conocimiento que se precie, el vamostirandismo cuenta con una semántica, una ontología e incluso con una semiótica, propias. Sin embargo, lo que más destaca, lo que más caracteriza a la nueva Filosofía de Vida que se esconde tras el vamostirandismo, es sin duda su moral la cual, en este caso de manera igualmente original, termina por gestar un ética (cuando en realidad lo habitual es que el sentido temporal sea el inverso.)

Viene conformada la moral del Vamostirandismo, por innumerables muestras de amor patrio, cuando menos las imprescindibles para lograr que un padre de familia que ha perdido ya todo derecho a cualquier tipo de prestación porque por ejemplo lleve más de tres años en paro, sea capaz de contestar “vamos tirando” cuando alguien le consigna al respecto de su estado.
Semejante conducta, preñada de conducta ética cuando se refiere desde lo más profundo del ser, a saber, desde el lugar donde descansan las convicciones; adquiere no obstante un viso más bien moral cuando semejante afirmación ha de llevarse a cabo desde la perspectiva de tratar de convencer a los que escuchan, sea por las cuestiones que sean, atentamente la conversación.

Despejadas de la ecuación moral que se nos plantea, cualquier consideración al respecto de encontrar una variable lógica, objetiva, al respecto; es a partir de entonces cuando hemos de buscar en otros afluentes la corriente de la que parte el ingrediente que viene a confeccionar el estado que justifica el estado mostrado por nuestro interlocutor.
Es así, una vez analizadas con tiempo las circunstancias incidentes, cuando comprendemos que las mismas han de estar motivadas por cuestiones cuyo rango de prevalencia viene aportado por un componente subjetivo, a la par que fuertemente pasional, que parece dotar a los mencionados de una fuerza, por otro lado desconocida hasta ahora, capaz de salvar aparentemente sin esfuerzos, toda la batería de contra argumentos que la realidad, ceñuda y contumaz, parece dispuesta a poner en pos de reventar los fastos que por otro lado algunos llevan años, a saber poco más de dos, que muchos desean ya montar.

Es así que para hacer frente a la dosis de verdad que la realidad se empeña en poner ante nosotros, y que se muestra en forma de hechos tales como los procedentes de entender que en España hay hoy una tasa de paro juvenil cercana al 50%, que la tasa general ronda el 29%, y que la cifra real de parados ronda los siete millones de personas; es cuando definitivamente te ves obligado a asumir que muy probablemente sean otros los baluartes que convierten en inexpugnables los fortines en los que se cobijan las nuevas estructuras alienantes.

Lejos de ceder a la tentación de hacer de la realidad alienante la fuente de todos los males, no es menos cierto que no vamos a contenernos a la hora de fijar nuestra atención en el que se muestra como el gran elemento diferenciador.
El ente válido para dotar de coherencia a este gran entramado que hemos comenzado a intuir, es decir, la ideología, se materializa de forma paradójica ante nosotros esgrimiendo de manera casi pornográfica excesos propios de aquél que se ve no ya fuerte, sino más bien carente de cualquier sensación de miedo.

Esta nueva situación, identificada por otro lado netamente con la que circunda nuestra realidad, da paso a un nuevo estado de las cosas fruto del cual la realidad que le es propia adolece de una nueva indolencia, proclive en todo caso a ser identificada con una nueva versión de la alienación. Una versión que decimos nueva, no original, toda vez que se trata de un nuevo dialecto esto es, sus semejanzas con el origen son fácilmente perceptibles, sin que ello le permita no obstante alcanzar un grado de normalización suficiente como para independizarse de manera total.

Así, la alienación se muestra en una nueva extensión, en tanto que al contrario de lo que venía ocurriendo con su matriz, no afecta tanto a la masa, al proletariado si se desea; como sí y más bien, se muestra entre las clases dirigentes, generando con ello una suerte de desgracia que pasa primero por una desmitificación de los gobernantes, la cual acaba por ende degenerando en la constatación de una manifiesta impunidad de éstos, que se muestra tanto en su incapacidad para gobernar, y que se acrecienta al ser por otro lado el Pueblo incapaz de exigirles responsabilidades.

Surge así el gobernante tapón esto es, una forma de gobernante que, consciente de su incompetencia, borra de su derredor toda muestra de competencia, convencido de que así sus carencias serán menos evidentes.

En definitiva, que mirándolo bien, sorprende el que podamos seguir diciendo aquello de…¡Vamos tirando!


LUIS JONAS VEGAS VELASCO.