Abrumados ya por el peso no de las dudas, como sí más bien
de las certezas, dolor causa no tanto el comprobar, como sí más bien el
constatar hasta qué punto cuestiones consideradas hasta ahora como de mero procedimiento, terminan por
erigirse en claros auspicios de una realidad frustrante no tanto por lo
diabólico de sus potencialidades, como
sí más bien por el patetismo que se halla vigente en lo que termina por
comprobarse como sus verdaderas
consecuencias.
En un instante como el que nos ha tocado vivir, en el que
por primera vez las hasta ahora denostadas meras
cuestiones de orden comienzan a ganar en primacía no sabemos muy bien si
por el aumento de su propia valía, o más bien por la depauperante evolución que
se hace palpable en aquéllas que estaban llamadas cuando menos en principio a erigirse en cuestiones de oposición; lo
cierto es que tales consideraciones incluso en su mera constatación práctica
adquieren verdadera consideración al albor sobre todo del impacto que otras
cuestiones éstas sí directamente involucradas en las verdaderas guerras, terminan por mostrar a partir de la comprensión
de la suerte de relativismo que las
impregna, el grado de chabacanería que se hace patente no solo en la
acción, como sí más bien en la esencia, de aquellos que estando llamados a
protagonizar las que denominaríamos grandes
cuestiones; no acaban sino opositando a un papel de reparto.
Es por ello que tras confesar lo abiertamente abrumado que
me encuentro una vez constatado de nuevo el estado de las cosas que tanto de cerca como de lejos me rodean; que he de poner de manifiesto una vez más, aquí
y ahora, lo que no es sino la constatación formal de la certeza que un día más
habrá de considerarse en evidencia, y que pasa por la sorpresa que me causa el
ver cómo un día más, personajes que en cualquier otro lugar no se encontrarían
en disposición objetiva de desempeñar una labor con repercusiones de
responsabilidades mayores a las que puede llevar aparejado un puesto de
vendedor de globos ambulante, en España no solo tienen licencia para llenarlos
de helio, sino que la experiencia demuestra hasta qué punto nos sentimos
felices de comprobar el poder de los sueños cuando acompañamos a éste, en su
ascenso, en este caso hasta un puesto…¿En la Presidencia del Gobierno por
ejemplo?
En un país en el que el proceso habitual para abandonar la
condición de plebeyo pasa inexorablemente por la adquisición de una grosera cantidad de dinero, haciendo con
ello bueno que de plebeyo lo más normal es que acabes reducido a chusma; lo
cierto es que la paradoja acaba siendo el método más socorrido, y el
relativismo acaba por convertirse en el sistema
epistemológico más recurrente. De la religión, con sus santos y sus
milagros para interpretar, cuando no para justificar los desastres y desmanes,
en otra ocasión hablaremos.
Así resulta, ¡cómo no, paradójico! que en un contexto
recalcitrante y dogmático como el que resulta propio una vez analizados los parámetros
desde los que se ha tenido a bien descifrar el devenir de esta legislatura que
ya acaba; hayamos de conceder cierto grado de virtuosismo precisamente al
relativismo de cara a tratar de encontrar cierto grado de coherencia para con
un Gobierno que, no lo olvidemos, además de albergar muchos puntos de
coincidencia, al menos en lo que respecta a su proceder para con otros ejemplos
igualmente decimonónicos; presenta como elemento característico una suerte de interpretación de la realidad que por lo
personal, cuando no por lo abiertamente distorsionada, parece más bien
concebida no desde una mente dada al relativismo, como sí más bien acostumbrada
al pensamiento abstracto.
Abandonada toda esperanza de encontrar agua en el desierto
en lo que se refiere a dar con alguna muestra de vida inteligente en lo que
concierne al catálogo de entes que hoy por hoy pergeñan en su labor de
conservar su puesto a cualquier precio en lo que ya es otra carrera a ninguna parte; lo cierto es que abandonada la
cuestión cualitativa habremos al menos si no de confiar, sí guardar alguna
esperanza en lo concerniente a encontrar a alguien que si bien no cuente, sepa
colocar las piezas.
Es entonces cuando constatamos de primera mano el ingente
cúmulo de complejidades que subyacentes a las al menos en a priori sencillas
maniobras que el orden llevaba aparejadas, surgen ahora a modo de fortalezas infranqueables, volviendo
intransitable un recorrido que hasta hace unos momentos alcanzó momentos
propios de un paseo idílico.
Es entonces cuando poco a poco, al principio casi sin
querer, pero finalmente alcanzando una intensidad verdaderamente desbordante,
que lo grotesco emerge del interior, en este caso de quienes nos tenían
relativamente engañados, para terminar consagrando el hecho a la verdad esto
es, poniendo de manifiesto que como dice el refranero aunque la mona se vista de seda, mona se queda.
Es entonces cuando una vez perdido el sujeto, necesariamente
hemos de volver nuestra mirada hacia las posibilidades que nos ofrece el Sistema.
Preñado de la hasta ahora considerada como verdad
incuestionable, los ardides del relativismo terminan por confabularse en
una suerte de realidad, o cuando menos en una interpretación condicionada desde
los protocolos en los que éste se siente cómoda, en base a la cual la ignorancia se siente cómoda con los
procederes y las prerrogativas relativistas toda vez que las mismas, a menudo,
se convierten en refugio consensuado de la ignorancia y la falacia.
Así y solo así podremos cuando no comprender, sí al menos
posicionar en los términos que le sean más o menos propios un proceder en base
al cual podamos aptar a tergiversar los cánones destinados a conformar el orden
estructural de una digamos, cuestión de
Estado, sorprendiéndonos luego de que la misma no evolucione siguiendo las
pautas que al menos en principio habían sido declaradas a tal efecto. Y no
contentos con ello, osamos mostrarnos no tanto ya consternado, como si
indignados con la evolución que los acontecimientos han alcanzado.
Anonadados no tanto por el rumbo como sí más bien por el
puerto al que nosotros y nuestros designios parecemos haber sido trasladados;
son muchas las cuestiones que cabrían ser dignas de prevalecer, pero sobre todo
una, curiosamente de carácter contextual, la que merece la pena ser formulada.
Y ha de serlo en términos muy concretos, que bien podrían oscilar en torno a
los siguientes: ¿Tiene a estas alturas
sentido albergar el menor género de dudas a la hora de comprender que la
formulación de la que sin duda supone la mayor amenaza para la estabilidad de
España desde el triunfo de La Transición ha tenido que darse, precisamente,
como consecuencia de las formas propias
de un régimen directamente vinculado con los arcaísmos propios de la más rancia
de las Derechas que España recuerda?
Evidentemente, a nadie se le escapa que solo como
consecuencia directa de las directrices, o más bien habría que decir que desde
la ausencia de éstas; del que a todas luces es ya el peor gobernante de la Historia de España desde Fernando VII, podría
llegar a escenificarse un cuadro destinado
a representar un escenario tétrico como solo en las series negras de Goya podemos atisbar.
Al menos Fernando VII tenía a Dios para empezar a atisbar su
suerte de dominación. Mariano no se atreve a citar a Dios, o al menos no lo
hace en los términos conceptualmente dispuestos para ello. Tiene en pos su
propia concepción divina a saber, la Ley.
Adolecen pues no tanto la Derecha como sí más bien los
representantes que le son propios, de los vicios que de parecida manera
resultan una vez más netamente vinculantes y, como tal, describen un escenario
no por previsible menos sintomático de lo que no es sino una visión viciada de
una realidad en sí misma no menos esperpéntica. Y qué podemos observar, sino
esperpentos, en una realidad que al menos en principio parece estar
inquisitivamente diseñada para conciliar en derredor de sí misma toda una
suerte de engendros y parásitos; miscelánea en cualquier caso de un momento
ajeno, propio en cualquier caso de monstruos y acertijos que ya creíamos
olvidados.
El Relativismo se convierte en refugio de la Ignorancia. Y la
imposición de la Ley, que no de la Justicia, se erige en manifestación
definitiva del más sonoro de los fracasos,
del que pasa por comprender hasta qué punto la Ley no está en realidad
para resolver problemas, y que la capacidad de ésta queda ampliamente mermada,
si no evidentemente distorsionada cuando se emplea para lo que no es, como en
el caso que nos ocupa, cuando lo que se pretende no es sino obviar con cobardía
las obligaciones destinadas a concebir un espacio para el desarrollo de la
Política, sustituyéndolo por defecto por un escenario judicial en el que todo,
absolutamente todo, queda supeditado a la ejecución de una serie de sentencias
en el mejor de los casos, de amenazas en otros; la suma de las cuales no podrá
hacer nunca el ruido suficiente como para acallar lo que gracias a la
estulticia demostrada, comienza a ser hoy un verdadero clamor.
“Por comisión y
mandado de los señores del Consejo he hecho ver que el libro contenido con este
memorial;: no contiene cosa contra la Fe ni buenas costumbres; antes es libro
de mucho entretenimiento lícito, mezclado de mucha filosofía moral…”
“(…) Por lo que se
tasare a cuatro maravedís cada pliego, que al respeto suma y monta doscientos y
noventa y dos maravedís), y mandaron que esa tasa se ponga al principio de cada
volumen del dicho libro, para que se sepa y entienda, lo que por él se ha de
pedir y llevar, sin que se exceda de ello de manera alguna…”
Dicho respectivamente por los señores Hernando de Vallejo y el
Doctor Gutierre de Cetina; escribano de la Cámara del Rey y Censor del Reino
respectivamente; las citas corresponden concretamente a las dispuestas
formalmente en la primera edición de “Don Quijote de la Mancha Parte Segunda”.
Ambas anotaciones, del todo imprescindibles para lograr la
promoción del libro, y a la sazón causa suficiente para hacer que la obra vea
la luz, rezan por fecha y datación tal día como hoy, a saber y rezando
formalmente: “A veinte y uno de otubre,
mil seiscientos y quince.”
Tan bien un veintiuno de octubre, de justo doscientos años
después, sufrirá España el lacerante suceso de Trafalgar, del cual sin duda aún
no nos hemos recuperado del todo. Y justo doscientos añoso después es testigo
España de otro suceso trágico, el fin de la legislatura del Partido Popular.
Hecho éste del que sin duda tardaremos en recuperarnos, y que guarda otro
elemento en común con lo expuesto hasta el momento a saber: tras su paso y suceso, nada volverá a ser
igual.
Conmocionado que no conmovido (pues no tanto el hecho como
sí más bien sus protagonistas no merecen ni una pizca de humanidad en el
tratamiento), amanecer hoy con la
sensación de tener el sol en la espalda, marcando con ello de forma definitiva
cuál ha de ser el camino a segur; se traduce en una suma de sensaciones tan
intensa y a la par tan agotadora, que verdaderamente hace sentir próximo el
colapso.
Definitivamente, se han ido. Destructivos como la plaga de
langostas que refiere el Génesis. Mortal y apocalíptica como la epidemia
pestilente que diezmó Europa; la presencia cuando no el ejercicio asociado a
ésta manifestado en forma de gobierno llevada a cabo por este a lo largo de los
últimos cuatro años, ha terminado por inducir en todos nosotros un estado de
desazón que, acudiendo una vez más a la suma sapiencia atesorada en el
Refranero Castellano, solo mediante el empleo de una de sus acepciones más
destacadas podemos osar integrar de manera semánticamente correcta la sin duda
multitudinaria corriente destinada a promover una definición sincera a tal
respecto: “Que seas capaz de llevarte
cuando menos la mitad de la paz que dejas.”
Porque en una realidad solo reconocible tras definir el
contexto descrito por las condenas definidas en Cantar de Mío Cid; hacer memoria a tenor de lo que ha sido no tanto
el ejercicio de gobierno del Partido Popular, como sí el hecho de tener que
enfrentarse abiertamente a sus consecuencias; constituyen realidades muy
próximas a lo que se entiende como conducta
atribuible a episodios de masoquismo. En cualquiera de los casos, una
teoría de comportamiento poco adecuada, cuando no manifiestamente
desalentadora.
Porque si la acción de gobierno del Partido Popular no se ha
experimentado, a lo sumo se ha sufrido, ha sido porque sencillamente tal acción
de gobierno sencillamente no ha existido. Está históricamente demostrado que la
acción de gobernar se encuentra inexorablemente vinculada a la existencia de
una suerte de plan que, más que responder a un modelo de conclusiones, encierra
realmente una forma de cúmulo de las que una vez constituyeron las ensoñaciones
de quienes una vez se sintieron capaces de identificar todas aquellas cosas que
consideraron inadecuadas o insatisfactorias; procediendo posteriormente a
desarrollar las conductas necesarias para cambiar las facetas del mundo que de
manera razonada les parecían erróneas. De la carencia o deuda surgida de no
responder a la existencia de semejante documento, lo que dicho en una palabra
se traduce en no tener Programa, se
extrae la única razón lógica desde la que podemos contemplar la manera de
gobernar implementada por el Partido Popular a lo largo de toda la legislatura
que, insistimos, hoy se acaba.
Montones de mentiras, toneladas de medias verdades. En
definitiva, la suerte y constatación de la instauración de la falacia como
medio adecuado para el total proceder se han consolidado no ya como el
resultado de una forma de guiar el
proceder, sino más bien como el elemento que se erige en común denominador que unifica la
práctica totalidad de los medios de proceder que se han vuelto generalizados en
los últimos cuatro años.
Cuatro años que como en el caso de la Peste Negra solo se
han hecho superables acudiendo a la frase que el de Hipona acuñó: “Esto también pasará.”
Cuatro años de los que como en el caso de los padecidos con
la Peste, tan solo las medidas adoptadas en pos de su superación, así como las
pocas que se pueden tomar en aras de que no vuelvan a darse, constituyen el
máximo bagaje al cual podemos someter nuestro incierto designio.
Cuatro años a lo largo de los cuales en vez de conjugarse el
verbo gobernar, se ha optado por poner en práctica las veleidades del verbo
sufrir. Y todo porque la incapacidad para llevar a cabo un uso lícito de las
acciones destinadas al buen gobierno, han
quedado supeditadas a la inefable acción destinada a promover la implementación
de una Ideología.
Porque al desarrollo de tal arte es al que han dedicado todo
su tiempo tanto Rejoy como sus secuaces. Secuaces, que no Gobierno, porque los
desaires, desplantes y sobre todo, manifiestos desprecios con los que el uno y los otros se han manejado
permanentemente, convertirá en francamente bochornoso el uso del apelativo,
habiendo de ser necesariamente los que hayan de venir quienes con más fuerzas
sufran la miseria en la que puede degenerar el uso de la acepción manifestada
en relación a los hechos vinculados a este aquí, a este ahora.
Mariano Rajoy. Señor Presidente del Gobierno, a la sazón
elemento abiertamente congestivo, testigo y causa de la mayor muestra de
polución con la que un gobernante ha tenido a bien intoxicar la otrora sacrosanta
propia como de Gobierno, destinada a
la búsqueda del bien común.
Mariano Rajoy, pequeño Sátrapa.
Incompetente como ellos para mantener unidas las satrapías. Indolente como
ellos para hacerse valedor de la comprensión de un sufrimiento que unas veces
no has sabido evitar, y que en la mayoría de los casos has causado, todo ello a
partir de la comprensión de la acción y
efecto del único verbo que has sabido conjugar por ti solo. A saber el
verbo recortar.
Recorte, acción y efecto de recortar. Aunque hoy en España
tiene otras acepciones, todas ellas por cierto vinculadas a la incompetencia
cuando ésta afecta al hecho implícito de gobernar. Un hecho, digamos mejor una
acción, que requiere de partida de la tenencia en grandes cantidades de dos
acepciones que al Sr. Presidente le son totalmente desconocidas a saber:
humildad para identificar sus carencias y perspicacia para subsanarlas.
Dice un viejo proverbio árabe que la diferencia entre un
Gran Hombre y un Hombre mediocre radica en la capacidad que uno y otro tienen
para rodearse de quienes son mejores que ellos mismos. Mas cómo esperar cosas
grandes de quien sinceramente cree haber alcanzado el máximo de sus
posibilidades. Qué decir de quien verdaderamente cree que detrás de mí, el Diluvio.
Sea como fuere, ya pasó. La buba ha supurado y su contenido, pestilente donde los haya, ha sido
expulsado. La fiebre, con la misma velocidad con la que vino, se marchará.
Ahora hay que recuperarse recordando que solo interpelarse por el largo tiempo
está prohibido. Y todo porque hacerlo supone añadir más tiempo al ya perdido.
En una era como la que nos ha tocado vivir, en la que la
mentira parecer convertirse en el único elemento capaz de erigirse en garante
si no de la especie, sí al menos de sus esencias,
las formas, propias de la Estética hacen,
cómo no, su agosto, imposibilitando con su presencia el triunfo de cualquiera
de los misérrimos intentos de recuperación protagonizados en este caso por unos
paupérrimos seres denominados ¿filósofos? los cuales pretenden, entre otras
muchas barbaridades, algunas de las cuales resultan ciertamente innombrables,
recuperar lo que ellos mismos denominan el
espacio perdido, otrora refugio de la Moral (…) allí donde el Hombre se
reencontraba…
Pero ocurre con la mentira algo que por propio, redunda de manera evidente en todo concepto de construcción
humana, algo que en este caso pasa por la paradoja de comprender que,
efectivamente, encierra algo de verdad. Se instaura entonces el imperio de la falacia. Redundan sobre
éste todos y cada uno de los peligros que pueden, de una u otra manera, echar
a perder a un hombre. En idioma más cercano, los pecados hacen de éste su
cubil. El infierno inaugura así su enésima legación en el mundo que una vez fue
del Hombre, toda vez que la Virtud, si no habitual miembro de la comunidad, sí
era al menos reconocible en quienes por unos u otros motivos se decían
habitantes de este lugar, de esta mora.
Pero el tiempo pasó. Y del mismo, no del tiempo en tanto que tal, cuando sí más bien de
la paradoja que se halla implícita en su devenir; se hizo evidente y
constatable la que como decimos encierra la mayor de las perdiciones a las que
el Hombre, al menos en su Estado Moderno,
puede y debe hacer frente; la paradoja que pasa por comprender que el pero
fuir del Tiempo no redunda necesariamente
en el progreso de quienes lo sufren.
Constituye el progreso,
al menos como concepto, la última Gran Verdadque le queda al Hombre. Resultado de
una interpretación determinista dirán
algunos; elemento propiciatorio de redención
como dirán otros; el progreso se erige hoy por hoy quién sabe si en la
mayor fuerza conceptual que ha iluminado el destino de los hombres desde que
éstos han sido conscientes de su propia naturaleza, por definición, excluyente,
traduciéndose por ello en una fuerza represora en unos casos, de exaltación en
la mayoría; instaurándose como una verdadera fuente de iluminación entre los hombres. Una fuente de la que mana
un caudal tan poderoso en lo que concierne a los parámetros cuantitativos, como
extraño en lo que concierne a los conceptos que se dirimen en el terreno de lo
cualitativo. Una fuente que concebida con los ojos no de la realidad, como sí
más bien de los de lo subjetivo, bien podemos decir que se mueve en parámetros
propios de lo atinente a lo dogmático, propio por ello de lo concebible como necesario.
Van así poco a poco trenzándose las madejas que habrán de
componer el hilván desde el que luego las distintas urdimbres terminarán de
confeccionar al Hombre. Un Hombre que vivirá permanente ultrajado no por sus
verdades, sino más bien por la miseria en la que redunda el saberse incapaz de
acceder a ellas ¿tal vez a título de algún rancio pecado, por haber dejado de
ser digno de las mismas?
Es a partir de entonces, o por ser más precisos a partir del
momento en el que la aceptación de tamaña idea, que el Hombre pierde lo que
podríamos haber denominado como su
derecho a ser mejor. Es a partir de ese instante que el Hombre ve enajenado
su derecho a prosperar o lo que es lo mismo, el momento en el que el Hombre se
ve absolutamente solo al ser obligado a marchar de la senda por la que hasta
ese fatídico momento siempre habían transcurrido sus pasos.
Es entonces que una vez perdida la senda por la que
transitaba a la búsqueda, no lo olvidemos, del progreso, que es cuando el
Hombre es por primera vez consciente de lo que es sentirse no ya abandonado,
cuando sí más bien incapaz de merecer compañía. Es cuando el Hombre se siente
no ya ignorante, cuando sí más bien indigno de recuperar el conocimiento. Es
cuando el Hombre se siente incapaz de progresar, de seguir siendo Hombre. Es
cuando el Hombre abandona la senda de la Política, para caer en brazos de la
Demagogia.
La Demagogia, territorio inescrutable por más que
transitado; viene a conformar no tanto una forma como sí más bien un escenario
en el que la perspectiva se pierde en una suerte de matices dispuestos no tanto
para convencer, como sí más bien para confundir en el momento preciso en el que
lo que hay detrás de la elección bien puede conllevar la salvación o la
perdición definitiva de aquél que se encuentra inmerso en el suplicio propio de
la elección; no en vano cualquier elección se traduce, a ciencia cierta, en una
renuncia.
Terreno así pues resbaladizo, propicio por ende a lo
relativo, adueñado con ello del quizás. Terreno
en el que la falacia no es que abunde, es que impera, impregnando con el hálito
de su predominancia cualquiera cuando no todos los rincones, sumida en un
incierto juego de desmanes y desavenencias, en el que la clave pasa de manera
inexorable por abandonar toda certeza, sembrando el mal de la duda, eliminando
toda esperanza de certidumbre.
Se quiebra así pues la confianza más importante de la que el
Hombre es dueño. Una confianza cuyos efectos pasan por comprender la perspectiva
que el Hombre tiene del propio Hombre. Tal cataclismo, comparable tal solo al
ya padecido por nuestro planeta cuando el meteorito provocó La
Gran Extinción, tiene
parecidos efectos al conseguir en el caso que nos ocupa acabar con los
fundamentos sociales sobre los que el Hombre apoyaba su modelo de desarrollo,
un modelo eminentemente social y que pasa ahora a estar presidido por unos
procederes en los que el abandono de lo social se erige en la tónica dominante,
convirtiéndose en el denominador común de los procederes encaminados a definir
tanto las creaciones de este Hombre, como al Hombre en su totalidad. No en vano
por sus acciones los conoceréis.
Ante esta nueva realidad el Hombre, incapaz de evolucionar,
ha de reinventarse. Retrocede pues en el tiempo a la par que lo hace tanto en
el fondo como en las formas, apostando entonces sin la menor muestra de rubor
por una marcada tendencia retrospectiva. Una tendencia soez que tendrá
consecuencias lapidarias pues toda vez que obstruye la evolución por otra parte
tenida por inevitable en tanto que necesaria;
fomenta activamente una de las mayores perversiones a cuya práctica puede
abandonarse el Hombre cual es la de la involución.
Encierra la involución una suerte de patetismo cuya
demostración pragmática podría definirse como de masoquismo. Así, de forma
voluntaria a la par que alimentada por la consagración del esfuerzo, el que la
practica se abandona a un proceso destructivo y por ende nihilista en el que el individuo renuncia a cualquier consecución
que el terreno moral pueda hacerse, apostando por ello de manera descarada por
la destrucción de todo lo que socialmente nos fue reconocible, empezando por el
Hombre Social que redunda en su
mismidad por medio de la Política; para acabar así pues abrazado a una forma de
pantomima encaminada promover no solo la falta de desarrollo, como sí más bien
el franco y definitivo retroceso del Hombre.
Desaparecido el Hombre
Social, el Hombre Político; más que nacer, el Hombre moderno parece ser el
resultado de una suerte de malformación
fetal incompatible con la vida que redunda en un aborto que se mimetiza con
la oscuridad que lo envuelve todo.
El Hombre Moderno, carente de toda aptitud para la Política,
renuncia tan siquiera al mísero recuerdo de aquel antecesor orgulloso del paso
que le permitió abandonar la caverna al
pergeñar el paso del Mito al Logos. Incapaz tan siquiera de reconocer en
sus ancestros el valor que en su esencia no figura ni por asomo, decide pues
involucionar, y lo hace tal y como no puede ser de otro modo, de manera
netamente consciente, emprendiendo para ello el camino que nos devolverá al
Mito, despreciando para ello cualquier forma aunque sea lamentablemente
representada, de Logos.
Es así como triunfa el mito de unos Presupuestos Generales
del Estado que solo podrían sostenerse dando Carta de Villanía a quienes no son
sino unos villanos que se comportan como tales, ejerciendo en este caso sin la
menor de las contemplaciones una política de palo y zanahoria a la que hay que añadir la paradoja de constatar
que hasta la zanahoria es virtual toda vez que la recuperación, a saber aquello por lo que pasa todo el juego, no
parece ser un concepto comprensible en principio para todos en tanto que una
inmensa mayoría no es, a estas alturas consciente ni de su existencia, ni de
los efectos que la misma parece acarrar.
Sea de ésta, o por cualquier otra por parecida manera; lo
único de lo que alcanzadas semejantes alturas podemos estar seguros es de las
elevadas dosis de Mitología de las
que resultará imprescindible echar manos a
la hora de tratar de hacer comprensible no tanto nuestro presente, como sí más
bien el futuro hacia el que unos y otros están haciendo tender nuestra
realidad.
¡Apártate Sócrates! ¡La era de los Sofistas ha llegado!
Sorprendido no ya por los acontecimientos, como sí más bien
por el discurrir que a los mismos se permite, constato y no sé si debo hacerlo
con soltura o más bien con franca preocupación, el estado no tanto de las cosas como sí más bien de las personas que
en definitiva detrás de las mismas se encuentran, a la hora de valorar hasta
qué punto nos encontramos en verdaderas condiciones de entender que
definitivamente, tenemos un gran problema.
Hecha la dispensa definitiva en aras de promover una suerte
de relativismo encaminada no tanto a
reconocer la derrota como sí más bien a perseguir una especie de política
destinada quién sabe si a salvar los
muebles; lo cierto es que de la atenta lectura de lo que los últimos
acontecimientos nos proporcionan, solo un claro cambio de paradigma es lo que
parece no tanto avecinarse, como sí más bien presentarse en forma de hechos
consumados en una realidad en la que ya no tratamos de bandearnos con los nuevos protocolos; llegados a este punto, alcanzado
este momento o te apuntas, o te apartas.
Porque cuando de lo que se trata no es ya de decidir si
incumpliremos los límites de déficit impuestos por las autoridades
supranacionales, sino de ver a cuánto ascenderá el montante en el que
cifraremos precisamente tamaño incumplimiento. Cuando de lo que se trata no es
tanto de sopesar si para afrontar la tremenda debacle que de tal hecho se
deriva habremos o no de subir la presión
fiscal; sino de sopesar de cuándo habrá
de ser el nuevo tijeretazo a las prestaciones esenciales a las que ha de hacer
frente el Estado. Cuando el tema de debate no pasa ya por defenderse de la
acusación de la existencia o no de corruptos en las filas del Partido Político
que ostenta el Gobierno, sino más bien de cuantificar la cantidad relativa que de esto y aquello, se han
apropiado. Después de esto, y de otros varios casos parecidos en mayor o menor
medida a este, lo que me preocupa no es ya si la supervivencia del Modelo
de Estado depende en gran medida de la capacidad de ceder que tiene el
ciudadano español, sino que más bien depende de la intensidad de la cesión que
esté dispuesto a hacer.
Lo único de lo que una vez más no me cabe duda, llegados a
estas alturas, es de la identidad
conceptual del grupo al que pertenecen quienes habrán de hacer frente de una u
otra manera a la mayor parte del pago. Sinceramente, estoy seguro de que a
vosotros tampoco.
Para aquellos que una vez más me acusen de hacer uso
partidista de los datos, para quienes a estas alturas todavía escuden no ya sus
opiniones, como sí más bien el sentido de la disposición de aquéllos en defensa
de los cuales han de llevar a cabo precisamente tales disposiciones (asumiendo
que tal comportamiento debería resultar ya en sí mismo, cuando menos
sospechoso), diré que un dato objetivo es el proporcionado hoy mismo por la Organización Internacional del Trabajo en base al cual, y tal vez como conclusión principal
del estudio que de la misma redunda; ¡En España el hecho de tener trabajo no es
garantía suficiente para poder decir con total seguridad que no se es pobre!
Analizado con mayor detenimiento, el estudio resulta
sumamente revelador al aportar desarrollos que permiten al analista alcanzar
por sus propios medios conclusiones que ya de por sí deberían resultar reveladoras,
a la vez que estructuralmente lapidarias si el que lleva a cabo el análisis
pertenece al Gobierno, o a ese séquito de palmeros que a lo largo y ancho del
tremendo escenario dentro del que se constituye la actual multidisciplinar sección de opinión del mundo, han decidido apoyar
llegados a este punto podemos decir que a
cualquier precio, a un Gobierno que necesita no ya creerse sus mentiras,
cuando sí más bien jugar a un nuevo juego cuyo resumen pasa por conocer que uno gana cuando consigue que un ente ajeno
al propio Gobierno, preferiblemente extranjero, repita la abyecta y en la
mayoría de los casos torticera salmodia del conocido “Estamos saliendo de la
crisis”.
Volviendo a los datos, o quién sabe si sin haber salido ni
por un solo instante de los mismos; lo único cierto es que uno de cada cinco
españoles que disfruta de un empleo ¡no se encuentra en disposición de afirmar
que está fuera del riesgo que supone la pobreza!
Sin salir de lo que sin duda podríamos llamar la cuestión laboral, toda vez que sin duda
se encuentra intrínsecamente ligada a la misma, otro de los elementos a tomar
en consideración, prestando para ello la debida atención ha de ser, sin el
menor género de dudas, la propia Cuestión Económica.
Dentro de un modelo como el actual, en el que pasado y
presente convergen casi exclusivamente en el hecho de que ayer y hoy comparten
la certidumbre según la cual la Economía no solo determina sino que en la
mayoría de los casos desdibuja a la Política; es cuando podemos comprender
ajenos a la posibilidad de que su certeza se discrimine la importancia de un
hecho tal como el que procede de constatar cómo por primera vez en la historia,
un Gobierno virtualmente saliente se
empecine en dejar aprobada la Ley de Presupuestos Generales del Estado. Y lo
peor es que la oposición no mueve un dedo para impedirlo.
De esta manera, la única posición que resulta cuando no
solvente, sí tal vez más creíble, es la que pasa por asumir que muy
probablemente lo que unos y otros parecen haber asumido es que en base a un
sistema de buscar el mal menor, en
enero será mejor modificar cuestiones ya existentes por ser descabelladas
(absolutamente inalcanzables), que partir completamente de cero…
Porque de cero parten, o al menos así lo parecen, cuestiones
tan obvias o a peor decir elementales tales como la imagen de inexistencia que
la izquierda no tanto en su formato
de ideología, como sí más bien en el
de opción está dando.
Así, cuando todavía resuenan o al menos deberían hacerlo los
estertores que provoca el mensaje de
texto que remitido por el Sr. Iglesias ha puesto a los píes de los caballos
no tanto al Sr. Garzón como sí más bien, insisto, a toda la izquierda; lo único que superaba al
concepto de absoluto desquiciamiento que uno y otro representan es la
intensidad de las carcajadas que desde Ferraz
y Génova respectivamente celebraban el desencuentro.
Porque una de las cuestiones de cuya comprensión aún nuestra
joven Democracia adolece pasa por entender el paradigma que a mi entender queda
perfectamente reflejado en la constatación del hecho en base al cual tu verdadera medida te la proporciona la
fuerza de aquél con el que te mides.
En un momento como
este en el que lo mejor que podrían hacer tanto Gobierno como Oposición, o más
concretamente quienes conforman sus respectivas filas, es comprender hasta qué
punto el hastío de la gente ha alcanzado tamaño punto que más que tenerles por
sus representantes, tanto a unos como a los otros hemos empezado a considerarles no tanto incapaces para
resolver nuestros problemas, como sí más bien parte del problema en sí mismo.
Dicho todo lo cual, a estas alturas, ¿sinceramente seguís
pensando que el hecho de que la Señora Vicepresidenta
del Gobierno se marque un bailoteo, de
verdad ha de resultar preocupante?
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
Sorprendido no ya por los acontecimientos, como sí más bien
por el discurrir que a los mismos se permite, constato y no sé si debo hacerlo
con soltura o más bien con franca preocupación, el estado no tanto de las cosas como sí más bien de las personas que
en definitiva detrás de las mismas se encuentran, a la hora de valorar hasta
qué punto nos encontramos en verdaderas condiciones de entender que
definitivamente, tenemos un gran problema.
Hecha la dispensa definitiva en aras de promover una suerte
de relativismo encaminada no tanto a
reconocer la derrota como sí más bien a perseguir una especie de política
destinada quién sabe si a salvar los
muebles; lo cierto es que de la atenta lectura de lo que los últimos
acontecimientos nos proporcionan, solo un claro cambio de paradigma es lo que
parece no tanto avecinarse, como sí más bien presentarse en forma de hechos
consumados en una realidad en la que ya no tratamos de bandearnos con los nuevos protocolos; llegados a este punto, alcanzado
este momento o te apuntas, o te apartas.
Porque cuando de lo que se trata no es ya de decidir si
incumpliremos los límites de déficit impuestos por las autoridades
supranacionales, sino de ver a cuánto ascenderá el montante en el que
cifraremos precisamente tamaño incumplimiento. Cuando de lo que se trata no es
tanto de sopesar si para afrontar la tremenda debacle que de tal hecho se
deriva habremos o no de subir la presión
fiscal; sino de sopesar de cuándo habrá
de ser el nuevo tijeretazo a las prestaciones esenciales a las que ha de hacer
frente el Estado. Cuando el tema de debate no pasa ya por defenderse de la
acusación de la existencia o no de corruptos en las filas del Partido Político
que ostenta el Gobierno, sino más bien de cuantificar la cantidad relativa que de esto y aquello, se han
apropiado. Después de esto, y de otros varios casos parecidos en mayor o menor
medida a este, lo que me preocupa no es ya si la supervivencia del Modelo
de Estado depende en gran medida de la capacidad de ceder que tiene el
ciudadano español, sino que más bien depende de la intensidad de la cesión que
esté dispuesto a hacer.
Lo único de lo que una vez más no me cabe duda, llegados a
estas alturas, es de la identidad
conceptual del grupo al que pertenecen quienes habrán de hacer frente de una u
otra manera a la mayor parte del pago. Sinceramente, estoy seguro de que a
vosotros tampoco.
Para aquellos que una vez más me acusen de hacer uso
partidista de los datos, para quienes a estas alturas todavía escuden no ya sus
opiniones, como sí más bien el sentido de la disposición de aquéllos en defensa
de los cuales han de llevar a cabo precisamente tales disposiciones (asumiendo
que tal comportamiento debería resultar ya en sí mismo, cuando menos
sospechoso), diré que un dato objetivo es el proporcionado hoy mismo por la Organización Internacional del Trabajo en base al cual, y tal vez como conclusión principal
del estudio que de la misma redunda; ¡En España el hecho de tener trabajo no es
garantía suficiente para poder decir con total seguridad que no se es pobre!
Analizado con mayor detenimiento, el estudio resulta
sumamente revelador al aportar desarrollos que permiten al analista alcanzar
por sus propios medios conclusiones que ya de por sí deberían resultar reveladoras,
a la vez que estructuralmente lapidarias si el que lleva a cabo el análisis
pertenece al Gobierno, o a ese séquito de palmeros que a lo largo y ancho del
tremendo escenario dentro del que se constituye la actual multidisciplinar sección de opinión del mundo, han decidido apoyar
llegados a este punto podemos decir que a
cualquier precio, a un Gobierno que necesita no ya creerse sus mentiras,
cuando sí más bien jugar a un nuevo juego cuyo resumen pasa por conocer que uno gana cuando consigue que un ente ajeno
al propio Gobierno, preferiblemente extranjero, repita la abyecta y en la
mayoría de los casos torticera salmodia del conocido “Estamos saliendo de la
crisis”.
Volviendo a los datos, o quién sabe si sin haber salido ni
por un solo instante de los mismos; lo único cierto es que uno de cada cinco
españoles que disfruta de un empleo ¡no se encuentra en disposición de afirmar
que está fuera del riesgo que supone la pobreza!
Sin salir de lo que sin duda podríamos llamar la cuestión laboral, toda vez que sin duda
se encuentra intrínsecamente ligada a la misma, otro de los elementos a tomar
en consideración, prestando para ello la debida atención ha de ser, sin el
menor género de dudas, la propia Cuestión Económica.
Dentro de un modelo como el actual, en el que pasado y
presente convergen casi exclusivamente en el hecho de que ayer y hoy comparten
la certidumbre según la cual la Economía no solo determina sino que en la
mayoría de los casos desdibuja a la Política; es cuando podemos comprender
ajenos a la posibilidad de que su certeza se discrimine la importancia de un
hecho tal como el que procede de constatar cómo por primera vez en la historia,
un Gobierno virtualmente saliente se
empecine en dejar aprobada la Ley de Presupuestos Generales del Estado. Y lo
peor es que la oposición no mueve un dedo para impedirlo.
De esta manera, la única posición que resulta cuando no
solvente, sí tal vez más creíble, es la que pasa por asumir que muy
probablemente lo que unos y otros parecen haber asumido es que en base a un
sistema de buscar el mal menor, en
enero será mejor modificar cuestiones ya existentes por ser descabelladas
(absolutamente inalcanzables), que partir completamente de cero…
Porque de cero parten, o al menos así lo parecen, cuestiones
tan obvias o a peor decir elementales tales como la imagen de inexistencia que
la izquierda no tanto en su formato
de ideología, como sí más bien en el
de opción está dando.
Así, cuando todavía resuenan o al menos deberían hacerlo los
estertores que provoca el mensaje de
texto que remitido por el Sr. Iglesias ha puesto a los píes de los caballos
no tanto al Sr. Garzón como sí más bien, insisto, a toda la izquierda; lo único que superaba al
concepto de absoluto desquiciamiento que uno y otro representan es la
intensidad de las carcajadas que desde Ferraz
y Génova respectivamente celebraban el desencuentro.
Porque una de las cuestiones de cuya comprensión aún nuestra
joven Democracia adolece pasa por entender el paradigma que a mi entender queda
perfectamente reflejado en la constatación del hecho en base al cual tu verdadera medida te la proporciona la
fuerza de aquél con el que te mides.
En un momento como
este en el que lo mejor que podrían hacer tanto Gobierno como Oposición, o más
concretamente quienes conforman sus respectivas filas, es comprender hasta qué
punto el hastío de la gente ha alcanzado tamaño punto que más que tenerles por
sus representantes, tanto a unos como a los otros hemos empezado a considerarles no tanto incapaces para
resolver nuestros problemas, como sí más bien parte del problema en sí mismo.
Dicho todo lo cual, a estas alturas, ¿sinceramente seguís
pensando que el hecho de que la Señora Vicepresidenta
del Gobierno se marque un bailoteo, de
verdad ha de resultar preocupante?
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
Sorprendido no ya por los acontecimientos, como sí más bien
por el discurrir que a los mismos se permite, constato y no sé si debo hacerlo
con soltura o más bien con franca preocupación, el estado no tanto de las cosas como sí más bien de las personas que
en definitiva detrás de las mismas se encuentran, a la hora de valorar hasta
qué punto nos encontramos en verdaderas condiciones de entender que
definitivamente, tenemos un gran problema.
Hecha la dispensa definitiva en aras de promover una suerte
de relativismo encaminada no tanto a
reconocer la derrota como sí más bien a perseguir una especie de política
destinada quién sabe si a salvar los
muebles; lo cierto es que de la atenta lectura de lo que los últimos
acontecimientos nos proporcionan, solo un claro cambio de paradigma es lo que
parece no tanto avecinarse, como sí más bien presentarse en forma de hechos
consumados en una realidad en la que ya no tratamos de bandearnos con los nuevos protocolos; llegados a este punto, alcanzado
este momento o te apuntas, o te apartas.
Porque cuando de lo que se trata no es ya de decidir si
incumpliremos los límites de déficit impuestos por las autoridades
supranacionales, sino de ver a cuánto ascenderá el montante en el que
cifraremos precisamente tamaño incumplimiento. Cuando de lo que se trata no es
tanto de sopesar si para afrontar la tremenda debacle que de tal hecho se
deriva habremos o no de subir la presión
fiscal; sino de sopesar de cuándo habrá
de ser el nuevo tijeretazo a las prestaciones esenciales a las que ha de hacer
frente el Estado. Cuando el tema de debate no pasa ya por defenderse de la
acusación de la existencia o no de corruptos en las filas del Partido Político
que ostenta el Gobierno, sino más bien de cuantificar la cantidad relativa que de esto y aquello, se han
apropiado. Después de esto, y de otros varios casos parecidos en mayor o menor
medida a este, lo que me preocupa no es ya si la supervivencia del Modelo
de Estado depende en gran medida de la capacidad de ceder que tiene el
ciudadano español, sino que más bien depende de la intensidad de la cesión que
esté dispuesto a hacer.
Lo único de lo que una vez más no me cabe duda, llegados a
estas alturas, es de la identidad
conceptual del grupo al que pertenecen quienes habrán de hacer frente de una u
otra manera a la mayor parte del pago. Sinceramente, estoy seguro de que a
vosotros tampoco.
Para aquellos que una vez más me acusen de hacer uso
partidista de los datos, para quienes a estas alturas todavía escuden no ya sus
opiniones, como sí más bien el sentido de la disposición de aquéllos en defensa
de los cuales han de llevar a cabo precisamente tales disposiciones (asumiendo
que tal comportamiento debería resultar ya en sí mismo, cuando menos
sospechoso), diré que un dato objetivo es el proporcionado hoy mismo por la Organización Internacional del Trabajo en base al cual, y tal vez como conclusión principal
del estudio que de la misma redunda; ¡En España el hecho de tener trabajo no es
garantía suficiente para poder decir con total seguridad que no se es pobre!
Analizado con mayor detenimiento, el estudio resulta
sumamente revelador al aportar desarrollos que permiten al analista alcanzar
por sus propios medios conclusiones que ya de por sí deberían resultar reveladoras,
a la vez que estructuralmente lapidarias si el que lleva a cabo el análisis
pertenece al Gobierno, o a ese séquito de palmeros que a lo largo y ancho del
tremendo escenario dentro del que se constituye la actual multidisciplinar sección de opinión del mundo, han decidido apoyar
llegados a este punto podemos decir que a
cualquier precio, a un Gobierno que necesita no ya creerse sus mentiras,
cuando sí más bien jugar a un nuevo juego cuyo resumen pasa por conocer que uno gana cuando consigue que un ente ajeno
al propio Gobierno, preferiblemente extranjero, repita la abyecta y en la
mayoría de los casos torticera salmodia del conocido “Estamos saliendo de la
crisis”.
Volviendo a los datos, o quién sabe si sin haber salido ni
por un solo instante de los mismos; lo único cierto es que uno de cada cinco
españoles que disfruta de un empleo ¡no se encuentra en disposición de afirmar
que está fuera del riesgo que supone la pobreza!
Sin salir de lo que sin duda podríamos llamar la cuestión laboral, toda vez que sin duda
se encuentra intrínsecamente ligada a la misma, otro de los elementos a tomar
en consideración, prestando para ello la debida atención ha de ser, sin el
menor género de dudas, la propia Cuestión Económica.
Dentro de un modelo como el actual, en el que pasado y
presente convergen casi exclusivamente en el hecho de que ayer y hoy comparten
la certidumbre según la cual la Economía no solo determina sino que en la
mayoría de los casos desdibuja a la Política; es cuando podemos comprender
ajenos a la posibilidad de que su certeza se discrimine la importancia de un
hecho tal como el que procede de constatar cómo por primera vez en la historia,
un Gobierno virtualmente saliente se
empecine en dejar aprobada la Ley de Presupuestos Generales del Estado. Y lo
peor es que la oposición no mueve un dedo para impedirlo.
De esta manera, la única posición que resulta cuando no
solvente, sí tal vez más creíble, es la que pasa por asumir que muy
probablemente lo que unos y otros parecen haber asumido es que en base a un
sistema de buscar el mal menor, en
enero será mejor modificar cuestiones ya existentes por ser descabelladas
(absolutamente inalcanzables), que partir completamente de cero…
Porque de cero parten, o al menos así lo parecen, cuestiones
tan obvias o a peor decir elementales tales como la imagen de inexistencia que
la izquierda no tanto en su formato
de ideología, como sí más bien en el
de opción está dando.
Así, cuando todavía resuenan o al menos deberían hacerlo los
estertores que provoca el mensaje de
texto que remitido por el Sr. Iglesias ha puesto a los píes de los caballos
no tanto al Sr. Garzón como sí más bien, insisto, a toda la izquierda; lo único que superaba al
concepto de absoluto desquiciamiento que uno y otro representan es la
intensidad de las carcajadas que desde Ferraz
y Génova respectivamente celebraban el desencuentro.
Porque una de las cuestiones de cuya comprensión aún nuestra
joven Democracia adolece pasa por entender el paradigma que a mi entender queda
perfectamente reflejado en la constatación del hecho en base al cual tu verdadera medida te la proporciona la
fuerza de aquél con el que te mides.
En un momento como
este en el que lo mejor que podrían hacer tanto Gobierno como Oposición, o más
concretamente quienes conforman sus respectivas filas, es comprender hasta qué
punto el hastío de la gente ha alcanzado tamaño punto que más que tenerles por
sus representantes, tanto a unos como a los otros hemos empezado a considerarles no tanto incapaces para
resolver nuestros problemas, como sí más bien parte del problema en sí mismo.
Dicho todo lo cual, a estas alturas, ¿sinceramente seguís
pensando que el hecho de que la Señora Vicepresidenta
del Gobierno se marque un bailoteo, de
verdad ha de resultar preocupante?