miércoles, 28 de octubre de 2015

DE CUANDO LO PRIMERO NO ES LO ÚLTIMO, SINO MÁS BIEN LO ÚNICO; Y DE OTRAS MUESTRAS DE NEUROSIS.

Abrumados ya por el peso no de las dudas, como sí más bien de las certezas, dolor causa no tanto el comprobar, como sí más bien el constatar hasta qué punto cuestiones consideradas hasta ahora como de mero procedimiento, terminan por erigirse en claros auspicios de una realidad frustrante no tanto por lo diabólico de sus potencialidades, como sí más bien por el patetismo que se halla vigente en lo que termina por comprobarse como sus verdaderas consecuencias.

En un instante como el que nos ha tocado vivir, en el que por primera vez las hasta ahora denostadas meras cuestiones de orden comienzan a ganar en primacía no sabemos muy bien si por el aumento de su propia valía, o más bien por la depauperante evolución que se hace palpable en aquéllas que estaban llamadas cuando menos en principio a erigirse en cuestiones de oposición; lo cierto es que tales consideraciones incluso en su mera constatación práctica adquieren verdadera consideración al albor sobre todo del impacto que otras cuestiones éstas sí directamente involucradas en las verdaderas guerras, terminan por mostrar a partir de la comprensión de la suerte de relativismo que las impregna, el grado de chabacanería que se hace patente no solo en la acción, como sí más bien en la esencia, de aquellos que estando llamados a protagonizar las que denominaríamos grandes cuestiones; no acaban sino opositando a un papel de reparto.

Es por ello que tras confesar lo abiertamente abrumado que me encuentro una vez constatado de nuevo el estado de las cosas que tanto de cerca como de lejos me rodean; que he de poner de manifiesto una vez más, aquí y ahora, lo que no es sino la constatación formal de la certeza que un día más habrá de considerarse en evidencia, y que pasa por la sorpresa que me causa el ver cómo un día más, personajes que en cualquier otro lugar no se encontrarían en disposición objetiva de desempeñar una labor con repercusiones de responsabilidades mayores a las que puede llevar aparejado un puesto de vendedor de globos ambulante, en España no solo tienen licencia para llenarlos de helio, sino que la experiencia demuestra hasta qué punto nos sentimos felices de comprobar el poder de los sueños cuando acompañamos a éste, en su ascenso, en este caso hasta un puesto…¿En la Presidencia del Gobierno por ejemplo?

En un país en el que el proceso habitual para abandonar la condición de plebeyo pasa inexorablemente por la adquisición de una grosera cantidad de dinero, haciendo con ello bueno que de plebeyo lo más normal es que acabes reducido a chusma; lo cierto es que la paradoja acaba siendo el método más socorrido, y el relativismo acaba por convertirse en el sistema epistemológico más recurrente. De la religión, con sus santos y sus milagros para interpretar, cuando no para justificar los desastres y desmanes, en otra ocasión hablaremos.

Así resulta, ¡cómo no, paradójico! que en un contexto recalcitrante y dogmático como el que resulta propio una vez analizados los parámetros desde los que se ha tenido a bien descifrar el devenir de esta legislatura que ya acaba; hayamos de conceder cierto grado de virtuosismo precisamente al relativismo de cara a tratar de encontrar cierto grado de coherencia para con un Gobierno que, no lo olvidemos, además de albergar muchos puntos de coincidencia, al menos en lo que respecta a su proceder para con otros ejemplos igualmente decimonónicos; presenta como elemento característico una suerte de interpretación de la realidad que por lo personal, cuando no por lo abiertamente distorsionada, parece más bien concebida no desde una mente dada al relativismo, como sí más bien acostumbrada al pensamiento abstracto.

Abandonada toda esperanza de encontrar agua en el desierto en lo que se refiere a dar con alguna muestra de vida inteligente en lo que concierne al catálogo de entes que hoy por hoy pergeñan en su labor de conservar su puesto a cualquier precio en lo que ya es otra carrera a ninguna parte; lo cierto es que abandonada la cuestión cualitativa habremos al menos si no de confiar, sí guardar alguna esperanza en lo concerniente a encontrar a alguien que si bien no cuente, sepa colocar las piezas.
Es entonces cuando constatamos de primera mano el ingente cúmulo de complejidades que subyacentes a las al menos en a priori sencillas maniobras que el orden llevaba aparejadas, surgen ahora a modo de fortalezas infranqueables, volviendo intransitable un recorrido que hasta hace unos momentos alcanzó momentos propios de un paseo idílico.

Es entonces cuando poco a poco, al principio casi sin querer, pero finalmente alcanzando una intensidad verdaderamente desbordante, que lo grotesco emerge del interior, en este caso de quienes nos tenían relativamente engañados, para terminar consagrando el hecho a la verdad esto es, poniendo de manifiesto que como dice el refranero aunque la mona se vista de seda, mona se queda.

Es entonces cuando una vez perdido el sujeto, necesariamente hemos de volver nuestra mirada hacia las posibilidades que nos ofrece el Sistema. Preñado de la hasta ahora considerada como verdad incuestionable, los ardides del relativismo terminan por confabularse en una suerte de realidad, o cuando menos en una interpretación condicionada desde los protocolos en los que éste se siente cómoda, en base a la cual la ignorancia se siente cómoda con los procederes y las prerrogativas relativistas toda vez que las mismas, a menudo, se convierten en refugio consensuado de la ignorancia y la falacia.

Así y solo así podremos cuando no comprender, sí al menos posicionar en los términos que le sean más o menos propios un proceder en base al cual podamos aptar a tergiversar los cánones destinados a conformar el orden estructural de una digamos, cuestión de Estado, sorprendiéndonos luego de que la misma no evolucione siguiendo las pautas que al menos en principio habían sido declaradas a tal efecto. Y no contentos con ello, osamos mostrarnos no tanto ya consternado, como si indignados con la evolución que los acontecimientos han alcanzado.

Anonadados no tanto por el rumbo como sí más bien por el puerto al que nosotros y nuestros designios parecemos haber sido trasladados; son muchas las cuestiones que cabrían ser dignas de prevalecer, pero sobre todo una, curiosamente de carácter contextual, la que merece la pena ser formulada. Y ha de serlo en términos muy concretos, que bien podrían oscilar en torno a los siguientes: ¿Tiene a estas alturas sentido albergar el menor género de dudas a la hora de comprender que la formulación de la que sin duda supone la mayor amenaza para la estabilidad de España desde el triunfo de La Transición ha tenido que darse, precisamente, como consecuencia de las formas propias de un régimen directamente vinculado con los arcaísmos propios de la más rancia de las Derechas que España recuerda?

Evidentemente, a nadie se le escapa que solo como consecuencia directa de las directrices, o más bien habría que decir que desde la ausencia de éstas; del que a todas luces es ya el peor gobernante de la Historia de España desde Fernando VII, podría llegar a escenificarse un cuadro destinado a representar un escenario tétrico como solo en las series negras de Goya podemos atisbar.

Al menos Fernando VII tenía a Dios para empezar a atisbar su suerte de dominación. Mariano no se atreve a citar a Dios, o al menos no lo hace en los términos conceptualmente dispuestos para ello. Tiene en pos su propia concepción divina a saber, la Ley.
Adolecen pues no tanto la Derecha como sí más bien los representantes que le son propios, de los vicios que de parecida manera resultan una vez más netamente vinculantes y, como tal, describen un escenario no por previsible menos sintomático de lo que no es sino una visión viciada de una realidad en sí misma no menos esperpéntica. Y qué podemos observar, sino esperpentos, en una realidad que al menos en principio parece estar inquisitivamente diseñada para conciliar en derredor de sí misma toda una suerte de engendros y parásitos; miscelánea en cualquier caso de un momento ajeno, propio en cualquier caso de monstruos y acertijos que ya creíamos olvidados.

El Relativismo se convierte en refugio de la Ignorancia. Y la imposición de la Ley, que no de la Justicia, se erige en manifestación definitiva del más sonoro de los fracasos,  del que pasa por comprender hasta qué punto la Ley no está en realidad para resolver problemas, y que la capacidad de ésta queda ampliamente mermada, si no evidentemente distorsionada cuando se emplea para lo que no es, como en el caso que nos ocupa, cuando lo que se pretende no es sino obviar con cobardía las obligaciones destinadas a concebir un espacio para el desarrollo de la Política, sustituyéndolo por defecto por un escenario judicial en el que todo, absolutamente todo, queda supeditado a la ejecución de una serie de sentencias en el mejor de los casos, de amenazas en otros; la suma de las cuales no podrá hacer nunca el ruido suficiente como para acallar lo que gracias a la estulticia demostrada, comienza a ser hoy un verdadero clamor.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

miércoles, 21 de octubre de 2015

DE CUANDO COMO CON LA FIEBRE, LO MEJOR QUE SE PUEDE DECIR ES QUE DEFINITIVAMENTE, YA PASASTE.

“Por comisión y mandado de los señores del Consejo he hecho ver que el libro contenido con este memorial;: no contiene cosa contra la Fe ni buenas costumbres; antes es libro de mucho entretenimiento lícito, mezclado de mucha filosofía moral…”

“(…) Por lo que se tasare a cuatro maravedís cada pliego, que al respeto suma y monta doscientos y noventa y dos maravedís), y mandaron que esa tasa se ponga al principio de cada volumen del dicho libro, para que se sepa y entienda, lo que por él se ha de pedir y llevar, sin que se exceda de ello de manera alguna…”

Dicho respectivamente por los señores Hernando de Vallejo y el Doctor Gutierre de Cetina; escribano de la Cámara del Rey y Censor del Reino respectivamente; las citas corresponden concretamente a las dispuestas formalmente en la primera edición de “Don Quijote de la Mancha Parte Segunda”.
Ambas anotaciones, del todo imprescindibles para lograr la promoción del libro, y a la sazón causa suficiente para hacer que la obra vea la luz, rezan por fecha y datación tal día como hoy, a saber y rezando formalmente: “A veinte y uno de otubre, mil seiscientos y quince.”

Tan bien un veintiuno de octubre, de justo doscientos años después, sufrirá España el lacerante suceso de Trafalgar, del cual sin duda aún no nos hemos recuperado del todo. Y justo doscientos añoso después es testigo España de otro suceso trágico, el fin de la legislatura del Partido Popular. Hecho éste del que sin duda tardaremos en recuperarnos, y que guarda otro elemento en común con lo expuesto hasta el momento a saber: tras su paso y suceso, nada volverá a ser igual.

Conmocionado que no conmovido (pues no tanto el hecho como sí más bien sus protagonistas no merecen ni una pizca de humanidad en el tratamiento), amanecer hoy con la sensación de tener el sol en la espalda, marcando con ello de forma definitiva cuál ha de ser el camino a segur; se traduce en una suma de sensaciones tan intensa y a la par tan agotadora, que verdaderamente hace sentir próximo el colapso.

Definitivamente, se han ido. Destructivos como la plaga de langostas que refiere el Génesis. Mortal y apocalíptica como la epidemia pestilente que diezmó Europa; la presencia cuando no el ejercicio asociado a ésta manifestado en forma de gobierno llevada a cabo por este a lo largo de los últimos cuatro años, ha terminado por inducir en todos nosotros un estado de desazón que, acudiendo una vez más a la suma sapiencia atesorada en el Refranero Castellano, solo mediante el empleo de una de sus acepciones más destacadas podemos osar integrar de manera semánticamente correcta la sin duda multitudinaria corriente destinada a promover una definición sincera a tal respecto: “Que seas capaz de llevarte cuando menos la mitad de la paz que dejas.”

Porque en una realidad solo reconocible tras definir el contexto descrito por las condenas definidas en Cantar de Mío Cid; hacer memoria a tenor de lo que ha sido no tanto el ejercicio de gobierno del Partido Popular, como sí el hecho de tener que enfrentarse abiertamente a sus consecuencias; constituyen realidades muy próximas a lo que se entiende como conducta atribuible a episodios de masoquismo. En cualquiera de los casos, una teoría de comportamiento poco adecuada, cuando no manifiestamente desalentadora.

Porque si la acción de gobierno del Partido Popular no se ha experimentado, a lo sumo se ha sufrido, ha sido porque sencillamente tal acción de gobierno sencillamente no ha existido. Está históricamente demostrado que la acción de gobernar se encuentra inexorablemente vinculada a la existencia de una suerte de plan que, más que responder a un modelo de conclusiones, encierra realmente una forma de cúmulo de las que una vez constituyeron las ensoñaciones de quienes una vez se sintieron capaces de identificar todas aquellas cosas que consideraron inadecuadas o insatisfactorias; procediendo posteriormente a desarrollar las conductas necesarias para cambiar las facetas del mundo que de manera razonada les parecían erróneas. De la carencia o deuda surgida de no responder a la existencia de semejante documento, lo que dicho en una palabra se traduce en no tener Programa, se extrae la única razón lógica desde la que podemos contemplar la manera de gobernar implementada por el Partido Popular a lo largo de toda la legislatura que, insistimos, hoy se acaba.

Montones de mentiras, toneladas de medias verdades. En definitiva, la suerte y constatación de la instauración de la falacia como medio adecuado para el total proceder se han consolidado no ya como el resultado de una forma de guiar el proceder, sino más bien como el elemento que se erige en común denominador que unifica la práctica totalidad de los medios de proceder que se han vuelto generalizados en los últimos cuatro años.

Cuatro años que como en el caso de la Peste Negra solo se han hecho superables acudiendo a la frase que el de Hipona acuñó: “Esto también pasará.”
Cuatro años de los que como en el caso de los padecidos con la Peste, tan solo las medidas adoptadas en pos de su superación, así como las pocas que se pueden tomar en aras de que no vuelvan a darse, constituyen el máximo bagaje al cual podemos someter nuestro incierto designio.

Cuatro años a lo largo de los cuales en vez de conjugarse el verbo gobernar, se ha optado por poner en práctica las veleidades del verbo sufrir. Y todo porque la incapacidad para llevar a cabo un uso lícito de las acciones destinadas al buen gobierno, han quedado supeditadas a la inefable acción destinada a promover la implementación de una Ideología.

Porque al desarrollo de tal arte es al que han dedicado todo su tiempo tanto Rejoy como sus secuaces. Secuaces, que no Gobierno, porque los desaires, desplantes y sobre todo, manifiestos desprecios con los que el uno y los otros se han manejado permanentemente, convertirá en francamente bochornoso el uso del apelativo, habiendo de ser necesariamente los que hayan de venir quienes con más fuerzas sufran la miseria en la que puede degenerar el uso de la acepción manifestada en relación a los hechos vinculados a este aquí, a este ahora.

Mariano Rajoy. Señor Presidente del Gobierno, a la sazón elemento abiertamente congestivo, testigo y causa de la mayor muestra de polución con la que un gobernante ha tenido a bien intoxicar la otrora sacrosanta propia como de Gobierno, destinada a la búsqueda del bien común.
Mariano Rajoy, pequeño Sátrapa. Incompetente como ellos para mantener unidas las satrapías. Indolente como ellos para hacerse valedor de la comprensión de un sufrimiento que unas veces no has sabido evitar, y que en la mayoría de los casos has causado, todo ello a partir de la comprensión de la acción y efecto del único verbo que has sabido conjugar por ti solo. A saber el verbo recortar.

Recorte, acción y efecto de recortar. Aunque hoy en España tiene otras acepciones, todas ellas por cierto vinculadas a la incompetencia cuando ésta afecta al hecho implícito de gobernar. Un hecho, digamos mejor una acción, que requiere de partida de la tenencia en grandes cantidades de dos acepciones que al Sr. Presidente le son totalmente desconocidas a saber: humildad para identificar sus carencias y perspicacia para subsanarlas.

Dice un viejo proverbio árabe que la diferencia entre un Gran Hombre y un Hombre mediocre radica en la capacidad que uno y otro tienen para rodearse de quienes son mejores que ellos mismos. Mas cómo esperar cosas grandes de quien sinceramente cree haber alcanzado el máximo de sus posibilidades. Qué decir de quien verdaderamente cree que detrás de mí, el Diluvio.

Sea como fuere, ya pasó. La buba ha supurado y su contenido, pestilente donde los haya, ha sido expulsado. La fiebre, con la misma velocidad con la que vino, se marchará. Ahora hay que recuperarse recordando que solo interpelarse por el largo tiempo está prohibido. Y todo porque hacerlo supone añadir más tiempo al ya perdido.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

miércoles, 14 de octubre de 2015

DEFINIENDO LA INVOLUCIÓN. ESFORZADOS EN DESHACER EL CAMINO.

En una era como la que nos ha tocado vivir, en la que la mentira parecer convertirse en el único elemento capaz de erigirse en garante si no de la especie, sí al menos de sus esencias, las formas, propias de la Estética hacen, cómo no, su agosto, imposibilitando con su presencia el triunfo de cualquiera de los misérrimos intentos de recuperación protagonizados en este caso por unos paupérrimos seres denominados ¿filósofos? los cuales pretenden, entre otras muchas barbaridades, algunas de las cuales resultan ciertamente innombrables, recuperar lo que ellos mismos denominan el espacio perdido, otrora refugio de la Moral (…) allí donde el Hombre se reencontraba…

Pero ocurre con la mentira algo que por propio, redunda de manera evidente en todo concepto de construcción humana, algo que en este caso pasa por la paradoja de comprender que, efectivamente, encierra algo de verdad. Se instaura entonces el imperio de la falacia. Redundan sobre éste todos y cada uno de los peligros que pueden, de una u otra manera, echar a perder a un hombre. En idioma más cercano, los pecados hacen de éste su cubil. El infierno inaugura así su enésima legación en el mundo que una vez fue del Hombre, toda vez que la Virtud, si no habitual miembro de la comunidad, sí era al menos reconocible en quienes por unos u otros motivos se decían habitantes de este lugar, de esta mora.

Pero el tiempo pasó. Y del mismo, no del tiempo en tanto que tal, cuando sí más bien de la paradoja que se halla implícita en su devenir; se hizo evidente y constatable la que como decimos encierra la mayor de las perdiciones a las que el Hombre, al menos en su Estado Moderno, puede y debe hacer frente; la paradoja que pasa por comprender que el pero fuir del Tiempo no redunda necesariamente en el progreso de quienes lo sufren.

Constituye el progreso, al menos como concepto, la última Gran Verdad que le queda al Hombre. Resultado de una interpretación determinista dirán algunos; elemento propiciatorio de redención como dirán otros; el progreso se erige hoy por hoy quién sabe si en la mayor fuerza conceptual que ha iluminado el destino de los hombres desde que éstos han sido conscientes de su propia naturaleza, por definición, excluyente, traduciéndose por ello en una fuerza represora en unos casos, de exaltación en la mayoría; instaurándose como una verdadera fuente de iluminación entre los hombres. Una fuente de la que mana un caudal tan poderoso en lo que concierne a los parámetros cuantitativos, como extraño en lo que concierne a los conceptos que se dirimen en el terreno de lo cualitativo. Una fuente que concebida con los ojos no de la realidad, como sí más bien de los de lo subjetivo, bien podemos decir que se mueve en parámetros propios de lo atinente a lo dogmático, propio por ello de lo concebible como necesario.

Van así poco a poco trenzándose las madejas que habrán de componer el hilván desde el que luego las distintas urdimbres terminarán de confeccionar al Hombre. Un Hombre que vivirá permanente ultrajado no por sus verdades, sino más bien por la miseria en la que redunda el saberse incapaz de acceder a ellas ¿tal vez a título de algún rancio pecado, por haber dejado de ser digno de las mismas?

Es a partir de entonces, o por ser más precisos a partir del momento en el que la aceptación de tamaña idea, que el Hombre pierde lo que podríamos haber denominado como su derecho a ser mejor. Es a partir de ese instante que el Hombre ve enajenado su derecho a prosperar o lo que es lo mismo, el momento en el que el Hombre se ve absolutamente solo al ser obligado a marchar de la senda por la que hasta ese fatídico momento siempre habían transcurrido sus pasos.

Es entonces que una vez perdida la senda por la que transitaba a la búsqueda, no lo olvidemos, del progreso, que es cuando el Hombre es por primera vez consciente de lo que es sentirse no ya abandonado, cuando sí más bien incapaz de merecer compañía. Es cuando el Hombre se siente no ya ignorante, cuando sí más bien indigno de recuperar el conocimiento. Es cuando el Hombre se siente incapaz de progresar, de seguir siendo Hombre. Es cuando el Hombre abandona la senda de la Política, para caer en brazos de la Demagogia.

La Demagogia, territorio inescrutable por más que transitado; viene a conformar no tanto una forma como sí más bien un escenario en el que la perspectiva se pierde en una suerte de matices dispuestos no tanto para convencer, como sí más bien para confundir en el momento preciso en el que lo que hay detrás de la elección bien puede conllevar la salvación o la perdición definitiva de aquél que se encuentra inmerso en el suplicio propio de la elección; no en vano cualquier elección se traduce, a ciencia cierta, en una renuncia.
Terreno así pues resbaladizo, propicio por ende a lo relativo, adueñado con ello del quizás. Terreno en el que la falacia no es que abunde, es que impera, impregnando con el hálito de su predominancia cualquiera cuando no todos los rincones, sumida en un incierto juego de desmanes y desavenencias, en el que la clave pasa de manera inexorable por abandonar toda certeza, sembrando el mal de la duda, eliminando toda esperanza de certidumbre.

Se quiebra así pues la confianza más importante de la que el Hombre es dueño. Una confianza cuyos efectos pasan por comprender la perspectiva que el Hombre tiene del propio Hombre. Tal cataclismo, comparable tal solo al ya padecido por nuestro planeta cuando el meteorito provocó La Gran Extinción, tiene parecidos efectos al conseguir en el caso que nos ocupa acabar con los fundamentos sociales sobre los que el Hombre apoyaba su modelo de desarrollo, un modelo eminentemente social y que pasa ahora a estar presidido por unos procederes en los que el abandono de lo social se erige en la tónica dominante, convirtiéndose en el denominador común de los procederes encaminados a definir tanto las creaciones de este Hombre, como al Hombre en su totalidad. No en vano por sus acciones los conoceréis.

Ante esta nueva realidad el Hombre, incapaz de evolucionar, ha de reinventarse. Retrocede pues en el tiempo a la par que lo hace tanto en el fondo como en las formas, apostando entonces sin la menor muestra de rubor por una marcada tendencia retrospectiva. Una tendencia soez que tendrá consecuencias lapidarias pues toda vez que obstruye la evolución por otra parte tenida por inevitable en tanto que necesaria; fomenta activamente una de las mayores perversiones a cuya práctica puede abandonarse el Hombre cual es la de la involución.

Encierra la involución una suerte de patetismo cuya demostración pragmática podría definirse como de masoquismo. Así, de forma voluntaria a la par que alimentada por la consagración del esfuerzo, el que la practica se abandona a un proceso destructivo y por ende nihilista en el que el individuo renuncia a cualquier consecución que el terreno moral pueda hacerse, apostando por ello de manera descarada por la destrucción de todo lo que socialmente nos fue reconocible, empezando por el Hombre Social que redunda en su mismidad por medio de la Política; para acabar así pues abrazado a una forma de pantomima encaminada promover no solo la falta de desarrollo, como sí más bien el franco y definitivo retroceso del Hombre.

Desaparecido el Hombre Social, el Hombre Político; más que nacer, el Hombre moderno parece ser el resultado de una suerte de malformación fetal incompatible con la vida que redunda en un aborto que se mimetiza con la oscuridad que lo envuelve todo.
El Hombre Moderno, carente de toda aptitud para la Política, renuncia tan siquiera al mísero recuerdo de aquel antecesor orgulloso del paso que le permitió abandonar la caverna al pergeñar el paso del Mito al Logos. Incapaz tan siquiera de reconocer en sus ancestros el valor que en su esencia no figura ni por asomo, decide pues involucionar, y lo hace tal y como no puede ser de otro modo, de manera netamente consciente, emprendiendo para ello el camino que nos devolverá al Mito, despreciando para ello cualquier forma aunque sea lamentablemente representada, de Logos.

Es así como triunfa el mito de unos Presupuestos Generales del Estado que solo podrían sostenerse dando Carta de Villanía a quienes no son sino unos villanos que se comportan como tales, ejerciendo en este caso sin la menor de las contemplaciones una política de palo y zanahoria a la que hay que añadir la paradoja de constatar que hasta la zanahoria es virtual toda vez que la recuperación, a saber aquello por lo que pasa todo el juego, no parece ser un concepto comprensible en principio para todos en tanto que una inmensa mayoría no es, a estas alturas consciente ni de su existencia, ni de los efectos que la misma parece acarrar.

Sea de ésta, o por cualquier otra por parecida manera; lo único de lo que alcanzadas semejantes alturas podemos estar seguros es de las elevadas dosis de Mitología de las que resultará imprescindible echar manos a la hora de tratar de hacer comprensible no tanto nuestro presente, como sí más bien el futuro hacia el que unos y otros están haciendo tender nuestra realidad.

¡Apártate Sócrates! ¡La era de los Sofistas ha llegado!



Luis Jonás VEGAS VELASCO.

miércoles, 7 de octubre de 2015

Y LUEGO, ESTÁ LO DE SORAYA.

Sorprendido no ya por los acontecimientos, como sí más bien por el discurrir que a los mismos se permite, constato y no sé si debo hacerlo con soltura o más bien con franca preocupación, el estado no tanto de las cosas como sí más bien de las personas que en definitiva detrás de las mismas se encuentran, a la hora de valorar hasta qué punto nos encontramos en verdaderas condiciones de entender que definitivamente, tenemos un gran problema.

Hecha la dispensa definitiva en aras de promover una suerte de relativismo encaminada no tanto a reconocer la derrota como sí más bien a perseguir una especie de política destinada quién sabe si a salvar los muebles; lo cierto es que de la atenta lectura de lo que los últimos acontecimientos nos proporcionan, solo un claro cambio de paradigma es lo que parece no tanto avecinarse, como sí más bien presentarse en forma de hechos consumados en una realidad en la que ya no tratamos de bandearnos con los nuevos protocolos; llegados a este punto, alcanzado este momento o te apuntas, o te apartas.

Porque cuando de lo que se trata no es ya de decidir si incumpliremos los límites de déficit impuestos por las autoridades supranacionales, sino de ver a cuánto ascenderá el montante en el que cifraremos precisamente tamaño incumplimiento. Cuando de lo que se trata no es tanto de sopesar si para afrontar la tremenda debacle que de tal hecho se deriva habremos o no de subir la presión fiscal; sino de sopesar de cuándo habrá de ser el nuevo tijeretazo a las prestaciones esenciales a las que ha de hacer frente el Estado. Cuando el tema de debate no pasa ya por defenderse de la acusación de la existencia o no de corruptos en las filas del Partido Político que ostenta el Gobierno, sino más bien de cuantificar la cantidad relativa que de esto y aquello, se han apropiado. Después de esto, y de otros varios casos parecidos en mayor o menor medida a este, lo que me preocupa no es ya si la supervivencia del  Modelo de Estado depende en gran medida de la capacidad de ceder que tiene el ciudadano español, sino que más bien depende de la intensidad de la cesión que esté dispuesto a hacer.

Lo único de lo que una vez más no me cabe duda, llegados a estas alturas, es de la identidad conceptual del grupo al que pertenecen quienes habrán de hacer frente de una u otra manera a la mayor parte del pago. Sinceramente, estoy seguro de que a vosotros tampoco.

Para aquellos que una vez más me acusen de hacer uso partidista de los datos, para quienes a estas alturas todavía escuden no ya sus opiniones, como sí más bien el sentido de la disposición de aquéllos en defensa de los cuales han de llevar a cabo precisamente tales disposiciones (asumiendo que tal comportamiento debería resultar ya en sí mismo, cuando menos sospechoso), diré que un dato objetivo es el proporcionado hoy mismo por la Organización Internacional del Trabajo en base al cual, y tal vez como conclusión principal del estudio que de la misma redunda; ¡En España el hecho de tener trabajo no es garantía suficiente para poder decir con total seguridad que no se es pobre!

Analizado con mayor detenimiento, el estudio resulta sumamente revelador al aportar desarrollos que permiten al analista alcanzar por sus propios medios conclusiones que ya de por sí deberían resultar reveladoras, a la vez que estructuralmente lapidarias si el que lleva a cabo el análisis pertenece al Gobierno, o a ese séquito de palmeros que a lo largo y ancho del tremendo escenario dentro del que se constituye la actual multidisciplinar sección de opinión del mundo, han decidido apoyar llegados a este punto podemos decir que a cualquier precio, a un Gobierno que necesita no ya creerse sus mentiras, cuando sí más bien jugar a un nuevo juego cuyo resumen pasa por conocer que uno gana cuando consigue que un ente ajeno al propio Gobierno, preferiblemente extranjero, repita la abyecta y en la mayoría de los casos torticera salmodia del conocido “Estamos saliendo de la crisis”.

Volviendo a los datos, o quién sabe si sin haber salido ni por un solo instante de los mismos; lo único cierto es que uno de cada cinco españoles que disfruta de un empleo ¡no se encuentra en disposición de afirmar que está fuera del riesgo que supone la pobreza!

Sin salir de lo que sin duda podríamos llamar la cuestión laboral, toda vez que sin duda se encuentra intrínsecamente ligada a la misma, otro de los elementos a tomar en consideración, prestando para ello la debida atención ha de ser, sin el menor género de dudas, la propia Cuestión Económica.
Dentro de un modelo como el actual, en el que pasado y presente convergen casi exclusivamente en el hecho de que ayer y hoy comparten la certidumbre según la cual la Economía no solo determina sino que en la mayoría de los casos desdibuja a la Política; es cuando podemos comprender ajenos a la posibilidad de que su certeza se discrimine la importancia de un hecho tal como el que procede de constatar cómo por primera vez en la historia, un Gobierno virtualmente saliente se empecine en dejar aprobada la Ley de Presupuestos Generales del Estado. Y lo peor es que la oposición no mueve un dedo para impedirlo.

De esta manera, la única posición que resulta cuando no solvente, sí tal vez más creíble, es la que pasa por asumir que muy probablemente lo que unos y otros parecen haber asumido es que en base a un sistema de buscar el mal menor, en enero será mejor modificar cuestiones ya existentes por ser descabelladas (absolutamente inalcanzables), que partir completamente de cero…

Porque de cero parten, o al menos así lo parecen, cuestiones tan obvias o a peor decir elementales tales como la imagen de inexistencia que la izquierda no tanto en su formato de ideología, como sí más bien en el de opción está dando.
Así, cuando todavía resuenan o al menos deberían hacerlo los estertores que provoca el mensaje de texto que remitido por el Sr. Iglesias ha puesto a los píes de los caballos no tanto al Sr. Garzón como sí más bien, insisto, a toda la izquierda; lo único que superaba al concepto de absoluto desquiciamiento que uno y otro representan es la intensidad de las carcajadas que desde Ferraz y Génova respectivamente celebraban el desencuentro.

Porque una de las cuestiones de cuya comprensión aún nuestra joven Democracia adolece pasa por entender el paradigma que a mi entender queda perfectamente reflejado en la constatación del hecho en base al cual tu verdadera medida te la proporciona la fuerza de aquél con el que te mides.
 En un momento como este en el que lo mejor que podrían hacer tanto Gobierno como Oposición, o más concretamente quienes conforman sus respectivas filas, es comprender hasta qué punto el hastío de la gente ha alcanzado tamaño punto que más que tenerles por sus representantes, tanto a unos como a los otros hemos empezado  a considerarles no tanto incapaces para resolver nuestros problemas, como sí más bien parte del problema en sí mismo.

Dicho todo lo cual, a estas alturas, ¿sinceramente seguís pensando que el hecho de que la Señora Vicepresidenta del Gobierno se marque un bailoteo, de verdad ha de resultar preocupante?


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

Sorprendido no ya por los acontecimientos, como sí más bien por el discurrir que a los mismos se permite, constato y no sé si debo hacerlo con soltura o más bien con franca preocupación, el estado no tanto de las cosas como sí más bien de las personas que en definitiva detrás de las mismas se encuentran, a la hora de valorar hasta qué punto nos encontramos en verdaderas condiciones de entender que definitivamente, tenemos un gran problema.

Hecha la dispensa definitiva en aras de promover una suerte de relativismo encaminada no tanto a reconocer la derrota como sí más bien a perseguir una especie de política destinada quién sabe si a salvar los muebles; lo cierto es que de la atenta lectura de lo que los últimos acontecimientos nos proporcionan, solo un claro cambio de paradigma es lo que parece no tanto avecinarse, como sí más bien presentarse en forma de hechos consumados en una realidad en la que ya no tratamos de bandearnos con los nuevos protocolos; llegados a este punto, alcanzado este momento o te apuntas, o te apartas.

Porque cuando de lo que se trata no es ya de decidir si incumpliremos los límites de déficit impuestos por las autoridades supranacionales, sino de ver a cuánto ascenderá el montante en el que cifraremos precisamente tamaño incumplimiento. Cuando de lo que se trata no es tanto de sopesar si para afrontar la tremenda debacle que de tal hecho se deriva habremos o no de subir la presión fiscal; sino de sopesar de cuándo habrá de ser el nuevo tijeretazo a las prestaciones esenciales a las que ha de hacer frente el Estado. Cuando el tema de debate no pasa ya por defenderse de la acusación de la existencia o no de corruptos en las filas del Partido Político que ostenta el Gobierno, sino más bien de cuantificar la cantidad relativa que de esto y aquello, se han apropiado. Después de esto, y de otros varios casos parecidos en mayor o menor medida a este, lo que me preocupa no es ya si la supervivencia del  Modelo de Estado depende en gran medida de la capacidad de ceder que tiene el ciudadano español, sino que más bien depende de la intensidad de la cesión que esté dispuesto a hacer.

Lo único de lo que una vez más no me cabe duda, llegados a estas alturas, es de la identidad conceptual del grupo al que pertenecen quienes habrán de hacer frente de una u otra manera a la mayor parte del pago. Sinceramente, estoy seguro de que a vosotros tampoco.

Para aquellos que una vez más me acusen de hacer uso partidista de los datos, para quienes a estas alturas todavía escuden no ya sus opiniones, como sí más bien el sentido de la disposición de aquéllos en defensa de los cuales han de llevar a cabo precisamente tales disposiciones (asumiendo que tal comportamiento debería resultar ya en sí mismo, cuando menos sospechoso), diré que un dato objetivo es el proporcionado hoy mismo por la Organización Internacional del Trabajo en base al cual, y tal vez como conclusión principal del estudio que de la misma redunda; ¡En España el hecho de tener trabajo no es garantía suficiente para poder decir con total seguridad que no se es pobre!

Analizado con mayor detenimiento, el estudio resulta sumamente revelador al aportar desarrollos que permiten al analista alcanzar por sus propios medios conclusiones que ya de por sí deberían resultar reveladoras, a la vez que estructuralmente lapidarias si el que lleva a cabo el análisis pertenece al Gobierno, o a ese séquito de palmeros que a lo largo y ancho del tremendo escenario dentro del que se constituye la actual multidisciplinar sección de opinión del mundo, han decidido apoyar llegados a este punto podemos decir que a cualquier precio, a un Gobierno que necesita no ya creerse sus mentiras, cuando sí más bien jugar a un nuevo juego cuyo resumen pasa por conocer que uno gana cuando consigue que un ente ajeno al propio Gobierno, preferiblemente extranjero, repita la abyecta y en la mayoría de los casos torticera salmodia del conocido “Estamos saliendo de la crisis”.

Volviendo a los datos, o quién sabe si sin haber salido ni por un solo instante de los mismos; lo único cierto es que uno de cada cinco españoles que disfruta de un empleo ¡no se encuentra en disposición de afirmar que está fuera del riesgo que supone la pobreza!

Sin salir de lo que sin duda podríamos llamar la cuestión laboral, toda vez que sin duda se encuentra intrínsecamente ligada a la misma, otro de los elementos a tomar en consideración, prestando para ello la debida atención ha de ser, sin el menor género de dudas, la propia Cuestión Económica.
Dentro de un modelo como el actual, en el que pasado y presente convergen casi exclusivamente en el hecho de que ayer y hoy comparten la certidumbre según la cual la Economía no solo determina sino que en la mayoría de los casos desdibuja a la Política; es cuando podemos comprender ajenos a la posibilidad de que su certeza se discrimine la importancia de un hecho tal como el que procede de constatar cómo por primera vez en la historia, un Gobierno virtualmente saliente se empecine en dejar aprobada la Ley de Presupuestos Generales del Estado. Y lo peor es que la oposición no mueve un dedo para impedirlo.

De esta manera, la única posición que resulta cuando no solvente, sí tal vez más creíble, es la que pasa por asumir que muy probablemente lo que unos y otros parecen haber asumido es que en base a un sistema de buscar el mal menor, en enero será mejor modificar cuestiones ya existentes por ser descabelladas (absolutamente inalcanzables), que partir completamente de cero…

Porque de cero parten, o al menos así lo parecen, cuestiones tan obvias o a peor decir elementales tales como la imagen de inexistencia que la izquierda no tanto en su formato de ideología, como sí más bien en el de opción está dando.
Así, cuando todavía resuenan o al menos deberían hacerlo los estertores que provoca el mensaje de texto que remitido por el Sr. Iglesias ha puesto a los píes de los caballos no tanto al Sr. Garzón como sí más bien, insisto, a toda la izquierda; lo único que superaba al concepto de absoluto desquiciamiento que uno y otro representan es la intensidad de las carcajadas que desde Ferraz y Génova respectivamente celebraban el desencuentro.

Porque una de las cuestiones de cuya comprensión aún nuestra joven Democracia adolece pasa por entender el paradigma que a mi entender queda perfectamente reflejado en la constatación del hecho en base al cual tu verdadera medida te la proporciona la fuerza de aquél con el que te mides.
 En un momento como este en el que lo mejor que podrían hacer tanto Gobierno como Oposición, o más concretamente quienes conforman sus respectivas filas, es comprender hasta qué punto el hastío de la gente ha alcanzado tamaño punto que más que tenerles por sus representantes, tanto a unos como a los otros hemos empezado  a considerarles no tanto incapaces para resolver nuestros problemas, como sí más bien parte del problema en sí mismo.

Dicho todo lo cual, a estas alturas, ¿sinceramente seguís pensando que el hecho de que la Señora Vicepresidenta del Gobierno se marque un bailoteo, de verdad ha de resultar preocupante?

Luis Jonás VEGAS VELASCO.


Sorprendido no ya por los acontecimientos, como sí más bien por el discurrir que a los mismos se permite, constato y no sé si debo hacerlo con soltura o más bien con franca preocupación, el estado no tanto de las cosas como sí más bien de las personas que en definitiva detrás de las mismas se encuentran, a la hora de valorar hasta qué punto nos encontramos en verdaderas condiciones de entender que definitivamente, tenemos un gran problema.

Hecha la dispensa definitiva en aras de promover una suerte de relativismo encaminada no tanto a reconocer la derrota como sí más bien a perseguir una especie de política destinada quién sabe si a salvar los muebles; lo cierto es que de la atenta lectura de lo que los últimos acontecimientos nos proporcionan, solo un claro cambio de paradigma es lo que parece no tanto avecinarse, como sí más bien presentarse en forma de hechos consumados en una realidad en la que ya no tratamos de bandearnos con los nuevos protocolos; llegados a este punto, alcanzado este momento o te apuntas, o te apartas.

Porque cuando de lo que se trata no es ya de decidir si incumpliremos los límites de déficit impuestos por las autoridades supranacionales, sino de ver a cuánto ascenderá el montante en el que cifraremos precisamente tamaño incumplimiento. Cuando de lo que se trata no es tanto de sopesar si para afrontar la tremenda debacle que de tal hecho se deriva habremos o no de subir la presión fiscal; sino de sopesar de cuándo habrá de ser el nuevo tijeretazo a las prestaciones esenciales a las que ha de hacer frente el Estado. Cuando el tema de debate no pasa ya por defenderse de la acusación de la existencia o no de corruptos en las filas del Partido Político que ostenta el Gobierno, sino más bien de cuantificar la cantidad relativa que de esto y aquello, se han apropiado. Después de esto, y de otros varios casos parecidos en mayor o menor medida a este, lo que me preocupa no es ya si la supervivencia del  Modelo de Estado depende en gran medida de la capacidad de ceder que tiene el ciudadano español, sino que más bien depende de la intensidad de la cesión que esté dispuesto a hacer.

Lo único de lo que una vez más no me cabe duda, llegados a estas alturas, es de la identidad conceptual del grupo al que pertenecen quienes habrán de hacer frente de una u otra manera a la mayor parte del pago. Sinceramente, estoy seguro de que a vosotros tampoco.

Para aquellos que una vez más me acusen de hacer uso partidista de los datos, para quienes a estas alturas todavía escuden no ya sus opiniones, como sí más bien el sentido de la disposición de aquéllos en defensa de los cuales han de llevar a cabo precisamente tales disposiciones (asumiendo que tal comportamiento debería resultar ya en sí mismo, cuando menos sospechoso), diré que un dato objetivo es el proporcionado hoy mismo por la Organización Internacional del Trabajo en base al cual, y tal vez como conclusión principal del estudio que de la misma redunda; ¡En España el hecho de tener trabajo no es garantía suficiente para poder decir con total seguridad que no se es pobre!

Analizado con mayor detenimiento, el estudio resulta sumamente revelador al aportar desarrollos que permiten al analista alcanzar por sus propios medios conclusiones que ya de por sí deberían resultar reveladoras, a la vez que estructuralmente lapidarias si el que lleva a cabo el análisis pertenece al Gobierno, o a ese séquito de palmeros que a lo largo y ancho del tremendo escenario dentro del que se constituye la actual multidisciplinar sección de opinión del mundo, han decidido apoyar llegados a este punto podemos decir que a cualquier precio, a un Gobierno que necesita no ya creerse sus mentiras, cuando sí más bien jugar a un nuevo juego cuyo resumen pasa por conocer que uno gana cuando consigue que un ente ajeno al propio Gobierno, preferiblemente extranjero, repita la abyecta y en la mayoría de los casos torticera salmodia del conocido “Estamos saliendo de la crisis”.

Volviendo a los datos, o quién sabe si sin haber salido ni por un solo instante de los mismos; lo único cierto es que uno de cada cinco españoles que disfruta de un empleo ¡no se encuentra en disposición de afirmar que está fuera del riesgo que supone la pobreza!

Sin salir de lo que sin duda podríamos llamar la cuestión laboral, toda vez que sin duda se encuentra intrínsecamente ligada a la misma, otro de los elementos a tomar en consideración, prestando para ello la debida atención ha de ser, sin el menor género de dudas, la propia Cuestión Económica.
Dentro de un modelo como el actual, en el que pasado y presente convergen casi exclusivamente en el hecho de que ayer y hoy comparten la certidumbre según la cual la Economía no solo determina sino que en la mayoría de los casos desdibuja a la Política; es cuando podemos comprender ajenos a la posibilidad de que su certeza se discrimine la importancia de un hecho tal como el que procede de constatar cómo por primera vez en la historia, un Gobierno virtualmente saliente se empecine en dejar aprobada la Ley de Presupuestos Generales del Estado. Y lo peor es que la oposición no mueve un dedo para impedirlo.

De esta manera, la única posición que resulta cuando no solvente, sí tal vez más creíble, es la que pasa por asumir que muy probablemente lo que unos y otros parecen haber asumido es que en base a un sistema de buscar el mal menor, en enero será mejor modificar cuestiones ya existentes por ser descabelladas (absolutamente inalcanzables), que partir completamente de cero…

Porque de cero parten, o al menos así lo parecen, cuestiones tan obvias o a peor decir elementales tales como la imagen de inexistencia que la izquierda no tanto en su formato de ideología, como sí más bien en el de opción está dando.
Así, cuando todavía resuenan o al menos deberían hacerlo los estertores que provoca el mensaje de texto que remitido por el Sr. Iglesias ha puesto a los píes de los caballos no tanto al Sr. Garzón como sí más bien, insisto, a toda la izquierda; lo único que superaba al concepto de absoluto desquiciamiento que uno y otro representan es la intensidad de las carcajadas que desde Ferraz y Génova respectivamente celebraban el desencuentro.

Porque una de las cuestiones de cuya comprensión aún nuestra joven Democracia adolece pasa por entender el paradigma que a mi entender queda perfectamente reflejado en la constatación del hecho en base al cual tu verdadera medida te la proporciona la fuerza de aquél con el que te mides.
 En un momento como este en el que lo mejor que podrían hacer tanto Gobierno como Oposición, o más concretamente quienes conforman sus respectivas filas, es comprender hasta qué punto el hastío de la gente ha alcanzado tamaño punto que más que tenerles por sus representantes, tanto a unos como a los otros hemos empezado  a considerarles no tanto incapaces para resolver nuestros problemas, como sí más bien parte del problema en sí mismo.

Dicho todo lo cual, a estas alturas, ¿sinceramente seguís pensando que el hecho de que la Señora Vicepresidenta del Gobierno se marque un bailoteo, de verdad ha de resultar preocupante?

Luis Jonás VEGAS VELASCO.