miércoles, 5 de julio de 2017

PROPORCIONAD YA EL PUNTO DE APOYO.

Porque a estas alturas la necesidad de cambio se ha tornado sin el menor género de dudas, en la más inexorable de las certezas. Porque hoy por hoy la existencia va más allá de la percepción, supliendo la noción los vanos con los que la imperfección amenaza con condenarnos al ostracismo propio de la ceguera, el cambio es no ya una opción que sí más bien una necesidad; y el Hombre Moderno toma cuerpo en tanto que no desfallece ante las múltiples posibilidades en las que redundan los nuevos menesteres.

Vivimos tiempos difíciles. Vivir se ha vuelto difícil precisamente, porque se ha vuelto impredecible. Los tiempos en los que el cambio resultaba por sí solo atractivo toda vez que el envoltorio en el que los expertos en publicidad lograba tornar en ilusión todo aquello que tocaban, se han tornado en formas más oscuras una vez que la certeza del miedo, o lo que es lo mismo, la prudencia, ha ido recuperando los espacios que siempre estuvieron destinados a serle propios; poniendo con ello de manifiesto una de las certezas más ancestrales a las que en última instancia podemos aferrarnos, según la cual el hombre puede adaptarse, mas en el fondo nunca cambiará.

En un tiempo en el que el factor estructural de la crisis queda puesto de manifiesto precisamente en la conceptualización del grado de afección que respecto de la misma presenta el ser humano, podemos sin el menor género de dudas afirmar que tal afectación ha logrado extenderse hasta los que estaban destinados a ser los más profundos recovecos en los cuales el denominado “Hombre Moderno” habría de depositar los que estaban llamados a ser sus componentes esenciales.
Sea como fuere, la magnitud del drama mal que bien sintetizado en ese fenómeno que por convenio más que por convicción hemos dado en llamar crisis; se hace patente ahora ante nosotros citándose con aspectos cuyo vigor ha pasado hasta el momento más o menos desapercibido.
Así, desde un punto de vista estrictamente material, sistematizado en este caso a través del objetivo paso del tiempo, sin tener en cuenta los efectos que el mismo desencadena, lo que apreciamos es hasta qué punto ese Hombre Moderno ha transigido en tanto que ha soportado dando muestras de un carácter estoico del que en muchos casos sus protagonistas no eran ni tan siquiera conscientes; un periplo que sin ser comparable con los que otrora relataran los autores griegos, convertiría en injusticia el pensar que al contrario de lo que el destino habría de regalar a los allí descritos, no fueran nuestros contemporáneos dignos de reparar lo que otrora otros: “en su conciencia se depararon notables cambios, de los cuales fueron testigos su nueva forma de ver y entenderse no ya con los dioses, que sí más bien con la propia vida”.

Se erige así pues la noción, en una de las aptitudes más pródigas de todas las llamadas a componer el dietario del que ha de servirse el Hombre. En su derivada natural, manifestada, a saber, por el resurgimiento reforzado de la conciencia; habrá de ser precisamente el cambio prodigado desde la observación para la que la noción nos faculta nada más y nada menos que la competente para enfrentarnos a la realidad que precisamente por ignorada se ha vuelto si cabe más peligrosa, y que pasa por constatar que el periplo llamado a promover la metamorfosis protagonizada por los Héroes Clásicos logró cambios en apariencia exclusivamente formales, pues los componentes de tal periplo nunca abandonaron el terreno de la percepción.

Y a pesar de todo, El Hombre Moderno, destinado a ser descrito como la resultante de todo ese proceso, aparece en realidad dotado de una capacidad destinada a alejar todo rumor de superchería a la que habrían de aferrarse los críticos cuando tratan de desprestigiar no solo el procedimiento que si más bien al protagonista, al Hombre como tal, hecho que ocurre una y mil veces por ejemplo cada vez que intentan desprestigiar el hecho intuitivo, fundamental sin duda cada vez que intenta dar forma comprensible a aspectos que por su naturaleza intangible no pueden ser objeto de un tratamiento distinto al que desde estas nuevas consideraciones pueden ser proporcionados.

Habilitados así pues con mejor o peor suerte los campos en los que las formas habituales de noción no son eficaces, o cuando menos aquellos en los que su uso no supone del todo garantía de éxito; es precisamente cuando con mayor prestancia se hace necesario prestar atención a los nuevos escenarios cuando no a las nuevas realidades de las que estas innovaciones nos hacen precisamente conscientes.
Escenarios y realidades hasta ahora desconocidos, y que si bien todavía están llamados a ser a lo sumo intuidos, no resulta por ello menos cierto que la intensidad y el magnetismo que demuestran para con el Hombre Moderno acabará por acelerar los tiempos hasta el punto de que con más prisa que demora los hallazgos y logros destinados a escenificarse en tales lides, acaben por alcanzar cualitativa y cuantitativamente muy pronto a los que desde los terrenos de la consciencia llevan milenios escenificándose.

Y de entre todos ellos, el fenómeno recóndito del Tiempo. Motivación por excelencia en tanto que refrendo del todo desde la escenificación terrible de la nada. Forma iracunda de envidia por converger sobre sí la eternidad como corolario de lo transcendental; constituye el Tiempo la forma por excelencia, parangón de lo llamado a ser la fuente de frustración, pues sin ser nada (a lo sumo mero tránsito), lo cierto es que el Hombre no dudaría en darlo todo (no en vano da su vida), por comprender que no por poseer, el valor de la naturaleza de lo destinado a ser tenido por un instante.
Convergen así pues sobre la aparente potencialidad que la naturaleza del Tiempo constituye, todas y cada una de las excelencias a las que el Hombre parece estar destinado, y a las cuales retorna precisamente cada vez que la frustración, materialización del fracaso que ver en el futuro la incapacidad de satisfacer las expectativas que nuestro pasado detalló sobre nosotros, acaba por determinar hasta qué punto el Hombre contiene en realidad consideraciones especiales, al menos las destinadas a describir cómo somos el único animal capaz de destruir el instante llamado a convertirse en su presente ya sea por la ansiedad que le produce el pensar que éste ha sido determinado por el pasado; o por la angustia de saber que no será capaz de prodigar los esfuerzos necesarios y destinados a garantizar el que esté llamado a ser considerado “el mejor de los futuros posibles”.

No nos bastará entonces con un fulcro, pues éste en tanto que un recurso material, ofrecerá tan solo fuerzas que ya estén destinadas a ser consideradas como de acción o de rozamiento, tendrá solo una componente dinámica.
El nuevo punto de apoyo habrá de ser así un nexo que más que separar los brazos del balancín en tanto que permite delimitarlos, habrá de integrarlos en una unicidad en la que toda acción de análisis entendida como la maniobra destinada a conocer los entes por separado, resulte absurda pues solo la comprensión armónica de todos los elementos íntimamente relacionados aporte el verdadero conocimiento de la misma.

Emerge así pues ante nosotros la Educación. Elemento integrador en tanto que definido a la par que definible, es la Educación el único elemento inherente al Hombre en el que cabe un grado de experimentación certera tan amplio como para poder adecuarse a todos los componentes de la Realidad, incluyendo a aquellos para cuya percepción haría falta un trasbordo de procedimiento por abarcar entes de naturaleza incompatible, sin que de tal aproximación quede residuo alguno una vez el procedimiento en sí mismo ha finalizado.

Es la Educación la materialización perfecta del binomio pasado-futuro, pues como no ocurre en ninguna otra consideración, en la Educación convergen las virtudes del pasado en forma de impagable experiencia, con lo propio del futuro a saber, la motivación constitutiva de todo deseo que está por empezar.
Se construye así pues el presente a partir de los inexorables vínculos que unen el pasado con el futuro. Pero esa unión es sin duda mucho más sólida si el cemento de la Educación ha afianzado los cimientos.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

miércoles, 14 de junio de 2017

TENGO NUEVOS MIEDOS.

Cuando todavía resuenan los clamores. Cuando aún la incertidumbre promovida por los silencios causa más resquemor que algunas de las certezas implementadas en las afirmaciones efectivamente vertidas. En definitiva, cuando todavía el rodillo de la actualidad no ha destrozado el recuerdo de la que a la sazón será ya siempre la tercera moción de censura promovida en nuestra democracia; yo me atrevo a deciros que tengo miedo…

Cuando el tiempo se materializa en horas, nos encontramos con que al igual que ocurre con los diagnósticos de algunas enfermedades, solo el paso del tiempo decidirá si el enfermo está llamado a recuperarse, o por el contrario habrá de ir buscando las monedas para el barquero. De parecida manera, algo ha debido de ir muy mal cuando a la vista no solo de la intensidad de las intervenciones, que sí más bien a la luz de las respuestas a las que algunas de ellas han dado lugar; todavía no podamos decir a ciencia cierta, o lo que es lo mismo, desde la objetividad propia de no tener que amparar el veredicto en nuestra tendenciosidad; quién ha salido victorioso en la contienda.

En la paradoja intrínseca que se manifiesta ante nosotros cuando constatamos que nos hallamos en las jornadas previas a la llamada a conmemorar el 40º aniversario de la primera llamada a las urnas tras el periodo de oscuridad; creo no ser demasiado exigente para con mis semejantes si me creo en el derecho de poder asumir que una serie de pretensiones que en el periodo mentado bien podían ser tenidas por ejemplo de grandeza en lo atinente a la forma y al fondo; de seguir erigiéndose  hoy en recursos viables éstos no vendrían sino a poner de manifiesto que, efectivamente, tenemos un serio problema.

Por eso, cuando llegados a este punto la única excusa que encontramos para justificar la desazón que desde hace horas nos embarga, de la cual ahora ya somos netamente conscientes es la que a título de conclusión se materializa en este caso en las afirmaciones vertidas no solo por algunos de los políticos directamente participantes en el evento, las cuales ganan en intensidad cuando son burdamente usadas por tertulianos, algunos de los cuales han emergido de cuál fuera la ciénaga en la que se habían refugiado de un tiempo a esta parte; dando lugar a conclusiones que curiosamente no responden para nada a las perseguidas ni por los actores principales, ni mucho menos por los secundaros, llamados respectivamente a promocionar de una u otra manera la panoplia que nos han regalado, la cual adquiere su auge cuando la perspectiva sirve para constatar hasta qué punto la misma ha reproducido ese obsoleto mito según el cual no ha perdido nadie, porque en parte han ganado todos.

Se impone así pues la mediocridad. Al igual que un virus, lo mediocre ha parasitado todos y cada uno de los reductos, incluyendo aquellos que llegados a estas alturas, pensábamos nos darían cobijo, máxime en estos tiempos de crisis.
Como ocurre con un virus, capaz de introducirse en el ADN de un ente unicelular convencido de que éste le hará el trabajo sucio al replicarlo de manera indistinta a como replica su propia naturaleza, la mediocridad se ha instalado ya en nuestro devenir diario. Lo ha hecho en la forma, tal y como ha quedado de manifiesto en lo escasito del nivel demostrado por unos y por otros. Sin embargo lo más peligroso es que tal y como demuestra lo apreciable de un hecho llamado a afectar por igual tanto a los vetustos como a los neófitos en tales lides, el ver cómo formaciones políticas con más de un siglo de vigencia se muestran titubeos comparables en su calado a los balbuceos prodigados por estructuras que aún no contienen ni quinquenios; sirven cuando menos para dar fe de la baja cotización alcanzada hoy en día por el ejercicio de la disertación política en España.

Toma así pues cuerpo un nuevo miedo. El procedente de suponer que la mediocridad, lejos de ser refutada, acabará siendo aceptada. Ejemplo de tal puede hallarse en la conmiseración de la que ha habido que hacer gala a la hora de calificar las sucesivas intervenciones de algunos de los referidos. Marianadas aparte, lo cierto es que algunos que esperaban apaciguar su sed gracias a la profundidad de los pozos que otros apuntaban tener en sus propiedades, han tenido que acudir repetidamente a la exigua ración de liquido elemento que, contenida en el raquítico vaso que el ujier pone una y cien veces a disposición del orador, ve catapultada su fama cuando a veces se erige en metáfora de la necesidad de apaciguar ánimos o blasfemias si el interviniente termina por desear desaparecer. Sea como fuere, o en el mejor de los casos, a pesar de los pesares, lo único cierto es que mal camino llevamos si todavía no somos capaces de certificar que algo muy grave está pasando cuando llegadas a estas alturas no podemos afirmar a ciencia cierta el objeto natural del proceso del que hemos sido, unos más que otros al parecer, testigos.

Y si no somos capaces de identificar la naturaleza de los hechos observados, entonces con aparente naturalidad surge la certeza por la cual la mayoría de los hechos acontecidos tienen que pasar desapercibidos, sobre todo en su forma.
Resulta así entonces normal, que tan válido sea el análisis proferido por los llamados a afirmar que el Partido Popular ha salido victorioso al poder afirmar sin el menor género de dudas el contar desde ahora en su haber con la superación de una moción de censura; como válido resulte el análisis procedente de los llamados a poner el foco en la certeza de lo bochornoso que ha de resultar el saberse no tanto digno de merecer la moción en si misma, agravado a ciencia cierta por lo patético que resulta que un hecho como la corrupción, en principio ajeno al quehacer político, sea el llamado a sustentar la misma.
Los llamados a creer, o cuando menos a sustentar, la tesis de que ha sido la formación del Sr. IGLESIAS la que se ha llevado el gato al agua, sin duda tendrán sus propias razones. Entre las llamadas a conformar el haber, ocupa espacio destacado la procedente de ver cómo responde sin responder, ganando en solvencia y credibilidad todo hay que decirlo, cuando da muestras de clase y estilo al no entrar en provocaciones como las que se derivan de la provocación eternamente ostentada en discursos como el proferido por el portavoz del Partido Popular. Mas ni todas esas razones servirán para ocultar un único hecho, el que pasa por determinar, solo el tiempo lo hará, la magnitud del daño institucional que se ha hecho al presentar una moción de censura sin programa, sin candidato, y sin negociación previa. En España las mociones de censura tienen carácter constituyente, lo cual significa que se promueven con el ánimo de salir victoriosos de la contienda que infieren. Cualquier otra elaboración resta crédito no solo al procedimiento en tanto que tal, que sí y en mayor medida al que osa hacer uso de la misma, desposeyéndola de su esencia.

En lo concerniente al Partido Socialista, difícil, muy difícil resulta referirse a tal sin repetir alguna de las consideraciones cuando no fórmulas que recientemente se han implementado en aras de suponer, pues nunca en lo relativo al PSOE se puede afirmar, cuál habrá de ser la próxima línea, llamada a sostener ese último golpe de ingenio tras el que sus dirigentes aspiren a alinear a sus bases, una vez más. No en vano ya lo ha dicho su flamante portavoz: en Política el éxito sonríe a los que son capaces de adaptarse. Pero una vez más me surge una objeción, la que se materializa en la afirmación según la cual, Si bien son dignos de ser salvados los que se saben adaptar al medio, son aquellos los que se rebelan contra el medio los que logran cambiarlo. Pero mucha profundidad se exige a una bancada cuya mayor preocupación pasaba hoy por aplaudir la intervención al unísono, rezando para que las cámaras permitieran al que guardaba cuartel en la calle Ferraz contar con solvencia el volumen y la intensidad de esos aplausos.
No en vano hoy más que nunca adquiere valor la máxima según la cual el que se mueve no sale en la foto.

De CIUDADANOS no me olvido. Lo que pasa es que como ya la luz solar nos abandona, creo sobradamente llegado el momento de ir poniendo punto final a una reflexión en la que poco o nada aporta una formación política que de nuevo demuestra la profundidad que alcanza su neurosis ideológica cuando una vez más, en lugar de expresar abiertamente con quién está, cree alcanzar el éxtasis supliendo sus carencias por medio de vehemencia, construyendo un discurso flemático e inconsistente, dando con ello al diablo el espacio que necesita allí donde se espera la presencia del caos.

¿Se hace ahora evidente mi certeza de que solo los miedos han podido crecer?


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

miércoles, 7 de junio de 2017

ERA SENCILLO PUES SE TRATABA SOLO DE CAMINAR.

Pero poco a poco, ya fuese por lógica, o quién sabe si a consecuencia del destino, o tal vez solo como respuesta a la cuestión propia de la visión ampliada a ese extraño vicio que tenemos, que procede de la evolución; todo se fue complicando…

El mundo se tornó más complicado, aunque tal vez en realidad no fuera el mundo lo que estaba llamado a cambiar, sino que fue nuestra percepción la que en realidad dio muestras de ese cambio. Los demás se volvieron más complicados, aunque muy probablemente no hubo que buscar en ellos el motivo de ese cambio, sino que fue nuestra nueva percepción de la existencia de los demás, lo que nos hizo ser conscientes no ya del cambio operado en ellos, que sí más bien de la mera existencia en su condición de realidad, que como tal estaba llamada a operar en ellos.

Tanto ha cambiado el mundo, que ya no nos basta con vivir, que sí más bien exigimos Ser, exigimos Estar, con todas sus consecuencias.

Porque en el fondo de eso se trata o, por ser  más preciso, de tal cabe mencionarse la naturaleza del cambio que según la mayoría se observa en El Hombre Moderno..

Es El Hombre Moderno resultado de la unión coordinada (lo que exige algo más que una mera acumulación de elementos o factores), de Conceptos, Procedimientos y Actitudes. Mas ni podemos ni debemos quedarnos aquí, pues de hacerlo estaríamos pervirtiendo la esperanza de progreso que de una manera u otra ha de manifestarse en todo principio llamado a ser digno de operar desde los prejuicios propios de un hacer moderno.
En consecuencia, no se trata tanto de que El Hombre Moderno se mueva activamente en pro de conceptos innovadores, sino que la mera consolidación no ya de tales conceptos, que sí más bien de la certeza de que lo correcto subyace a la propia consideración al cambio, justifica en sí mismo una nueva realidad de hombre, en la que el absoluto y su catalizador natural, el dogma no solo no tienen sentido, sino que se ven naturalmente superados.
De parecida manera, los procedimientos que cabría esperar hubieran de resultar propios al Hombre Moderno, resultan por definición inaccesibles toda vez que la adaptación, a la cual se tiende en todo momento y de forma netamente natural, nos aleja de cualquier tendencia o sistema. El Hombre Moderno no se encuentra obligado por las tendencias, ni manipulado por las expectativas (de manera general falsamente creadas, y en consecuencia alienantes toda vez que están llamadas a generar expectativas externas al propio sujeto). El Hombre Moderno está en permanente movimiento, en permanente disposición.
Es entonces y no por casualidad, que no sea hasta llegar al terreno de las actitudes, donde se aprecie la verdadera magnitud de la revolución que ha dado como resultado a tal Hombre. Son las nuevas actitudes las que han permitido desarrollar al Hombre una nueva percepción del escenario. De esta manera, y aceptando que el mundo no ha cambiado (al menos no en lo que concierne a sus componentes estructurales), las variaciones que sin duda parecen evidentes han de ser buscadas no ya en la existencia de irregularidades en el paisaje, como sí más bien en la nueva actitud del Hombre (capaz no solo de tornar hasta “viable” la existencia de tales defectos, sino que incluso nos faculta para descubrir belleza allí donde antes tal actitud hubiera sido inadmisible incluso para el propio que hoy la promueve.

Es entonces que volviendo al principio, identificando pues como propio de la percepción, el protocolo llamado a poner de manifiesto las novedades destinadas a no considerar absurdo por redundante la existencia de El Hombre Moderno, que haríamos bien en identificar como una de las consideraciones más bellamente tramadas en pos de tal destino la que pasa por determinar la certeza por la que el también dignamente torneado como Hombre de Hoy, no acepta la inercia como consideración válida a la hora de justificar si no declarar las causas llamadas a tornar en algo más que obvias las diligencias previas que le incitan a moverse, en una palabra, a vivir.

Si bien dar por sentado que  el mero hecho de formar parte de la sociedad actual nos convierte a  todos en Hombres Modernos es ceder a la utopía, no es en rigor menos cierto que cada vez somos más los que conocedores de nuestra incapacidad para cubrir todas las metas, de nuestra dificultad para resolver todas las tramas, sí que no obstante hacemos de tal predisposición el argumento catalizador de la diferencia existencial destinada en este caso si no a deleitarnos con la satisfacción del placer cumplido, sí a diferenciarnos de aquellos que ya sea por inconsciencia, o quién sabe si por aquiescencia, continúan participando de esta burda realidad, y de ese nefasto hedor pestilente que de la cada vez más clara noción de estafa, procede.

Esta nueva realidad, o por ser más coherentes, esta nueva percepción de la realidad, pivota sobre consideraciones tales como las que proceden de la insatisfacción. Así, no somos en tanto que tal, conscientes de la necesidad de relacionarnos con la realidad de una manera diferente, hasta el momento en el que descubrimos la insatisfacción que nos provoca el no poder tender hacia lo nuevo.
Decimos entonces que al Hombre Moderno no le basta con vivir, si por tal entendemos el mero hecho de transitar. Transitar es ir de un sitio a otro. La motivación o el impulso que justifica la activación, que justifica el movimiento, habría que buscarlo en la insatisfacción con lo que se tiene o se conoce (en cuyo caso se encontraría en el punto de partida); o tal vez se halle en la esperanza, justificada o no, de que aquello hacia lo que se tiende mejora lo ya poseído (en cuyo caso la fuerza se basa en la esperanza).

Es así, y lo es hasta tal punto, que la superación de la noción de tránsito, el dejar atrás incluso la aspiración redundante que suponer asumir como real la absurda noción de que cabe esperar llegar a parte alguna, se formula en la transición conceptual que encontramos en el intervalo que describen, y no desde luego inconscientemente CAMUS y CHOMSKY  cuando dibujaN el tránsito que va de La Superación del Absurdo al Concepto de Pánico Moral, prácticamente sin solución de continuidad.

Afirma CAMUS que no es sino en el absurdo como concepto, donde el Hombre puede y debe albergar su primera y última esperanza. De ser así, no existe mayor obligación para éste que espabilar en la vivencia de su vida. Sería así pues para Camus el proceder conforme a una buena vida, el descubrir precisamente lo absurdo de esa misma vida. La conclusión de que no existe destino, se materializaría en la certeza según la cual, y al contrario de lo que ocurre con la mayoría de tendencias filosóficas, no existe una buena forma de vivir la vida, toda vez que la vida carece de destino, al carecer precisamente de sentido.
De ser así, el suicidio se erigiría no ya en una opción válida, sino netamente acertada. Pero Camus no promueve el suicidio, al contrario, promueve la certero de reconocer en la única capacidad propia del Hombre (la de interpretar), la fuente para rediseñar el nuevo mundo; un mundo hacia el cual tender, llamado por ello a ponernos en movimiento.
Es precisamente de esa noción, de donde nace la que tal vez sea la más bella a la par que más intensa muestra de motivación que conoce el Hombre. Como tal, de ella obtiene el Hombre Moderno no ya su energía presente, como sí más bien su energía futura. Y es precisamente de ahí de donde se obtiene la noción del problema. Un Hombre llamado a ser, se torna combativo en tanto que exigente. Un Hombre llamado a conocer, hace del conocimiento su fuente de inspiración. Y es la inspiración de tal calado, que le lleva a superar todos sus límites, comenzando por aquellos que eran creados. ¿Con qué razón? Con la de poner limitaciones a los objetivos del propio miedo, por medio de la irrupción del miedo, de la adopción de éste como recurso por parte de las élites llamadas si no a promover el estatismo y a promulgarlo durante todo el tiempo que fuese posible, convirtiéndose en el mayor lastre destinado a obstaculizar el movimiento cuando el mismo ya fuera del todo inevitable.

Y en esas estamos hoy. En las certezas previas a la certeza absoluta, que se manifestará ante nosotros una vez la noción de colapso no responda ya a las obligaciones de procedimiento, que sí más bien a las propias del concepto.
En tanto, la ilusión de control, la que lleva a los dirigentes a confundir con auténtico control de la realidad lo que en realidad no es sino burda noción del paso del tiempo; conduce a los esperanzados, a los que reducen la noción de poder a la mera tenencia de un asiento guardado en lo que antes llamábamos motivación basada en la esperanza. Vertebrados en el error, incautos en la añoranza, se predisponen éstos para promulgar una novedad basada en la reiteración del plañir fingido, incapaces de asumir que lo evidente del colapso vuelve estériles sus parcos intentos por promover la sumisión como nueva forma de salvación.

Puede que hoy ya no deseemos ser salvados. Puede que no haya esperanza. O que de haberla, solo en nosotros y no en fraudulentos mensajes incitados desde vetustos procederes puedan albergarse los motivos.

Sea como fuere, la certeza de nuestro hoy se encuentra en seguir caminando.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

miércoles, 31 de mayo de 2017

LA GENERACIÓN POSTRERA.

Nosotros, que nos atrevimos a confundir lo que era el bello arte de vivir hasta el punto de cabalgar todas las olas. Nosotros, que incapaces de degustar los placeres de la vida, acabamos por consumirlo todo, hasta llegar a consumirnos a nosotros mismos. Nosotros, que convencidos de tener en nosotros mismos la causa última de nuestra propia existencia, nos vemos ahora arrojados con violencia al fango de ver la decepción pintada en la mirada de los que antaño parecían conducirse junto a nosotros en tamaño presagio…

…¿Acaso pensáis que es lícito que abonéis en nosotros la menor clase de esperanza?

Nos educasteis para hacer creíble la idea de que la Educación era, en realidad, una suerte de capricho. Uno tras otro, inculcasteis en nosotros todos y cada uno de los prolegómenos de lo que en vuestra vida habían estado llamados a constituirse como vuestros mayores fracasos; y todo porque en el fondo, muy en el fondo, aspirabais a que nosotros no fuésemos nosotros mismos, sino una copia (corregida y aumentada, ¡faltaría más!) de vosotros mismos.
Nos disteis el miedo a la noche, o una versión de lo que antaño fueron vuestros miedos; y a cambio nos quitasteis lo único hermoso que la noche tiene (a saber, el derecho a soñar).
Nos obligasteis a cubrir vuestros recuerdos con la capa granate que se reserva al héroe que regresa victorioso de la contienda (o de la batallita más bien), ambientado vuestro cuento en carreras que se desarrollaban unas veces delante, y otras detrás de un enemigo común al que identificabais por lo monótono de su uniforme gris; y ahora vertéis sobre nosotros el doloroso veneno de la incertidumbre cuando protestamos por cuestiones tan aparentemente obvias como aquellas que pasan por pedir (si hace falta con vehemencia), que no nos tomen por imbéciles hasta el punto de creer que pueden invadir espacios que incluso en vuestros tiempos fueron tenidos por santuarios (como ocurre con la Universidad).
Lanzáis contra nosotros los vestigios de una moral otrora llamada a ser considerada utilitarista, no en vano el fin justificaba los medios; a la vez que nos acusáis de haber permitido la extinción de los últimos rescoldos de una revolución que en la mayoría de los casos solo en la mente de algunos se produjo; y que en la mayoría de ocasiones a lo sumo de románticos merecen ser tildados sus éxitos y logros.

Y con todo, a pesar de todo. Os atrevéis a juzgarnos.

Nos juzgáis cuando desde la conmiseración esputáis sobre nosotros la cantinela de que orgullosos tenemos que estar de ser la generación mejor preparada de la Historia de España para, a renglón seguido, tratar de enseñarnos cómo hemos de mostrar nuestra indignación cuando un currículum de veinte páginas sirve tan solo para acompañar día sí y día también a su propietario en la muerte metafísica que para él significa tener que esconder su vergüenza tras el mostrador de una hamburguesería, en cualquier centro comercial.

Nos juzgáis cuando una vez más nos tratáis como niños, y venís a corregir incluso la que es nuestra manera de protestar, creando ad hoc grupos de protesta propios que por lo peculiares que resultan, atraen de manera torticera la atención de medios e interesados que ven cómo vuestro circo les pone en bandeja la manera de desprestigiarlo todo; mientras muchos de vosotros aprovecháis la clarita para echaros unas risas más allá del escenario propio que os proporciona la partida de julepe de cada día, sobre todo porque en el transcurso de la misma la concurrencia os conoce bien y os ata en corto, reduciendo en muchos enteros la magnitud de las historias a contar.

Dictaba un proverbio de la Roma Clásica, que en lo tocante a fortunas, los abuelos las crean, los padres las incrementan, y los hijos las malversan. Si no traducido, que sí más bien adaptado, entiendo que es la mía la generación llamada a dilapidar un capital conformado en este caso de Libertad, y del orgulloso de saberse libre. Mas como no hace mucho planteé en estas y en otras parecidas líneas: ¿De verdad os creéis con derecho a cuestionar una sola de las acciones que emprendemos en pro de defender aquello que nos es impropio? Sí, impropio. Impropio porque no nos pertenece, tal y como lográis recordarnos cada vez que osáis  echarnos en cara,  que nosotros no vivimos lo que vosotros vivisteis. Y eso teniendo suerte, la cual a menudo nos abandona si osamos farfullar algo en nuestra defensa, lo que solo sirve para encender aún más vuestro ansia de venganza, la cual se manifiesta en un lánguido improperio, anticipo adecuado de  lo que acabará por conformar una suerte de repudio.

Me quedo, todo hay que decirlo, si me dieran a elegir, con el monólogo llamado a convertirse en un regalo que presente en la película La Lengua de las Mariposas, está llamado a erigir en todavía más genial al insigne Fernando FERNÁN GÓMEZ cuando éste une el destino y el futuro de nuestro país a la certeza de que una y solo una generación de jóvenes nazca completamente libre.

Corro gustoso el riesgo de que alguno se ría en mis narices, cuestionando de paso la solvencia cualitativa y cuantitativa de mis conocimientos al reducir el recorrido de la afirmación a la lascivia de confundir Historia con fechas, conocimiento con cronología. A ellos, fundamentalmente a ellos, les diré que cada vez que empecinados, retuercen la Historia al reducirla a lo que emana de sus recuerdos; cada vez que pervierten la otrora loable condición de mostrar lo que fue la verdad, convirtiendo las conferencias en farfullas, las conclusiones en arengas, lo único que logran es convertirse en obstáculos en el camino de aquello que ellos impulsaron, impidiendo que fluya aquello por cuyo triunfo muchos llegaron a perder hasta lo más preciado que tenían.

Desprovistos pues si no de la fuerza, sí de las causas que a otros impulsaron en la batalla por la libertad. Dogmatizados no por la arenga que previa a la batalla ha de insuflar ardor en el dubitativo espíritu del que no tiene claro su destino, que sí más bien por la farfulla destructiva del que se empeña en demostrarnos lo absurdo de un ímpetu guerrero que a falta de práctica, solo puede ser supuesto; es como acabamos por determinar que somos La Generación Postrera.

Desprovistos de cualquier impulso constructivo, tan solo a velar por el mantenimiento de lo que creado por otros, nos fue otorgado, habremos de apuntar nuestras aspiraciones.
Castrados que no educados, desde niños se nos proveyó de habilidades y herramientas destinadas a mantener la belleza del mundo que por los héroes que nos precedieron nos había sido otorgado. Fijaros si se muestra la falta de educación, que en términos propios de una cita bíblica ha redundado lo dicho.

Mas superada la tentación de perder un solo instante en las formas, la otra verdad, la redundante, emerge cuando descubrimos que el poder que tras esas habilidades y herramientas se oculta, es un poder redundante, repetitivo, pues tan seguros estaban de su grandeza quienes nos precedieron, que dieron por sentado que ellos eran en realidad los llamados a crear aquello destinado a ser lo mejor que desde la aspiración humana podría ser creado.
A nosotros nos quedaba tan solo refrendar cada día tal hecho, ya fuera a través de nuestras acciones (dedicando nuestra vida a labores de chapa y pintura); o de nuestros silencios (manifiestos en el delirante sentimiento de acudir puntualmente a sus arengas con una posición de aceptación del dogma; como si una nueva estructura supra-histórica estuviese llamada a ver la luz).

Somos así: La Generación Postrera. Incapaces de crear nada nuevo, pues hacerlo es tabú, al llevar implícita tal certeza la posibilidad de suponer que lo que nos ha sido dado no es en realidad lo mejor (de serlo, cómo cabría mejorarlo); nos vemos en la obligación de renunciar a la labor de mantener lo que insisto, nos ha sido regalado, pues como nos demuestran a diario no podemos entender aquello de cuya creación no participamos.
Así pues, solo a inventariar los daños, y a presagiar la magnitud del desastre que se nos viene encima, hemos de aspirar y a lo sumo podemos destinar, la que paradójicamente es una triste vida; sobre todo si tomamos en consideración los grandes augurios que sobre nosotros se tendían.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

miércoles, 17 de mayo de 2017

CUESTIÓN DE AGUJAS, QUE NO DE SASTRES.

Arrumbada la nave hacia el decoro de la nada. Cuando la última premisa de esperanza se fundamenta en la ausencia de desazón, que ni siquiera en la calma. Cuando el destino es la última fuerza a la que podemos clamar, pues hasta el último viento ha sido consumido, y como a Ulises llegando a Ítaca, ni la fe en sus dioses sirvió para vencer a Zéfiro cuando éste se empecinó no solo en plantar batalla que sí en vencer al guerrero cuando éste considera llegado el momento de plantear la más insigne de las batallas, a saber la libra con su mismidad cuando decide retornar al hogar, o a enfrentarse con lo que del mismo quede, y le recuerde. Entonces, solo entonces, podremos decir que estamos en disposición de contar lo que ha sido librar una aventura.

Actúa una vez más el tiempo como matraz en el que todas las conjunciones tienen cabida y así, adoptando su parte más lírica, quién sabe si en el no por último menos ingenuo intento de transgredir hasta la última ley no ya de la química, que sí del sentido común, decide clamar a la Historia en un Intento de diluir en el pasado las responsabilidades del presente, de diversificar en el futuro las responsabilidades que sin duda en forma de dramáticas consecuencias los últimos acontecimientos acabarán por manifestarse.

Dicen que es la poesía el último reducto al que acogen su alma los destinados, a saber, los que no siempre por gusto propio, están condenados a saber. Es la Historia la repercusión lírica del paso del tiempo, y es por ello que será buceando a través de la Historia, entresacando de su conformación más estética, a saber la que es propia de la tradición, cuando no del folklore, de donde extraeremos sin atosigamiento las piezas que, como aquellas piedras que formaron otrora el marco del brocal del pozo si bien hoy yacen en el fondo de éste, la sensación de frescura que el mero recuerdo de sus aguas consigue depararnos no sería la misma sí, definitivamente, no fuésemos capaces de reintegrar aquellas piedras al lugar que legítimamente les fue un día propio.

Tiempo, pasado, Historia. Más que una mera concatenación de conceptos, ordenación superlativa de suerte, emociones y principios (de los Hombres y sus valores en definitiva) llamados a ser retomados hoy, con más solvencia que prestancia, pues de hacerlo habríamos definitivamente no tanto a hacer bueno el oficio de renuncia, que sí más bien a asumir el desapego que le es propio a la derrota.

Derrota, manifestación clave de la soledad, sinónimo para muchos del estado de orfandad; llamada a conmemorar un estado de equilibrio del alma otrora solo alcanzable para pastores griegos de los tiempos de Polifemos y cítaras; o de poetas castellanos llamados a conmemorar el oficio de la Lírica cada vez que su lento devenir, su capacidad para medir el tiempo a través de sus versos hacía que si bien Aristóteles ubica en el ejercicio de la Razón lo que ha de ser llamado propio del Hombre; la poesía llamada a ser conquistada por él se muestre capaz de enardecer a los semejantes, si bien y primero calma a las ovejas que hace unos instantes, ya fuera pastoreadas por gigantes como Polifemo, u otros no menos gigante como Hernández; no estaban sino llamados a sernos propios siquiera por inalcanzables.

Conjugamos así pues la virtud en manera de uso humilde, y retornamos al pasado por medio del recuerdo científico, lo que se faculta cuando al vicio de soñar se le dota del privilegio del orden. Es entonces cuando alumbramos la Tradición, esa suerte de bombilla incandescente, llamada a alumbrar a su vez al futuro, pero en este caso desde la certeza que proporciona la inmunidad, pues el error no cabe, toda vez que al rango de tradicional ascienden solo los recuerdos que han alcanzado el grado de exitosos.

Se aclaran entonces muchas dudas, algunas de las cuales habían adoptado el modo de recuerdos aparentemente insubstanciales. Recuerdos como aquel que, protagonizado por un hombre llamado Teodosio, trae a mi memoria hoy la certeza que el terror que solo un niño puede experimentar (tan intenso que ni siquiera de adulto puede explicar) obliga a recapitular en aras de diferenciar si la truculencia de lo imaginado, puede o no competir con la intensidad de lo realmente vivido.

Era Teodosio colchonero. No digo con ello que profesara el hombre devoción por la cofradía que presidida por Simeone, coincide con el devenir religioso en el hecho de que la mayoría de sus manifestaciones de devoción tienen lugar los domingos. Digo que el hombre unía su supervivencia a la capacidad para vender o en su caso reparar colchones. Recorría periódicamente las estribaciones de Gredos, y cuando llegaba a nuestro hermoso valle era presto en aquel grito que, como una firma, como una marca de calidad, servía para que ricos y pobres, niños y ancianos, supieran llegado el momento en el que los más refinados podían cambiar, los menos satisfechos a lo sumo, remendar, colchones y jergones que por entonces aún conformaban sus entrañas a base de lana que, periódicamente, debía ser tratada.

Era entonces cuando bajo la generosa sombra que prodigada por cualquiera de los múltiples árboles llamados a conformar lo que hoy denominamos parques; las espectaculares manos de un experto Teodosio regalaban a los niños un espectáculo lleno de colorido. Como si de un experto cirujano se tratase, aquellas ignotas manos, provistas de una habilidad solo mejorada por la imaginación de unos niños llegados a tales alturas ya desaforados; convertían en metáfora de evisceración el proceso consistente en extraer la lana vieja y sustituirla por otra nueva. A continuación, una aguja larga como un cuchillo, torcida como una daga y afilada como un estilete; urdía primero pespuntes, que luego puntadas severas en pos de insuflar en aquellos colchones la vida en forma de retornarles lo que, siempre según Aristóteles, dependería de hacer lo que les estaba dado a ser propio en este caso, retomar la vida perdida en el pasado, en forma de sueños presentes, que se cumplirán o no en el futuro.

Presente, pasado, sueños, futuro. En pesadilla se tornan más bien hoy los sueños de los tres que, llamados a erigir el mito en ausencia de realidad que es a estas alturas el PSOE, gravan su futuro a la esperanza de que el próximo domingo los porcentajes, que no los resultados, permitan salvar la hemorragia empleando la sutileza, en forma de aguja de bordar…

Pero mucho me temo que alanzado el lunes, cuando el fragor de la batalla se haya silenciado (lo que tornará audibles los gritos), una vez el polvo se haya asentado (lo que permitirá valorar el verdadero alcance de las heridas);  no quedarán tiempo ni ganas para la sutileza. Mucho se ha apostado. Tanto, que lo llamado a separar a los contrincantes  ya no es tierra de nadie, que sí más bien tierra quemada. La memoria una vez  más, nos aporta el referente. Vemos o creemos ver a los soldados de Napoleón volviendo sobre sus pasos procedentes de Moscú; con sus pies descalzos o cubiertos a lo sumo por harapos, y que al pasar junto a los restos de lo que entonces fue la Gloriosa Waterloo, no pueden disimular una arcada al reconocer entre los restos humeantes de la confrontación la certeza de que algunas batallas solo son buenas cuando son evitadas.

Batallas como la librada el pasado lunes, cuando en los campos a estas alturas ya manifiestamente infecundos de Ferraz se enfrentaron los cartagineses (de Sánchez), que con un nutrido ejército formado por mercenarios dispuestos a demorar el cobro de su afrenta; plantaron cara a los romanos de Scipión (perdón, de Susana). Provista ella de lo mejor de la tradición del Imperio, la llanura de Zama vería no solo refulgir los mejores aceros, como sí también sonar los mejores cuernos.

Zama, Waterloo. Lugares destinados a hacer bueno solo un principio, el que pasa por saber que de la magnitud de determinadas batallas se es consciente tan solo cuando a futuro se comprende que no solo no se hicieron prisioneros, sino que la certeza de que la piedad no sería contemplada en ninguna de sus versiones convierte en misión imposible esperar que nada salvo la mala hierba pueda volver a crecer en una tierra regada a partes iguales por sangre y por hiel.

Porque el próximo lunes, el desaguisado será tan inexorable, que ni las expertas manos de Teodosio, con su rudimentaria pero afilada aguja de coses colchones, será capaz de zurcir el roto que muy probablemente esté llamado a hacer dos, de donde hace tantos años siempre fue uno y solo uno.

Y creo que eso hace que hasta el más pintado pierda el sueño, por muy cómodo que siquiera en apariencia sea el colchón llamado a confortar sus sueños.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

miércoles, 10 de mayo de 2017

DE LA VIEJA EUROPA, A LA EUROPA VIEJA.

Constituye la muerte por decadencia, una de las formas más terribles a las que históricamente se puede recurrir a la hora de garantizar la desaparición de un ente, pues por tal medio se logra no solo la desaparición estricta del ya finado, sino que se garantiza su imposible recuperación a futuro, toda vez que la carga subjetiva que a tal hecho se le presupone impide absolutamente la recuperación, al menos a corto plazo, del mismo.

Es así la decadencia un proceso más doliente que doloroso, más humillante que drástico. Dotado de la premisa del colapso, resulta el llamado a su presencia tocado por una suerte de desgracia próxima siquiera a las premisas del Nihilismo, que en el caso que nos ocupa conducirán a la víctima ante todo, poco a poco, a un estado de postración serena encaminada que drásticamente acabará en una forma de muerte dulce.

Muerte dulce, atroz metáfora donde las haya, y por ende hecho competente a la hora de poner de manifiesto los múltiples recursos de un Hombre que, como integrante de la especie por excelencia, es capaz de traer a colación si no la especificidad de su Lenguaje, sí cuando menos la grandeza de éste, como prueba el hecho de que es precisamente a través del mismo que logramos acrecentar la ilusión mental en la que acaba por tornarse toda paradoja, cuando se muestra capaz de ilustrar con colores transparentes toda esencia de vacío, cuando es capaz de describir con prefijos propios de la vida, una tendencia evidentemente canalizada hacia la muerte.

El Lenguaje, una y mil veces más, el Lenguaje. Evidencia a la par que instrumento, no es sino a través de tal que ya sea consciente o inconscientemente se forman en nuestro derredor, unas veces por simpatía, otras por resiliencia, toda esa suerte de matices llamados a conformar por sí solos el escenario sobre el que proyectar a título de documental, una imagen de Europa que hasta hace unos pocos años estaba llamada a ser considerada como una película, por su elevado contenido en deseos e ilusiones.
Metáforas, paradojas, Lenguaje, vienen a conformar en definitiva no ya un escenario como sí más bien la aproximación a una nueva realidad en la que por primera vez el cúmulo formado por las dudas, viene a verse peligrosamente superado por el canon de las certezas. Dudas que, como en el caso de las termitas con la madera (y no olvidemos que es la termita el animal que más cantidad de comida ingiere en relación a su peso), actúan debilitando las hasta este momento firmes e imperturbables estructuras sobre las que durante decenios (sesenta y siete para ser exactos), se ha venido asentando el que hasta ahora ha sido el Proyecto Schuman, si nos atenemos a lo que el mismo definió, y que comenzó a formalizarse un 9 de mayo de 1950.

Era Schuman un soñador. Sin duda un hombre normal, entendiendo con ello sin más expectativas las propias de quien no necesita de la excentricidad para explicar cuando no para justificar sus comportamientos, sin duda que entre las conductas propias a definirle se  mostraban más precisas las técnicas de construcción, que las de demolición. Tal vez por ello que, a estas alturas, no solo el Día de Europa ha pasado desapercibido, sino que incluso los méritos del hombre llamado a configurar tan fecha, han quedado definitivamente sublimados, en el olvido.

No se trata de proferir un grito que a  modo de protesta o de aviso nos lleve a recuperar el sentido con el fin de canalizarlo hacia lo que de verdad resulta importante. Seguro que a estas alturas, si lográsemos que el grito saliese de nuestra garganta, la desaprobación que el rictus de nuestros cercanos reflejaría nos sumergiría en tal estado de vergüenza, que la intensidad de la misma nos llevaría incluso a olvidar la intensidad del hecho que hasta tal estado nos había conducido.
Ahí radica el éxito de la decadencia. No es algo provocado, sino que como pasa con todo lo relacionado con el tránsito del tiempo, te hace sentir abocado. No se trata de algo perpetuo, mas como ocurre con todo lo relacionado con el paso del tiempo, su éxito va ligado a su aceptación, en tanto que inexorable.
Definimos pues un proceso que describe la muerte de un logro social, desde un parecido punto de vista, utilizando incluso las mismas palabras con las que en el caso de referirnos a un ente individual, emplearíamos a la hora de diligenciar su intuida desaparición no sin antes haber padecido una dura enfermedad, como puede ser el cáncer.

De nuevo la palabra. Aunque de nuevo puede no resultar una expresión adecuada, toda vez que la palabra nunca se fue, ni poco ni mucho, pues decir, que no solo hablar, bien puede inferirse en el último derecho sobre el que el ya descrito mal, aún no ha extendido su dulce manto.

Asumimos pues nuestro fracaso, fracaso que en este caso se cifra en la incorrecta elección no del fondo, que sí de las formas. Incapaces pues de ubicar nuestra esperanza en los constructores (creadores ya no quedan, y los artesanos se hallan de capa caída), habremos pues de reconducir nuestros pasos hacia esos magos de la Liturgia, que por medio de la palabra ilustran el vacío, hasta crear ilusiones.
Europa es un mito, en la misma medida en que está en el mito. Y será precisamente el contexto que nos aporta el paso del Mito al Logos el llamado a enmarcar, que no a delimitar, todo un proceso cuya única definición pasa por la asunción de la incapacidad para ser definido, toda vez que su inmensidad es propia de los dioses, y su innovación propia de lo eterno. Así que solo el Hombre, evolucionando conjuntamente, como forma y parte del proceso, puede erigirse en ente competente.

Habrá de ser así que el sonado fracaso de los políticos, redunde si no en su supresión, si al menos en una paradójica supresión de éstos por poetas. Poetas constructores, cuando no de realidades sí al menos de ilusiones. Poetas llamados a resucitar a los olvidados, Como en el caso de Homero, tal vez primer tenedor de los conceptos que a la larga serán imprescindibles siquiera a título de herramientas; ha de ser justamente erigido como el primer arquitecto de la Idea de Europa. Una idea grandiosa, colosal; indescifrable y por ello única. Por ello una idea propia…

No hallándose la capacidad para la creación, entre las virtudes destinadas a manifestarse de modo claro y distinto dentro del bagaje del Hombre; que habremos de hacer mención expresa a la condición que en este caso sí brilla con naturaleza podríamos decir que adquirida cuando describimos al Hombre como un artesano, esto es, como alguien destinado a cambiar el medio, cambiando con ello y de manera inconsciente, él mismo.
Es el artesano el que manipula la realidad, empleando para ello los elementos de los que consciente o inconscientemente se dota; ayudándose para ello de las herramientas cuya existencia representa, en sí misma, otra prueba de la excepcionalidad del ente.
Trabaja pues el artesano manufacturando materiales que en este caso se erigen dentro de grandes catálogos, llamados con el tiempo a consignar todas y cada una de las habilidades que el Hombre, en este caso evolucionado hacia la consideración natural y por excelencia, a saber la del quehacer político, más que evolucionar ha tendido.

Va así pues poco a poco confeccionando el nuevo hombre la que habrá de ser la nueva realidad; acaparando para ello y por sí elementos que proceden de las grandes consideraciones. Economía, Sociedad, Política y Religión; así como por supuesto cada uno de los giros o detracciones que de las mismas se deparen o puedan ser consignadas, se erigirán en soportes válidos desde los cuales consignar toda modificación que por menesteres conscientes o impetuosos el Hombre sea capaz de alumbrar.

Y es a partir de la concepción de tal precedente, donde todo el proyecto colapsa. Incapaces de anticipar el fiasco, traidores seríamos de haber podido identificar el proceso llamado a albergarlo. Como tal, la destrucción no habrá de proceder de un ataque externo (pues en la defensa de la plaza queda honor de batalla), sino que será una vez más, como tantas en las llamadas a ser descritas por la Historia, que habrá de ser un traidor abriendo la puerta de la fortaleza el llamado a privarnos del honor de defender lo que una vez se tuvo por propio, aunque la concatenación de acontecimientos nos diga que a lo sumo, de manera ilusoria.
Así, si el Proyecto Schuman alumbró una realidad que con el tiempo se mostró digna se ser raptada (como prueba el hecho del colapso economicista hacia el que la totalidad acabó por tender), lo cierto es que el presente nos devuelve una idea tan poco alentadora, una realidad tan vacua, que solo acudiendo a sus orígenes, ya sean éstos estéticos más que éticos; podemos albergar la esperanza de volver a sentir ese deseo de soñar que una vez la Vieja Europa llegó a transmitirnos.

Esperemos que mientras la Europa vieja aguante.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

miércoles, 3 de mayo de 2017

LO PEOR DE TODO. QUE NO HAY NADA NUEVO.

Busco y rebusco. Leo y releo, todo lo que cae en mis manos, e incluso he de confesar que muchas otras cosas en cuya localización me afano. Y todo para, una vez más, rendir tributo a la frustración, la cual se manifiesta ante mí cuando tras no pocos desvelos, la realidad, contumaz, se impone: Incluso hoy, no hay nada nuevo.

Nada nuevo en el fondo, nada nuevo en las formas.

Me sumo así pues en la compleja cuando no ardua labor de buscar algo novedoso, sometiendo primero las cuestiones tácitas a las propias de la Lógica, que me impulsan a albergar la esperanza de hallar la novedad, siquiera entre aquellos que, junto a muchas otras cosas, se han apoderado de todo lo que consciente o inconscientemente “suene a nuevo”.

Pero al igual que ocurre a la hora de diferenciar al artesano del creador, hacer, hacer, lo que se dice hacer, son en realidad pocos los llamados a considerarlo. No en vano la Historia, (entendida ésta como la obligación llamada a superar la mera acción cronística de citar los albores propios de el paso del tiempo), hace tiempo que pusieron de manifiesto tamaña definición afirmando lo complicado que cada día resulta “poner nada nuevo bajo el sol”.

Convencidos pues con ello de que la primera obligación, sin duda biselada en el cada vez más trasnochado formato de responsabilidad, pasa inexorablemente por diferenciar de entre lo novedoso, aquello que solo se presenta con el fin de reducir a carnaza todo lo que siquiera de lejos pueda sonar a histórico, (lo que sus detractores no dudarán en definir como de rancio); es por lo que una vez más hemos de sorprendernos viendo lo escaso del catálogo de novedades llamadas a “pasar el corte”, a pesar de lo poco exigente de las cuestiones destinadas a elaborar el filtro destinado a separar la paja del grano.

Es entonces cuando, una vez más, huyo del aparente deslumbramiento. Compruebo una vez más una de esas esencias  llamadas a formar parte de lo más profundo y que pasa por saber que la verdad no reside en las formas ni en el fondo, sino en las profundidades de quien consciente o inconscientemente la enarbola.
No digo con esto que halla dos verdades. Más bien al contrario, lo que hago es poner de manifiesto la unicidad de ésta. Lo llamado a ser variable es la calidad del mensaje llamado a erigirse en precursor de la verdad. Mensaje que sí depende de la calidad de las entrañas de aquel destinado a arrumbarse en tenedor de la verdad.

Es por ello que la verdad es simple, no en vano siempre ha sentido debilidad por los niños y por los borrachos. Entendiendo por simple algo más que lo llamado a ser lo opuesto a complicado, tenemos que la verdad gusta de la brevedad, huyendo pues de lo florido, cuando más de lo recargado.

Habrá pues más certeza de encontrar la verdad, siempre según mi humilde opinión, entre las palabras que un Maestro de Escuela pronuncia en su aula; que en medio de las disertaciones que los Profesores de Universidad tienen hoy por moda regalarnos, máxime cuando éstas se pronuncian en La Puerta del Sol.
Porque cuando un Maestro de Escuela acude por enésima vez a “La Familia de Pascual Duarte”, lo hace para poner de manifiesto la necesidad confesa de hallar en los clásicos no tanto la inspiración para explicar la calidad que los mismos atesoran, que si más bien para reconocer que solo a través de la lectura de los mismos tal calidad podrá ser reconocible.

Sin embargo, cuando determinados profesores necesitan envolverse en citas de MARX, o en interpretaciones incluso mal traídas, digamos por ejemplo de Kant; lo único que se pone de manifiesto es la estafa hacia la que una vez más se nos conduce. Una estafa que como en tantas otras ocasiones se basa en proporcionar respuestas caducas a preguntas que una vez más, como muestra de la evolución del pueblo, amenazan con alcanzar el grado de eternas.

Si no, cómo entender afirmaciones del grado de las pronunciadas recientemente por el Sr. Monedero, de las cuales se desprende la incapacidad para identificar en la corriente progresista a nadie que no esté de acuerdo con las tesis por ello defendidas. O en un carácter mucho más gráfico, dónde ubicar el rigor en el formato elegido a la hora de plasmar la cuestión sometida a las bases de su formación política en lo concerniente a la conveniencia o no de presentar una Moción de Censura.

Sea como fuere, una de las muestras de que lo contrario de nuevo no es antiguo, que sí viejo; se encuentra en el hecho según el cual lo mueble envejece, lo inmueble, como todo lo llamado a perdurar, convierte lo inexorable del paso del tiempo en la mejor de las certezas llamadas a reflejar el respeto del que se hace acreedor lo llamado a perdurar.

Y es entonces cuando no ya la pregunta, que si más bien la respuesta, me llena de terror. ¿De verdad es esto todo? ¿Acaso hemos de asumir que de nada mejor somos dignos?

No tanto de la respuesta, que sí más bien de la calidad que a través de la misma pueda sernos supuesta, dependerá el hecho que justifique o no seguir luchando.

Todo lo demás será en definitiva, polvo y arena.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

miércoles, 26 de abril de 2017

Y ENTONCES, EL ABISMO MIRÓ…

…Y se sobrecogió tan  profundamente como  solo lo dispuesto en aras de entender lo magnífico de la sensación de vacío, puede llegar a hacerlo; pues el verdadero vacío no procede de la nada, que sí más bien de la sensación que deja la ausencia de lo que se supuso, nunca debió de dejar de estar allí, (definición de lo esencial).

Sabemos que estamos en mitad de un periodo de transición. Semejante afirmación, dada muy probablemente como paso previo a la consecución de la única certeza que hoy parece acompañar al Hombre, y que no pasa sino por reconocer que en realidad carecemos de los arrestos necesarios para aceptar las consecuencias propias de lo que de verdad se espera de nuestro momento histórico; para poco más que para disimular ha servido en todos estos años cuyo transcurso para poco más que para reconocer la derrota, han servido. Derrota que como en el caso de una hemorragia interna, que no por sus síntomas como sí más bien por sus consecuencias, ha podido cuando menos ser identificada.

Es la derrota, ya proceda ésta de un reconocimiento implícito (propio de los momentos civilizados como los que al menos en apariencia nos ha tocado vivir), o de la asunción propia del resultado de un conflicto armado (como aún hoy todavía ocurre con esos otros lugares, con esos otros hombres menos civilizados), el espacio a la par que las formas de las que una de las miles de consecuencias llamadas a influir en el Hombre que a partir de las mismas está por venir, han de consentir, siquiera a título de consecuencia, la muda de las cosas, el cambio en todo aquello que parece dispuesto a venir.

Es así pues la derrota la forma de presente continuo en la que primero se expresa la contingencia que tras la misma se desarrolla. Una forma en la que no hay presente, en tanto que el pasado llamado a concebirlo se ha mostrado como un fracaso, promoviendo con ello su conocida orfandad (no en vano nadie asume la paternidad del referido fracaso), ni tampoco futuro, pues la desconfianza se asienta como el cínico poso de la duda, extendiendo como un virus la enfermedad que llevará a colapsar cualquier propuesta o diseño que haya, siquiera potencialmente, podido beber de lo que a partir de ese momento habrá sido ya rebautizado bajo el ignominioso nombre de periodo de crisis.

Un periodo de crisis que como una mancha de crudo en la inmensidad del mar, lejos de disiparse siguiendo los preceptos del trato que las matemáticas dan al infinito, hallará más conmiseración en los procesos propios de los Humanistas, y otros similares que, inasequibles al desaliento, perseverarán en la acción de definir lo indefinible, convencidos de que el estado previo a la existencia siquiera pasa por la concepción que se produce cuando el ente se materializa, por medio de la acción de ser nombrado.

Y así como Hércules separó los continentes, desgarrando con su fuerza etérea una vez más lo que estaba llamado a ser todo límite al cual el Hombre podría aspirar, así el periodo de crisis viene para desgarrar en dos bloques irreconciliables lo que en un primer momento parecía indivisible a saber, el propio concepto de tiempo, ligado al de su continuidad.

Porque una vez el individuo (resultante del Hombre tras la acción del tiempo),  ha transitado por el páramo al que una realidad en crisis reduce lo que no es sino la condición que adopta la forma vital del tiempo (lo que viene a ser la cronología de una vida); nada vuelve a ser igual. La crisis actúa como un muro infranqueable. El pasado pasa a ser lo que hubo una vez, antes de la crisis (cualquier tiempo pasado fue mejor), mientras que el futuro se aprecia como una nebulosa de la que apenas se habla, como si su mera mención pudiera estropearla, como si aspirar a adelantar su llegada se castigase con una dureza que solo Cronos podría llegar a intuir (el futuro no es sino a lo que aspiramos, una vez superada la crisis).

Triunfa así pues la crisis, y lo hace en la medida en que triunfa sobre el Hombre, al cual reduce.

Porque en el Hombre, en su interior, no es sino donde miró el abismo. Y se sobrecogió. No lo hizo por lo que viera, que si más bien por lo que no vio, o más concretamente por la ausencia que notó.

No es el Hombre derrotado el que cae en la batalla. El Hombre derrotado es el que en periodo de paz, no encuentra motivos para levantarse, o en el peor de los casos, para seguir de pie.
Es ese Hombre, el Hombre propio del periodo de transición, un Hombre del que nada puede ser esperado, pues ha perdido él toda esperanza.

Se trata del más peligroso de los entes, llamado por necesidad a odiar la vida, pues solo el está en condiciones de saber lo que perdió, siendo así un ente dedicado a lo sumo a sobrevivir. Y es la supervivencia la antítesis de la vida, pues sobrevivir es propio de animales.

Se esconde así pues tras esta forma, una sutil muestra de involución. Como toda sutileza, solo tras una exhaustiva revisión dará muestras de su contenido, muestras llamadas a pasar desapercibidas si no estamos atentos a sus consecuencias. Consecuencias tales como el surgimiento del procedimiento de la espera, otro más de esos cambios sutiles, destinado en este caso a terminar con uno de los rasgos característicos de la vitalidad a saber, el de la capacidad creativa.

La incapacidad para la regeneración (no en vano la ausencia de creatividad impide el desarrollo), lo que reduce el avance a una suerte de tratamiento de chapa y pintura; se erige en la manifestación evidente del proceso llamado a desintegrar al Hombre, proceso que si bien hace años que arrancó, se hará patente a partir del momento en el que todo intento del Hombre por reconocerse a sí mismo por medio del diálogo ya sea introspectivo o social, convenga como inexorablemente abocado al fracaso.

Estaremos pues ante el momento presagiado por el filósofo alemán justo en el momento en el que vino a decir que cuando miramos al abismo, hemos de tener cuidado pues resulta evidente la certeza de que el abismo puede también mirar dentro de nosotros.

Y ese temido momento ha llegado. El Hombre no se reconoce. No lo hace en la proyección que el espejo le devuelve (lo que supone la conjunción del drama ético), ni tampoco lo hace a partir de la imagen que sus semejantes le reportan como forma de transición moral.

La imagen que procesa nuestra consciencia, no resulta asumible para nuestra conciencia. El Hombre no se reconoce a sí mismo, ni siquiera por sí mismo. Bienvenidos al periodo del Hombre Neurótico.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.