miércoles, 17 de mayo de 2017

CUESTIÓN DE AGUJAS, QUE NO DE SASTRES.

Arrumbada la nave hacia el decoro de la nada. Cuando la última premisa de esperanza se fundamenta en la ausencia de desazón, que ni siquiera en la calma. Cuando el destino es la última fuerza a la que podemos clamar, pues hasta el último viento ha sido consumido, y como a Ulises llegando a Ítaca, ni la fe en sus dioses sirvió para vencer a Zéfiro cuando éste se empecinó no solo en plantar batalla que sí en vencer al guerrero cuando éste considera llegado el momento de plantear la más insigne de las batallas, a saber la libra con su mismidad cuando decide retornar al hogar, o a enfrentarse con lo que del mismo quede, y le recuerde. Entonces, solo entonces, podremos decir que estamos en disposición de contar lo que ha sido librar una aventura.

Actúa una vez más el tiempo como matraz en el que todas las conjunciones tienen cabida y así, adoptando su parte más lírica, quién sabe si en el no por último menos ingenuo intento de transgredir hasta la última ley no ya de la química, que sí del sentido común, decide clamar a la Historia en un Intento de diluir en el pasado las responsabilidades del presente, de diversificar en el futuro las responsabilidades que sin duda en forma de dramáticas consecuencias los últimos acontecimientos acabarán por manifestarse.

Dicen que es la poesía el último reducto al que acogen su alma los destinados, a saber, los que no siempre por gusto propio, están condenados a saber. Es la Historia la repercusión lírica del paso del tiempo, y es por ello que será buceando a través de la Historia, entresacando de su conformación más estética, a saber la que es propia de la tradición, cuando no del folklore, de donde extraeremos sin atosigamiento las piezas que, como aquellas piedras que formaron otrora el marco del brocal del pozo si bien hoy yacen en el fondo de éste, la sensación de frescura que el mero recuerdo de sus aguas consigue depararnos no sería la misma sí, definitivamente, no fuésemos capaces de reintegrar aquellas piedras al lugar que legítimamente les fue un día propio.

Tiempo, pasado, Historia. Más que una mera concatenación de conceptos, ordenación superlativa de suerte, emociones y principios (de los Hombres y sus valores en definitiva) llamados a ser retomados hoy, con más solvencia que prestancia, pues de hacerlo habríamos definitivamente no tanto a hacer bueno el oficio de renuncia, que sí más bien a asumir el desapego que le es propio a la derrota.

Derrota, manifestación clave de la soledad, sinónimo para muchos del estado de orfandad; llamada a conmemorar un estado de equilibrio del alma otrora solo alcanzable para pastores griegos de los tiempos de Polifemos y cítaras; o de poetas castellanos llamados a conmemorar el oficio de la Lírica cada vez que su lento devenir, su capacidad para medir el tiempo a través de sus versos hacía que si bien Aristóteles ubica en el ejercicio de la Razón lo que ha de ser llamado propio del Hombre; la poesía llamada a ser conquistada por él se muestre capaz de enardecer a los semejantes, si bien y primero calma a las ovejas que hace unos instantes, ya fuera pastoreadas por gigantes como Polifemo, u otros no menos gigante como Hernández; no estaban sino llamados a sernos propios siquiera por inalcanzables.

Conjugamos así pues la virtud en manera de uso humilde, y retornamos al pasado por medio del recuerdo científico, lo que se faculta cuando al vicio de soñar se le dota del privilegio del orden. Es entonces cuando alumbramos la Tradición, esa suerte de bombilla incandescente, llamada a alumbrar a su vez al futuro, pero en este caso desde la certeza que proporciona la inmunidad, pues el error no cabe, toda vez que al rango de tradicional ascienden solo los recuerdos que han alcanzado el grado de exitosos.

Se aclaran entonces muchas dudas, algunas de las cuales habían adoptado el modo de recuerdos aparentemente insubstanciales. Recuerdos como aquel que, protagonizado por un hombre llamado Teodosio, trae a mi memoria hoy la certeza que el terror que solo un niño puede experimentar (tan intenso que ni siquiera de adulto puede explicar) obliga a recapitular en aras de diferenciar si la truculencia de lo imaginado, puede o no competir con la intensidad de lo realmente vivido.

Era Teodosio colchonero. No digo con ello que profesara el hombre devoción por la cofradía que presidida por Simeone, coincide con el devenir religioso en el hecho de que la mayoría de sus manifestaciones de devoción tienen lugar los domingos. Digo que el hombre unía su supervivencia a la capacidad para vender o en su caso reparar colchones. Recorría periódicamente las estribaciones de Gredos, y cuando llegaba a nuestro hermoso valle era presto en aquel grito que, como una firma, como una marca de calidad, servía para que ricos y pobres, niños y ancianos, supieran llegado el momento en el que los más refinados podían cambiar, los menos satisfechos a lo sumo, remendar, colchones y jergones que por entonces aún conformaban sus entrañas a base de lana que, periódicamente, debía ser tratada.

Era entonces cuando bajo la generosa sombra que prodigada por cualquiera de los múltiples árboles llamados a conformar lo que hoy denominamos parques; las espectaculares manos de un experto Teodosio regalaban a los niños un espectáculo lleno de colorido. Como si de un experto cirujano se tratase, aquellas ignotas manos, provistas de una habilidad solo mejorada por la imaginación de unos niños llegados a tales alturas ya desaforados; convertían en metáfora de evisceración el proceso consistente en extraer la lana vieja y sustituirla por otra nueva. A continuación, una aguja larga como un cuchillo, torcida como una daga y afilada como un estilete; urdía primero pespuntes, que luego puntadas severas en pos de insuflar en aquellos colchones la vida en forma de retornarles lo que, siempre según Aristóteles, dependería de hacer lo que les estaba dado a ser propio en este caso, retomar la vida perdida en el pasado, en forma de sueños presentes, que se cumplirán o no en el futuro.

Presente, pasado, sueños, futuro. En pesadilla se tornan más bien hoy los sueños de los tres que, llamados a erigir el mito en ausencia de realidad que es a estas alturas el PSOE, gravan su futuro a la esperanza de que el próximo domingo los porcentajes, que no los resultados, permitan salvar la hemorragia empleando la sutileza, en forma de aguja de bordar…

Pero mucho me temo que alanzado el lunes, cuando el fragor de la batalla se haya silenciado (lo que tornará audibles los gritos), una vez el polvo se haya asentado (lo que permitirá valorar el verdadero alcance de las heridas);  no quedarán tiempo ni ganas para la sutileza. Mucho se ha apostado. Tanto, que lo llamado a separar a los contrincantes  ya no es tierra de nadie, que sí más bien tierra quemada. La memoria una vez  más, nos aporta el referente. Vemos o creemos ver a los soldados de Napoleón volviendo sobre sus pasos procedentes de Moscú; con sus pies descalzos o cubiertos a lo sumo por harapos, y que al pasar junto a los restos de lo que entonces fue la Gloriosa Waterloo, no pueden disimular una arcada al reconocer entre los restos humeantes de la confrontación la certeza de que algunas batallas solo son buenas cuando son evitadas.

Batallas como la librada el pasado lunes, cuando en los campos a estas alturas ya manifiestamente infecundos de Ferraz se enfrentaron los cartagineses (de Sánchez), que con un nutrido ejército formado por mercenarios dispuestos a demorar el cobro de su afrenta; plantaron cara a los romanos de Scipión (perdón, de Susana). Provista ella de lo mejor de la tradición del Imperio, la llanura de Zama vería no solo refulgir los mejores aceros, como sí también sonar los mejores cuernos.

Zama, Waterloo. Lugares destinados a hacer bueno solo un principio, el que pasa por saber que de la magnitud de determinadas batallas se es consciente tan solo cuando a futuro se comprende que no solo no se hicieron prisioneros, sino que la certeza de que la piedad no sería contemplada en ninguna de sus versiones convierte en misión imposible esperar que nada salvo la mala hierba pueda volver a crecer en una tierra regada a partes iguales por sangre y por hiel.

Porque el próximo lunes, el desaguisado será tan inexorable, que ni las expertas manos de Teodosio, con su rudimentaria pero afilada aguja de coses colchones, será capaz de zurcir el roto que muy probablemente esté llamado a hacer dos, de donde hace tantos años siempre fue uno y solo uno.

Y creo que eso hace que hasta el más pintado pierda el sueño, por muy cómodo que siquiera en apariencia sea el colchón llamado a confortar sus sueños.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

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