Arrumbada la nave hacia el decoro de la nada. Cuando la
última premisa de esperanza se fundamenta en la ausencia de desazón, que ni
siquiera en la calma.
Cuando el destino es la última fuerza a la que podemos
clamar, pues hasta el último viento ha sido consumido, y como a Ulises llegando
a Ítaca, ni la fe en sus dioses sirvió para vencer a Zéfiro cuando éste se
empecinó no solo en plantar batalla que sí en vencer al guerrero cuando éste
considera llegado el momento de plantear la más insigne de las batallas, a
saber la libra con su mismidad cuando decide retornar al hogar, o a enfrentarse
con lo que del mismo quede, y le recuerde. Entonces, solo entonces, podremos
decir que estamos en disposición de contar lo que ha sido librar una aventura.
Actúa una vez más el tiempo como matraz en el que todas las
conjunciones tienen cabida y así, adoptando su parte más lírica, quién sabe si
en el no por último menos ingenuo intento de transgredir hasta la última ley no
ya de la química, que sí del sentido
común, decide clamar a la Historia en
un Intento de diluir en el pasado las responsabilidades del presente, de
diversificar en el futuro las responsabilidades que sin duda en forma de
dramáticas consecuencias los últimos acontecimientos acabarán por manifestarse.
Dicen que es la poesía el último reducto al que acogen su
alma los destinados, a saber, los que
no siempre por gusto propio, están condenados a saber. Es la Historia la
repercusión lírica del paso del tiempo, y es por ello que será buceando a
través de la Historia, entresacando de su conformación más estética, a saber la
que es propia de la tradición, cuando no
del folklore, de donde extraeremos sin atosigamiento las piezas que, como
aquellas piedras que formaron otrora el marco del brocal del pozo si bien hoy
yacen en el fondo de éste, la sensación de frescura que el mero recuerdo de sus
aguas consigue depararnos no sería la misma sí, definitivamente, no fuésemos
capaces de reintegrar aquellas piedras al lugar que legítimamente les fue un
día propio.
Tiempo, pasado, Historia. Más que una mera concatenación de
conceptos, ordenación superlativa de suerte, emociones y principios (de los
Hombres y sus valores en definitiva) llamados a ser retomados hoy, con más
solvencia que prestancia, pues de hacerlo habríamos definitivamente no tanto a
hacer bueno el oficio de renuncia, que sí más bien a asumir el desapego que le
es propio a la derrota.
Derrota, manifestación clave de la soledad, sinónimo para
muchos del estado de orfandad; llamada a conmemorar un estado de equilibrio del
alma otrora solo alcanzable para pastores griegos de los tiempos de Polifemos y cítaras; o de poetas
castellanos llamados a conmemorar el oficio de la Lírica cada vez que su lento
devenir, su capacidad para medir el tiempo a través de sus versos hacía que si
bien Aristóteles ubica en el ejercicio de la Razón lo que ha de ser llamado propio del Hombre; la poesía llamada a
ser conquistada por él se muestre capaz de enardecer a los semejantes, si bien
y primero calma a las ovejas que hace unos instantes, ya fuera pastoreadas por
gigantes como Polifemo, u otros no menos gigante como Hernández; no estaban sino llamados a sernos propios siquiera por inalcanzables.
Conjugamos así pues la virtud en manera de uso humilde, y
retornamos al pasado por medio del recuerdo
científico, lo que se faculta cuando al vicio de soñar se le dota del
privilegio del orden. Es entonces cuando alumbramos la Tradición, esa suerte de
bombilla incandescente, llamada a alumbrar a su vez al futuro, pero en este
caso desde la certeza que proporciona la inmunidad, pues el error no cabe, toda
vez que al rango de tradicional ascienden
solo los recuerdos que han alcanzado el grado de exitosos.
Se aclaran entonces muchas dudas, algunas de las cuales
habían adoptado el modo de recuerdos
aparentemente insubstanciales. Recuerdos como aquel que, protagonizado por
un hombre llamado Teodosio, trae a mi memoria hoy la certeza que el terror que
solo un niño puede experimentar (tan intenso que ni siquiera de adulto puede
explicar) obliga a recapitular en aras de diferenciar si la truculencia de lo
imaginado, puede o no competir con la intensidad de lo realmente vivido.
Era Teodosio colchonero.
No digo con ello que profesara el hombre devoción por la cofradía que
presidida por Simeone, coincide con el devenir religioso en el hecho de que la
mayoría de sus manifestaciones de devoción tienen lugar los domingos. Digo que
el hombre unía su supervivencia a la capacidad para vender o en su caso reparar
colchones. Recorría periódicamente las estribaciones de Gredos, y cuando
llegaba a nuestro hermoso valle era presto en aquel grito que, como una firma,
como una marca de calidad, servía para que ricos y pobres, niños y ancianos,
supieran llegado el momento en el que los más refinados podían cambiar, los
menos satisfechos a lo sumo, remendar, colchones y jergones que por entonces
aún conformaban sus entrañas a base de lana que, periódicamente, debía ser
tratada.
Era entonces cuando bajo la generosa sombra que prodigada
por cualquiera de los múltiples árboles llamados a conformar lo que hoy
denominamos parques; las
espectaculares manos de un experto Teodosio regalaban a los niños un
espectáculo lleno de colorido. Como si de un experto cirujano se tratase,
aquellas ignotas manos, provistas de una habilidad solo mejorada por la
imaginación de unos niños llegados a tales alturas ya desaforados; convertían
en metáfora de evisceración el proceso consistente en extraer la lana vieja y
sustituirla por otra nueva. A continuación, una aguja larga como un cuchillo,
torcida como una daga y afilada como un estilete; urdía primero pespuntes, que
luego puntadas severas en pos de insuflar en aquellos colchones la vida en
forma de retornarles lo que, siempre según Aristóteles, dependería de hacer lo que les estaba dado a ser propio en
este caso, retomar la vida perdida en el pasado, en forma de sueños presentes,
que se cumplirán o no en el futuro.
Presente, pasado, sueños, futuro. En pesadilla se tornan más
bien hoy los sueños de los tres que, llamados a erigir el mito en ausencia de
realidad que es a estas alturas el PSOE, gravan su futuro a la esperanza de que
el próximo domingo los porcentajes, que no los resultados, permitan salvar la
hemorragia empleando la sutileza, en forma de aguja de bordar…
Pero mucho me temo que alanzado el lunes, cuando el fragor
de la batalla se haya silenciado (lo que tornará audibles los gritos), una vez
el polvo se haya asentado (lo que permitirá valorar el verdadero alcance de las
heridas); no quedarán tiempo ni ganas
para la sutileza. Mucho
se ha apostado. Tanto, que lo llamado a separar a los contrincantes ya no es tierra
de nadie, que sí más bien tierra
quemada. La memoria una vez más, nos
aporta el referente. Vemos o creemos ver a los soldados de Napoleón volviendo
sobre sus pasos procedentes de Moscú; con sus pies descalzos o cubiertos a lo
sumo por harapos, y que al pasar junto a los restos de lo que entonces fue la Gloriosa Waterloo , no pueden disimular una arcada al reconocer entre los restos humeantes
de la confrontación la certeza de que algunas batallas solo son buenas cuando
son evitadas.
Batallas como la librada
el pasado lunes, cuando en los campos a estas alturas ya manifiestamente
infecundos de Ferraz se enfrentaron los cartagineses
(de Sánchez), que con un nutrido ejército formado por mercenarios
dispuestos a demorar el cobro de su afrenta; plantaron cara a los romanos de
Scipión (perdón, de Susana). Provista ella de lo mejor de la tradición del
Imperio, la llanura de Zama vería no solo refulgir los mejores aceros, como sí
también sonar los mejores cuernos.
Zama, Waterloo. Lugares destinados a hacer bueno solo un
principio, el que pasa por saber que de la magnitud de determinadas batallas se
es consciente tan solo cuando a futuro se comprende que no solo no se hicieron
prisioneros, sino que la certeza de que la piedad
no sería contemplada en ninguna de sus versiones convierte en misión imposible esperar que nada salvo
la mala hierba pueda volver a crecer en una tierra regada a partes iguales por
sangre y por hiel.
Porque el próximo lunes, el desaguisado será tan inexorable,
que ni las expertas manos de Teodosio, con su rudimentaria pero afilada aguja
de coses colchones, será capaz de zurcir el roto que muy probablemente esté
llamado a hacer dos, de donde hace tantos años siempre fue uno y solo uno.
Y creo que eso hace que hasta el más pintado pierda el
sueño, por muy cómodo que siquiera en apariencia sea el colchón llamado a
confortar sus sueños.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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