miércoles, 27 de noviembre de 2013

DE “EL PAÍS DE NUNCA JAMÁS”, AL ESTADO DE “QUE SEA LO QUE DIOS QUIERA.”

Porque tal es el recorrido, cuando no la franca involución, que bien podría servirnos para describir, dicho sea de paso, sin demasiados esfuerzos, el tránsito que nuestro país ha recorrido en el tiempo récord de apenas cuatro años.

España, el país que no hace mucho rezumaba, junto con su sol, la imagen de estado de las oportunidades, se ha convertido hoy en día y por méritos propios,  en lo más parecido a un cementerio donde reposan no solo las ilusiones y los sueños de unos pocos, sino que para desgracia de muchos a estas alturas las concesiones al dios Tánatos han pasado ya a estar vinculadas a conceptos para nada metafísicos.

Víctimas cuando no presos de una indolencia cuya intensidad solo puede ser concebida, que no justificada, por la ignorancia; lo cierto es que el país ha abrazado de una manera nuevamente sorprendente los protocolos, cuando no las consecuencias en tanto que las mismas no son del todo evidentes; de unas políticas, de unos procederes en cualquier caso, que son la constatación evidente del triunfo manifiesto de una Ideología cuyo radicalismo, conceptualización y esquemas patrones dejan tan poco lugar para la duda, cuando no tan siquiera a la interpretación, que verdaderamente resultan tan inaceptables, como irreconocible empieza a ser el país sobre el que quieren implantarlos.

Porque revisados no tanto ya los previos sobre los que tales pretensiones se apoyan, como más tal vez las posibles consecuencias que bien podrán constatarse una vez los mencionados puedan llegar a ser instaurados; lo cierto es que solo la constatación de lo acertado de las palabras de un en su momento bien informado Alfonso GUERRA hace ya algunos años, sirva para escenificar el momento hasta el que hemos conducido a este país. “…Con el tiempo, a España no la va a conocer ni la madre que la parió.”

Verificado como digo el grado de exactitud de aquélla, más que magnífica premonición, cierto es que haríamos poco más que constatar el grado de triunfo de las mismas si nos detuviéramos aquí o, peor aún, nos limitásemos a buscar en otros las causas de las mismas, reservándonos para nosotros el cómodo y a la sazón poco menos que vergonzante papel de víctimas.

La derrota es huérfana, mientras que la victoria tiene mil padres. De semejante tesitura podríamos vestir el principio en el caso de que cediéramos, a pesar de todo, a la tentación del victimismo aunque, a pesar de todo nos veríamos obligados en ese caso, a considerar otra serie de cosas coincidentes en el tiempo y en el espacio, aunque no obviamente en las consecuencias, con los acontecimientos que bien podrían ser llamados a capítulo en una especie de careo al que habríamos de comparecer por un lado nosotros, y por otro la realidad.

Porque dentro del patético, cuando no manifiestamente bochornoso ejercicio de amnesia en el que parece que la sociedad se ha instalado, lo cierto es que de nuevo lo único que parece quedar claro es la renovada muestra de desvergüenza a la que la misma se ha dado en practicar pasa inexorablemente por negar la evidencia, cuando no por soslayar las consecuencias que de la misma puedan extraerse, tanto para la sociedad en general, como para los individuos en particular.

Pero es la responsabilidad uno de esos grandes conceptos con los que la Sociedad tiende a darse de bruces, sobre todo cuando se trata de ver o analizar como ésta se ha mostrado del todo incompetente, cuando no manifiestamente burda, a la hora de, por ejemplo, hacer frente a las consecuencias que sus actos pasados, aunque más o menos recientes, han de tener.

Es la responsabilidad la que nos dice que, muy probablemente, y sin solución de continuidad, el guión de la escena que describa nuestra actual situación vaya a pasar del “Sonrisas y Lágrimas” en el que inconscientemente nos hallábamos instalados, a un grandioso “Guerra y Paz”. Y todo ello, he ahí lo peor, sin el menor atisbo de solución de continuidad.

A nadie se le escapa llegados a este punto, y de hacerlo procedo ya a subsanar cualquier vestigio de duda que pueda llevar a nada más que a incrementar la intensidad del error que tal hecho pueda llevar equiparado; que tal y como he manifestado en multitud de ocasiones, considero el voto activo en pos de la consecución de los objetivos promovidos por la Derecha para nuestro país, tanto  parte de la concepción del error, en términos cuantitativos,  como muestra de esa manifiesta ausencia de responsabilidad, en términos cualitativos.

Y digo esto amparado en la certeza de que nadie que de verdad se haya detenido unos instantes en pos de descifrar el jolgorio programático en el que sin duda ha acabado transformándose el catálogo conceptual desde el que se define hoy por hoy la Derecha en España; puede sincera, cuando no positivamente afirmar que del mismo puede extractarse una línea procedimental propensa a alumbrar un mínimo proyecto para el país, máxime cuando ni tan siquiera aquellos que alumbraron su génesis pueden, hoy por hoy razonar en pos de la misma de forma argumentativa.

Estoy diciendo de manera absolutamente transparente, y lo hago antes de que definitivamente me lo prohíban, que cada vez resultan menos creíbles los esfuerzo que por parte de cualquiera puedan desarrollarse en pos de convencer a nadie de la validez de un Programa de Gobierno del que, una vez constatados dos años de vigencia del mismo, lo único que podemos decir acudiendo de nuevo a la lista de aforismo es, en este caso, que ni está ni se le espera.
Porque en estos instantes de certidumbre sobre los efectos de unos recortes ya sufridos; sazonados por la incertidumbre propia de otros recortes que sin duda están por venir, lo único de cuyo placer no me voy a privar es de aquél que procede de clamar abiertamente mis preguntas a aquéllos que si, con su voto, han promovido el retorno a esta en apariencia ya olvidada realidad. Una realidad más propia de esa España reaccionaria, ultracatólica y paupérrima a la que, sinceramente lo confieso, algunos pensamos solo regresaríamos a través de las imágenes del NO-DO.
Una España tan densa, tan acartonada y definitivamente, tan profunda, que verdaderamente parece difícil no ya solo de describir, sino manifiestamente de alcanzar. Por ello, desde nuevamente la constatación a mi entender evidente de semejante hecho, hemos de concluir finalmente la aceptación de que, efectivamente tal logro no es sino la consecución de un logro perfectamente planeado, alejado pues neta y absolutamente de todo intento de proverbiar una aparente cesión a supuestas fuentes externas de aparentes influencias perniciosas.

Y digo esto precisamente el día en el que he tenido acceso al documento, más concretamente a la carta, mediante la que el FMI consignaba al por entonces Presidente del Gobierno, D. José Luís RODRÍGUEZ ZAPATERO, el catálogo de medidas, en principio obligatorias sí, como parecía ser menester se pretendía evitar el colapso del país. Catálogo de medidas, lista de obligaciones, dejemos los eufemismos para quienes hoy por hoy todavía se hallen inmersos en los mismos si bien lo único cierto es que de la ejecución práctica de las que a título de corolario se extrajeron de semejante lista; se configuró la comparecencia de aquél para muchos fatídica comparecencia del 12 de mayo de 2010, fecha de el principio del fin.

A modo de guía destinada a ayudar a los que llegados a este punto parezcan no entender nada, dejaré dicho que la mencionada comparecencia cercenó todo ánimo de renovación del cargo para el Presidente, y de paso para el PSOE, precisamente por integrar uno por uno y eso sí, de manera categórica, la mayoría si no todos de los principios estructurales para los que la Derecha llevaba años lampando o lo que es lo mismo, cuestionándose seriamente las consecuencias que para la Historia y quién sabe si para Dios, traerían equiparados semejante línea de implementaciones.

Pero de nuevo, una vez más, lo que se constata es que aquello cuya satisfacción para la Derecha no tiene ningún tipo de contraprestación electoral; para la Izquierda se convierte en una lacra, en un lastre de toda parte insalvable.
Es así que no hablamos ya del trauma conceptual que lleva años arrastrando la Izquierda. Hablamos una vez más de la especial configuración genética que, a modo metafórico, parece dotar a la Derecha de una especie de escudo antirradiación que la exonera, entre otras, de toda responsabilidad para con los actos derivados de la puesta en marcha de sus Programas Electorales, ya se traten de los oficiales, falaces y chabacanos; o de los ocultos, impíos y a la sazón desvergonzados.

Y en medio, a título de constatación de lo expuesto, las serias dificultades a las que hay que hacer frente hoy en día para “Ser Español.”



Luis Jonás VEGAS VELASCO.


miércoles, 20 de noviembre de 2013

AFORTUNADAMENTE, ¡SOLO QUEDAN DOS AÑOS!

Porque a estas alturas, sin aforismo, y por supuesto sin pasión (la poca que nos quedaba ha sido reciclada en forma de energía con la que llegar no a fin de la Legislatura, sino simplemente a fin de mes); lo cierto es que eso es precisamente lo mejor, o quién sabe si lo menos dañino, de cuando puede derivarse de la comprobación de que, efectivamente, hoy se cumplen dos años del triunfo electoral alcanzado no tanto por el Partido Popular, como sí por Mariano RAJOY.

Y es que a la hora de valorar no tanto lo mejor, sino sencillamente lo menos dañino, lo cierto es que a estas alturas, el Tiempo, en su acepción conceptual, es lo único sobre lo que ni el propio Mariano RAJOY ha podido mentir. Así, los segundos siguen conformando minutos si se acumulan en segmentos de sesenta, y los domingos siguen siendo festivos aunque, ¡digo verdad, no se aturullen!, ha de pactar entre otros con la propia Conferencia Episcopal, la manera de fumarse todas las jornadas propensas a ser consideradas como puentes. Aunque bien mirado no me parece ni mal, así quitamos facilidades a todos esos desagradecidos que, lejos de pedir explicaciones en pos de hacer el esfuerzo de entender a un Gobierno que lleva a cabo reformas, no lo olvidemos por nuestro propio bien, ¡se suicidan!, incrementando con ello sin duda el sufrimiento de aquéllos que, al día siguiente se verán obligados a revisar, por ejemplo, los convenios laborales, o las pensiones, ligadas ahora no lo olvidemos a complejos cálculos de productividad.

Pero no pretendo yo, o al menos hasta hace unos instantes no formaba parte de mi plan fundamental, el reducir a una mera cuestión cronológica algo que el NO-DO, sin duda, podría sistematizar de una manera mucho más profesional, sin duda porque la coincidencia de contexto está servida.
Caer en semejante abstracción, supondría sin duda hacerle el juego sucio a un Gobierno que precisamente ha tenido que acudir a la deshumanización, para hacer no tanto creíble, como sí al menos potable, una sucesión de medidas, a cada cual más dramática en las que el denominador común  no pasaba tanto por ser medidas confeccionadas en defensa propia, como sí al hecho de constituir un permanente a la par que desenfrenado ataque contra todo bicho viviente (hecha la salvedad de entes tales como Sáenz’s de Santamaría’s; Cospedal’es y entes similares.)

Mas una vez concitadas, que no por ello clasificadas semejantes acepciones, lo cierto es que igualmente una vez abandonado el terreno del cinismo, hecho éste al que procedo no por no sentirme cómodo, sino porque sin duda en el mismo otros como el Portavoz del Partido Popular en el Congreso me ganan (cuando por ejemplo dice que algunos se acuerdan de sus padres enterrados en las cunetas, cuando se enteran de que por ello dan subvenciones), lo cierto es que mi respeto al tiempo, no al del Partido Popular, sino al de todos los que consideran óptimo invertirlo en leer esto, me lleva en cualquier caso a pasar unos instantes al rigor.

¡Dos años de gobierno del Partido Popular! Dos años de la, no lo olvidemos, Derecha Cavernaria. Dos años de gobierno de la que, no lo olvidemos, aparece categorizada, sin duda en correspondencia a la serie de arduos esfuerzos desarrollados en tal dirección, como la Derecha más profunda, reaccionaria, cerrada y quién sabe si cerril, de todo el espectro europeo.

Una Derecha profundamente ideologizada, que no ha dudado ni un solo instante en emplear lo más preciado que tenemos, que no son los millones de euros, no, que vuelve a ser lo de antes, sí, el Tiempo; para poner patas arriba no uno, ni dos, sino la práctica totalidad de lo que hasta hace quince meses seguían considerándose Derechos Básicos, cuando no fundamentales.

Una Derecha que de nuevo en un tiempo récord, se ha cargado la denominada Clase Media, en lo que en contra de lo que pueda parecer no constituye sino el giro definitivo en pos de la defensa no tanto de alguna teoría económica, pues a estas alturas no existe ni una sola que pueda argumentar en pos de semejante acción, como sí por el contrario de la que constituye la pata fundamental de la mesa sobre la que quiere asentar su definitivo retorno al poder, y que indefectiblemente pasa por constatar que, efectivamente, el Partido Popular no desea dos Españas aunque eso no signifique necesariamente que no desee dos tipos de españoles. Por un lado, los que justifican sus desmanes; por otro, los que jamás les votaremos.

Ahondando en el esfuerzo de buscar tesituras objetivas que puedan cimentar no tanto la línea de gobierno presentada por el PP, como sí al menos hacerlas pasar por concebibles por mentes sobre las que no resulte imprescindible hacer caer la sospecha de la esquizofrenia, cuando no de la abierta psicopatía, lo cierto es que solo echando mano del gran alisador de miserias en el que se ha convertido la denostada crisis, podemos hacer una lectura no vinculada a la depravación, una vez hecha la media entre todas las decisiones que por otro lado han conformado la manera de concebir la acción y efecto de gobernar, por parte del Partido Popular.

Hago mención expresa de la sucesión de conceptos “acción y efecto de” porque deseo dejar constancia expresa de mi ingenuidad cuando una vez más me centro en el disparate que para algunos puede suponer el llegar a pensar que, efectivamente, los actos traen consecuencias, máxime cuando estamos hablando de gobernar.

Constituye la de gobernar, una acción magnífica donde las haya toda vez que sobre la misma convergen adjetivos, sustantivos y demás rasgos tanto léxicos como gramaticales, unidos todos ellos por la concepción básica de que la misma tiene toda su carga de significado en el hecho de que se hace, irrefutablemente, para  todos. Digo esto porque cuando las ya reiteradas Sáenz’s de Santamaría’s; Cospedal’es y entes similares, se empeñan en repetirnos el mantra (o quién sabe si sainete) en base al cual “ellos están cumpliendo un mandato dado por los españoles de forma clara y contundente por medio de una Mayoría Absoluta clara lograda en las urnas) no es ya tanto que resulte aburrido, como que en realidad están logrando la cuadratura del círculo, al lograr el más difícil todavía abocándonos a tener que deslegitimar un hecho acontecido por medio de una Mayoría Absoluta, obligándonos por otra parte a traer a colación la máxima, en este caso constatada según la cual las Mayorías Absolutas no son sino el recordatorio de la Tiranía que de vez en cuando se permiten las Democracias.
Considero aquí y ahora decir que veo llegado el momento y el lugar de decir que no cuestiono, ni nunca lo haré, ni los procedimientos de los que la Democracia se vale, ni por supuesto los resultados a los que mediante el correcto tratamiento de los mismos se lleguen. Sin embargo, y a colación de algunas de las conclusiones que se extraen del libro de memorias del otro gran dirigente, a la sazón quién sabe si el único, D. José María AZNAR, a tenor de las cuales tenemos perlas como las que pasan por afirmar que sucesos como los del 11M poco o nada tienen que ver con la entrada de España en la “Guerra de Irak”, lo cierto es que verdaderamente me creo en derecho no tanto de cuestionar a la Democracia en tanto que concepto, como sí en tanto que del uso que de la misma hacemos en España.

No estoy con ello diciendo, aunque cierto es que sí lo pienso, (y en tanto que no aprueben la nueva Ley de Seguridad tal hecho, el de pensar, no es todavía constitutivo de delito); que verdaderamente me resulta imposible de comprender el grado de pensamiento complejo en el que se halla sumido alguien instantes antes de decidir la emisión de su voto en pos de los sectores conservadores, radicales o reaccionarios (todos ellos agrupados en este país bajo las siglas del Partido Popular). Como en el caso de tantas otras cosas, tales como la tenencia de Fe, o de sentido común, bien puede ser que semejante gracia me sea por y para siempre vedada.

Mas en cualquier caso, y lejos de perder mi tiempo en lo que no tengo, o peor aún en lo que no sé, lo cierto es que me he propuesto trabajar de manera activa por lo que sí que sé.

Sé fehacientemente que no pueden volver a ganar. Y lo sé porque esos cerca de tres millones de votos correspondientes a advenedizos que, o bien se pasaron al lado oscuro, o bien se quedaron en su casa a votar; en este caso recuperarán la noción, y con ello retornarán a sus orígenes, unos orígenes, no lo olvidemos, ideológicos.
Porque ahí es donde si se me permite la expresión, se encuentra la madre del cordero. Sí, de nuevo en la Ideología. Una Ideología perfectamente conocida si no por todos, sí por una amplia mayoría de los españoles los cuales, una vez caída la venda formada por pretextos tales como herencias, déficits y otras zarandajas, han comprobado de la manera más dolorosa esto es, a través de sufrir en carne propia los recortes reales en calidad de vida en los que se traduce de manera directa la implementación de la Política desarrollada por los que vinieron a salvar a España, que así, no.

Sencillamente porque ¿qué sentido tiene salvar a España, si para ello hay que llevarse por delante inexorable a la mayoría de los españoles?

Desde esta certeza, un mensaje de esperanza: ¡Ánimo, como mucho, solo pueden quedar dos años!


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

miércoles, 13 de noviembre de 2013

DE LA IMPORTANCIA DEL PRESENTE, EN UNA ÉPOCA DESTINADA A HACER RESPONSABLE LA NEGACIÓN DEL FUTURO.

Resulta en extremo difícil, y hoy por hoy resulta cada día si cabe más complicado hacerlo, el conjugar de manera coherente, con las delicadas piezas de las que disponemos, un esquema lo suficientemente duradero en el que la suma fragilidad no sea detonante expreso el base al cual no constatemos sino la destrucción del incipiente equilibrio sobre el que cada día depositamos nuestras esperanzas, viviendo.

Vivimos en una ensoñación. A la vista de las circunstancias que convergen desde los lugares más inusitados, para dar lugar a las connotaciones más sorprendentes, lo cierto es que la realidad virtual en la que nos hallamos confortablemente instalados, no puede sino aportarnos una componenda de realidad conformada a partir de poco más que de retazos, de fragmentos, procedentes unos del recuerdo, y otros de la vana creación forjada desde la escabrosa imaginación destinados, tanto los unos como los otros, a irrigar de falsas emociones, un territorio que a estas alturas ya ha hecho presa de la desazón, cuando no del misticismo utópico, o a lo peor apocalíptico.

Y como denominador común, el pensamiento. Elemento destinado unas veces a ser fiel testigo de la realidad, precursor otras de los más fervientes deseos, de aquéllos que una vez fueron capaces de iluminar la senda que cambió el mundo;  lo único cierto es que solo desde el pensamiento podremos constatar el triunfo o la debacle de la actual corriente de no pensamiento  que para nuestra desgracia asola cuanto nos rodea, amenazando además con destruirlo para siempre.

“El Pensamiento piensa Ideas.” Semejante máxima, la cual subyace por derecho propio a las bases más profundas de los precursores mismos de la Cultura Clásica sobre la que se apoya la totalidad de nuestro mundo occidental, en tanto en cuanto forma parte del canon básico Presocrático; sirve a su vez como catalizador del presupuesto a nuestro entender fundamental que pasa por entender la condición imprescindible del otro gran invitado en el día de hoy a saber el Lenguaje, como constatación práctica de ése y quién sabe si de, por supuesto, cualquier pensamiento.

Encierra el Pensamiento todas las máximas esenciales a partir de las cuales explicar sin parangón la totalidad de los considerandos que integran al Hombre, no solo como idea, sino como verdadera y única realidad.
Supera así pues, y a mi entender el Lenguaje al Pensamiento, no solo como capacidad, sino como verdadera realidad; al converger en el Lenguaje, entendido bien como complejo logro, o como simple desarrollo de una capacidad; toda una serie de principios que se resumen en el hecho definitivo en base al cual todo lo pensado queda subyugado al filtro de lo traducido a Lenguaje al constatarse de manera efectiva cómo no todo lo pensado es en realidad escenificado es decir, el Lenguaje en sí mismo puede erigirse en modificador de la realidad, ya sea ésta de contenido social, o individual.

Dicho lo cual creo queda suficientemente argumentado el propósito en base al cual hemos de aportar al Lenguaje la importancia que merece, no solo como canal de pensamiento, sino muchas veces como contenedor a veces involuntario incluso de emociones y por supuesto de otras subjetividades; lo cierto es que del análisis detenido del Lenguaje, podemos sin duda obtener multitud de información mucha de la cual posee un insospechado viso de verdad procedente de constatar que el marcado carácter de involuntariedad de la misma convierte en poco menos que en imposible cualquier intento de manipulación, por inusitado que éste sea.

Y cuando el objeto del análisis no es individual sino social esto es que el objeto sobre el que desarrollamos nuestras acciones es un grupo, comprobamos que haciendo bueno el principio estadístico, cuanto mayor es la muestra sobre la que ejercemos nuestra acción, mejores por más exactos son nuestros resultados.

Podemos así pues constatar cómo tanto el grado del impacto de la crisis, como la manera que éste ha tenido de manifestarse entre los que la padecemos, es propenso de ser analizada no solo revisando la manera mediante la que la misma se escenifica en nuestro pensamiento, sino más concretamente prestando atención a  la manera que tiene de exteriorizarse.

Acudimos así al grado del tiempo verbal el cual, tal y comprobaremos, se erige en uno de los elementos más fidedignos a la hora de constatar el estado de una persona o, como en el caso de lo que constituye hoy el objeto de nuestro análisis, de una sociedad.

Aplicado de manera más o menos directa en dirección a constatar el grado de implantación que hasta el momento habían ido logrando los respectivos elementos de la crisis, aceptando por supuesto ya llegado este momento el que la crisis es en realidad el resultado de un compendio de variables perfectamente ordenadas y preconizadas destinadas en la mayoría de ocasiones a converger dentro de un modelo absolutamente estudiado, y diseñado para lograr en muy poco tiempo la aceptación de una serie de reformas, modificaciones y pérdidas en general de carácter entre otros, social; sin la cual la aceptación de esas modificaciones, por estar casi siempre ligadas a aspectos tales como los recortes, cuando no abiertamente la pérdida de derechos generalmente sociales; hubieran hecho del todo imposible su aceptación de manera tranquila, o cuando menos pacífica; lo cierto es que la constatación de las modificaciones en el uso de los mentados tiempos verbales, bien puede servir como medidor del grado de éxito de toda esta farsa.

Así si nos detenemos objetivamente unos segundos podremos sin grandes esfuerzos poner de manifiesto el grado de correlación que existe entre los cambios que se producen en el cambio de tiempo verbal desde el que expresamos nuestro parecer respecto del grado de implementación de la crisis, y la evolución que sufre la percepción que de la misma tenemos.
Queda así pues perfectamente constatado un hecho que se escenifica al ver cómo el uso del presente ha ido ganando terreno, escenificando con ello mejor casi que cualquier otra cosa el grado de éxito, cuando no de marcado triunfo, que avala a aquéllos que han sido inductores a título de responsables directos del presente que hoy confecciona nuestra realidad habitual.

Cada vez que hablamos en presente de la crisis, escenificamos en su totalidad, o al menos en parte, elementos de la misma destinados a configurar un escenario de pensamiento para cuya implantación exitosa se requiere de manera imprescindible un estado mental determinado. Un estado mental a partir del cual el individuo manifiesta de manera eficaz la constatación de que efectivamente, en mayor o menor cuantía las variables del sistema han sido satisfactoriamente implementadas.

Y del valor ético, individual, como siempre al valor moral, y por ende social. Cada vez que hablamos en presente de la crisis nos convertimos en cooperadores necesarios de un proceder destinado a extender la concepción de que inexorablemente ése ha de ser el camino que nos queda a todos por recorrer.

La constatación efectiva del uso del presente como tiempo verbal preferido a la hora de hacer mención de los estragos que la crisis causa, nos muestra pues, aunque en la mayoría de los casos sea de manera involuntaria, como preconizadores más o menos sumisos de una serie de percepciones que en la mayoría de los casos no se muestran como realmente eficaces a la hora de preservar una muestra lo suficientemente válida como para dar un resultado óptimo en términos estadísticos. Mas aunque ésa parezca ser su justificación, lo cierto es que el mero efecto que causa en los grupos, justifica ya de por sí su existencia al mostrarse como sobradamente eficaz en pos de lograr un ambiente inmejorable.

En consecuencia, visto lo visto, y a la espera de lo que sin duda está por venir, lo cierto es que parece claro lo importante que resulta el que tanto nuestro pensamiento, como nuestro Lenguaje, guarden una verdadera coherencia. De no ser así, es más que posible el que quedemos subyugados  por cualquiera de las múltiples tendencias que emergen aparentemente de la nada, destinadas sin duda a continuar el proceso de alineación que otros, de manera tan brillante comenzaron.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

miércoles, 6 de noviembre de 2013

DE LAS EXCELENCIAS, LAS EXCEPCIONES, Y LAS MARCAS QUE NO DEBERÍAN SER CRUZADAS NUNCA.

“El español ha sido siempre, y todavía hoy sigue siéndolo, uno de los hombres que más fácilmente está dispuesto a jugarse la vida. Pero tiene cierta pereza para jugarse algo menos que la vida….el español “tarda” algún tiempo en decidirse a jugarse la vida, sobre todo cuando lo ha hecho con demasiada intensidad hace relativamente poco tiempo. Ese tiempo que transcurre hasta la decisión final acaba de manera incomprensiblemente corta, quizá ilógica, y a menudo incluso injustificada.
El español está dispuesto a jugarse la vida “de una vez”, pero nunca lo hará a plazos.”
Julián MARÍAS “SER ESPAÑOL”.
. Ed.  PLANETA AÑO 2000

Y de nuevo, una vez más, tal y como ocurre con la mayoría de las cosas importantes, vemos de manera aparentemente impasible como los esquemas, los verdaderos esquemas, se repiten, uno tras otro, estableciendo con ello el ineludible vínculo que se establece entre lo importante, y aquello que lo preconiza.
Es de nuevo, una vez más El Tiempo, en su inexorable esencia, la que procede de denotar el igualmente inexorable devenir, el que nos ubica frente a nuestra realidad, proporcionándonos con ello la verdadera medida de todas las cosas, incluyendo por supuesto la que procede de nuestra propia medición, aportada en este caso de la valoración que hacemos de nuestra responsabilidad, que emana de la capacidad que tenemos para expresarnos en tanto que nosotros mismos, o sea, de la capacidad que tenemos para juzgar las consecuencias de nuestros actos.

Pasa así El Tiempo a una nueva dimensión, la que procede no tanto de considerarse medida de todas las cosas. Con el paso no necesariamente ha de devenirse pérdida de intensidad sino que, al contrario, se constata una nueva realidad, la que procede de concebir de nuevo el historicismo como un medio no ya solo correcto, sino incluso adecuado, para establecer no tanto predicciones, como sí suposiciones cargadas de razón, una razón que procede evidentemente del análisis de datos aportados nada más y nada menos que por la Historia, la cual por otro lado ve relanzarse su horizonte.

Estoy hablando lisa, llana y por qué no, sencillamente, del efecto contradictorio que se produce cuando podemos establecer análisis prometedores de futuro, a partir de la sorpresa que produce encontrar en nuestros esquemas presentes conceptos, desarrollos e incluso conclusiones, que verdaderamente muchos creíamos definitivamente superados.

Y es de la constatación expresa de tal hecho, el que se produce tras la fusión en uno solo tanto de la sorpresa, como del verdadero hecho de reencontrarnos con fantasmas del pasado, de donde extraemos la tesis dominante que nos acompañara a lo largo de nuestro desarrollo de hoy.

Así, cuando en la mañana de hoy me desayuno con las declaraciones de Ernesto SÁENZ DE BURUAGA, quien en su programa matinal de CADENA COPE desarrollaba su arenga con tintes de farfulla habitual, salpicada en este caso con un delicado toque natural en forma de “…y es así que esta es la extrema izquierda que dentro de dos años nos puede gobernar”; que muy a mi pesar se despertaban en mi interior fantasmas que por lo impoluto de su blancura, pero por lo vacío de su mirada, verdaderamente me aterraba volver a ver despiertos.

Cuando una sociedad ve cómo su tejido conceptual aparece continua y permanente salpicado de revisiones del pasado, las cuales a menudo llegan a conformar un entramado tan denso que por otra parte no deja pasar la luz del sol, haciendo incluso complicada la mera labor de respirar, es cuando una sociedad debería empezar a ser consciente de que, verdaderamente, tiene un problema. Un problema que se manifiesta de diversas formas, pero que se diagnostica de una sola.
Así, cuando en España nos permitimos el lujo de perder el tiempo que no tenemos, en discusiones de  la talla de si procede o no sacar a FRANCO de su sepultura, lo único que estamos haciendo es redundar en la herida que supone constatar que a día de hoy seguimos sin ser plenamente conscientes de nuestra verdadera situación.
Retrotrayendo nuestras líneas de pensamiento hacia parajes destinados a ganar en concreción esto es, a medida que conviertan lo que era inalcanzable por abstracto, en manejable si se hace desde el punto de vista limpio de un niño; podremos sin grandes dificultades llegar a concebir una escenografía en la que la concreción que procede de encontrarnos día a día con permanentes referencias, cuando no con repeticiones exactas de viejos modelos la mayoría de los cuales parecen proceder sencillamente de la copia o símil de un proceso en apariencia superado, redunda una y otra vez en la constatación expresa de que, muy a nuestro pesar, España no solo ha vuelto a perder el tren del progreso, sino que una vez más parece apostar de manera flagrante por la franca a la par que sincera involución.
Involución, concepto terrible, precursor cuando no resumen de realidades si cabe más terribles, y síntoma en cualquier caso de la realidad enferma de este país.

Porque definitivamente, España está enferma. España padece de una enfermedad cuya certeza viene atestiguada por la intensidad de la propia realidad en la que día a día se manifiesta, y en la que día a día se desangra víctima de una hemorragia, la mayoría de las veces interna, que nos hace ahogarnos en nuestros propios éxitos.
Una enfermedad que, de todas todas, no tiene su causa en ningún protocolo externos (éstos, de darse, no hacen sino agravar una sintomatología ya de por sí aberrante.) El problema de España es genético, al hallarse el estigma en la propia consolidación tanto de España, como de los españoles.

Porque, efectivamente, aun a riesgo no de caer en el tópico, sino de constatarlo España, y con ende su concreción primaria, a saber los españoles, somos realmente únicos.

A título de constatación, creo hallarme en una condición privilegiada a la hora de no necesitar justificación alguna al respecto, diremos no obstante que cada vez que en España, la sociedad que resulta víctima de sus propios devaneos se congratula de encontrarse cualquier día con portadas o titulares radiofónicos o quizá incluso de televisión, cuyo germen o en definitiva cuyo génesis bien podría ubicarse en protocolos del siglo XIX; lo cierto es que con ello no hace sino ahondar en la constatación efectiva no de la existencia de la enfermedad, sino efectivamente de la intensidad y del grado de afección de la misma.
Así cuando textos periodísticos de la más diversa índole que a veces llevan implícita su verdadera calaña; nacen en la manifestación efectiva de esquemas o conceptos que inocentemente creímos olvidados, no hacemos sino constatar el proceso por el cual la vieja guardia pretende resucitar procedimientos y quién sabe si hasta ideales que verdaderamente a todas luces están mejor dormidos.

Cada vez que esto sucede, cada vez que esto se permite, otra línea se ve superada, otra cuestión primordial se ve sublimada. Así, poco a poco vemos cómo uno de los mayores triunfos institucionales de los que hoy por hoy nos gobiernan, pasa de manera insospechada por un rearme ideológico de consecuencias aún impensables, pero cuyas primeras manifestaciones pasan por asistir precisamente al rescate lento, pero eficaz, de esas infranqueables líneas rojas que hasta hace bien poco, parecían tabú, para unos y para otros.

Líneas rojas confeccionadas no obstante a base de conceptos, los cuales inequívocamente confieren ideologías las cuales, pese a quien pese, nos permiten identificarnos, a la par que saber quiénes somos.

Comenzábamos nuestra exposición de hoy citando a un clásico de primeros del siglo XX, y acabamos haciendo mención expresa de las palabras que otro clásico, en este caso de finales del mismo siglo XX, D. José María CARRASCAL, pronunciaba el pasado lunes, en este caso en CADENA SER. Así, a la pregunta expresa de cómo se veía a España en el extranjero, CARRASCAL respondía que no tanto a España, sino más bien a los españoles, se nos veía como un resultado de la Historia que había generado personas que no están de ninguna manera a gusto si no están peleando. Personas (y tal vez aquí redunde lo interesante) que tienen alterado su sistema de valores hasta el punto de no ser capaces de ser conscientes del lugar que ha de ocupar aquello que es verdaderamente primario, cayendo no solo en el error de confundirlo con lo secundario, llegando si cabe a dar más importancia a lo terciario.

¿Estamos preparados para constatar una vez más, la repetición de los errores?



Luis Jonás VEGAS VELASCO.