miércoles, 27 de abril de 2016

DEFINITIVAMENTE, ALGO VA REMATADAMENTE MAL.

Esta mañana al levantarme escucho, si es que decir que cuando el sol no ha hecho todavía acto de presencia, uno está verdaderamente en condiciones de escuchar; unas declaraciones del jugador de fútbol del Real Madrid, Sergio Ramos, las cuales venían a decir algo así como que a la hora de valorar los objetivos alcanzados en una eliminatoria europea, el resultado es algo determinante. Por si al comentario le faltase algo, el comentarista, el cual creo se sigue considerando periodista (deportivo en cualquier caso), afirmaba que efectivamente, el resultado ha sido algo corto de cara a valorar las expectativas del “club merengue”. Luego de ver salir el sol, y retomar algo de mi perdida capacidad lúcida, me enteré de que el resultado final de la primera eliminatoria de Champions que había enfrentado al equipo español con el inglés había sido de…¡empate a cero goles! Efectivamente señor Ramos, creo difícil encontrar otro resultado más corto.

No, no se han equivocado de columna, ni por supuesto yo he truncado mi proceder por el del loado proceder del comentario deportivo. Simple y llanamente pretendo ilustrar el estado en el que me encuentro cuando a renglón seguido, otra periodista viene a hacer la crónica en este caso atinente al desastre parlamentario al que asistimos en el día de ayer, y después de una serie de comentarios más o menos atinados, finaliza la misma apuntando a un hecho que se me antoja del todo gráfico, un comentario que pasa por revelar que, efectivamente, no ya el único, sino sin lugar a dudas el que más satisfecho se encuentra ante el camino que han tomado las cosas es, efectivamente, D. Mariano RAJOY.

Porque si lamentable es el referente que para los seguidores de un equipo histórico como sin duda es el Real Madrid puede ser el ver a su capitán defender las loas que significan un empate a cero; de verdadera chanza, si no de abierto pitorreo es el ambiente que se respira cuando a estas alturas permitimos que sea precisamente Mariano RAJOY el único que siga riendo a mandíbula batiente.

En loa a descerebrados, amnésicos, propensos al olvido o por qué no decirlo, para ladinos propensos a la mediocridad que están o han llegado a esto de la Política desde los campos semánticos de la promiscuidad berberisca; creo adecuado recordarles que de lo único con lo que todos estábamos absolutamente de acuerdo hace ya seis meses, era con la aceptación como prioritario de la misión que pasaba no ya tanto por asaltar La Moncloa, como sí más bien de asegurarnos que el día inmediatamente posterior al recuento electoral, su actual propietario tuviera claro que la primera llamada que tendría que realizar estaría dirigida a una empresa de mudanzas.

Hoy por hoy, al contrario, la llamada ha estado dirigida a una empresa de decoración. La causa es evidente, el nuevo giro que han tomado los acontecimientos nos permite presagiar que el papel de las paredes, e incluso las cortinas que sirven a sus moradores para aislarse de la realidad, y sobre todo de las penas que pasamos quienes componemos esa realidad, han de ser cambiadas, pero para ser más gruesas.

Reitero pues mis felicitaciones a quien corresponda. Y dejo, como en las ceremonias de entrega de “Los Goya”, abierto el campo de los agradecimientos, porque seguro que si enumero me dejo a alguno que pese a merecérselo sobradamente, se me queda fuera.

Resulta así pues maravilloso, empezando por los premios técnicos, para no perder emoción, el papel que Garzón y los suyos han llevado a cabo de manera tan magnífica. De verdad, si no fuera por lo cercano que ha estado de la mediocridad, habría que alabarlo. Alabar esa capacidad para vestir de aperturismo intelectual lo que a todas luces no es sino una marcada muestra de hipocresía ideológica, me lleva a esperar sinceramente que en contra de todo lo que en apariencia dicen los rumores, no abandonéis la grabación de películas de modo autónomo. Quién, sino vosotros, va poder seguir contándonos esos amaneceres en los que el sol sale por el oeste, en los que comenzamos campañas electorales con un techo electoral de ocho para el Congreso de los Diputados y luego acabamos con uno y ceñido a una única circunscripción… ¡Y todavía sacamos pecho!  De verdad, quién más va a seguir apostando por el Cine de Autor.

Capítulo aparte merece la parte técnica de Ciudadanos. Parece mentira que una productora unipersonal, nacida de un caos al que se puso orden recurriendo al método alfabético, haya acabado por pensar que puede enseñarnos a hablar y escribir en su idioma a todos. Bien pensado, a lo mejor es que en realidad el cuento no era tan diferente, de hecho nos sonaba (a unos más que a otros).
En cualquier caso, lo cierto es que el premio a mejor vestuario se lo vamos a dar al Sr. Rivera no ya por la deferencia mostrada al permanecer absolutamente tapado, y también totalmente vestido, a lo largo de toda la campaña.
Reitero mi convicción de que tanto el traje como el sastre, es por muchos conocido, e incluso por algunos compartidos. El hábito, una vez más, no hace al monje.

Pasamos ya a estas horas de la noche a los grandes premios. Mejor actor secundario, para el Sr. Iglesias.
El que vino para quedarse, aunque amenazaba con irrumpir, ha demostrado sobradamente lo bien que maneja los tiempos, y ha sacrificado el presente en pos de un futuro que por definición, es potencial.
Con un guión muy cuidado, la Primera Parte de la “peli” que representa Podemos ha dejado relucir que efectivamente han venido a por todas, ¿O resultaría más adecuado decir a por todos? Lástima que una vez más quede demostrado que lo más sencillo es disparar primero contra los que más familiares nos resultan, de ahí que sean aquellas películas más cercanas en guión y línea temática las que más sufran en taquilla la llegada de los nuevos directores.

Actor principal, o al menos así lo creyó él, para el Sr. Sánchez.
Con una película patética, en la que nunca mejor dicho había más trucos que en una de chinos; los malos asesores acabaron por indultar lo que a todas luces no era sino un bodrio. De esta manera, a punto hemos estado de presentar como candidata a premios mayores, incluso internacionales, un producto que mirado en términos objetivos no es sino la peor película jamás hecha por esta productora, en su más de un siglo de historia.
De verdad, esperamos que por su propio bien y por el de todos, despierten a tiempo, y puedan presentar para la próxima cita, un producto a la altura de la realidad.

Y ahora sí, premio a la mejor película, no la producida, sino la relatada por el Partido Popular.
Porque es ese su logro, el de haber permanecido quietos, algunos dicen que buscando localizaciones, otros que con fotografía de exterior.
Sea como fuere, el inmovilismo demostrado por Mariano RAJOY, amparado en el bajo nivel demostrado por el resto de participantes, ha terminado por poner de manifiesto el problema que sin duda nos atenaza. ¡Al cine español no le queda esperanza ni con subvenciones!

¡Alto ahí! Las sorpresas no han terminado. Premio Especial del Jurado para SS.MM Felipe VI por su participación estelar. ¿Acaso alguien puede poner en duda que de no haber sido por su aparición estelar permitiendo la desbandada de RAJOY saliendo por la tangente con la no aceptación del debate de investidura, ahora otro bien distinto sería el estado actual?
Perfectamente caracterizado de bombero, para la ocasión, el Monarca nos privó del placer de ver cómo el hoy todavía Presidente en funciones quedaba reducido a polvo, cenizas y escoria, al sucumbir al fracaso que hubiera supuesto su fracaso en un Debate de Investidura fallido. Lejos de eso, hoy regresa triunfal de otro de sus conocidos viajes, con destino a ninguna parte.

Y como conclusión a este reparto de premios, solo un mensaje de nuevo a quien corresponda: Ya no se trata de que os estéis equivocando, se trata sencillamente de que os estáis pasando. Al paso que vamos, y con lo caro que resulta ya ir al cine, que a nadie se le escape la posibilidad de que ni dios vuelva a ir al cine, y entonces vamos a ver cómo llenáis vuestras salas…Por más que a finales de junio volváis a organizar otra Fiesta del cine.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

miércoles, 20 de abril de 2016

DE SOLÓN AL TITÁNIC. 25 SIGLOS PERSEVERANDO EN LA INDIFERENCIA.

Cuentan las crónicas que hallándose Solón en pleno proceso de redacción de lo que habría de acabar siendo el Corpus de la primera democracia, tuvo a bien pasar por su presencia un diplomático procedente de oriente, quien no dudó en interrogarle sobre la que quisiera fuese no ya el objetivo de su acción, sino sobre la acción y su valor, en sí misma. Una vez Solón expuso lo que el creyó conveniente en pos no ya de justificar su labor, cuando sí más bien la necesidad de ésta, fue cuando se vio sorprendido por la cuestión que el diplomático tuvo a bien plantear: “Una vez aceptado que la redacción de la Ley no obedece sino a la necesidad de poner por escrito aquello que es legal, vuestro trabajo adolece de falta de utilidad ya que si lo legal no es más que el refrendo de lo justo, bien lo uno o lo otro, están en demasía”. Solón, lejos de abrumarse contestó: “Obedece la redacción de la ley a parecido fin al que lleva a la araña a tejer su red. Así, los insectos pequeños quedan atrapados en ésta. Pero los grandes insectos, y por supuesto la propia araña, vive ajena al peligro que la existencia de la tela conlleva”.

En un instante como el que vivimos, en el que solo la necesidad de creer sirve para justificar el esfuerzo que intrínsecamente acompaña a la creencia en sí misma; en un momento en el que solo la buena voluntad parece encaminar los pasos de lo que otrora fue el correcto devenir; cada día que pasa resulta más difícil de justificar el esfuerzo que se hace necesario, cuando no imprescindible, para mantener en movimiento esta ilusión en la que poco a poco se han ido convirtiendo las que una vez fueron respetadas estructuras vinculadas al poder.

Resulta suficiente con un vistazo, siquiera superficial, para constatar hasta qué punto no ya los procesos, como sí más bien los procesos que entre las mismas se daban, han ido degenerando. En un lento pero a la vista de los resultados si cabe más que inexorable proceder, la lectura de la realidad parece aliarse en pos de generar la constatación de esa tesis tantas y tantas veces mentada en base a la cual, el mero transcurrir del tiempo no solo no garantiza progreso, sino que más bien nos aboca a la lenta pero si cabe por ello más pertinaz labor de la involución.
Y para satisfacer la demanda de quienes se empecinan en obstruir la libre generación de conclusiones procedentes de la mera alusión de pensamientos, argumentando de manera no solo interesada sino manifiestamente ladina, que la retórica no es sino un proceso cuyos resultados vienen a asemejarse bastante a los obtenidos por los que hacen trampas jugando al solitario; habremos de señalarles la existencia de un concepto físico, el llamado coeficiente de rozamiento, que en sendas versiones, ya sea estático o dinámico, resume su efecto cuando no su causa, en la capacidad para poner fin a cualquier forma de movimiento, máxime cuando éste obedece a criterios inerciales, es decir, ha sido abandonado a su suerte, careciendo por ello de aportes externos de energía.

Es a partir del efecto que la suma de todos estos condicionantes ofrece, así como la perspectiva de cuantos están aún por venir, convencidos a priori de que los mismos no habrán de ser precisamente saludables, lo que acaba por provocar en el ánimo general una suerte de desazón que pese a todo no es todavía lo suficientemente fuerte. ¿Cómo entender si no la existencia de esos casi siete millones de españolitos que a pregunta directa (Intención de voto), no dudan en afirmar que el sentido de su voto va dirigido a promover el mantenimiento de quienes de manera absolutamente directa han venido en los últimos años desarrollando políticas cuya confluencia se resume en el actual estado de las cosas.

En un momento como el que vivimos, en el que solo la sensación de que definitivamente nos vamos  a pique, parece unir en torno a un argumento a un número significativo de españoles, la cuestión que inevitablemente me asalta es la que en su expresión indirecta me lleva a plantea cuál es el sentimiento que en mayor medida impulsa a los españoles, el que se identifica con la majadería, o el que está más cerca de la perversión, concretamente en su expresión masoquista, redundada ésta en lo que vendría a ser la capacidad para traducir en placer lo que en un primer instante no era sino un claro dolor, refinado si se prefiere, pero dolor al fin y a la postre.

Pero es entonces cuando, reflexionando en torno al refinamiento, y a las múltiples acepciones que el concepto puede llegar a acaparar sobre todo cuando lo ponemos al servicio de una mente tan maquiavélica como la que el español medio puede llegar a generar; que una nueva emotividad surge ante nosotros, la que pasa por considerar firmemente la posibilidad de que la causa que día a día se refrenda en la paciencia que los españoles demostramos toda vez que aguantamos estoicamente  a nuestros políticos no se alimenta en realidad de paciencia, sino que en realidad lo hace de otro sentimiento mucho menos puro cual es el de la envidia, envidia que se refrenda al comprobar cada día que no podemos hacer nosotros lo mismo.

Lejos en nuestro espíritu el deseo de venir a relatar hoy los nexos que vienen a sustentar la estructura de la ilusión del estado, así como por supuesto más lejos de considerar como verdaderamente ilusorio el principio destinado a dotar de solvencia el vigor de tales estructuras; lo que si debería constituir, siempre según mi entender, un verdadero problema, no es otra cosa que la constatación de la inmundicia que actualmente acompaña a todos y cada uno de los descubrimientos que de procederes vinculados con la destrucción del estado, se llevan a cabo prácticamente a diario.

Alejado en este caso de caer en la tentación electoralista, lo que a la vista de la gravedad del estado de las cosas que queremos hoy denunciar, no sería sino rebajarnos peligrosamente al estado del vulgo; no en vano sí habremos de poner de manifiesto la desazón que nos acompaña no ya tanto al comprobar el absoluto estado de hastío desde el que el Pueblo recibe cada nuevo caso de corrupción, como si más bien el aparente estado de resignación desde el que los causantes del mismo parecen no ya solo asumir, sino más bien convertir en imprescindible, la existencia de ese mismo caso, corrupción en una palabra.

Huelga decir que la distinta perspectiva desde la que cada uno presencia no tanto el proceder, como si más bien las consecuencias del acto de corrupción en tanto que tal, ofrece al menos en apariencia un viso de concreción distinta, a partir del cual de un mismo hecho, podemos llegar a establecer consecuencias no ya diferentes, sino manifiestamente opuestas.

Sea como fuere, el hecho esencial es uno, y por ello que en virtud de la necesaria búsqueda del principio esencial, que hemos de redundar todos nuestros esfuerzos en el proceder destinado a concretar ese hecho llamado a unificar en torno de sí, lo que al menos en apariencia viene a ser una ilusión de multiplicidad.
Nos alejamos pues del engañoso mundo de lo material, para corroborar precisamente no muy lejos, en el mundo de la emotividad, la existencia de ese nexo que nos permite ubicar el elemento desmultiplicador.

Así, el actual tornado que parece sacudir, tanto por intensidad como por existencia, el núcleo de nuestra posesión más preciada (no lo olvidemos, nuestra ilusión de Estado del Bienestar, así como su logro conceptual máximo, erigido en torno al Estado de Derecho), poniéndolos a ambos en peligro toda vez que el cáncer de la corrupción no ha logrado sino arrancarles esa pátina que en forma de manto protector parecía recubrirlos; ha acabado por dejar al descubierto la que no es sino la mayor de sus miserias, la que pasa por asumir, más que por constatar, que la aparente inmunidad desde la que en principio todo parecía moverse, no responde sino a otra suerte de interpretación errónea de lo que desde Solón, llevamos en torno a veinticinco siglos reproduciendo: La falacia de que Justicia y Ley son coincidentes, cuando no lo mismo; estando ambas, actuando solas o por separado, al servicio de El Pueblo.

¡Despertad! Sin necesidad de acudir a grandes principios filosóficos a partir de los cuales rememorar la suerte de constatación de que tal aseveración parece sacada de un mundo ajeno al que la realidad nos regala cada día, no me resisto a proceder conforme a una suerte de reducción al absurdo cuyo argumento base podría venir así refrendado: “Si aceptamos la existencia de la corrupción como algo inherente al propio sistema, y constatamos un brutal incremento en el caso de corruptos que salen a la luz, este incremento no redunda en un mayor número de corruptos en términos absolutos, sino que lo que aumenta es el número de los que son sorprendidos en actitud perniciosa”.
No aceptando que tal incremento observado en el número de detenidos por corrupción, se devengue de un aumento paralelo de los recursos destinados a tal fin, pues el responsable de dictar tales medios se corresponde directa o indirectamente con el causante del mal en sí mismo; habremos de suponer que la causa que se materializa en que cada vez tengamos más chorizos entre rejas se corresponde con un descenso de las medidas por éstos desarrolladas en pos de no ser sorprendidos en tanto que cometen el delito.

A partir del símil según el cual, en toda nave que se hunde el camino más seguro hacia la salvación lo marca la senda que las ratas de a bordo siguen, podemos llegar a la conclusión de que el peligro que acecha a al flotabilidad de este barco, es un peligro de tal magnitud, a su vez presente en tal intensidad, que las ratas que huyen no lo hacen con más o menos profesionalidad que las que lo hicieron con anterioridad. La diferencia se encuentra más bien en el hecho de que saber que cada vez queda menos que salvar, no redunda en un aumento de su audacia, sino que lo que aumenta es su desesperación, la cual se manifiesta en una mayor velocidad de huída, refrendada en la convicción de que cubrir sus huellas ya no es necesario, pues el barco se hunde sin remisión.

Dedicado a quienes sientan ahora mismo tentación de rechazar lo expuesto acaparados tan solo en el más que vulnerable argumento de que nada de esto es posible toda vez que cientos de ataques como éste se han venido sucediendo, y de todos se ha salido;  me permito recordar el comentario que el Sr. Andrews, ingeniero de aquel hermoso por insumergible barco cuyo hundimiento en su viaje inaugural acabamos de conmemorar; dedicó al Presidente de la White Star cuando éste puso en duda su sentencia: “Esta nave está hecha de hierro, le aseguro que se hundirá”.

Asegúrense pues de que son capaces de separar la paja del grano. Busquen entonces en lo más profundo de su ser, en pos de albergar la inspiración que les permita refrendar lo que de verdad sea auténtico. El espacio en los botes salvavidas está muy restringido, y solo se permite ganar su seguridad con equipaje de mano.



Luis Jonás VEGAS VELASCO.

jueves, 14 de abril de 2016

DE CUANDO AL TOQUE DEL PORQUERO…



Manifestaba expresamente D. José Augusto Trinidad MARTÍNEZ RUÍZ, y así queda de manifiesto en alguna de sus obras; la satisfacción que le producía encontrar aún en la esencia de las mal denominadas cosas pequeñas, el rastro por otro lado casi olvidado que la cita que éstas lograban inferir de la rutina, le devolvía el sosiego que por otro lado acostumbraba a perder a menudo, sobre todo cuando de manera casi suicida, se embarcaba una y otra vez en la austera labor que en materia de éxitos puede esperarse del que se dedica fundamentalmente a intentar entender a los españoles.

Gustaba pues el que será más sencillo de identificar si acudimos al detalle con el que firmó sus múltiples y notables obras: Azorín, de entre otras cosas viajar en derredor de lo que por entonces se consideraba el prestigio de La Capital, y es entonces que se encontraba especialmente encantado de pasar jornadas en el ya por entonces Parador, si bien creo que por entonces todavía no Nacional, sino que debía su menester a la prebenda de algún santo.

Sea como fuere, que Azorín acude hoy a mi memoria no como en otras ocasiones por merecimiento capital, sino porque el recuerdo expreso de una cita extractada de uno de sus capítulos, como digo coherente con nosotros por el marco espacial en el que la misma es redactada, se ve hoy por hoy sabiamente refrendada en el paralelismo que sugiere la constatación de la exactitud también en materia de tiempo.

Cuenta Azorín que al pasar a menudo, en ocasiones temprano, en otras por ser de vuelta, ya cuando el sol amenaza caída; por las cuatro casas que arremolinadas en torno a la Parroquia se conocen como Ramacastañas; observa la peculiar escena una y cien veces repetida de un joven que golpeando el pocillo que hace las veces de jarra, vaso e incluso de escanciador, llama a los propios bien para que le entreguen, bien para que pasen a recoger, según la hora a la que ocurre el hecho, la caterva en este caso de marranos pues de tales se trata, de los que el joven adivina a ser Porquero de Villa.

Y es así que “al toque del porquero, los cerdos, de una u otra posibilidad, sumisos acuden”.

Serán no ya los casi cien años vividos por Azorín, como sí más bien el contexto histórico tan específico en el que tales vivencias pueden enmarcarse, lo que sin duda confiere rango de eminencia a una constatación que, puerilmente descontextualizada, para inmediatamente después contextualizarla en nuestro presente, adquiere rango de sentencia con visos de reminiscencia.
Porque si en el momento en el que la misma es proferida adquiere también formato de rigor la enunciada por el que es sin duda  uno de nuestros más eminentes doctores y científicos del momento; la cual viene a decir que “….así en España ha salvado más vidas el cerdo que la penicilina…” Será más que probable que hayamos todos de asumir la prestancia que la tradición aporta a las relaciones que los españoles han venido manteniendo con los cerdos; para posiblemente acabar reaccionando ante la consideración plausible de que efectivamente, tanto los cerdos como los españoles cohabitamos gozosos en lo que a todas luces se ha convertido en una auténtica pocilga.

En un presente hostil, en el que a los españoles ya no se nos reconocería, muy a pesar de MARÍAS, por nuestra cortesía; ni a los cerdos, para dolor en este caso de UNAMUNO, en los andares; lo único cierto pasa por tratar de entender no tanto el significado que tiene el dónde y el cuándo que ocupamos, como sí más bien el tratar de entender el sumatorio de causas que hasta tales extremos nos han traído.

Consciente de la importancia que incluso la fecha de hoy, 14 de abril, tiene en el imaginario de todos; sin necesitar entrar para nada en análisis ni desarrollos que todos adolecerían de pusilánimes en tanto que podrían ser refutados por unos y otros con toda facilidad; lo único que vengo una vez más, es a denunciar lo pusilánime en este caso del carácter de unos españoles, los que me con contemporáneos, que hoy por hoy parecemos no tener el menor remilgo a seguir hozando.

Porque si bien es cierto que la escena que Azorín describe tiene efectivamente una dosis de “romanticismo” a pesar de la “desnuda realidad” a la que hace mención; no es por otro lado menos cierto que si de acertar a pasar hoy por la fuerte referida, viéramos a jóvenes reunidos; la desazón, abulia, y desafección que el escepticismo ha logrado inducir en ellos, arrojaría un escenario ante nosotros muy propio de entonces, no aportando en consecuencia mucha diferencia el que la reunión derivada haya de ser considerada “de grupo”, o más bien de caterva, hecha la distinción en la medida de la naturaleza de los integrantes.

Sea como fuere, el hilo conductor que lucha por dotar hoy de coherencia a lo que habitualmente acaba por ser poco menos que una desabrida disposición de conceptos que de ser expresados oralmente en lugar de a través del refugio que el papel proporciona, sin duda se convertiría en una procesión de exabruptos; aparece claro cuando una vez más hemos de hacer pie en este mar de sinrazón apoyándonos en el firme que nos proporciona saber que muchos de los males proceden de haber confundido la mera acción del paso del tiempo, con el trabajado esfuerzo que se oculta en lo llamado progreso.

Así, la latente sensación que hoy orbita en el aire, presagio de la inmundicia que hoy nos circunda, lo envuelve todo de manera inmisericorde, faltando al respeto a nuestro Sentido Común, de parecida manera a como la cercanía de los purines hirió  sin duda la elegante nariz de nuestro Clásico. En el tiempo que a éste le fue propio, se gestaron una y mil formas de respuesta, todas con el denominador común de estar guiadas en pos de satisfacer el bien común.

Si nosotros no somos capaces de identificar semejante bien común, obrando pues en consecuencia, estaremos poniendo en consideración no tanto nuestra incompetencia, como sí  más bien la certeza de que somos cómplices del tiempo vivido.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.




miércoles, 6 de abril de 2016

EN EL FONDO PUEDE QUE LA REALIDAD SEA MUCHO MÁS SENCILLA.

Escucho anonadado los ecos que todavía resuenan en mi interior en relación a los hechos que han venido a monopolizar todo lo que actualmente se resume en lo tal vez mal llamado actualidad, y me sorprendo al constatar que no consigo salir del monólogo conceptual que se define a partir del efecto que causa por un lado conocer la existencia de los “Papeles del Panamá”, para acabar luego abducido por el efecto cercano al colapso al que me lleva escuchar al que se niega a reconocerse como Presidente en Funciones, cuando ya sea porque tiene en funciones su cerebro, o porque piensa que en funciones tenemos los demás el Sentido Común, es capaz de espetarle sin ninguna clase de miramiento a ÉVOLE que si el mintió, lo hizo por desconocimiento.

Someto a la mera consideración, pues la total ausencia de naturalidad en los elementos referidos acaba por convertirlos en inabordables a cualquier esperanza que la Razón pretenda obtener de los mismos, y es entonces cuando ante la insalvable resistencia que a mis esfuerzos en pos de volverlos razonables ofrecen, no logrando con cada nueva envestida sino incrementar la fuerza con la que al menos en apariencia vertebran su resistencia; que decido explorar nuevas opciones no tanto en pos de encontrar una solución al evidente dilema, como sí más bien esperanzado como otrora pudo estarlo aquel primero que, harto de considerar a los desequilibrados como locos, sin más, apostó sin embargo por encontrar en el desierto del caos que representaban aquellas mentes, una suerte de dibujo a partir del cual integrar una forma de presagio de orden desde el que intuir, cuando no ordenar, el galimatías que ante el que la suerte en forma de necesidad, le había enfrentado.

Es entonces cuando, obedeciendo a Virgilio, cito de memoria su proceder. A veces, cuando la Verdad me es esquiva, cuando la Razón rehúsa mis tentaciones; es entonces cuando me siento, siquiera a pensar. Y es a menudo que la solución se presenta sola.

Porque puede que la Verdad que subyace no tanto a los sucesos que hoy por hoy nos incomodan, como así también la nueva forma de relación que da contexto a la realidad en la que todos ellos adquieren condición de certeza; parta de la condición no accidental de constatar, cuando no a lo sumo aceptar que nuestra imposibilidad para entenderlo todo, o aunque sea para saber por qué no entendemos nada, absolutamente nada, se encuentre precisamente en el error de consignar un paradigma cuya constatación como modelo en pos de discernir lo verdadero, de lo que no lo es; resulte sencillamente equivocado, por inadecuado.

Así, no ya cuando los Papeles de Panamá han puesto de manifiesto que los vínculos de las Infantas de España para con actividades de dudoso prestigio no es algo reciente; sino cuando nos hemos enterado ¿O no? de que nuestro Gobierno es de los pocos de Europa que no ha pagado por acceder a la información de sus digamos, nacionales; es cuando una corriente de aire frío habría de recorrer nuestra espalda, presagio cuando no síntoma de que algo realmente grave, ha pasado ya.

Es entonces cuando a título de corolario de la conducta manifestada por la Infanta de España, en este caso y por ser más específico, fijando nuestro objetivo en la Sra Pilar de Borbón, y al hilo de cómo ha sido manejada la actual crisis no solo por ella, como sí más bien por sus más allegados; que uno comienza a darse cuenta del papel que en realidad, como miembros de El Común, cuando no de la chusma, jugamos en realidad, en este mundo infectado por la mediocridad, en sus formas más ladinas e ignominiosas.
Ver en la mirada de la Infanta Doña Pilar la constatación de la certeza del pensamiento de aquel Clásico que venía a afirmar que a menudo la humildad no es sino la fea máscara tras la que se oculta la más amarga de las hipocresías, es lo que como digo me lleva a pensar que, muy probablemente, todo haya de ser en realidad, mucho más sencillo.

Como sencillo ha de de resultar para ella, y para los que están cerca o de una u otra manera la secundan; dar por hecho que efectivamente todo lo que está pasando no es sino reproducible a partir de las concesiones que a la realidad le hace un mal sueño. ¿Cómo si no es así entender que los vasallos, cuando no los integrantes de la chusma, se crean capacitados para pedir responsabilidades a todo un Borbón, no lo olvidemos, “en activo”?

Así y solo así, podemos entender desde las miradas que perdonan la vida, hasta el proceso que, rozando lo chusco ha servido para, no lo olvidemos tras previamente negarlo, dar constancia de la efectiva existencia de la empresa que los ya famosos papeles le otorgan.
En todo caso, nada o casi nada será suficiente para hacernos olvidar aquella ocasión en la que ante la insistencia de un periodista, esta misma señora acudió a ese lema que a título de coletilla los Borbones parecen tener cuando mandan ¡a callar! al populacho.

Sea como fuere, lo cierto es que la culpa, o cuando menos no toda, no es solo de ellos. Ya que si bien la institución es algo sobre lo que no podemos, al menos de momento, ni siquiera opinar; no es menos cierto que lo hacemos al respecto de aquellas consideraciones sobre las que nuestro proceder tiene alguna capacidad de apoyo u objeción, nos mostramos muy nítidos.

Así, a la vista del espectáculo dantesco en el que nuestros representantes han convertido el procedimiento que estaba llamado a dar cobijo a la nueva legislatura; lo cierto es que lo único en lo que casi todos estamos de acuerdo es en que la talla del esperpento creado nos lleva a pensar que lo más acertado sería llamar al ingente Valle-Inclán.
Lejos estaré yo de poner en tela de juicio los resultados de unas elecciones, y mucho menos quedaré de dar cuartos al pregonero para que pueda si quiera albergar la idea suficientemente velada por otros en base a la cual, como el resultado electoral no ha sido de su satisfacción, lo lógico es poner es cuestionar el resultado en sí mismo.
Más bien al contrario, lo que sí que haré, y confieso que no sin satisfacción es amenazar con perder el poco sentido que me queda cuando lo empleo para tratar de entender cómo es posible que a día de hoy siga habiendo más de siete ¡siete! millones de compatriotas míos dispuestos a ¿confesar? que volverían a votar al Partido Popular. A la sazón el único partido político que en toda la historia moderna de nuestro país se verá obligado a comparecer como tal ante un juez.

Con todo, o a pesar de todo, para los que aún sigan mostrándose incapaces de entender la relación entre los dos elementos traídos a colación en el día de hoy, habremos de decirles que tal vez su manifiesta incapacidad para encontrar la conexión no haga sino poner de manifiesto la manifiesta desinencia que para de cara a la realidad, la existencia combinada de ambos hechos no supone sino una conformidad.

Así, todos aquellos que han perdido la esperanza de ser dignamente gobernados, ya haya de proceder el buen gobierno de una institución rancia a fuerza de obsoleta como es la monarquía; o de un gobierno democráticamente elegido que se dedica luego a malversar los privilegios que tamaña condición le imprime desde la ilusión con la que a distancia deslumbra a quienes una vez creyeron en sus componentes; se enfrentan ahora a la displicencia que procede de saber que su voluntad, esté o no coaccionada de manera consciente o inconsciente, emerge en todo su esplendor cuando el viso de herrumbre que la misma presenta se empecina en dotar de pátina de solvencia lo que no es sino la conducta propia del individuo que Nietzsche describió tan brillantemente en La Mentalidad del Esclavo.

Somos así no tanto lo que se manifiesta en nuestros actos, como sí más bien lo que en forma de pensamiento argumenta los mismos. Así, el que gusta de vivir como un esclavo, merece morir como tal. Cualquier otra consideración es injusta, a la par que conduce a conclusiones erróneas, tales como por ejemplo las que se pueden deducir de pensar no ya que todo el mundo merece vivir en Libertad, sino que todo el mundo está dispuesto a hacerlo.

Tranquilos pues, pastores, seguirá habiendo lana que esquilar.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.