Si uno mira ya en su derredor,
y lo hace con la suficiente capacidad crítica, muchos son los síntomas que nos
llevan a la conclusión de que, una vez más, ejerciendo el derecho que le da su
perentorio carácter de temporal, no es ya que el otoño se aproxime, sino que lo
que determina e grado del drama que se avecina, es que el verano, toca una
vez más a su fin.
Pulsamos sutilmente el
ambiente a nuestro alrededor, y prestos comprobamos cómo las tradicionales
carreras, unos en pos de los uniformes
escolares, los más en pos de los libros de texto, se encuentran ya en su
apogeo. Quien más quien menos, conoce a alguna familia que anda trastablillada porque, o bien su hijo no
ha obtenido plaza en el colegio elegido por ello, o en el peor de los casos es
conocedora de algún caso en el que otros han falsificado datos, de
empadronamiento por ejemplo, para quedarse con la plaza que, ineludiblemente le correspondía a su hijo.
Otros, alejados de la
condicionalidad moral, acudimos a menesteres más simplones, tales como el de
reconocer la llegada paulatina del general
invierno, en hechos no menos ajenos al protocolo, tales como el disfrute de
la larga lista de coleccionables, sí, de esos de los que casi todos tenemos el numero uno, justo en la misma proporción en
la que de parecida manera nadie los acaba.
En cualquier caso, una vez
más, y gracias sin duda a ese carácter
unificador con el que el Partido Popular impregna todas sus medidas,
aquello que a todas luces convertirá en definitiva la certeza de que el otoño
en este caso, o más concretamente el uno de septiembre ha llegado, lo
encontraremos en la genialidad que constituye la subida del IVA, siempre
atendiendo, no lo olvidemos, a esa extraña lógica según la cual el hecho será
responsable diferido de la mejora de la actividad económica.
Muchos son a estas alturas los
indicadores que demuestran no ya que la actividad
económica no presenta el menor viso de que a corto plazo vaya a mejorar. Más
bien son más las certezas que nos llevan no a aventurar, sino verdaderamente a
argumentar, que la situación va a ser abiertamente catastrófica, agudizada esta
catástrofe en el cuarto trimestre que nos queda del año, para arruinarnos
definitivamente de cara al suave
aterrizaje que los eruditos predisponen para describir el escenario de los
próximos dos años.
Sin embargo una vez más, y sin
ánimo de menoscabo hacia parte alguna, para mí la mayor prueba de verdad en relación a la necesidad de constatar la
magnitud de la crisis que está por llegar, aparece de manera cristalina una vez
comprobado el reaccionar de los políticos
de medio pelo, a saber en este caso, en este país, los que ostentan
funciones de medio poder en instituciones tales como Diputaciones, Comunidades
Autónomas, e incluso determinados Ayuntamientos, estos bien porque supongan en
sí mismos alguna recompensa, con la salvedad de lo ocurrido en Madrid (donde ha
bastado con darle “a la botella” lo que previamente le fue dado a Gallardón.) O
por el contrario porque constituyan escalón
imprescindible para acceder a esas mismas instituciones ya aludidas.
Mas a pesar de todo ello, lo
que a mí me ha servido para establecer definitivamente el talante definitivo de
todo lo expuesto hasta el momento, ha de ser buscado, una vez más, en la
inconmensurable certeza que proporcionan los acontecimientos políticos.
Así, cuando el pasado sábado
se produjo la temida llamada telefónica en la que el todavía Presidente de la Comunidad Autónoma
de Galicia llegaba, y no precisamente por sí sólo a la terrible certeza de que
si quería no ya revalidar la mayoría
absoluta, sino simplemente conservar
el sillón de la Presidencia de la Xunta, no podría bajo cauce alguno
esperar a marzo; no hizo sino desvelarnos entre líneas el voltaje, si no abiertamente la intensidad de los apretones que todavía
a día de hoy, nos tiene reservado este gobierno.
Interpretando la llamada en
sentido inverso al propio, esto es al que marcaba su procedencia, las
respuestas que Mariano RAJOY sin duda dirigió al todavía presidente gallego,
hubieron de ser del todo menos gratificantes porque ¿Cómo entender si no que
unas medidas tomadas en Madrid puedan tener semejante trascendencia en Galicia?
Nada menos que en Galicia, la “cuna” del movimiento
a día de hoy.
Pues háganse así una idea, si
no clara, sí sin duda lo suficientemente cristalina, del grado de apretones a los que vamos a estar
sometidos, cuando menos los dos próximos años.
Del orden de 172.000 son los
millones que nuestro maravilloso Gobierno ha anunciado se encuentra capacitado
para reconducir en los dos próximos
años. ¿Hace falta que enumeremos de dónde? Hoy mismo la cínica Ministra de
Sanidad, Sra. MATO (tiene narices) ha dado una serie de pistas claras. Ha
reconocido sin recato alguno, y sin el menor resquicio de pudor, que “volvemos
a los cánones de implantación de una Ley de 1986.” A lo mejor todavía
esperaba que le hiciésemos la ola.
Sin embargo, el detonante
definitivo de todo lo dicho estaba aún por llegar, y sólo se ha manifestado una
vez Cataluña ha hecho pública su manifiesta necesidad de acudir al mal llamado Fondo de Rescate Autonómico, del que
habrá de sacar, expoliar según algunos, nunca menos de cinco mil millones de
euros.
Sin entrar tan siquiera en
condicionantes objetivas, atendiendo de manera exclusiva al río de reacciones
que el hecho ha provocado, y en especial a la manera mediante la que tales
consideraciones han sido expresadas, es cuando uno puede empezar a intuir
nuevamente la talla del verdadero drama
conceptual en el que se halla inmerso el país.
El mero hecho de que exista
una disputa abierta que afecta a la propia consideración de la justicia de los
fondos, (me refiero al otrora viejo debate según el cual, si atendemos a los
portavoces catalanes Cataluña siempre ha
aportado a las arcas del país español más dinero del que luego ha revertido en
el Tesoro del Reino de Cataluña, lo que subyace no es ya una cuestión de
propensión al autogobierno, sino más
bien una mera cuestión de absoluta, flagrante y maliciosa ausencia de
generosidad, salpicada eso sí con unas gotas de veneno secesionista.
Basta una somera lectura de
los Estatutos de Autonomía, en
especial, por qué no decirlo, de los concernientes a la propia Cataluña ,
así como al de El País Vasco, para comprobar cómo, precisamente, la idea que
subyace a la creación del mal llamado modelo
autonómico, no es, ni mucho menos, el afán segregacionista. Más bien, y por
el contrario, lo que hace fecunda la idea constitucional de reconocer las
múltiples formas en las que se materializa la siempre presente idea de España, pasa de manera
ineludible por reconocer que el reconocimiento de la diversidad pasa de manera
estructuralmente ineludible por la aceptación, y no sólo tácita, de que el modelo respecto del cual comparar
precisamente la existencia de semejantes diferencias, reside en la inalienable
idea de España.
Por ello, de nuevo, escuchar
al Sr. MAS montando su patético
discurso sobre elementos tan reaccionarios como caducos, no me hace sino
comprender una vez más, lo cerca que estamos, a pesar de todos los esfuerzos
que han hecho por convencernos de lo contrario, del punto de partida.
En definitiva, y por aquello
de ir acabando, lo que me lleva a comprender que efectivamente estamos
finalizando el verano, además de los coleccionables, es la ineludible certeza
de que los políticos vuelven,
dispuestos, según ellos, a inaugurar un nuevo Curso Político. ¿Aprobarán todos en septiembre?
Luis Jonás VEGAS VELASCO.