
Cuando el tiempo se materializa en horas, nos encontramos
con que al igual que ocurre con los diagnósticos de algunas enfermedades, solo
el paso del tiempo decidirá si el enfermo está llamado a recuperarse, o por el
contrario habrá de ir buscando las
monedas para el barquero. De parecida manera, algo ha debido de ir muy mal
cuando a la vista no solo de la intensidad de las intervenciones, que sí más
bien a la luz de las respuestas a las que algunas de ellas han dado lugar;
todavía no podamos decir a ciencia cierta, o lo que es lo mismo, desde la
objetividad propia de no tener que amparar el veredicto en nuestra
tendenciosidad; quién ha salido victorioso en la contienda.
En la paradoja intrínseca que se manifiesta ante nosotros
cuando constatamos que nos hallamos en las jornadas previas a la llamada a
conmemorar el 40º aniversario de la primera
llamada a las urnas tras el periodo de oscuridad; creo no ser demasiado
exigente para con mis semejantes si me creo en el derecho de poder asumir que
una serie de pretensiones que en el periodo mentado bien podían ser tenidas por
ejemplo de grandeza en lo atinente a la forma y al fondo; de seguir
erigiéndose hoy en recursos viables
éstos no vendrían sino a poner de manifiesto que, efectivamente, tenemos un
serio problema.
Por eso, cuando llegados a este punto la única excusa que encontramos
para justificar la desazón que desde hace horas nos embarga, de la cual ahora
ya somos netamente conscientes es la que a título de conclusión se materializa
en este caso en las afirmaciones vertidas no solo por algunos de los políticos
directamente participantes en el evento, las cuales ganan en intensidad cuando
son burdamente usadas por tertulianos, algunos de los cuales han emergido de
cuál fuera la ciénaga en la que se habían refugiado de un tiempo a esta parte;
dando lugar a conclusiones que curiosamente no responden para nada a las
perseguidas ni por los actores principales, ni mucho menos por los secundaros,
llamados respectivamente a promocionar de una u otra manera la panoplia que nos han regalado, la cual
adquiere su auge cuando la perspectiva sirve para constatar hasta qué punto la
misma ha reproducido ese obsoleto mito según
el cual no ha perdido nadie, porque en
parte han ganado todos.
Se impone así pues la
mediocridad. Al igual que un virus, lo mediocre ha parasitado todos y cada uno de los reductos,
incluyendo aquellos que llegados a estas alturas, pensábamos nos darían cobijo,
máxime en estos tiempos de crisis.
Como ocurre con un virus, capaz de introducirse en el ADN de
un ente unicelular convencido de que éste le hará el trabajo sucio al
replicarlo de manera indistinta a como replica su propia naturaleza, la mediocridad se ha instalado ya en nuestro devenir
diario. Lo ha hecho en la forma, tal
y como ha quedado de manifiesto en lo escasito
del nivel demostrado por unos y por otros. Sin embargo lo más peligroso es
que tal y como demuestra lo apreciable de un hecho llamado a afectar por igual
tanto a los vetustos como a los neófitos en tales lides, el ver cómo
formaciones políticas con más de un siglo de vigencia se muestran titubeos
comparables en su calado a los balbuceos prodigados por estructuras que aún no
contienen ni quinquenios; sirven cuando menos para dar fe de la baja cotización alcanzada hoy en día por
el ejercicio de la disertación política en España.
Toma así pues cuerpo un nuevo miedo. El procedente de
suponer que la mediocridad, lejos de ser refutada, acabará siendo aceptada.
Ejemplo de tal puede hallarse en la conmiseración de la que ha habido que hacer
gala a la hora de calificar las sucesivas intervenciones de algunos de los
referidos. Marianadas aparte, lo
cierto es que algunos que esperaban apaciguar
su sed gracias a la profundidad de los pozos que otros apuntaban tener en sus
propiedades, han tenido que acudir repetidamente a la exigua ración de liquido elemento que, contenida en el
raquítico vaso que el ujier pone una y cien veces a disposición del orador, ve
catapultada su fama cuando a veces se erige en metáfora de la necesidad de
apaciguar ánimos o blasfemias si el interviniente termina por desear
desaparecer. Sea como fuere, o en el mejor de los casos, a pesar de los
pesares, lo único cierto es que mal camino llevamos si todavía no somos capaces
de certificar que algo muy grave está pasando cuando llegadas a estas alturas
no podemos afirmar a ciencia cierta el objeto natural del proceso del que hemos
sido, unos más que otros al parecer, testigos.
Y si no somos capaces de identificar la naturaleza de los hechos observados, entonces con aparente
naturalidad surge la certeza por la cual la mayoría de los hechos acontecidos
tienen que pasar desapercibidos, sobre todo en su forma.
Resulta así entonces normal, que tan válido sea el análisis
proferido por los llamados a afirmar que el Partido Popular ha salido
victorioso al poder afirmar sin el menor género de dudas el contar desde ahora
en su haber con la superación de una moción de censura; como válido resulte el
análisis procedente de los llamados a poner el
foco en la certeza de lo bochornoso que ha de resultar el saberse no tanto
digno de merecer la moción en si misma, agravado a ciencia cierta por lo
patético que resulta que un hecho como la corrupción,
en principio ajeno al quehacer político, sea el llamado a sustentar la
misma.
Los llamados a creer, o cuando menos a sustentar, la tesis
de que ha sido la formación del Sr. IGLESIAS la que se ha llevado el gato al agua, sin duda tendrán sus propias
razones. Entre las llamadas a conformar el
haber, ocupa espacio destacado la procedente de ver cómo responde sin
responder, ganando en solvencia y credibilidad todo hay que decirlo, cuando da
muestras de clase y estilo al no entrar en provocaciones como las que se
derivan de la provocación eternamente ostentada en discursos como el proferido por el portavoz del Partido
Popular. Mas ni todas esas razones servirán para ocultar un único hecho, el
que pasa por determinar, solo el tiempo lo hará, la magnitud del daño
institucional que se ha hecho al presentar una moción de censura sin programa, sin candidato, y sin negociación
previa. En España las mociones de censura tienen carácter constituyente, lo
cual significa que se promueven con el ánimo de salir victoriosos de la
contienda que infieren. Cualquier otra elaboración resta crédito no solo al
procedimiento en tanto que tal, que sí y en mayor medida al que osa hacer uso
de la misma, desposeyéndola de su esencia.
En lo concerniente al Partido Socialista, difícil, muy
difícil resulta referirse a tal sin repetir alguna de las consideraciones
cuando no fórmulas que recientemente se han implementado en aras de suponer,
pues nunca en lo relativo al PSOE se puede afirmar, cuál habrá de ser la
próxima línea, llamada a sostener ese último golpe de ingenio tras el que sus dirigentes aspiren a alinear a sus
bases, una vez más. No en vano ya lo ha dicho su flamante portavoz: en Política el éxito sonríe a los que son
capaces de adaptarse. Pero una vez más me surge una objeción, la que se
materializa en la afirmación según la cual, Si
bien son dignos de ser salvados los que se saben adaptar al medio, son aquellos
los que se rebelan contra el medio los que logran cambiarlo. Pero mucha
profundidad se exige a una bancada cuya mayor preocupación pasaba hoy por
aplaudir la intervención al unísono, rezando para que las cámaras permitieran
al que guardaba cuartel en la
calle Ferraz contar con solvencia el volumen y la intensidad
de esos aplausos.
No en vano hoy más que nunca adquiere valor la máxima según
la cual el que se mueve no sale en la
foto.
De CIUDADANOS no me olvido. Lo que pasa es que como ya la
luz solar nos abandona, creo sobradamente llegado el momento de ir poniendo
punto final a una reflexión en la que poco o nada aporta una formación política
que de nuevo demuestra la profundidad que alcanza su neurosis ideológica cuando una vez más, en lugar de expresar
abiertamente con quién está, cree alcanzar el éxtasis supliendo sus carencias
por medio de vehemencia, construyendo un discurso flemático e inconsistente,
dando con ello al diablo el espacio
que necesita allí donde se espera la presencia del caos.
¿Se hace ahora evidente mi certeza de que solo los miedos
han podido crecer?
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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