Dejados una vez pasar las cuarenta y ocho si no de rigor, sí
tal y como ha quedado demostrado, lo suficientemente adecuadas para justificar
el silencio propio sobre todo cuando la hemorragia verbal de los demás
convierte no en necesario sino en imprescindible el desear disfrutar de la
carantoña que a menudo te regala el silencio; es cuando puedo verdaderamente
empezar no tanto a relatar lo que opino, como sí más bien a referir lo que pienso
una vez he escuchado lo que opinan los
otros.
Porque si a estas horas de algo estoy absolutamente seguro,
es de que al contrario de lo promovido por los místicos de la diplomacia, no solo es necesario que existan los otros, sino que a estas alturas la
higiene social convierte en imponderable el hecho de que resulte absolutamente
sencillo no tanto el diferenciarlos, como si más bien el identificarlos. Porque
lejos en mi ánimo de caer en la superficialidad propia del establecimiento de
etiquetas, lo cierto es que a estas alturas, después d escuchar en educado
silencio y con absoluto respeto tanto a los unos, como a los otros, lo único que tengo claro es que por primera vez en mi
vida (reconociendo que me encuentro en el límite de los que según Albert RIVERA
podemos optar a ejercer en Política sin complejos), tengo miedo. Tanto que
considero imprescindible no ya el lanzarme a relatar mis pensamientos, como el
hacerlo veinticuatro horas antes de lo que tengo por costumbre hacerlo, al
menos en este medio.
Sí, tengo miedo. Y lo tengo no tanto por lo que oigo, no
tanto por lo que veo. Lo tengo por lo que intuyo. Y digo por lo que intuyo,
porque apelando una vez más a esa distancia
conceptual que reconocido sin el menor trauma me aleja de muchos, lo cierto
es que el escuchar determinados discursos, el comprender determinadas
reacciones en la mayoría de los casos proferidas por los que aún pensando de
manera radicalmente opuesta, las circunstancias hasta el momento les han
permitido aletargar sus impulsos, lo
cierto es que hoy parecen decididos a actuar.
Escucho así a avezados profesionales de la Comunicación,
algunos de los cuales se han sumergido, hay que reconocerlo, en el pozo sin
fondo de la Opinión sin medida, esto es, dada aunque nadie la haya pedido; y
encuentro en los relatos que van conformando las mimbres de las tales opiniones
el poso rancio de un discurso que más allá de, valga la redundancia, opinión,
no viene sino a converger en los preceptos propios del totalitarismo
recalcitrante reconocible, ahora sí, en los documentos de la hemeroteca
protagonizados por los que según el recurrente Sr RIVERA, lo cierto es que ya
por triscar en tales épocas, parecen
en realidad poco recomendados en pos de hacerlo ahora.
Opinadores del
Apocalipsis que
ahora sí, quién sabe si a la vista del para
nada coyuntural cambio de rumbo que hemos experimentado, no dudan un
instante en apuntarse a las teorías propugnadas por los que hasta el sábado
integrábamos el Club de las Trompetas de
Jericó. Un club cuya única característica de ingreso requiere tener el
suficiente sentido común como para reconocer que hoy por hoy el voluntarismo que se encierra en la
inocencia del Positivismo Social, hace
recomendable amparar nuestros designios en algo más que en la certeza de que todo por sí mismo, pasará.
Opinadores a los que tal y como le ocurrió a
Cristóbal COLÓN con sus tripulantes, les basta un mal role del viento para correr en desbandada gritando motín, una vez han comprobado que la
concurrencia de circunstancias obvias, en este caso las que se materializan en
el imponderable de comprobar que una vez superada la borda, no hay adónde ir;
si bien a éstos les cabía la decencia de poder afirmar que eran aquéllos
terrenos a la sazón inescrutables.
¿Estará ahí ciertamente el origen del problema? ¿Se resume
el origen del miedo al hecho de que efectivamente entramos el aguas inescrutadas? ¿O se trata más
bien, y aquí no cabe la acción balsámica de la prudencia; de un sencillo caso
de cobardía manipuladora dispuesta
para manipular tras tal prudencia lo que no es sino la iniquidad propia del
ladino que nada guardando en este caso no su ropa, sino la que le ha arrebatado
al aquél que nadando con él, no ha sido capaz de sobrevivir a la acción
agotadora de la corriente?
Porque hete aquí que cuarenta y ocho horas han sido
suficientes para arrebatar la careta a
todos los que pese a engrosar la lista de partidos que necesitaban parecer demócratas sencillamente porque sus acciones o los
de sus ancestros se empeñaban en contradecir tales parámetros; a todas
aquellas personas que incluso a título de anécdota necesitaban lavarse con lejía cada vez que generalmente por
necesidad de mantener las formas se
veían obligados a intercambiar unos
instantes con integrantes de la plebe, convenciéndose a sí mismos de que,
efectivamente, la lejía es un buen desinfectante.
Mas por mucho que lo mentado hasta el momento pueda parecer
pernicioso para unos, inadecuado para otros, y exagerado para un grupo (el
conformado por los diplomáticos a los que
arriba he hecho mención); lo cierto es que una vez transcurrido el minuto
de sonrojo, algunos serán, al menos eso espero, los que me den algo de razón.
Y si lo dicho hasta el momento puede resultar aterrador,
sobre todo a la hora de concitar las formas del escenario hacia el que sin
necesidad de mucho especular parece nos dirigimos, qué decir si integramos
dentro del mismo a los políticos.
Entes una vez amorfos, las menos indescifrables; lo cierto
es que su hacer, o cabría decir la falta de la misma, parece ser lo que nos ha
traído a este aquí, a este ahora. Porque si nos atrevemos a someter a un ligero
análisis los planteamientos desde los que en los últimos meses unos y otros se
han conducido, resultará complicado no pecar de manipulado si según los
parámetros de lo que llamaríamos eufemismo
MARHUENDA, nos empeñásemos en seguir escondiendo al cabeza bajo la tierra,
olvidando que con todo, el culo se queda fuera, y lo que es peor, en una pose
poco recomendable.
El Político, ese ente indescifrable que hasta ayer algunos a
priori considerábamos destinaba su esfuerzo en pos de desplegar una batería de
acciones encaminadas a promover el bien común, pero que tal y como ha quedado
sobradamente certificado es hoy por hoy incapaz de garantizarse el bien propio
(y no será por falta de entrenamiento para conseguirlo).
El Político, ese ente inconsistente que lejos de respetar el
legado de los griegos, antecesores en la práctica de eso que ellos hoy
desprestigian con su quehacer diario, hablo del ejercicio político en sí mismo, y que hace que los demás
abandonemos la conducta beneficiosa para la Polis, convencidos en definitiva de
que lo mejor es hacerse y parecerse a un Idiota.
El Político, ese ente que como un niño chico, corre
despavorido presa de la agitación nerviosa que precede a la histeria una vez
que el abandono de la zona de confort le
expone al peor de sus miedos, a saber, el de tener que proceder a la adopción
de decisiones en un escenario que incluye variables otrora desconocidas.
Porque definitivamente, de eso y de nada más que de eso se
trata, del miedo inducido por la presencia de una serie de variables hasta este
momento imponderables.
Porque no se trata tanto de la irrupción de PODEMOS, como sí
más bien del hecho de aceptar que efectivamente, otra forma de hacer las cosas,
incluso es Política, es posible. No solo posible, el tiempo demostrará que
imprescindible. Pero en tanto que ese momento llega, estos neo-caciques que han hecho del hacer político no tanto su lema,
cuando sí más bien su hábitat, no se van a quedar quietos mirando viendo como
los integrantes de la otrora chusma les arrebata sus prebendas.
No seré yo quien minusvalore la intensidad de esta crisis
que se ha desatado el domingo a una mera constatación de desafecciones
vinculadas a la pérdida de posición. El problema es mucho más grave, severo
diría yo, y pasa inexorablemente por constatar que muchos de los que hasta
ahora habían jurado dar su vida por el
sostenimiento de un Sistema que entre todos no hemos dado, lo cierto es que
para la mayoría de ellos no ya una crisis, ni la mera posibilidad de que la
misma se manifestara, ha formado parte de los contenidos de sus sueños en
digamos…¿treinta años?
Es por ello que precisamente ahora, cuando el ciudadano toma
el control, y decide convertirse en protagonista de su propia vida, estos sepulcros encalados son incapaces de
reconocer en tales actos el proceder no solo legítimo, yo diría que
imprescindible, emprendido por quien se considera y actúa en virtud de ello,
como un Verdadero Ciudadano.
Es tras la constatación de semejante hecho, cuando la
magnitud del problema emerge en toda su realidad. Porque no es lo malo que los
Políticos se comporten de manera irresponsable. La pregunta pasa por averiguar
sin correr demasiados riesgos hasta dónde están dispuestos a llegar con tal de
que los Ciudadanos no podamos ejercer nuestros derechos, una vez que ellos se
han mostrado abiertamente inútiles para consagrarse de forma activa a tales
funciones.
Por lo pronto, hoy alguno/a de ellos, ya se ha disparado en
un pie.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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