miércoles, 15 de octubre de 2014

DE LO DIFÍCIL QUE HOY RESULTA IDENTIFICAR A UN ESPAÑOL. DE JULIÁN MARÍAS A LA REALIDAD, PASANDO POR LOS CARTELES PÚBLICOS.

Acudo una vez más a esta ya casi necesaria reunión en pos de un instante, sorprendido ante la preeminencia que una vez más, y ahora ya sí es posible que como denuncia definitiva, la realidad, con todos sus matices aunque eso sí, ausente de todo misticismo, se empeña en arrojar sobre nosotros, quién sabe si verdaderamente asqueada de que incluso los analistas más obscenos sigan empeñados en edulcorarla toda vez que aquello que han de reflejar tiene tintes de verdadera bazofia.

Ante la triste perspectiva que una vez más parece acompañarnos a la hora de hacer frente a la que en definitiva no es sino una forma de interpretación de la realidad, es por lo que en esta ocasión acepto el reto que sin duda propone el cambio de perspectiva, y me brindo a dotar de verdadera premura a la realidad en sí misma. Los resultados, como cabía esperar, no solo no se hacen esperar, sino que además no dejan indiferentes a nadie.

Paseando mi por qué no decirlo aburrida mirada por los abigarrados carteles que luchan por conquistar nuestra atención colonizando cada milímetro de terreno del vallado que se identifica con el perímetro de un centro público de mi localidad, fue este mismo lunes que me topo con un cartel que literalmente rezaba: “Se informa de que el próximo lunes este centro permanecerá cerrado por la festividad que se celebra el día doce.”

Confesada la incertidumbre que en un primer momento produjo en mí la comprobación de las aparentes reticencias que el autor o autores del cartel mostraron a la hora de identificar de manera más precisa dicha festividad, a saber El Día de La Hispanidad; fue que mi cabeza, cierto es que no en pos de un ejercicio de fervor patrio, como sí más bien en pos de sumergirse en las mil y una cábalas que el dilema ofrecía, fue que de manera tan inevitable como inconsciente se sumergió en pos de describir de la manera más exitosa posible el escenario que podía traducir el sentido de semejante castración.
Así, en un ejercicio que amparado en la praxis propias de otras ocasiones no solo no resulta descabellado, sino que en el caso de aplicarle determinadas normas de operatividad parece brillar dotado incluso de cierta pátina de solvencia; podríamos no en vano llegar a la consideración de que a la vista de lo conceptualmente multidisciplinar que se muestra ya la conformación de cualquier extracto de nuestra sociedad, la definición de un concepto tan racial como el de Sentimiento de Hispanidad bien pudiera ser tan arcaico como poco recomendable; lo cierto es que me sumergí en una suerte de compleja reflexión.

Asustado por lo apetitoso que resultaba sin duda el profesar un análisis desde el punto de vista propio de las recriminaciones nacionalistas (acudiendo en este caso al exacerbamiento de lo patrio;) confieso que en un primer momento atribuí el fenómeno a la más que presumible comprobación de otro de esos ejemplos de conducta mojigata que en términos individuales bien pudiera traducirse en el devenir ético de la tan conocida conducta española atribuible más si cabe a los últimos años, la cual se conduce sin duda en pos de satisfacer los réditos del por otro lado tan llevado y traído trauma asociado a ser español.

Asustado como digo por el cariz que para el análisis interno estaban adquiriendo los protocolos de conducta informados, fue por lo que en un ejercicio de autorreproche, me exigí indagar en pos de buscar condicionantes un poco menos manidos, aunque para ello hubiera de traducir análisis más profundos, o quién sabe si tener que acabar lidiando con conductas destinadas a mayores logros dentro del terreno de lo estrictamente ético.

Acudí así pues de nuevo a la realidad, convencido de que la misma se hallaba ahora más que nunca dotada para mostrarse generosa con sus concesiones, cuando un somero repaso de la misma, en sus más diversos calados me proporcionó no solo la respuesta, sino incluso la esencia desde la que la misma estaba conducida.

Ministras incompetentes que no saben cuando hablar. Consejeros que la pifian por no saber cuándo estar callados. Presidentes de Gobierno que siguen tomándonos por tontos en pos, quién sabe, si de disfrazar su propia estulticia. Vicepresidentas que venidas a más, no saben cuándo toca envainársela, y llevan a estados de desesperación a  expertos que por otro lado por ellos mismos han sido requeridos.
Y así, un largo rosario a cuya perla mejor que la anterior, reunidos en torno a un único denominador común a saber, lo poquito que hoy por hoy cuesta Ser Español.

Testigos mudos en mayor o menor medida de una realidad silenciosa cuya magnitud de depravación ciertamente comienza a azorarnos, la magnitud de la verdad ciertamente que una vez más nos sobrecoge. Comprobado de forma empírica el grado de descomposición al que la acción unas veces inconsciente, y otras ciertamente encomiable, desarrollada por unos y otros; ha empujado a nuestro país hasta aquí, lo cierto es que cada vez resulta no ya más sencillo, como sí menos complicado, entender ciertas cosas, entre otras el grado de inercia desde el que puede comprenderse el funcionamiento de muchas, cuando no de casi todas, las estructuras que se identifican bajo el gran paraguas conceptual que supone la integración en el mal llamado Estado del Bienestar.

Semejante inercia, otra muestra por sí sola del grado de abatimiento del que las estructuras hacen gala al mostrar por sí solo y como nadie el grado de colapso del sistema en tanto que son un magnífico testigo del triunfo de los procedimientos por encima de las esencias conceptuales;  se traduce en términos más propio en la muda aceptación del silencioso triunfo de los tecnócratas sobre los políticos, quién sabe si dentro del que bien pudiera llegar a tratarse del último debate al que asistiremos dentro del actual modelo de Estado.

La constatación pues del colapso al que hacemos mención, tiene así pues su correlato bien pudiera ser que definitivo en la consideración nunca por separado, sino más bien perfectamente integrados, de todas y cada una de las consecuencias que el sinfín de conductas atípicas al que últimamente estamos asistiendo, tiene para el sistema, cuando no para la supervivencia del mismo.
Porque no se trata ya por ejemplo de que personajes como el aún todavía Consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid colabore activamente con la crisis, al menos en su inexorable Faceta Moral. Ni tampoco se trata de que algunos de los miembros del Consejo de Administración de BANKIA afirmen no entender dónde está el problema que se atribuye al uso de sus tarjetas opacas. Se trata de que sencillamente tales conductas, tales comportamientos, no solo no son reprochados, sino que más bien son reforzados por la propia realidad.

Con todo, que ciertamente no es poco, una última reflexión: A la vista no ya de cómo está todo, sino desde la constatación expresa de lo que va a costar volver en luz la cocina…¿De verdad resulta encomiable no tanto la celebración, como sí más bien la exaltación del concepto que en última instancia la instiga?

Definitivamente creo que no nos hace falta acudir a ningún tipo de proceder o sentir externo. Nos bastamos y servimos nosotros mismos para restregar por el barro tanto el concepto de Hispanidad, como todos y cada uno de los que como éste o de mayor calado nos pongan por delante.



Luis Jonás VEGAS VELASCO.

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