Acudo una vez más a esta ya casi necesaria reunión en pos de
un instante, sorprendido ante la preeminencia que una vez más, y ahora ya sí es
posible que como denuncia definitiva, la realidad,
con todos sus matices aunque eso sí, ausente de todo misticismo, se empeña en arrojar sobre nosotros, quién sabe si
verdaderamente asqueada de que incluso los analistas más obscenos sigan empeñados en edulcorarla toda vez que aquello que
han de reflejar tiene tintes de verdadera bazofia.
Ante la triste perspectiva que una vez más parece
acompañarnos a la hora de hacer frente a la que en definitiva no es sino una
forma de interpretación de la realidad, es por lo que en esta ocasión acepto el
reto que sin duda propone el cambio de
perspectiva, y me brindo a dotar de verdadera premura a la realidad en sí
misma. Los resultados, como cabía esperar, no solo no se hacen esperar, sino
que además no dejan indiferentes a nadie.
Paseando mi por qué no decirlo aburrida mirada por los
abigarrados carteles que luchan por conquistar nuestra atención colonizando
cada milímetro de terreno del vallado que se identifica con el perímetro de un
centro público de mi localidad, fue este mismo lunes que me topo con un cartel
que literalmente rezaba: “Se informa
de que el próximo lunes este centro permanecerá cerrado por la festividad que
se celebra el día doce.”
Confesada la incertidumbre que en un primer momento produjo
en mí la comprobación de las aparentes reticencias que el autor o autores del
cartel mostraron a la hora de identificar de manera más precisa dicha
festividad, a saber El Día de La
Hispanidad; fue que mi cabeza, cierto es que no en pos de un ejercicio de fervor patrio, como sí más bien en pos
de sumergirse en las mil y una cábalas que
el dilema ofrecía, fue que de manera tan inevitable como inconsciente se
sumergió en pos de describir de la manera más exitosa posible el escenario que
podía traducir el sentido de semejante castración.
Así, en un ejercicio que amparado en la praxis propias de
otras ocasiones no solo no resulta descabellado, sino que en el caso de
aplicarle determinadas normas de operatividad parece brillar dotado incluso de
cierta pátina de solvencia; podríamos no en vano llegar a la consideración de
que a la vista de lo conceptualmente
multidisciplinar que se muestra ya la conformación de cualquier extracto de
nuestra sociedad, la definición de un concepto tan racial como el de
Sentimiento de Hispanidad bien pudiera ser tan arcaico como poco recomendable;
lo cierto es que me sumergí en una suerte de compleja reflexión.
Asustado por lo apetitoso
que resultaba sin duda el profesar un análisis desde el punto de vista
propio de las recriminaciones nacionalistas (acudiendo en este caso al
exacerbamiento de lo patrio;) confieso que en un primer momento atribuí el
fenómeno a la más que presumible comprobación de otro de esos ejemplos de conducta mojigata que en términos
individuales bien pudiera traducirse en el devenir ético de la tan conocida
conducta española atribuible más si cabe a los últimos años, la cual se conduce
sin duda en pos de satisfacer los réditos del por otro lado tan llevado y
traído trauma asociado a ser español.
Asustado como digo por el cariz que para el análisis interno
estaban adquiriendo los protocolos de conducta informados, fue por lo que en un
ejercicio de autorreproche, me exigí indagar en pos de buscar condicionantes un
poco menos manidos, aunque para ello hubiera de traducir análisis más
profundos, o quién sabe si tener que acabar lidiando con conductas destinadas a
mayores logros dentro del terreno de lo estrictamente ético.
Acudí así pues de nuevo a la realidad, convencido de que la
misma se hallaba ahora más que nunca dotada para mostrarse generosa con sus
concesiones, cuando un somero repaso de la misma, en sus más diversos calados
me proporcionó no solo la respuesta, sino incluso la esencia desde la que la
misma estaba conducida.
Ministras incompetentes que no saben cuando hablar.
Consejeros que la pifian por no saber cuándo estar callados. Presidentes de
Gobierno que siguen tomándonos por tontos en pos, quién sabe, si de disfrazar
su propia estulticia. Vicepresidentas que venidas
a más, no saben cuándo toca envainársela,
y llevan a estados de desesperación a
expertos que por otro lado por ellos mismos han sido requeridos.
Y así, un largo rosario
a cuya perla mejor que la anterior, reunidos en torno a un único denominador común a saber, lo poquito
que hoy por hoy cuesta Ser Español.
Testigos mudos en mayor o menor medida de una realidad
silenciosa cuya magnitud de depravación ciertamente comienza a azorarnos, la
magnitud de la verdad ciertamente que
una vez más nos sobrecoge. Comprobado de
forma empírica el grado de descomposición al que la acción unas veces
inconsciente, y otras ciertamente encomiable, desarrollada por unos y otros; ha
empujado a nuestro país hasta aquí, lo cierto es que cada vez resulta no ya más
sencillo, como sí menos complicado, entender ciertas cosas, entre otras el
grado de inercia desde el que puede
comprenderse el funcionamiento de muchas, cuando no de casi todas, las
estructuras que se identifican bajo el gran
paraguas conceptual que supone la integración en el mal llamado Estado del
Bienestar.
Semejante inercia, otra
muestra por sí sola del grado de abatimiento del que las estructuras hacen gala
al mostrar por sí solo y como nadie el grado de colapso del sistema en tanto
que son un magnífico testigo del triunfo de los procedimientos por encima de
las esencias conceptuales; se traduce en
términos más propio en la muda aceptación del silencioso triunfo de los tecnócratas sobre los políticos, quién
sabe si dentro del que bien pudiera llegar a tratarse del último debate al que
asistiremos dentro del actual modelo de Estado.
La constatación pues del colapso al que hacemos mención,
tiene así pues su correlato bien pudiera ser que definitivo en la consideración
nunca por separado, sino más bien perfectamente integrados, de todas y cada una
de las consecuencias que el sinfín de
conductas atípicas al que últimamente estamos asistiendo, tiene para el
sistema, cuando no para la supervivencia del mismo.
Porque no se trata ya por ejemplo de que personajes como el
aún todavía Consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid colabore activamente
con la crisis, al menos en su inexorable Faceta Moral. Ni tampoco se trata de
que algunos de los miembros del Consejo de Administración de BANKIA afirmen no
entender dónde está el problema que se atribuye al uso de sus tarjetas opacas. Se trata de que
sencillamente tales conductas, tales comportamientos, no solo no son
reprochados, sino que más bien son reforzados por la propia realidad.
Con todo, que ciertamente no es poco, una última reflexión:
A la vista no ya de cómo está todo, sino desde la constatación expresa de lo que va a costar volver en luz la cocina…¿De
verdad resulta encomiable no tanto la celebración, como sí más bien la
exaltación del concepto que en última instancia la instiga?
Definitivamente creo que no nos hace falta acudir a ningún
tipo de proceder o sentir externo. Nos bastamos y servimos nosotros mismos para
restregar por el barro tanto el concepto de Hispanidad, como todos y cada uno
de los que como éste o de mayor calado nos pongan por delante.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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