Asistimos imperturbables, quién sabe si haciendo gala al dicho popular en base al cual: resulta a menudo la ignorancia el mejor
cuando no el único de los vestidos que lucen los valientes; a un proceso
que como ningún otro, o tal vez deberíamos de decir que cuando ningún otro, acierta a poner no en tela de juicio sino más
bien en franca duda, elementos y a la sazón realidades propias verdaderamente
de los únicos componentes válidos a la hora de tratar de dar una respuesta científica, o sea carente en la medida
de lo posible de matices pasionales; a cuestiones que verdaderamente se hallan
implícitas en lo más profundo de la estructura tanto semántica como conceptual,
de lo que bien podríamos devengar se entiende, o cuando menos es proclive de
ser considerado como España.
En vista de lo terminales
que ya desde un primer momento pueden resultar algunos de los conceptos
esgrimidos, o lo que es lo mismo, en vista del peligro que puede desencadenarse
a partir de un manejo poco adecuado de algunos de los conceptos puestos sobre
la mesa; así como por supuesto a tenor de las consecuencias que la
interpretación que de algunas de las potenciales conclusiones pueda llevarse a
cabo; es por lo que ejercitando ¡cómo no! la prudencia, que acudiremos una vez
más, y a pesar de los detractores, a la Historia en pos no tanto de consejo,
como sí de testimonio, convencidos como estamos de que indefectiblemente, pocas
son las realidades en las cuales, hoy por hoy, somos verdaderamente capaces de
poner algo nuevo bajo el sol.
Es así que ya desde un primer y por ello somero análisis,
que encontramos en el devenir meramente
cronológico, la premisa fundamental sobre la que bien podríamos hilar
nuestro comentario tanto conceptual, como por supuesto cronológico.
Es que una mera comprobación de las mencionadas cronologías
resultará del todo suficiente para poner de manifiesto en este caso cómo las
fechas que hoy aportan contexto temporal a nuestra convulsa actualidad, se
hallan inexorablemente contenidas en medio de otras dos, cuyo peso en la
Historia es ya lo suficientemente grande como sin duda lo acabarán siendo las
actuales.
Así, las últimas calendas de septiembre han de servirnos
para conmemorar la muerte de dos monarcas tan absolutistas ellos en sus dispendios, como absolutos en sus quehaceres al frente de sendas Españas. Tan diferentes
que bien podrían pertenecer a países distintos.
Me refiero, como no puede ser de otra manera, a la
coincidencia de nuestro presente con las fechas del 13 de septiembre de 1598, y
29 de septiembre de 1833 respectivamente, en las que tiene lugar el
fallecimiento de dos monarcas, Felipe II y Fernando VII, tan distintos, que sin
duda podrían considerarse reyes de dos países diferentes.
¿Alguien se imagina a Felipe II habiendo de subsanar alguna
de las sinrazones que enturbian el
sueño de las gentes de bien que
conforman nuestra actual España?
Por supuesto sin caer en la trampa que puede suponer el
analizar conductas presentes desde el conocimiento que las perspectiva aporta
sobre modos de conducirse pasados, lo cierto es que visto y sobradamente
conocido el empaque de un rey como
Felipe II, lejos insisto de especular sobre un modo de conducta, lo cierto es
que bastará en este caso con una sutil pincelada en pos de los que sin duda
conformaron su catálogo de usos, para comprender hasta qué punto resulta
incomprensible este país, incluso para aquéllos que formamos parte del mismo.
Así, y desde la misma senda procedimental, aunque iluminando
en este caso una línea mucho menos decorosa, a la par que me atrevería a decir
que mucho menos honrosa, las en otras
ocasiones demostradas como menos inspiradas, e incluso más tendentes a la
traición, como sin duda resultaron las tendencias demostradas por Fernando VII,
nos llevan a quién sabe si vincular no tanto con su época, cuando sí más bien
con su forma de gobernar, algunos de los condicionantes a los que, insisto, la
actualidad, nos ha obligado a enfrentarnos.
Así, salvando las distancias temporales, y utilizando las
diferencias que de las mismas son propias para en este caso conducir las realidades del Estado desde las
obligaciones propias del Jefe del Estado, por definición el Rey; a un
Presidente del Gobierno como en nuestro caso resulta constitucionalmente
recomendable; pasamos a redefinir una situación en la que curiosamente Fernando
VII no solamente no se hubiera sentido especialmente desvalido, sino que
incluso me atrevería a decir que se movería con
auténtica solvencia.
Tendidos una vez más
los puentes entre el pasado, y el presente, o lo que es históricamente más adecuado, entre el
primer tercio del XIX y hoy. ¿Cuántos os animáis a reconocer en la abulia, la
apatía, e incluso en la semántica y por qué no en los modos de nuestro
Presidente, algunos de los caracteres más irrefutablemente chuscos, de aquél que bien podría ser reconocido como el rey befo?
Sin quitar ni por supuesto añadir un ápice de
responsabilidad a los ecos de las conductas que aquél desarrolló, y no obstante
convencido de que la Historia se deshará de éste arrojándole a un parecido
cajón, a saber el rotulado bajo los caracteres de para este viaje no hacían falta tantas alforjas; lo cierto es que
la sinrazón desde la que hoy por hoy
parecemos empeñarnos en articular todo lo que hacemos, amenaza en este caso con
no resultar tan comprensiva como en su momento lo fue aquélla que era propia.
Así, si el Sr. Presidente de verdad se cree que los usos y costumbres que amparaban aquél sin dios, resultan hoy refugio cómodo, lo cierto es que solo
demostrará un absoluto desconocimiento de la realidad que le circunda. Y si
bien este desconocimiento al anterior le sirvió, estamos seguros de que para él
no solo no servirá, sino que más bien al contrario solo conducirá a la
elaboración de un escenario tan asfixiante, como traumático.
Porque si bien España puede no haber cambiado, lo cierto es
que los españoles sí lo hemos hecho. Por ello los experimentos será mejor que
se queden para los laboratorios, no vaya a ser que como ya pasara en su
momento, alguien clame por el cumplimiento de la Ley, exigiendo su cumplimiento
de manera generalizada, incluyendo para ello a los dignatarios.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
No hay comentarios:
Publicar un comentario