Reviso con renovado esfuerzo los esquemas que me rodean,
tratando de aplicar a los mismos un viso de certeza, encaminado no tanto ya a
lograr vislumbrar algo de luz (para eso hace falta mucho más que una somera
capa de barniz de pulimento); cuando de pronto, casi por intuición, adquiero la
certeza de que no es mirando hacia el futuro, sino buscando en el pasando, lo
que curiosamente constituirá la manera
más acertada no tanto de comprender lo que vendrá, sino de hacernos una idea aproximada de lo que nos espera.
Apatía, abulia, estoicismo, constituyen sin duda los
conceptos que hoy por hoy convergen en nuestra cabeza cuando tratamos de
escenificar en el Teatro de la Razón, los
distintos estados a los que la en este caso única realidad nos conduce por sí
sola.
Son estos conceptos, que se convierten a la sazón en el
mejor de los aperitivos a la hora de preparar un menú, destinado, dado su sentido paradójico, a que no coma nadie.
Pero abandonando la sátira, aunque sin dejar del todo los
terrenos propios del cinismo, sí que parece que, una vez se han superado del
todo los tiempos de los crecimientos
negativos, de la economía ralentizada, y de las regresiones controladas, la
verdad es que, a día de hoy, ni siquiera somos capaces no ya de buscar una
solución, sino sencillamente de hacernos una vaga idea del fregado en el que nos hallamos metidos.
Acudiendo a la pospuesta cita que con la Historia habíamos
concertados líneas atrás; hemos de decir que solo una cosa parece ser cierta,
ya sin remisión. Un hecho adquiere cada día que pasa grado de certeza, y lo
hace viendo como todas y cada una de sus premisas se ven contrastadas en el
ejercicio del más poderoso de los argumentos; el argumento de la experiencia. El
hecho de que ya somos la generación de que no solo no es consciente de cuánto
se ha dejado arrebatar, sino que no es tampoco consciente de que jamás volverá
a recuperarlo.
Sanidad, Educación, Pensiones, Hacienda…son elementos que
ahora desordenados, conformaban hace poco, muy poco, el conjunto de aquéllos
que se aglutinaban bajo el prisma de integrantes en el conjunto de cosas englobadas bajo el enunciado de intocables.
Pero resulta suficiente un mero ejercicio de superficialidad
actual, que tal sueño se ha desvanecido. Hoy por hoy, no hay nada imposible.
¡Pero si hasta la Derecha nacionaliza Bánkias,
perdón bancos!
Mas no se encuentra hoy entre mis objetivos, y tal vez por
ello no voy a permitir que me desvíe ni un instante más de mi objetivo, la
revisión de una serie de muy atractivos conceptos los cuales por sí mismos,
concentraría mucha atención y páginas.
Prefiero por el contrario acudir ahora sí ya con interés
denodado, a la revisión desde el pasado no tanto de los conceptos que pueblan
nuestro presente, como realmente y por otra parte a la revisión ordenada de las
emotividades que despierta, y de las grandes percepciones que éstas determinan.
Amparados, aunque verdaderamente a veces parece que más bien
protegidos; vemos como a la sombra del cada
vez más indefinido concepto de la crisis, no tanto que deambulan, sino más
bien que se estabulan, una serie de conceptos no tanto derivados como
primigenios, que a la sazón comparten el denominador común de ser
premonitorios, cuando no logros certeros, de la verdad constitutiva de que,
inevitablemente algo grave va a pasar, si no ha ocurrido definitivamente.
Semejante percepción, tan difícil de olvidar para aquéllos
que la recuerdan, como imposible de conceptualizar para los que tenemos la
fortuna de no haberla vivido, constituye el marco
referencial a partir del cual definir la manera de interpretar toda la realidad por parte de los que
constituyen el espectro contemporáneo en
torno del cual se hace realidad semejante concepción.
Afortunadamente, o tal vez no tanto, en el pasado no remoto
encontramos multitud de ejemplos en los que la aparición del catálogo de
emotividades traídas a colación, ya ha hecho su aparición en la escena de los
tiempos.
Así, la irrefutable
sensación de pérdida y desamparo propiciatorio no ya tanto de lo perdido, como
de la certeza de que lo extraviado ya nunca volverá, se encuentra en la base
del movimiento cultural que surge en pos de determinar el grado de impacto para
España de los sucesivos desastres del 98.
Encontramos en la Generación
del 98, la constatación plausible del fenómeno tantas veces reiterado en
base al cual las manifestaciones artísticas se encuentran tan ligadas a la
realidad que las contextualiza, que no pueden desvincularse de las mismas en
tanto que se convierten en fieles escuderas de las mismas.
Y tanto es así, que ambas, realidad e interpretación, no
pueden excluirse mutuamente sin que ambas resulten afectadas de lo que
constituiría un claro caso de castración
conceptual.
Por ello, dado que no disponemos de los medios para acceder
al pasado en términos objetivos, sí que podemos no obstante ceder a la pasión
del instante para hacer de la subjetividad virtud, y reconstruir el fenómeno
histórico a partir de la recreación del cúmulo de sensaciones que las mismas
transmiten.
Nos vemos así inherentemente sumidos en la neblina
perniciosa del Modernismo. Como
oposición franca a las propuestas del Realismo,
los participantes de este concepto planten un tenebrismo destinado a
potenciar los malos augurios. El objetivo no es francamente lograr la reparación del mundo sino que más bien,
una vez que su recuperación es inviable, se trata de superarlo, promoviendo
activamente si no el nihilismo, sí
cuando menos la constatación expresa de que de recuperar lo que una vez fue
fortuna presente, podemos ir olvidándonos de todas, todas.
Y como elemento franco
de tales procederes, el parnasianismo.
Definido dentro de los cánones artísticos como la manifestación de estética
que resulta de buscar la belleza directamente en las formas de la obra
propiamente dicha, sin por supuesto transcender para nada de los protocolos
sucintamente estéticos; esto es, sin buscar nada más allá, el parnasianismo se erige hoy por hoy, como
el mejor cuando no en el único, elemento preceptivo que ha sido capaz de
integrarme de manera aceptable el código al que se refiere la manera de
concebir el ejercicio político actual en general, cuando no la actitud del Sr.
RAJOY cuando menos.
Solo desde el parnasianismo,
podemos llegar no a entender, sino a intentar discernir, los esquemas de arranque que bien podrían
constituir los preceptos desde los que integrar los parámetros que conforman el
actual Programa de Gobierno del
Ejecutivo actual.
Solo desde el parnasianismo,
y desde la inherente condición de netamente pagado de sí mismo, que a mi entender define la actual impostura
del Sr. Presidente del Gobierno; podemos llegar a intuir un escenario de operaciones al cual
referenciar algunas de las medidas emprendidas desde la Derecha de los
Recortes.
Medidas que, en conjunto, y una vez aplicado el prisma analítico del tiempo, solo pueden
adquirir visos no de coherencia, sino de mera locura, cuando en el análisis de variables que aplicamos en
pos de comprenderlas, añadimos la certeza de saber que aquél que las tomó,
jamás lo hizo pensando en las consecuencias que las mismas tendrían. El
ingeniero solo hizo gala del placer
hedonista que fluye a través del que se sabe poseedor universal de la Razón.
Ahora, tal vez nos hallemos en mejores condiciones para
analizar la maravillosa frase de: “(…)
así a veces, esperar sin hacer nada, ya constituye en realidad hacer algo (…)”
La próxima semana Logolatría,
del arte de enamorarse del propio discurso.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
es un estado en el cual los que hemos tenido una vida intelectual conservamos nuestra mente pero hemos perdido nuestros escenarios.
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