Tal día como hoy, de hace exactamente 75 años, un periodista
de apenas 23 años, revolucionaba de manera casi inaudita la en apariencia
absoluta tranquilidad de una sociedad que, como en tantas otras ocasiones,
pasadas y futuras escondía, tras una fabulación de bienestar y simpatía, una
ingente cantidad de miedos, angustias y sonrojos que, como en la mayoría de las
ocasiones, no esperaban sino una mínima ocasión para brotar en forma de
torrente inconcebible, convirtiendo pues en baldío, cualquier intento de
represión posterior.
Aquél joven periodista no era otro que Orson WELLES,
emitiendo en formato de Radio-Teatro La
Guerra de los Mundos.
Más allá de las consideraciones profesionales de estricto carácter
periodístico, cuyas consideraciones como ha de ser obvio dejaremos a los
profesionales del medio; del análisis del conocido impacto que aquella emisión
radiofónica produjo podemos extraer una serie de valiosas conclusiones, la
mayoría de las cuales poseen importante información de cara no obstante a ser
analizada aplicando para ello condicionantes propios de disciplinas tan
diferentes como pueden ser la Psicología, o incluso la Sociología.
Si nos ceñimos en exclusiva al caos, y posterior pánico que la
emisión provocó, nos bastará con una mínima aproximación para comprender que
semejante combinación de causas y efectos es tan solo comprensible a tenor de
acontecer en una sociedad que, en contra de lo que pueda parecer, vive
realmente convencida de su absoluta superioridad, superioridad que juega en su
contra al ser una mera sensación de cuya ilusión son perfectamente conscientes
aquéllos que por otra parte la
promulgan. El exceso de protección, unido al flagrante
esfuerzo en pos de reforzar permanentemente esa sensación de sobreprotección,
de la que todo el mundo es partícipe, y de la que de forma fundamental el
propio Gobierno es partícipe, promoviéndola activamente; se conjugan en una maniobra infernal que salta
efectivamente por los aires cuando el americano
medio, prototipo de todos los males y grandezas del país, concibe en su
entonces y en su allí, la constatación de que, efectivamente el único mal que
puede amenazar su estabilidad ha de proceder, efectivamente, de otro mundo. ¡Y
para su desgracia coincide precisamente con su entonces! De tal manera, que el
miedo no emana de forma directa de la obra genial de H.G. WELLS. Sencillamente
ésta se alimenta en realidad de todos los temores que se dan cita instantánea
en la mente de una ciudadanía que es consciente de su absoluto analfabetismo conceptual, para huir del
cual se han de envolver de manera continuada en una serie de principios,
valores y normas cuyo dogmatismo no hace sino crear la falsa ilusión de
protección que identifica a todos los que, de verdad, viven convencidos de
contar en su acervo con alguna clase de certeza que el resto de mortales
ignoramos. Y de la cual obviamente no se van a desprender.
Y si en 1938 estas consideraciones eran viables, al tratarse
tal y como podemos comprobar de un ambiente
de preguerra, lo cierto es que, hoy por hoy, que esas mismas que no otras
variables converjan hasta el punto de lograr parecidas, si no las mismas
consecuencias, sí que es, por otro lado, preocupante.
“Hoy, podemos
constatar que efectivamente, tal vez desde principios de siglo (siglo XX),
inteligencias alienígenas superiores a la nuestra en maldad y capacidad de
destrucción, nos observaban con maliciosas intenciones…”
Semejante es la entrada de la locución. Así
comenzaba el texto de Invadidos, la
adaptación consabida para radio, causante, al menos en el aspecto formal, del
caos consabido. Seguro que sin darle muchas vueltas, y por supuesto sin tener
necesidad de acudir a encriptaciones de tipo alguno, son rápidamente capaces de
encontrar puntos de engarce con
nuestro aquí, y por supuesto con nuestro ahora.
El ambiente necesario para que lo que ocurrió, pudiera
realmente ocurrir, ni puede, ni debe realmente ser buscado en la propia obra.
Hacerlo constituiría un grave error al entrar en confrontación con una de las
que ha terminado por revelarse como ley fundamental de procedimiento; y que no
es otra que la que versa en relación al grado de afección que existe entre una
determinada creación, sea ésta del tipo que sea, y por supuesto el contexto en
el que la misma es alumbrada, y de la que obviamente resulta prisionera para
siempre.
La esencia de lo expuesto será fácilmente comprendido, lo
cual no garantiza que sea igualmente compartida, cuando hemos de aseverar que
el grado de generación de contexto, solo comprensible por aproximación de
contexto en base a la magnitud de la reacción consolidada; es del todo
inaccesible por medio escuetamente achacables a una obra de ficción, o me
atrevería incluso a decir que realista tampoco.
Es así que los antecedentes subjetivos que comparten sendas
sociedades, la de 1938, y por supuesto la de 2013 son, en el caso que nos
ocupa, idénticos.
Y lo son, sencillamente, porque ambas sociedades, o por ser
más precisos, ambos modelos sociales, comparten en realidad grandes principios
constitutivos que pasan, en este caso, por miedos comunes. Ambos modelos saben
que han agotado las fuentes de las que proceden, y ambos saben que la
superación de sus preceptos será tan solo posible mediante el desarrollo y en
su caso exportación de un gran
cataclismo.
El cataclismo al que hacemos mención es, en el caso de los
ambientes propios a 1938, fácilmente reconocible. Un modelo Neocapitalista, que curiosamente también
por estas fechas festeja otro
conocido momento, el del crack acontecido
unos muy pocos años antes, es netamente consciente de que su fin por extinción
se agota, haciendo imprescindible la imposición de todo un proyecto de teorías
que en la práctica desembocarán en la II Guerra Mundial.
Pero es cierto que en aquel caso otras cuestiones de no
menor calado, resultaban a la sazón de más sencilla composición. Así, el
aspecto básico de la generación de un
individuo, era ciertamente pan comido. La existencia de manera enfrentada
por consideración de intereses, de fuerzas tan distantes en lo conceptual y en
lo preceptivo, como podían ser en este caso Japón como estado, y el ya
germinado movimiento Nacional Socialista en
tanto que bloque ideológico, proporcionaban a USA, en aquel momento no el líder
incontestable, aunque sí sin duda el más interesado, un escenario difícil de
ignorar. Un escenario en el que además convergía otra de las consideraciones
imprescindibles, en el ejercicio de la cual Estados Unidos
se ha mostrado siempre como un verdadero maestro, y que pasa por sacar siempre
fuera de sus fronteras, y por supuesto cuanto más lejos mejor, todo conflicto
armado.
Y es ahí precisamente donde por otro lado se constata la
mayor de las diferencias respecto de la forma de hacer las cosas, si la
comparamos con nuestro aquí, y con nuestro ahora.
Constituye la derecha
cavernaria, reaccionaria a la par que recalcitrante que a la sazón gobierna
nuestros designios, un modelo a lo sumo conservador que no solo no posee, sino
que jamás poseerá, ni uno solo de los valores que de hacerlo podrían llevarnos
a considerar como aceptables algunas
de las consideraciones que sus homólogos de ultramar pueden llegar a
protagonizar.
Es así que nuestros
conservadores, vestidos con sus nuevas indumentarias neoliberales, son incapaces de esconder del todo ese aspecto rancio
que les lleva de vez en cuando, aunque últimamente de manera más reiterada que
en los últimos tiempos, a poner de manifiesto que en el amor y en la guerra, todo vale. Aunque si bien optando por
suprimir de su discurso cualquier
aproximación al romanticismo (no en vano en las celebraciones del Día de Todos
los Santos de este año no se leerá “El Tenorio” por considerar su sensualidad
explícita, siendo sustituido por un extracto de las aportaciones de AZNAR a los
Cursos de Verano de FAES.) Lo cierto es que nuestra derecha no dudará nunca en aplicar su política de tierra quemada si con ello, logra “extirpar de España la mala ponzoña que el recuerdo de una República
cuyo colapso provocó los acontecimientos de 1936” (sic Cadena COPE
emisión del lunes 28 de octubre.)
Y no es más que a
partir de ahí, de la constatación no ya de la veracidad, sino de la mera
existencia de afirmaciones como ésta, de donde puedo extraer conclusiones
otrora ya mencionadas, y que inexorablemente han de pasar una vez más por traer
a colación que este país no tiene más que lo que se merece,
Lo que se merece no tanto por no conocer su Historia, como
sí en realidad por preferir olvidarla, convencido de que la amnesia, traería
aparejada alguna extraña clase de redención.
Mientras, en la macabra danza de los muertos que un año más
nos tienen preparada poco a poco, convencidos de que ya nada es posible, poco
más que pelear por los restos de la mesa que otros disfrutaron nos queda. Pero
es evidente que saciarse, como ocurriera en los ya olvidados banquetes, es algo
que solo en la imaginación de los más proclives podrá acontecer.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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