Abocados como estamos ya, al desastre definitivo, por
primera vez dudo seriamente no ya de la conveniencia de plasmar mis
disquisiciones, sino más bien de la mera validez de las mismas, sencillamente
por el mero hecho de que las mismas puedan existir, y no sean en realidad otra
muestra más del elevado grado de desquiciamiento en el que irremediablemente ya
nos hemos sumergidos.
Porque en vista no tanto ya de las interpretaciones, como
sinceramente del hecho de que las mismas existan; lo cierto es que hoy por hoy
la única certeza de la que en mayor medida todos parecemos participar, es de
aquélla en base a la cual, todo está perdido hasta el punto de que nada,
absolutamente, volverá a ser lo que una vez fue.
Porque ya ni la luz del sol ilumina igual nuestros
amaneceres. Porque ya ni la lluvia logra refrescarnos. Porque en definitiva
nada logra ya desposeernos de esta capa que, como un fino barniz primero, y una
mate capa de moho después, se ha apoderado de nosotros, alejándonos poco a poco
de todo y de todos, en especial primero de aquéllos que conocíamos (o que
creíamos conocer), para acabar finalmente aislándonos en nuestra propia
certeza, la que procede de entender que, efectivamente, una vez más, nos han
vuelto engañar.
Hemos participado todos de la que podríamos llamar la enésima mentira paradójica. En tanto que
enésima, guarda un gran parecido con tantas otras, quién sabe si en realidad
con todas las que componen cuantas conforman el exultante tejido de lo que entre
todos hemos aceptado como nuestra Historia.
En consecuencia, si como parece resulta sencillo, más bien
casi evidente localizar los puntos que determinan la igualdad de la patraña; lo
realmente interesante pasa sin duda por localizar los elementos que confieren a
nuestra actual mentira, cierto grado
de originalidad, o quizás hasta de verosimilitud.
Indagamos así un poco, lo justo que nos permite el esfuerzo
propiciado por el menester encaminado a aliviarnos de nuestra capa de moho, que
es como quiera que encontramos pronto uno de los primeros, y quién sabe si de
los más importantes integrantes de la que a partir de ahora denominaremos nuestra gran mentira mohosa.
Es así que el éxito de nuestra gran fiesta mohosa, viene
inexorablemente ligado a un proceso cuya primera variable computa
proporcionalmente en pos de entender, y lograr a la vez que todos entiendan,
que resulta imprescindible pasar desapercibidos.
Tal y como la propia Historia demuestra, la variable
imprescindible de cara a garantizar el éxito de estafas del calibre de la que
en definitiva estamos describiendo, pasa sencillamente por lograr que los que
forman parte eficaz de la misma no solo lo desconozcan, sino que además se
muestren firmemente implicados en la misma, tanto que por otro lado estén
convencidos de la necesidad de participar activamente en su defensa.
Pero el grado, el calibre de la mentira llega a ser de tal
magnitud, que la única manera de mantener en marcha la falacia necesita no ya
de una maniobra de ocultamiento, sino que ésta ha de ser sustituida a su vez
por un ejercicio de sincera e ingente prestidigitación.
Se hace necesario construir no ya una nueva mentira. Es
imprescindible confeccionar una nueva verdad, una clara y sincera Realidad Virtual, que recoja con firmeza y precisión
todos y cada uno de los elementos que una vez constituyeron nuestra certeza,
nuestra Realidad Clara y Analítica que
hubiera categorizado DESCARTES, y nos lleve a la duda que el propio autor ya
concitó en su momento: “…Es así que entonces, ha de resultar no tanto difícil,
como sí tal vez imposible, identificar con certeza la realidad que procede de
la vivencia, en tanto que la que procede del sueño.”
Pero si a la duda
razonable que DESCARTES plantea en su obra le queda algún viso de
motivación, ésta se desvirtúa completamente una vez sometemos nuestro presente
al análisis de los potentes medios con
los cuales contamos.
Es así entonces que la pregunta surge con toda su fuerza y
su crudeza. ¿Cómo y por qué hemos sido engañados?
La mera conductividad de la cuestión, resumida en el modo
mediante el que está formulada la pregunta, constituye ya en sí mismo no tanto
una parte de la respuesta, como sí indefectiblemente un grado de sutileza de
cara a albergar la esperanza de que podamos, más bien de que nos dejen, llegar
a intuir una parte de la respuesta.
Porque si así entendemos que la presencia del cómo introduce la existencia de un
método, de una técnica si se
prefiere; la mera presencia del por qué, sugiere
la terrible certeza de una finalidad, de una motivación extrínseca.
Estamos pues, lisa y llanamente, descifrando parte de las
claves de un acertijo que ya desde su potencial más superficial, nos permite
invariablemente considerar manifiestamente la presencia de toda una tremenda
por lo tupida red de conspiración.
Una conspiración que precisamente tiene en la constatación de la variable
tiempo, esto es del tiempo que literalmente lleva desarrollándose, una de las
máximas normas de certeza a la hora de poder considerar ciertamente su
existencia real.
Indaguemos así pues, brevemente en el tiempo para, siguiendo
la pista del otro gran elemento disciplinar presente en la ecuación, a saber el
modelo económico vinculante, ser
mínimamente capaces de integrar las piezas de nuestro ingente tanto por tamaño
como por consecuencias, rompecabezas en el que muy probablemente se encuentren sumergidas las lecturas correctas del
mundo en el que nos hallamos actualmente inmersos, como muy probablemente del
mundo en el que viviremos quién sabe si durante las próximas generaciones.
Fruto de la nueva perspectiva que proponemos a su vez para
aproximarnos a la nueva realidad, constatamos sin muchos esfuerzos que el gran dislate conceptual que preconiza la
consolidación conjunta de todas las variables que componen la implantación del
nuevo modelo al que hacemos referencia, aparecen de manera brillante, casi
ordenada, a la hora de componer el nuevo
escenario que resulta de la II Guerra
Mundial , más bien de los procederes que se siguieron en
el periodo inmediatamente posterior a su finalización.
Es así que con posterioridad a las conversaciones que
quedaron plasmadas en la Conferencia de
Yalta, quién sabe si ocultas tras
los presagios que la puesta en marcha de
la altisonante
Sociedad de Naciones; no hubieran ido interesadamente ocultas
desde el principio las sibilinas pretensiones de un nuevo modelo, más económico
que social, que respondiera implícitamente a las respuestas de todos, por un
lado a las que muchos bien posicionados se hacían ya, pero sobre todo a las que
otros que ni tan siquiera habíamos nacido todavía, sin duda nos haríamos en un
futuro más o menos lejano.
El Capitalismo es pues que se muestra, una vez más como
sempiterna fuerza, competente en el caso que nos ocupa no solo para responder a
las preguntas que en el por aquél entonces pasado se dieron, sino que también
se adapta de manera en este caso nauseabunda para satisfacer las cuestiones que
su por entonces futuro, para nosotros presente, nos ofrece.
Es así pues que de la irrefutable suma de todas las variables
que nos son conocidas, como por otro lado de tantas otras que nos son ignotas,
pero que como en el caso de MENDELIEV y su Tabla
Periódica, no por resultarnos menos ignotas,
su existencia ha de ser menos cierta; habemos así de componer un cúmulo de
certezas cuyo grado y precisión resulta a todas luces de tal solvencia y
prestancia, que dejarlo totalmente en manos de la casualidad, cuando no de la
gracia, constituiría un ejercicio casi lascivo.
Acabamos así pues, inevitablemente arrojados en brazos del a
la postre último y por ende tal vez gran componente de nuestra teoría de la conspiración. A
saber el porqué.
La mera constatación de la pregunta viene de nuevo a
consolidar la existencia de una motivación, y el grado de superioridad que tal
existencia presenta, analizada sobre todo en pos de la cuestión misma, nos
lleva a asumir que la esencia se encuentra
no tanto en la respuesta (un resultado en sí mismo), como si en realidad
en la propia pregunta ya que ¿Cómo explicar de otro modo la existencia de un
mero por qué?
Hay pues, un fin en sí mismo, resultado a la par que
precursor de todo cuanto ha acontecido nada más y nada menos que en el gran
escenario en el que por otra parte se ha convertido el mundo.
Un mundo cuya complejidad ha aumentado de forma directamente
proporcional a como lo hacían las variables que confluían o conformaban la
realidad que inexorablemente llevaba aparejada, y que fruto del caos,
manifestación expresa del triunfo de la falacia que acompaña a todo el proceso,
se ha constatado a partir de la debacle que simboliza la esquizofrenia de ver
al Hombre luchando contra el propio Hombre, en una lucha que supuestamente se
libra en pos de la liberación del mismo, aunque para ello parezca
imprescindible la liberación de fuerzas, o incluso la exhibición de armas que
llevan aparejada la destrucción de aquellos para los que aparentemente se
libran las batallas.
Estamos hablando de la neurosis que llevan implícita la
adopción de medidas tales como las Políticas
de restricción Económica, la privatización de la Sanidad, o por supuesto el
bochorno al que estamos conduciendo a la Educación; los cuales sin duda
ejemplifican las dosis de neurosis que implícitamente caracterizan los actuales
métodos bajo cuyo auspicio se desencadena la ya a todas luces III Guerra
Mundial.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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