Observo un día más el instante que me ha tocado
vivir, y pese a ser testigo, afortunadamente no silencios de todo cuanto me
rodea, lo cierto es que sin negar la certeza de los múltiples y algunos de los
cuales incluso logrados cambios que conforman la mencionada realidad, la que no
es propia, confieso que a pesar de todo, no puedo sino una vez más ceder a la
constatación de la certeza de lo que nuevamente constituye la realidad que nos
convierte en únicos, en irrepetibles. El ser humano es impresionante.
Impresionante, no tanto porque pueda pasar del ridículo al
éxito en apenas unos segundos, sin que para ello sea imprescindible ni siquiera
una solución de continuidad. Impresionante, no porque la realidad se empeñe una
vez más, en lo que ya supone una costumbre que supera a la mera terquedad, en
contra de todo cuanto un grupo de
desasosegantes colaboradores se empeñan en introducir a presión, sí,
exactamente igual que como ocurre con la sangre en la morcilla de Burgos, pero
en este caso con bastante menos éxito. Impresionante sencillamente porque una
vez más, en lo que ya viene siendo un ejercicio casi recurrente, España se
empeña en parecer un país tan solo cuando es capaz de pasar el filtro de la
perspectiva.
Obviando como no puede ser de otra manera las
consideraciones que a día de hoy han sido vertidas por varios a la par que
prestigiosos dirigentes de este país, en base a las cuales y eso sí, sin
someter a demasiada interpretación, todos aquellos que no corremos ya desde hoy
a participar con ansia del regocijo que para todos ha de suponer la, ¡qué
curioso, también en este caso mera interpretación de los datos!llevada a cabo
en este caso por el Gobierno no somos sino unos meros traidores; lo cierto es
que lo único que se me ocurre es que muy posiblemente, en España una vez más
estemos recurriendo, tal y como llevamos siglos haciendo, a técnicas más o
menos profundas, algunas de las cuales en sus técnicas más refinadas pasan por
versiones tales como la manipulación, y que conservando todo su
esplendor conducen, tanto en un caso como en otro, a impedir el que por otro
lado no debería de ser sino el normal tránsito de los protocolos, en pos, como
es obvio, de garantizar el lógico devenir de los acontecimientos.
Por eso cuando esta misma mañana me levantaba con una
crónica radiofónica según la cual “la cesión por parte de los poderes de Burgos
a las presiones de unos desarrapados no significaba sino otro episodio del ya previsible
quebrantamiento del Estado de Derecho.” Lo cierto es que, una vez superada la
sonrisa, esa sonrisa que supone el preámbulo a la escenificación del trauma, ya
sabéis, el que nos infecta a todos los de la Izquierda en base al cual
permitimos, cuando no abiertamente jaleamos, todas y cada una de las tropelías
que estos golfos pertenecientes a la Derecha más cavernaria y reaccionaria tienen
a bien ejecutar; me ha llevado a decir definitivamente ¡Basta!
Diremos para que nadie se llame a engaño, o en cualquier caso aunque solo sea por
respeto al tiempo ajeno y no siga leyendo la presente reflexión si lo que
espera es una rectificación al final, la
cual hoy menos que nunca ha de producirse; que España no es, definitivamente,
un país normal. Pero no me refiero, para lograr tal definición, a ninguna
posición extraña, ni con mucho extravagante. Me resulta suficiente para llegar
a ella el constatar por enésima vez que en España no solo no seguimos la norma,
sintiéndonos además definitivamente orgullosos de tal hecho.
Así, y solo así podemos constatar, y de hecho y si cabe sin
gran esfuerzo constatamos, hechos tales como que fiscales jueguen a defensores
(precisamente el día que Bruselas tiene a bien publicar sendos informes en los
que nos dice que no está de acuerdo con los métodos mediante los que en España
se nombran cargos tales como el de Fiscal General de el Estado) sencillamente
porque según sus conclusiones el cargo parece manifiestamente politizado.
Pero sencillamente, y una vez abierta la veda, lo cierto
es que no necesitamos hilar tan fino. Y obrando una vez más en pos del
respeto al tiempo ajeno, concitemos la cuestión que a algunos, de nuevo lo
confieso, lleva meses quitándonos el sueño.
Una vez superada la cuestión inicial, ya saben aquélla que
pasaba por saber cómo era posible que en España la Derecha hubiera
vuelto a ganar las elecciones; lo cierto es que como digo resulta, al menos en
mi opinión necesario replantear la cuestión, elevando no por supuesto el tono,
cuando sí el componente proverbial de la misma, planteándonos a día de hoy:
¿Cómo es posible que una Derecha como ésta perviva en el puesto?
Sin cuestionar como no puede ser de otra manera uno solo de
los preceptos legales que en términos constitucionales y a la sazón
democráticos, han terminado por elevar al Partido Popular al elenco de aquéllos
que mandan, lo cierto es que desde todas las salvedades que al respecto
podamos o queramos aplicar, una y solo una es la cuestión que a mi entender ha
de ser salvada. La que pasa por explicar cómo han solventado las
consideraciones algebraicas.
Una vez aceptado el vínculo a mi entender inalienable que
existe entre posición conceptual, y ubicación ideológica a la que en principio
el individuo ha de permanecer vinculado, lo cierto es que haciendo de la
categorización económica el filtro más potente, y una vez aplicados los
correctores de rigor; lo cierto es que resulta del todo imposible explicar el
éxito cuantitativo que resultó para la Derecha de las últimas Elecciones a
Cortes Generales.
Alcanzada tal conclusión, y una vez constatada por medio del
argumento más fuerte, aquél que procede de la realidad, la contradicción cuando
no el error en el que parece caemos; habremos de indagar en otra dirección esto
es, habremos de aplicar líneas de razonamientos vinculadas abiertamente a otras
consideraciones de carácter si se prefiere, más subjetivas.
Así, recuperando de nuevo para la actualidad el ya
mencionado argumento del Spanish is diferent, lo cierto es que cuando
fallan las cuestiones de orden cuantitativo, bien puede ser porque el análisis
al que se somete a las mismas esté en realidad manifiestamente equivocado esto
es, requiera de una supervisión cualitativa.
Traídos a semejante tesitura puede resultar hasta sencillo
comprender que, en un país como el nuestro, en el que la táctica de la deserción
del arado ha tenido no ya solo adeptos, sino auténticos maestros algunos de
los cuales fuman hoy incluso en pipa; se pueda, incluso se deba insisto,
justificar que determinados antaño ¿cómo era....? ¿Desgarramantas? Presidan hoy
por hoy, por ejemplo, Diputaciones Provinciales cuando habrían de estar
inhabilitados incluso para ejercer como presidentes de una comunidad de
propietarios si en ésta convergen más de cinco propietarios.
Pero sin llegar a tales extremos, no tanto porque no se deba
o se pueda, como sí más bien porque tan solo con ésos siguen sin cuadrarme las
cuentas; lo cierto es que cediendo una vez más a las tentaciones del álgebra,
habremos necesariamente de buscar en otro sitio los sufragios que se tradujeron
en la que ya se conoce en todos los
sitios como manifestación democrática del Pueblo, también conocido en
ocasiones como “mayoría silenciosa” la cual, sin que para ello quepa menor
duda, habilita hasta para gobernar en su contra; amparado semejante hecho en la
constatación evidente de que el ciudadano, una vez abandona su condición de
“elector potencial”, recupera aquélla que según el político condiciona su verdadero
yo, y que inexcusablemente se traduce en ser incapaz de saber ni tan siquiera
qué es aquello que más le beneficia.
Alcanzada tal postura, constatamos no ya que lo que se ha
roto es, efectivamente el Estado de Derecho, cuya debilidad dicho sea de paso
no hace sino demostrar una vez más la fragilidad de la falacia de la que
de manera más o menos consciente todos formamos parte; sino que otro de los
cánones que ha sido demolido en el tránsito de la mudanza ha sido el
Estado del Bienestar, al representar éste el ejemplo magnífico de lo que
podríamos denominar “cerrado por reforma”.
Se traduce este proceso, en la lenta a la par que
inexorable, desaparición de la clase media. Identificamos como parte de
la miscelánea que a priori vendría a conformar tal estamento, a los nuevos
burgueses, y que van, como en tantos otros casos representativos de la Historia
de España, repitiendo un proceso que ya en la crisis del XVII identificaba a
los valdíos que abandonaban las tierras del señor, buscando en
las ciudades un futuro ciertamente incierto, aunque previsiblemente mejor,
enrolándose en los talleres de la incipiente industrialización que en los burgos
comenzaba a aflorar.
Y exactamente igual a como pasaba en aquellos tiempos,
algunos no solo perseveraban, sino que incluso hacían fortuna, logrando al
menos de cara a los demás, superar su lamentable cuando no funesto pasado.
Pero sucede hoy igual que entonces, el aroma que deja la
miseria se pega, se introduce en cada intersticio, y pasa a formar parte de
cada comisura, hasta el punto de que se funda con nuestra realidad, con la que
nos es más propia, aquélla que nos acompaña a solas en nuestra soledad cada
noche, en ese momento que unos dedican a sus oraciones, y que otros usamos para
recapitular.
Y ahora como entonces, se hace imperioso tomar medidas. En
otros tiempos, el matrimonio venía a salvar el problema. Una buena dote
apaciguaba el ánimo de cualquier padre perteneciente a la condición de los hidalgos
pobres. Cierto es que para el pagador el sacrificio contenía el saber que
él nunca vería acompañada su fortuna, con las pretensiones que regala un buen
apellido. Pero igual de cierto es que su hija bien sería consorte, y que
llegados a sus nietos, nadie osaría cuestionar el origen de otra sin duda
Familia de Rancia Nobleza, cuya nobleza sin duda se hunde en lo más
profundo de las raíces de aquello que compone lo que un día se dio en llamar Los
Grandes de España.
Hoy en día resulta más sencillo. Es suficiente con haber
sustituido la pareja de bueyes por
digamos, un puesto en una portería, por ejemplo de un banco, que incluía
llevar el café al director de la sucursal. Transcurridos algunos años nuestros hijos habrán olvidado lo que
es tener tierra entre las uñas, para pasar a estudiar en un privado
concertado, y por supuesto disfrutar de quince días en un Erasmus. Nosotros,
por supuesto, habremos alcanzado el derecho a tener dos coches en la puerta, y
el colmo de disfrutar de treinta días de vacaciones pagadas las cuales usaremos
para ir a ver el cementerio de Lisboa, no porque nos llame la atención, sino
sencillamente porque así podremos decir que, efectivamente, hemos salido al
extranjero.
Y sí, para finalizar, ¿qué nos falta? Obviamente poder decir
que sí, nosotros también votamos al Partido Popular.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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