Un día más, acudimos gustosos a la cita que llevábamos demasiados días aplazando. En una mezcla conceptual a la altura sólo del cronista de "De la insoportable levedad del Ser", de nuevo, desgraciadamente, hemos de entregarnos, sin recato ni disimulo, al análisis de una Realidad, chabacana y torticera, que se parece vagamente a aquélla que una vez unos recordaron, y otros se atrevieron a desear.
Afortunadamente, la pluma insondable de JOKIM logra desnaturalizar un poco tanta miseria, logrando de nuevo que el manejo insaciable de la Lengua rellene con cierta dulzura, y mucho cinismo, los huecos hirientes que tanta porquería no hace sino agrandar.
España apostó, con una
venda en los ojos, por un presidente embustero, incompetente, irresponsable, soberbio,
necio, opaco y, posiblemente, el menos demócrata de todos los que han habitado La Moncloa , Aznar incluido. España
apostó por un programa de gobierno fantasma; un programa tan oculto que ahora
se empieza a dudar de su existencia. España apostó por la verborrea de un
candidato cuyas promesas ha incumplido sin inmutarse. España apostó por su desmantelamiento,
su destrucción y su ruina como país, al otorgar una mayoría absoluta a una
derecha sin escrúpulos, encabezada por un ser que se ha revelado como el cáncer
del ya aplastado estado del bienestar.
El presidente eligió a
un ejecutivo arrogante, altanero y fanfarrón, donde no faltan personajes de
tebeo como el ilustre Ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, cuyas célebres
frases sobre el IVA y los parados figuran en lugar destacado de las fonotecas
radiofónicas. Todos ellos cumplen sus objetivos a rajatabla: ningunear a los
españoles, hasta el punto de mantener fuera de servicio la vida parlamentaria,
insultar su inteligencia, tomarles por estúpidos y, especialmente, mentirles
sin piedad. Este ser ha hecho de la mentira su bandera como lo demuestra su
trayectoria política en unos primeros siete meses de gobierno calamitosos.
Mariano Rajoy prometió
no subir impuestos y a los siete días de tomar posesión subió IRPF e IBI.
Prometió no abaratar el coste por despido pero en una reforma laboral sin
precedentes, llegó una rebaja de tal calibre que ni los propios empresarios se
creían el regalo. El despido procedente se convertía en una “ganga” al conceder
20 días de indemnización por año trabajado con un máximo de 12 mensualidades.
Luego aprobó dos reformas financieras, en tan solo dos meses, que no sirvieron
para nada y que han desembocado en un rescate financiero que cuesta un riñón a
los sufridos ciudadanos. Prometió que no bajaría el sueldo a los funcionarios.
Primero les aumentó la jornada, luego les redujo sus beneficios sociales para
rematarles con la supresión de la paga extraordinaria de Navidad –salvo a
quienes cobren 962 euros brutos- y la reducción de los días de libre
disposición “moscosos”. Rajoy prometió no tocar las prestaciones por desempleo
pero no se ha podido contener y ha restado poder adquisitivo a los parados. Se
hartó de repetir, hasta la saciedad, que no cruzaría las líneas rojas
representadas por la Sanidad
y la Educación. Y
las cruzó, vaya si las cruzó, tanto Sanidad, con el copago, como Educación, con
la subida de tasas y el endurecimiento del acceso a las becas, han sufrido unos
salvajes recortes que ponen en riesgo su viabilidad. Prometió que no subiría el
IVA, como hizo su predecesor en el cargo, pero ha vuelto a aplicar su lema
favorito “donde dije digo, digo Diego” y acaba de propinar un estacazo, sin
parangón, con el aumento de este impuesto.
Y para colmo, habría que
recordar que, este ser, puso el grito en el cielo cuando el anterior gobierno
socialista planteó una amnistía fiscal que ni tan siquiera llevó al Parlamento.
Pues bien, apoyado en el caricaturizado ministro de Hacienda, ha aprobado no
una, sino dos amnistías para aquellos que no tienen ninguna intención de
arrimar el hombro en situación tan delicada.
Pero este ser no solo se
ha reído –y se ríe- de los ciudadanos españoles, por rizar el rizo, ha
mantenido –ya no mantiene- pulsos sin sentido con media Europa, que le han
llevado a perder toda la credibilidad como mandatario y ha dejado al país al
pie de los caballos. Por resaltar solo dos: el cachondeo del objetivo del
déficit para España en 2012.
A la vuelta de una reunión de Jefes de Estado en
Bruselas, cuando ya conocía las intenciones de sus socios, es decir, la cifra, Rajoy
aprovechó una de sus escasísimas comparecencias públicas, para propinar un
golpe encima de la mesa y anunciar una cifra que distaba de la que ya barajaba la Unión Europea. Para ello
apelaba a la soberanía de España para fijar sus propios objetivos. Días después
Bruselas demostraba que en este país lo único soberano que quedaba era el
coñac. La obcecación por no llamar las cosas por su nombre. Con el sector
financiero abierto en canal, el
presidente y el ministro de Economía, Luis de Guindos, utilizaban todo tipo de
argucias para no pronunciar la palabra maldita. Línea de crédito, ayuda a la
banca o recapitalización eran los términos más usados para enmascarar una
intervención en toda regla. Ese repelús a referirse al rescate como rescate y
la pantomima presidencial -escenificada en una rueda de prensa de sainete,
donde parecía que quien necesitaba la ayuda era Europa- supusieron el golpe de
gracia a un Gobierno totalmente desacreditado.
Un Ejecutivo que todavía
ha tenido tiempo de echarse mas tierra encima, al negar reiteradamente que el
rescate de la banca iba acompañado de fuertes condiciones fiscales y
económicas, impuestas por Europa y al situarse entre la vaguedad y el ocultismo
a la hora de comunicar, de forma lamentable, los últimos recortes. Por si fuera
poco, el Ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro ha abundado en la sensación de
engaño permanente en la que está instalado este Gobierno, al aclarar que habrá
paga extraordinaria en Navidad a los funcionarios que cobren 962 euros brutos. ¿Quiénes
se benefician con esta medida? ¿Estamos ante una nueva treta gubernamental?
Parece ser que si, máxime teniendo en cuenta que el salario mínimo de los
funcionarios públicos es de 978 euros brutos. No es pues la panacea deseada,
sobre todo porque el número de agraciados será muy reducido.
El generoso Cristóbal
Montoro hace esta pequeña concesión quizás para calmar los exaltados ánimos
plasmados en espontáneas manifestaciones. Y es que ya se notan los efectos de
los brutales ajustes con los que Mariano Rajoy ha obsequiado a funcionarios,
parados y consumidores en general. Eso a pesar del empeño de la Delegada del Gobierno en
Madrid por convertir la capital en un estado policial -a fe que lo está
consiguiendo porque esta intolerable actitud de los antidisturbios es más
propia de la España
pre-democrática que de un país del siglo XXI- y también a pesar de que cuenta
con la oposición más descafeinada de la historia de la democracia española.
El PSOE es un alma en
pena. Un partido anclado en el pasado, con unos dirigentes que no convencen ni
a sus incondicionales y con un futuro desolador. La labor de Alfredo Pérez
Rubalcaba, como líder de la oposición, es decepcionante y sinsustancia. Callado
como un muerto solo se le oye para ofrecer pactos o para hacer preguntas de
Perogrullo. No ha hecho ni una sola propuesta alternativa a la política de
recortes del Gobierno. Y ese no es el camino para recuperar la confianza de sus
votantes. Además, Pérez Rubalcaba debe comprender que ha llegado demasiado
tarde a la secretaría general del partido. Se ha pasado su hora y debe de dejar
paso a políticos emergentes, que los hay, para propiciar un cambio de timón que
permita alejar, de una vez por todas, la sensación de continuismo en el partido
socialista. En estos siete meses de legislatura, los ciudadanos asisten a un
hecho sin precedentes, tanto el presidente como el líder de la oposición han
quemado sus naves y se han convertido en cadáveres políticos.
Rajoy empieza a ser
consciente de ello. De hecho se ha propuesto morir matando y ya prepara una
nueva oleada de recortes que afectará, principalmente, a educación, empleo y a
las empresas públicas. Trata de ganar tiempo como sea, para evitar la
intervención de todo el estado, que a día de hoy no solo no se descarta sino
que algunos socios europeos la reclaman cada vez con más insistencia. Un
rescate en toda regla, como el que ya planea sobre España, supondría el fin de
su presidencia; ya fuera a través de la convocatoria de elecciones anticipadas
o colocando a un tecnócrata al frente del Ejecutivo. ¿Cómo? Hagamos política
ficción. Supongamos que en los próximos meses, no más de tres, se produce una
crisis de Gobierno y cambio de carteras. Imaginemos que haya una
vicepresidencia primera económica y en ella se coloque al último español que ha
sido consejero en el Banco Central Europeo. Si a partir de aquí se produce la
intervención, Rajoy podría dejar la presidencia en manos de un tecnócrata. Solo
es política ficción pero en España la realidad la supera.
Volviendo al ahora, al
presente, a la cruda realidad, estamos en manos de un ser cuya necedad es
ilimitada e insoportable, un ser que se ha saltado a la torera su programa
electoral, si es que alguna vez lo tuvo, un ser cuyo único interés es
empobrecernos. A los españoles solo nos queda un camino. Falta saber si somos
valientes. Ha llegado nuestra hora, la hora de los ciudadanos anónimos que
estamos hasta la coronilla ¿Tendremos suficiente coraje para frenar la
incompetencia de un Gobierno que ya no es soberano y de un presidente
irresponsable? Confiemos en ello.
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