Desperezándonos a estas horas todavía algunos del “impacto”
que desgraciadamente nos causa el
hecho que es para una mayoría constatación
de una realidad histórica; no es menos cierto que el mismo nos sirve, una
vez más para aproximarnos al análisis que cada semana llevamos a cabo del
mundo, o más concretamente de cómo nos afecta a algunos su fenomenología,
cuando no su transitar.
Asistimos así a otro más de los supuestos acontecimientos históricos, con el desparpajo que da el
saber que nuestro posicionamiento al respecto de muchas cosas nos libra entre
otras, de la pasión, sin duda uno de los mayores enemigos de los que ha de
defenderse la objetividad, en su larga a la par que compleja lucha en pos si no
de la verdad, sí cuando menos de su designio
hacia la misma.
Se muestra así ante nosotros la pasión, como uno de los
grandes inconvenientes a la hora de proceder conforme a protocolos adecuados,
en la búsqueda cuando no de la verdad, sí al menos como decíamos antes de los
desvelos que en tal epopeya han de ser enjuiciados.
Y el primero de ellos, cuando no el más importante, pasa por
saber dónde estamos a ciencia cierta.
Alejándonos de perspectivas demasiado reduccionistas,
ganando con ello en abstracción, o lo que es lo mismo, enfocando la realidad
con mayor encuadre; nos encontramos precisamente hoy en el ojo del huracán de las que sin duda constituyen la mayor de las
paradojas a las que puede enfrentarse el hombre
moderno, el hombre occidental.
El mundo se encuentra,
literalmente, parado. Y lo hace porque aquéllos que dirigen el mundo, los que
tienen la llave del fuego atómico, los que con sus designios determinan que
mañana coman o no varios millones de personas, y por supuesto el lechero de mi
barrio, comparten una misma certeza. La que procede de saber que hoy dormirán
más tranquilos en tanto que El Santo Padre, ya tiene nombre y apellidos.
Lógicamente ni es ni lo será nunca, objetivo de este humilde
rincón, criticar en ninguna de sus versiones o grados hechos que, por supuesto
pertenecen de manera virtual y por ende inalienable a grados de la personalidad
tan profundos, que conforman estructuralmente a las personas en tanto que tal.
Sin embargo, tan amplia acepción tampoco ha de ser óbice,
cuando no excusa, desde la que evitar, si no ocultar la imperiosa necesidad de
constatar algunas de las curiosidades que componen toda una serie de
circunstancias que son, cuando menos peculiares, en tanto que muestra real y
verdadera de nuestra verdadera personalidad como sociedad, constituyendo además
uno de los ejemplos más válidos, en tanto que en los mismos se revela sin eufemismos el
constituyente que conforma el grado de la misma.
Así, la sociedad del progreso científico. La que hace de la
evolución su cabeza de puente, en
definitiva aquélla que a priori se ubica como más cercana a los designios de la
Ciencia desde el Renacimiento; se detiene hoy como digo, porque aquél que está
llamado a encabezar las huestes que presagian el Cielo para aproximadamente mil
quinientos millones de habitantes del planeta, está a punto de ser Presentado en Sociedad.
¡Pero si hasta sustituyen el Whatsapp por humo blanco!
Hablamos de humo, o más concretamente mediante humo. ¿Puede
constituir éste la última concesión al sarcasmo llevada a cabo por una
institución que ha hecho del inmovilismo, y de la persecución de todo lo que no
le cuadraba, su máxima de supervivencia?
Llegados a estas alturas del desarrollo que hoy nos hemos encomendado llevar a cabo, resulta
verdaderamente difícil ubicar sin caer en comportamientos disléxico, elementos
y aspectos que si bien hace apenas una semana circundaban sin dificultad,
llegados a este momento del día, con todo lo vivido, resulta igual de cierto
que resulta poco menos que imposible porque…¿dónde quedan hoy, después del qué
y del cómo se ha vivido la designación papal; argumentos tales como que somos
una sociedad neta y absolutamente evolucionada en tanto que sujeta a la
Ciencia, que ha superado totalmente sus ancestros mágicos?
Insisto una vez más, por favor, llegado este momento, en el
absoluto respeto a partir del cual armo por supuesto un día más mi discurso. La
defensa que una vez llevo a cabo de todo lo que constituye el mundo de las
certezas en el que creo desarrollar mi actividad, no requiere ni por supuesto
justifica el menor atisbo de ataque conceptual ni por supuesto personal contra
cualquier concepto ni por supuesto persona que participe de lo que yo
cuestiono.
A estas alturas, podremos sin duda poner sobre la mesa el a
mi entender más que interesante debate que se suscita cuando decimos que
personas que dirigen el mundo, toman decisiones que de una u otra manera nos
afectan a todos y, en la mayoría de los casos hacen del Poder su herramienta de acción lo hacen, acudiendo en el último de
los casos, a la constatación de la certeza que se manifiesta en la máxima que
se encierra tras el a veces lacónico hágase
conforme a la voluntad de Dios.
Constatamos con ello, desde la resignación que hoy ha de
confesar uno de los que no se encuentra
entre los bendecidos por la Gracia, el hecho ciclónico que a estas alturas
debería suponer el comprobar como de nuevo, a pesar del paso de los siglos, en
el transcurso de los cuales sin duda hasta el tiempo transcurre a otra
velocidad toda vez que el propio planeta ha modificado su velocidad de giro;
seguimos no obstante manifestando nuestra dualidad fenomenológica ante el hecho consumado de que la mayoría, sigue
condicionando sus deseos, cuando no sus vidas, al siempre dubitativo proceder
que se esconde tras la otras veces recurrida sentencia del sea lo que Dios quiera.
Es entonces cuando finalmente, y llegado este momento, uno
se ve en la tesitura, a menudo desagradable todo hay que decirlo; de someter a
la consideración del respetable qué
grado de certeza, cuando no de verosimilitud tiene toda esa larga serie de
apelativos con la que no en vano nos regalamos el oído, en lo que concierne a
nuestro proceder cuando nos describimos, a nosotros mismos todo hay que
decirlo, las verdaderas mimbres que componen nuestro mundo.
Un mundo científico, desarrollado, alejado de fanatismos, y
por ende de los dogmas que los propician, cuando no abiertamente los propugnan.
El mundo de Internet, de la inmediatez, del aquí y ahora. El mundo del para ayer es tarde, en definitiva el
mundo de un Hombre que hoy, como siempre y tal vez por siempre, sigue
manteniendo y alimentando la pugna por sus componentes innatos, a la sazón los
responsables de la pieza más compleja que a dado o visto la evolución.
Un mundo que por más que vea sometido a los avatares del
tiempo, por más que sea objeto del progreso, a veces incluso desenfrenado,
sigue accediendo a su componente más ancestral, a aquél que en definitiva le
define como ente propiciatorio en pos de la Naturaleza Espiritual ,
cuando necesita dar respuesta a las cuestiones más profundas.
¿Será precisamente la existencia de tales cuestiones, o tal
vez el hecho de que estemos preparados si no para comprenderlas, sí al menos
para plantearlas, lo que sitúe este debate una vez más en el centro de nuestra
actividad?
Una vez más, nos vemos obligados a finalizar si no con una
paradoja, sí con una cuestión reflexiva, aquélla que procede de poder afirmar
que, sin duda, la mera consideración que nos ofrece la existencia de las mismas
cuestiones, nos obliga a considerar seriamente la necesidad de aceptar cierto
grado de especificidad, que es en sí mismo, algo muy cercano al valor esencial
al que por distintos caminos llegan los dados a Dios, y los que somos más dados
a lo constatable.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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