Pudiste hacerlo en silencio, con humildad, haciendo gala de
esas las supuestas virtudes de las que tú y los tuyos una y mil veces habéis
alardeado; y de cuyo justo ejercicio, una vez más, de nuevo, os habéis olvidado
en lo concerniente a predicar con el ejemplo.
Había que marcharse a lo grande. Se hacía necesaria la
última representación, una última, y a la sazón imprescindible declaración
de intenciones, en virtud de la cual dejar definitivamente clara la que no
es sino excelente paradoja. La que procede de comprender que la práctica de las
mencionadas virtudes, a saber Fe, Esperanza y Caridad, no son sino vagos
recuerdos, quién sabe si no meras nostalgias, de un pasado probablemente
remoto, ubicado en aquéllos tiempos, en aquellos lugares, en los que una vez
todas ellas tuvieron cabida. Tal vez en los mismos en los que una mujer se
sentía orgullosa de que su hijo fuera para cura.
Pero como suele ocurrir en estos casos la verdad, en forma
de sobredosis de realidad, se apropia de manera dramática de todo el escenario,
vinculando con algo muy parecido a un sueño aquello que primero se tomó como
algo procedente poco menos que de una revelación divina, (algo parecido
a lo que llevó a Descartes a vincular su sueño con la construcción de un nuevo
modelo de procedimiento filosófico), para terminar en este caso derrumbándose
de manera estrepitosa, haciendo entonces imprescindible la aparición de la
Teología, destinada no a descifrar leyendas casi mitológicas, ni a interpretar
la vida de santos. Más bien en pos de facilitar las pistas destinadas a
permitir que el hoy Clérigo afamado, se reencontrase con aquél que
antaño fue niño. Y este reencuentro, cándido y
agradable como pocos, no sería propenso a la nostalgia, sencillamente
sería imprescindible en pos de ver la posibilidad de recuperar algo de todo lo
que por otro lado había quedado atrás. A saber, Fe, Esperanza, y por supuesto
Caridad.
Pero todo era ya en vano, tanto el número de apuestas
comprometidas, como el propio valor de las mismas, conformaban ya un escenario
a todas luces demasiado costoso del que era ya del tofo imposible volverse atrás.
Pero el niño se hizo hombre, adoptando para ello una
forma un tanto enrevesada. Y el cura, propenso como todos los hombres a las
tentaciones, cedió a la más profunda de todas. La tentación de poder se apropió
del que por entonces tal vez fuera un alma digna de ser perdonada, para
terminar por esculpir en torno a la misma una losa de granito negro, resultado
de la miscelánea que solo les es propia a los Hombres de Dios, al tener
cabida en la misma, de manera muy preocupante, la conjugación los vicios terrenales, con los que solo son
concebibles por quienes se olvidan de que solo son eso, hombres, y terminan por
enredarse en una tupida maraña de creencias destinadas a hacer compatible la
posibilidad de si en realidad sí que se puede servir a Dios, y a un amo,
acabando definitivamente por alienarse, de forma paradójica, en su propia
condición.
Es entonces cuando una vez más, Mirabaud lleva a cabo su
aparición. Y como en la parábola del ladrón que hambriento encuentra posada en
la casa de una buena familia a la que al alba pega fuego; es así como
nuestro protagonista hace buenas las palabras que aparecen en “Sistemas de la
Naturaleza, proyectos de orden del mundo. Un ensayo sobre la psicología del
probable orden de la Naturaleza”:
Está en el orden de las cosas que el fuego queme,
pues su esencia es quemar. Está en el orden natural de las cosas que el malvado
cause daño, pues su esencia es dañar.
Llegados a este punto, poco o nada podemos hacer ya por
evitar el que en definitiva es ya un daño causado. Sin embargo, dignos de
volver a padecerlo seríamos de no ser capaces de entenderlos, o cuando no al
manos de interpretarlo.
Porque cuando unas pocas horas antes de que esto
aconteciera, Pilar Manjón manifestaba públicamente en Cadena Ser su rechazo con
el hecho de que hubiera de ser una celebración eucarística lo que constituyera
el centro de los actos conmemorativos de lo que a la sazón era el X Aniversario
de los atentados del 11 de marzo, lo que estaba realmente denunciando era la
pasividad, quién sabe si la indolencia de un Gobierno que cedía de manera tan
mezquina, incompetente y mediocre, el bastón de mando de una conmemoración que
en definitiva nos atañe a todos; al control de una más de las múltiples sectas
que se regodean por el mundo, y que para nuestra desgracia en España, país
constitucionalmente declarado laico y aconfesional no lo olvidemos, reúne una
gran cantidad de adeptos y en definitiva seguidores.
Por eso, tal vez por eso, resultaba imprescindible una
última salida al escenario. Como el actor que se retira, y que sale a
recoger, él solo, los aplausos que él considera propios, en su última
representación.
Mientras abajo, en el graderío, los que con él han formado
más de una vez pareja de mus en partida complicada, se felicitan de
manera incluso jactanciosa. Unos y otros cuchichean entre aplausos, más o menos
forzados, lo bueno o malo que fue mientras les sirvió. Una anécdota divertida
aquí, una mala acción allá. Pero todos conscientes de una cosa, los muchos
secretos que de forma mutua les unen.
No dejan de ser eso, una secta. Numerosa, pero una secta.
Por eso no me resulta lícito que, una vez más, se rían de
propios, y en esta ocasión incluso de extraños, aprovechando la evidente
dejación de funciones en la que furtivamente cae el Gobierno, para insisto,
apropiarse de un acto destinado a engrandecer la memoria de los que sin
quererlo, fueron erigidos en mártires por unos pocos descerebrados que, en
nombre paradójicamente de un único dios, decidieron apropiarse el don
que en principio es territorio exclusivo de éste, a saber el de dar o quitar la
vida.
Pero si como es lógico no corresponde a un rojo carente
de la gracia de Dios hablar de estas cosas, lo cierto es que por
comparación sí que pueda corresponderme el traer a colación de nuevo la
pregunta de qué es lo que de nuevo persiguen quienes parecen desear
perpetuar la Teoría de la Conspiración.
Una vez que de manera definitiva parece que ha quedado claro
que no fue ETA la instigadora, ni por supuesto el brazo ejecutor de tamaña
locura. Una vez que quienes políticamente instigaron tal mentira en pos en
aquel momento de aferrarse al poder; vuelven a estar hoy en posesión y uso del mismo;
la pregunta es clara, y hasta evidente: ¿Qué más queréis? ¿Acaso no os basta
con que nadie os haya hecho pagar de verdad precio alguno por vuestras
mentiras? ¿De verdad creéis que podréis blanquear, sin más, el negro que
emponzoña vuestra por otro lado blanca alma cristiana?
Definitivamente, Julián Marías siempre tuvo claro cuál era
el gran problema de este país. “En España no nos queremos”.
Tal vez por eso, en cualquier tiempo, en cualquier lugar, un
cualquiera puede sembrar la semilla de la cizaña, y dar por hecho que
encontrará terreno abonado en el que la misma crecerá sin aparente dificultad.
Pero tal y como dice el Evangelio de Marcos: “Recordad
pues que todo el que pide recibe, y el que busca acaba por encontrar.”
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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