Inmersos como estamos en este desasosegante baile de máscaras hacia el que de manera
absolutamente irresponsable hemos permitido se conduzca la campaña electoral de la que a todas luces será la más importante de
las citas electorales a las que
seamos llamados en los próximos años; el mero hecho de que tal reflexión pueda
ser desde este mismo momento puesta en duda, no viene sino a demostrar el grado
de desvinculación que como ciudadanos padecemos de cara a nuestra realidad
conceptual, política, y me atrevería a decir substancial.
Sin embargo, una vez más, y aunque lejos de buscar excusas,
sí convencido no tanto de que no seamos responsables, como sí más bien de que
tamaño desasosiego no venga sino más bien a responder a las zafias maniobras
desarrolladas por aquéllos no tanto dispuestos a pensar por nosotros, como sí más bien a obtener beneficios de
nuestra falta de motivación, lo
cierto es que en el caso que nos ocupa me siento referido a ceder a la tentación
de someter a consideración la pregunta que lleva asaltándome desde el pasado
jueves: ¿De verdad nos creen tan burdos como para obrar conforme a como lo han
hecho, o más bien se ha tratado de una simple improvisación?
La cuestión, como tantas otras, en tantos otros escenarios y
tiempos, bien podría parecer nimia. Sin embargo, cuando procedemos con ella
como si del caso de una ecuación
matemática se tratara, y sustituyéramos la incógnita por la variable verdadera,
nos enfrentaríamos a una realidad sorprendente, que más o menos tendía la
siguiente forma: ¿Cómo es posible que cuando apenas quedan 48 horas de campaña
electoral para la cita con las Elecciones Europeas, apenas se haya hablado de
Europa?
Porque definitivamente, una vez salvado el esperpento Cañete, lo que debería
preocuparnos verdaderamente pasa por tratar de entender a qué se debe el que no
tengamos ni idea, ni siquiera por aproximación, de qué es lo que nos jugamos el
próximo domingo. Sin contar por supuesto nuestro supino desconocimiento a la
hora de tratar de escenificar los escenarios, cuando no las marcas ideológicas de aquéllos que,
dentro de esta falacia en la que se ha convertido el proceso representativo, se hallan pues dispuestos a ejercer sobre
nosotros un poder que nosotros mismos, en este caso bien por acción, bien por
omisión, les hemos otorgado.
Suscitadas las debidas reflexiones, y a la espera, cómo no,
del las debidas críticas, lo cierto es que a estas alturas solo dos cosas
parecen claras:
Î No tenemos ni idea al respecto de
saber qué es lo que de verdad nos jugamos el domingo.
Î Sea lo que sea lo que está en juego,
seguiremos ejerciendo nuestros análisis al respecto desde el punto de vista del
proceder caciquil, esto es, tomaremos
medidas destinadas a promover designios extranacionales, supeditando nuestra
voluntad a criterios que van poco más allá de lo que sabemos de nuestro barrio.
Y todo, porque una vez más lo que prima a la hora de
gobernar nuestro acto, es en realidad nuestro instinto. Un instinto que,
sabiamente dirigido por los terceros que
todo lo dirigen (y digieren), ha decidido en este caso suplir todo conato de
explicación dirigida a que podamos entender qué es Europa, en un intento de
evitar que mañana podamos comenzar no
ya a hacer preguntas, sino más bien a exigir responsabilidades, todo ello a la
vista del desastre que entre unos y otros han provocado.
Mas en cualquier caso, y una vez superado el sonrojo, lo que
me llena de consternación, y confieso que de miedo, es asistir al proceso por
el cual, y quién sabe si siguiendo la política
del mal menor, los arquitectos de la
usura no han sido conscientes del monstruo que, una vez más, están a punto
de liberar en Europa.
En un presente como el que nos ha tocado vivir, en el que,
al menos en lo atinente a Europa el único respaldo que le podemos dar al
proyecto pasa por reconocerle el mérito de haber sido la piedra de toque desde la que se ha impedido que el continente haya sentido la necesidad de volver a saltar
por los aires; bien podríamos concluir que si le restamos los aportes
hechos o prometidos desde el coeficiente
de lo social, Europa bien podría ser un fraude.
Desde tal perspectiva, acuciada no tanto por los perros de la guerra, como sí más
bien por los perros de la crisis, lo
cierto es que alguien podría, máxime a la vista de las encuestas publicadas hoy
mismo, comenzar no ya a preocuparse, bastaría con empezar a tomarse en serio,
el nuevo escenario que se dibuja a partir de la toma en consideración de que fuerzas de extrema derecha se posicionen
con fuerza a partir del lunes en el Euro-parlamento.
En un ejercicio magnífico que vendría a poner de manifiesto
las consecuencias de que en política, peor
que la acción resulta a veces la omisión, una vez más, como ya ocurrió en
el primer tercio del pasado siglo, el silencio de la mayoría servirá para que
el rumor de algunos parezca sonar como una tormenta.
Si tal posibilidad definitivamente cristaliza, podremos sin
lugar a dudas definir a Europa como un aborto. En términos más suaves, como un fallido.
Luego que nadie, ya sea Hombre o Mujer, se llame a engaño.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
No hay comentarios:
Publicar un comentario