Derramo una vez más mi frustración en forma de manifiesta
ofuscación hacia el tiempo perdido, cuando acude en mi auxilio, en este caso,
mi propensión hacia lo abstracto como forma de enfrentarme a los
acontecimientos.
Desde la alfeiza de mi ventana, me proyecto una vez más
hacia lo que debería de ser el futuro, mas como en el propio caso de la
característica atribuible al lugar en el que como digo hoy establezco mi torre de lontananza, he de asumir para
mi desgracia la posibilidad de que lo prudente haya de pasar no tanto por el
camino hacia delante, como más bien por el repliegue, visto por supuesto no
como retroceso manifiesto de nuestras posiciones de razonamiento, sino más bien
maniobra destinada a la toma de impulso.
Y es así que, la perspectiva que procede de observar las
cosas desde la distancia, tiende a proporcionarte, de manera inequívoca a la
par que integradora, una proyección realmente envidiable, sobre todo a la hora
de llevar a cabo disquisiciones destinadas a formular valoraciones cuando no
abiertamente juicios, en los que el aporte subjetivo adquiere rango de
verdadera legitimación.
Sin embargo, no es menos cierto que esa misma perspectiva,
que esa misma distancia, acaba por trasmutarse en un franco alejamiento de la
realidad, que conduce de manera en principio inexorable hacia la
deshumanización del agente activo.
Comienza a ser, alcanzado semejante estado, que
comportamientos casi olvidados, cuando no abiertamente censurados, tales como
el cinismo, los razonamientos paradójicos, y qué decir de los protocolos a base
de silogismos; adoptan de nuevo patente
de corso, campando abiertamente por sus designios, sumándonos sin el menor
recato ni pudor en un estado de apoplejía moral cuyas consecuencias están tan
solo al alcance de ser definidas a colación de los que siguieron con
detenimiento, a finales del XIX, las estribaciones, cuando no abiertamente las
derivas que el parnasianismo sembró,
como hoy primero por Europa, y finalmente en España.
Es así que hoy, sobre
poco más o menos que como entonces, siempre habrá alguien (no en vano dice La Torá “(…) que es así que incluso
sobrevenido el peor de los tiempos, siempre se podrán encontrar treinta y seis
hombres justos…”); a quien en definitiva, el actual estado de las cosas no
solo escandalice, sino que abiertamente le escandalice.
Porque si hay algo que me lleve al estado de estupefacción
en el que me muevo, es precisamente la ausencia de estado propiamente dicho en quienes me rodean.
Con unas cifras de paro en volúmenes desconocidos. Una vez
superadas todas y cada una de las
“barreras psicológicas” que todos nuestros políticos nos ponían ( a pesar
de lo cual no hay ni habrá seguramente una sola dimisión) y con unas cifras de
consumo interno desconocidas e inviables, que nos llevan a unas proporciones
solo comparables a las que en 1929 conducían a empresarios a saltar literalmente desde su ventana; lo
cierto es que el actual estado de sodomía
conceptual en el que nos hallamos inmersos es tan sólo comprensible si
asumimos como tal el ascenso de los esperpentos
del teatro de D. Ramón, al ejercicio
político, o desde la visión que aporta el parnasianismo,
aplicada en este caso a la práctica totalidad de los elementos atrincherados
tras lo que llamamos realidad,
Realidad que se torna sórdida cuando tratamos de someterla a
los perfiles de la
realidad. Tétrica cuando el tamiz lo ponemos en los límites
que es capaz de concebir el entendimiento humano, y por supuesto
irreconciliable con el sentido común cuando
lo que aplicamos es el tamiz de la justificación conceptual.
Dibujamos entonces así el esquema de una realidad que no
resulta concebible. Una Realidad
Surrealista, concepto éste que, lejos de erigirse en cacofonía, revierte
sobre si mismo, impregnando con ello todo lo demás; en especial el cúmulo de
aberraciones de las que hemos de ir haciendo acopio no tanto para tratar de
comprender el esperpento que determinamos, como cuando menos los parámetros
desde los que los mismos pueden ir siendo paulatinamente considerados.
Comenzamos así a intuir no tanto una realidad, sino más bien
solo sus efectos; conformada a partir de una sucesión de percepciones
manifiestamente maniqueas, que tienen su componente matricial nada más y nada
menos que en el historicismo, esto
es, la capacidad innata que por rutina se concibe en las sociedades adultas, en
base a la cual los contemporáneos de las mismas asumen, de manera necesaria, que sin el menor género de
dudas, el tiempo que es propio constituye,
sin el menor género de dudas, el mejor tiempo en el que se podría vivir.
Contemplando desde semejante perspectiva los componentes que
concitan la realidad que nos es propia, podemos comenzar a elaborar una especie
de mapa conceptual destinado en este
caso no tanto a convertir en asumible un pensamiento, como a hacer comprensible
al esquema humano de las cosas a partir del cual ese concepto ha de ser
comprensible.
Así, la cuestión no pasa tanto ya por discutir si en
realidad somos todos o no iguales ante la ley. Ni siquiera se trataría de comprender si
estadísticamente se pueden cometer trece errores consecutivos a la hora de
tramitar expedientes asociados a movimientos inmobiliarios achacables a
personas cuyo nif especial cuenta tan solo con dos cifras.
Tampoco se trataría pues, de ser capaces de analizar si es
lógico que un Tribunal de Justicia declare nulas las actuaciones que han
llevado a dar con sus huesos en la cárcel a uno de los banqueros responsables
del agujero por todos conocido.
De que al juez que ha instruido el caso mañana le pueda caer
un chuzo del copón, es algo de lo
que, indefectiblemente, tampoco vamos a hablar.
Renunciamos igualmente a someter a consideración el porqué
de que en cualquier otro país serio, o al menos en el que “los Sainetes” no
forman parte de la génesis estructural del tejido estatal; personas como el Sr.
Bárcenas estarían en la cárcel, arrastrando consigo a una mayoría de sus adláteres, mientras que en España ni tan
siquiera se ha recogido no ya una dimisión, nos conformaríamos con una
intervención pública, aunque fuera de rango menor, como aquélla protagonizada
por la Sra. Secretaria de Estado de Hacienda.
Nos bastará, no ya llegados, sino plena y conscientemente
superados los límites de estos acontecimientos, a tener que analizar no tanto
la conformación, como sí en cualquier caso la conducta, de los que redundan,
jalean y consienten con los hechos descritos.
Se trata pues, no ya de tratar de encontrar respuesta a la
pregunta derivada del cómo es posible que a estas alturas, con el Estado
literalmente reducido a la condición de trapo
de cocina (recientes investigaciones redundan en afirmar que es difícil
encontrar más bacterias por centímetro cuadrado), los servicios públicos
desaparecidos cuando no privatizados; y teniendo como tenemos a nuestros representantes subastándose lo que queda del
chiringo convencidos tan solo de que su labor pasa inexorablemente por
perpetuarse en el cargo; la verdad es que ahora más que nunca, he de
preguntarme hasta dónde o hasta cuánto estamos esperando, o estamos dispuestos
a soportar.
Es ahora cuando pregunto, ¿Qué es más doloso, lo de malos, o
lo de incompetentes?
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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