Ando una vez más, sumido en el desasosiego que me produce
tratar de encontrar en los demás, la clave que me permita no ya descifrar el
enigma que su conducta, sino sencillamente recuperar la esperanza de saberme
digno, algún día, de posicionarme en el camino adecuado para lograr tal efecto.
Es así que, proclive al desaliento, y abandonado quién sabe
si de manera irrevocable, decido una vez más vincular mis aciertos y mis
errores a la Historia, convencido en el caso que nos obra, de que habiendo de
abandonar mis ineptitudes creativas, posea al menos la humildad suficiente como
para ser capaz de reconocer en otros, y en el pasado, las excelencias que Minerva hoy escatima conmigo.
¡Cuán lejos quedan los tiempos aquéllos en los que regabas
sin piedad y a borbotones los campos! Tiempos en los que el logos fluía entre los campos, como el
néctar de los dioses lo hacía entre los pliegues de la papada del cercano Baco.
Y es como entonces que, a punto de sucumbir, abandonando la
Episteme, para sustituirla por mera y
frugal Doxa, que mi moral se
resiente, se sulfura, para nada aquiescente.
Es por ello que, decidido, como siempre, emprendo una vez
más el camino que de guijarros ha sembrado para mí la razón, convencido como
estoy, de que la única realidad que separa el hecho de la opinión, es su
capacidad para no someterse a los desaires del Tiempo. Es por ello que
agradezco el detalle de las piedras, al menos éstas no serán presa de los
pájaros.
Recuerdo entonces, lo que una vez dijera Wilde: “Cualquiera puede simpatizar con las
penas de un amigo, simpatizar con sus éxitos requiere una naturaleza
delicadísima.”
La frase, de por sí, es
única, incomparable, en tanto que inconmensurable, toda vez que de una y por
todas, quién sabe, parece unificar las múltiples tesis que en pos de definir al
Hombre, naufragan una tras otra en la servidumbre del relativismo.
Sin embargo, ésta afirmación
reúne a priori los requisitos que resultan imprescindibles para toda afirmación
que se precie:
Es sincera, asequible, y
cuenta con el refuerzo de la veracidad fundamentado en la experiencia.
A pesar de todo, me niego, y
me atrevo a decir que lo hago por responsabilidad; a aceptar, cuando no
abiertamente a permitir, que la envidia, que es lo que en último término
subyace a la anterior afirmación, pueda ni tan siquiera osar erigirse en
protagonista de una sola de mis líneas.
Por ello, y casi amparado en
éste caso por la necesidad, rebusco en mi atestado baúl, hasta hallar la
certeza de saber que conozco aquello que en realidad Wilde quería expresar, y
que tal vez el barro de lo vulgar, quién sabe si incrustado en los zapatos de
lo rutinario, se ha empeñado en arrojar como mediocre contenido, como
desperdicios arrebujados en pos de que los perros coman, en un último intento
de que al menos, dejen de ladrar.
Recuerdo entonces, a Thomas
KEJEALLY, quien en una de las obras más conocidas, y a la sazón probablemente
peor interpretadas, viene a decir que: es
ésta la historia del triunfo pragmático del bien sobre el mal, un triunfo en
términos eminentemente mensurables y estadísticos, y nada sutiles. Cuando se
trabaja en la dirección opuesta, y se narra el éxito mensurable y predecible
que el mal suele alcanzar, es fácil mostrarse agudo, y sarcástico, y evitar el
sentimentalismo. Es muy fácil demostrar cómo, inexorable, el mal terminará por
apoderarse de lo que llamaríamos bienes inmuebles del relato, aunque en poder
del bien queden algunos escasos imponderables como la dignidad y el
conocimiento de sí mismo.
La fatal maldad humana es la materia prima de los narradores,
el pecado original, su leche materna.
Pero escribir sobre la virtud es empresa ardua.
Y si ahora, para
definitivamente abstraerme del todo, contextualizo lo anterior vinculando al
autor con su obra, o más concretamente con la biografía de aquél industrial
arruinado en la fabricación de tractores, que se reconvierte al esmaltado de
cacerolas y enseres de campaña, al abrigo del ente nazi en los albores de 1938;
es probable que una mitad vez cómo se le enciende
la bombilla, mientras que la otra mitad, tal vez con razón, se eche a
temblar.
Viene a mi memoria, de manera
exigua todo hay que decirlo, la publicación va a hacer ahora catorce años, por
parte de un por entonces amigo; de un más que brillante artículo de fondo que
gráficamente tuvo a bien titular Algo se
mueve en Europa.
Retrotrayéndonos en el
tiempo, en la forma por otro lado adecuada; podremos sin mucho esfuerzo
ubicarnos en una Europa implícitamente embebida, en los proyectos de la Europa Social, propiamente dicha.
Como puede desprenderse del
contenido cínico que en algunos extremos enarbolaban aquellas acertadas líneas;
el objetivo no era otro que el de promover entre los ilusos votantes de
izquierdas, una vez más convencidos de que la
inexorable certeza de que el bien triunfará, la convicción de que, otra
vez, la derecha no necesitaría de hacer
las cosas ni medio bien. Una vez más sería suficiente con que se sentara
paciente, a esperar.
Tal y como resulta de la comprobación empírica, el grado de acierto
de la afirmación es tal, que verdaderamente hace imprescindible la redefinición
inmediata de ciertos contenidos procedimentales.
Sin embargo, lejos de
redundar aquí en protocolos de acción, la cuestión a revisar es evidente. ¿Por
qué una vez más, nos vemos donde nos vemos?
Se me enciende la sangre, y
antes de perder el control, me veo en la obligación de citar a otro clásico del XVI español cuando dijo “…Hay
así España, cómo te ves una vez más, por tu mala cabeza, y quién sabe si peor
gobernanza.”
Llegados a este punto, toca
ya el momento de las felicitaciones, los elogios, y los epílogos cariñosos.
Felicidades, de verdad, sois
unos genios. ¿Alguien puede decirme seriamente que ni tan siquiera en sus
mejores sueños contábais con promover un teatro
de operaciones cuyo grado de certeza e intensidad pudiera ni de lejos
compararse con el que hoy habéis sido capaces de definir?
Revisando desde un exhaustivo
punto de vista objetivo, la realidad nos dice que, una vez la comparativa
respecto del transcurrir por los meridianos históricos les ha demostrado lo
insuficiente de las derivas religiosas (inquisición), políticas (absolutismos)
y sociales (restauraciones etc.) Lo cierto es que tan solo les quedaba por
explorar la deriva propuesta desde la semántica económica.
Pero he aquí el problema. La
traducción que en España se hace de variables por aquel entonces ya habituales
en el resto de Europa, no son para nada mesurables en España. En otras
palabras, nos encontramos ante la circunstancia eminentemente práctica del
fenómeno al que tantas veces hemos hecho alusión, cual es la no existencia en España de una verdadera Revolución Industrial, lo cual impide la
correcta trasposición en términos de paralelismo, de hechos que tienen el rango
de certeza práctica conforme a los silogismos propios de esos países.
El descalabro conceptual que
supone, en términos de tiempo histórico, la no existencia ni por asomo, de un
escenario en el que `pudiera llevarse a cabo ni tan siquiera a escala
proporcionada, una Revolución Industrial,
constituye una realidad cuyas consecuencias se desarrollarán en el tiempo,
pero que hunde en el propio origen de los tiempos las raíces de las que se
alimenta.
Tenemos así un hecho
co-substancial en la medida en que tiene implicaciones pretéritas desde las que
justifica indolentemente su pasado; a la par que reubica en términos de
proyección de futuro las imprescindibles constataciones de los hechos que
habrán de ser sobrevenidos, toda vez que son constatables.
Es así que, como decimos, una
vez que la revisión certera de la Historia ha proporcionado lecturas con datos
no solo atinentes, sino también, obviamente, precursores de las partes
adecuadas; lo cierto es que, hoy por hoy, y sembrando en territorio abonado,
toda vez que nuestra sociedad, como todas las que son recordadas, ha hecho de
la amnesia su particular fabricante de antidepresivos.
El triunfo del olvido ha
abierto un camino largo de transitar, y la falacia y la mentira han sido los
primeros en formar tándem. De esta manera, Europa ha iniciado, de manera
ciertamente indolente, un camino a la
perdición en el que, sinceramente, no se aprecia la menor posibilidad de
retorno.
Al final, la solución, como
tantas otras veces, está dentro. Como dijo Anaxágoras
de Clazomene “llegado el momento de retomar un problema demasiado arduo, es a
veces que me siento a pensar, y la solución termina por aparecer por sí misma.”
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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