Abandonada ya toda postura pasional, entendiendo como es lógico que la presencia de la misma,
de la pasión digo, no hace sino esconder un atisbo de esperanza; lo cierto es
que hacer cualquier esfuerzo no ya encaminado a su invocación, simplemente a la
constatación de la misma, no encierra sino una suerte de conducta infantil que lejos de ser bienaventurada en el caso que
nos ocupa, viene más bien a encerrar una suerte de conducta servil no solo poco recomendable, sino ciertamente poco
recomendable a la vista no tanto de los tiempo, cuando sí más bien de los modos
que a todas luces, o por ser más acordes, a todas sombras, vienen a tornarse en
la mejor expresión de la realidad.
Porque a tales extremos hemos llegado, o por ser más
precisos, a tales hemos consentido ser conducidos. En un tiempo, o por ser más
certeros cuando no justos, con las herramientas que ceñidas a los tiempos que corren han venido circunscritas a los
mismos, lo cierto es que solo la escasamente reconfortante verificación de la
desidia existente, puede venir a corroborar, que nunca a justificar, el elevado
estado de desidia en el que se encuentra nuestra sociedad, reflejo fiel y
certero, a la sazón mejor que ninguno otro, del estado en el que se hallan no
lo olvidemos, los ciudadanos bajo cuya designación nos ubicamos.
Sociedad e individuo, Ética y Moral por definición
comprometidas, como lo están en última instancia los que antaño fueron sus
protagonistas, los hombres en última instancia.
Pero ahora que ya no queda madera. Una vez que ni un espeque nos queda al cual amarrar al
rucio (no quedan rucio toda vez que ya para
carne fueron vendidos) solo la élite puede hoy aspirar a cabalgadura, que
por ello quedan ejemplares de Rocinantes,
es cuando comenzamos a sufrir, que ni siquiera ahora todavía a entender, el
no ya paupérrimo cuando sí más bien escuálido, de los estados en los que se
encuentra no ya ni tan siquiera el mundo, cuando sí más bien cualquiera de las
múltiples interpretaciones que del mismo podemos osar hacernos.
Mas si de mera interpretación pudiera ser acusada la suerte
de los tiempos por los que hoy por hoy discurre nuestra realidad, de baldía,
cuando no de insubstancial podría ser en buena justicia condenada la presente
reflexión, dejando su autor pues que tales consideraciones lo arrastraran al mundo de los tristes ya se sabe, a ése
por metafísico recóndito lugar al que los apegados
a la actual corriente de Positivismo
¿Ilustrado?, tienden a arrojarnos a los que bien por desgracia, el tiempo
dirá si por suerte, carecemos una vez más de la Gracia ¿de Dios?, para poder degustar
las esencias vertidas sobre los fieles, las cuales redundan en la mayor
felicidad de los fieles.
Abandonada pues cualquier apuesta por lo Monoteísta, convencidos si cabe con
mayor fuerza de lo inapropiado de las
convenciones Politeístas, lo cierto
es que solo el albor de la Ciencia se presta, aunque no sin reticencias toda
vez que la Tecnocracia amenaza hoy en
día con convertirse en el reflejo del Diablo en la Tierra, a recogernos bajo la
sombra de su manto protector.
Hacemos así pues presa en la Sociología no como fuente de soluciones, cuando sí más bien en la
esperanza de encontrar en la misma los procedimientos destinados a, por
ejemplo, encontrar la manera más adecuada esto es, más rápida a la par que del
todo alejada de conductas tendenciosas, a partir de las cuales poder llegar a
entender el motivo que ha llevado a la mayoría a permanecer al margen de la que
sin duda el futuro revelará como la gran
cuestión. Una cuestión que paralela a otras de parecido calado y magnitud,
como pueden ser las que encierran la virtud de los motivos que llevaban a los Plebeyos de Roma a no rebelarse contra
los Patricios, O cuál era la magnitud
de los denominados Pactos de Vasallaje que
llevaban al siervo a no solo
condicionar su futuro, cuando sí más bien en de sus descendientes ante su Señor; habrán por otro lado de contestar
a una gran pregunta: ¿Qué subyace en nuestro subconsciente que a estas alturas
se traduce en implementar en nosotros una conducta no solo adecuada, sino
incluso educada?
Porque el que a estas alturas no solo sigamos conduciéndonos
como buenas personas, sino que todavía constatemos cómo la beatitud sigue
presidiendo la mayoría de nuestras conductas (y lo visto en la cita electoral andaluza bien podría ser
el último ejemplo de lo que digo), puede ser tan solo atribuible a dos
cuestiones irreducibles, aunque no por ello necesariamente excluyentes entre
sí: O verdaderamente tenemos más
paciencia que el Santo Job, o sencillamente nos empeñamos en seguir
empeñados en no tener ni idea de lo que ocurre.
Ubicadas pues las variables desde las cuales comenzar a
inferir el estado del paradigma en el que nos hallamos, resulta suficiente un
somero vistazo para comprender que el problema no está, como cabría esperarse a
la vista de los tratamientos que se aplican, en la forma de interpretar el
sistema; cuando sí más bien en los componentes y en las múltiples relaciones
que entre ellos se dan en pos de, en última instancia, conformar el propio
sistema.
Un sistema multidisciplinar, intrínsecamente interconectado,
que convierte por ello en un auténtico hándicap cualquier intento de establecer
una suerte de cortafuegos dirigido a
detener la infección una vez que un virus ha sido introducido por cualquiera
de los canales conocidos y que, en base a esa interconexión no importa por
dónde haya entrado en tanto que tiene acceso al núcleo del sistema en sí mismo,
comprometiendo no solo su desarrollo, como sí su esencia misma.
Es al albor no ya de esta nueva realidad, cuando sí más bien
de la comprensión de los parámetros que la misma trae consolidados, que
comprendemos su verdadera magnitud, emplazada a partir del famoso paradigma
según el cual el todo es siempre mayor
que la suma de sus partes.
Surge así pues la nueva realidad como siempre lúcida a
partir del tratamiento lóbrego cuando no solo austero de los datos. Ajenos a
cualquier elucubración, una vez que las voces propinadas desde catervas
exacerbadas de manera más o menos interesadas, solo una cuestión ha de quedar
clara, la desintegración propia del
proceder analítico tan adecuado en otros casos, no hace en este caso sino erigirse en la mayor de cuantas mentiras se
nos ha hecho objeto en los últimos tiempos.
Dicho de otro modo, enfrentarnos por separado al estudio de
las causas que nos han traído aquí, así como por supuesto de sus posteriores
consecuencias; refiriendo éstas por separado al impacto que sobre Economía, Sociedad, Política y Religión, han
podido tener; no hace sino establecer un vínculo erróneo cuyas magníficas
consecuencias se traducen en la absoluta imposibilidad de acceder a la verdad,
en tanto se siga perseverando en la ejecución errónea de un procedimiento cuya
verdadera naturaleza se muestra con una transparencia “Clara y Distinta”, al
alcance de cualquiera que tenga el valor de mirar.
Adoptando así pues de manera definitiva el Protocolo Cartesiano, y profundizando en
su desarrollo en tanto que ninguna mano venga a disuadirnos de tal convicción,
habremos de elucubrar en tanto de la identidad de quines hacen tanto a la para
que bien hecho, por mantener oculta no ya solo su identidad, cuando sí más bien
que se muestran del todo prolijos en la complicada labor de tapar todas las pistas, convirtiendo en
un verdadero juego de adivinación condenado
al fracaso propio de los procederes carentes de crédito científico a todo
ejercicio vehiculado desde semejante carta
de naturaleza.
Es así pues que antes de prorrumpir en una suerte de
proceder que nos arroje en manos del tan justamente temido silogismo disyuntivo, que haremos un último esfuerzo encaminado en
pos de localizar la respuesta modificando el objeto de nuestra pregunta. Así,
la cuestión no pasará ya por averiguar la naturaleza de la obscuridad que cubre
al que se supone objeto de nuestros devaneos. La nueva cuestión pasa ahora por inducir
la naturaleza de aquella fuerza tan descabellada que es capaz de interferir en
todos los esfuerzos realizados en pos de ubicar la posición de un estado que
induce al Hombre Moderno a estados de
apatía tales que le llevan a confundir a
Dios con un gitano, metáfora que lejos de conducirnos por la tendenciosa
vía del clasismo, no hace sino
ilustrarnos en la no menos edificante vía de constatar lo sencillo que resulta
desviarnos de nuestro a priori original.
Concluimos así pues que hoy no vivimos en ningún tiempo. Nuestro presente se ve así reducido a una especie
de paradoja sistémica en la que la salmodia monocorde entonada desde la
concreción del concepto crisis, proporciona
al Sistema el escenario perfecto desde el cual desviar por enésima vez la
atención del que sin duda habría de ser el único asunto capaz de ocupar
nuestras mentes, dispersas por otro lado en apagar conatos sitos en la
periferia, mientras el verdadero incendio ha llegado ya al Sistema en sí mismo
el cual, lejos de abrumarse, no hace sino garantizar su supervivencia erigiendo
una suerte de barrera insalvable en forma de una cuestión co-substancial: ¿Debe
el Sistema regenerarse, o debe por el contrario asumir la necesidad de renacer
plenamente renovado?
Ahora me decís si esto constituye o no un auténtico gesto de
iniquidad.
LUIS JONÁS VEGAS VELASCO.
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