Hoy, cuando han transcurrido casi quince meses desde su
nombramiento, y habiéndose mostrado incongruentemente competente al menos en
una ocasión, en la que en este caso concierne a ha habernos birlado el anterior; D. Mariano RAJOY
BREY, se presenta ante nosotros, ante España, para, al menos en teoría, tener a
bien regalarnos un paseo por esas, las sus bonanzas todas las cuales, si bien
se cuentan con los dedos de una mano, y
como en el caso de las virtudes del Rey,
cierto es que nos sobran dedos.
Nos encontramos inmersos en el conocido tiempo de Debate del Estado de la Nación.
Instaurado hace ya más de veinte años, el mencionado está
concebido en principio para convertirse en el escenario no en el que dos
púgiles, aunque lo sean sólo en el terreno de la dialéctica, se enfrenten cuerpo a cuerpo en una serie de asaltos,
en este caso variables toda vez que el número y la duración de los mismos,
vendrá determinado por la variedad de los temas a considerar, así como a la
intensidad con la que los mismos sean tratados.
Pero siguiendo con lo que ya es definitivamente su pauta
natural, el Sr. Presidente no sólo se salió con la suya el pasado año;
momento en el que literalmente se cepilló cualquier posibilidad de debate
acallando el menor conato de crítica arguyendo la en apariencia, o al menos
para él absoluta certeza de que “dado el poco tiempo transcurrido desde mi
nombramiento, no creo haya mucho sobre lo cual debatir.”
El argumento, propiciatorio de ser tratado con la misma
autoridad moral con la que se tratan aquellos que proceden del borracho que
dice que si no quiere que bebamos, ¡pues
coño, que no lo vendan!, fue en realidad propiciatorio de un ambiente el
cual ha ido calando hasta generar una realidad, que ha sido especialmente
premonitoria para los medios, en base
a la cual, la incapacidad sostenida que tanto el Presidente como el Gobierno en
general han demostrado; ha terminado por generar un hambre que ha llevado a buscar en cualquier lugar, una fuente de noticias sobre el propio fundamento de las
estructuras del Estado, que ha terminado incluso por desbordar el ambiente
en el que el consabido Debate se celebra.
Con ello, y a renglón
seguido de la mencionada convocatoria, a modo de los usos y costumbres
importados del mundo del cine, en lo que concierne a las apuestas que se cruzan
a colación de todos y todas las que respectivamente desfilan sobre las alfombras rojas; asistimos a una lluvia
de apuestas destinadas a dilucidar
cuestiones que se resumen en una que a mi me saca personalmente de mis
casillas. Me refiero al temido ¿Quién cree usted que ha ganado el Debate?
La mencionada cuestión, o más concretamente la historia de
su origen, hunde sus raíces, como el propio Debate, en la noche de los tiempos, Así, si tenemos tiempo y ganas para
despertar, comprobaremos cómo la génesis de la misma subyace únicamente a la
consideración esgrimida por el Jefe de Gobierno, en el caso de que no pueda, al
menos a priori, garantizar por sí solo la certeza del en apariencia merecido
triunfo. No hay pues que olvidar que toda esta parafernalia está tan sólo
destinada a hacer que aquél que manda se
luzca, por supuesto, a nadie se le ocurre pensar que el que cumple el merecido
castigo de militar en la oposición, se le pueda ni por asomo considerar como ni
tan siquiera poco más que un convidado de piedra.
Y es así que como en otro de los grandes asuntos que hoy por
hoy nos asedian, el Debate para el Estado de la Nación, o por ser más exactos,
la apatía que el mismo desencadena entre la población; alcanza a ser ya poco
más que la constatación del gran mal que asola no ya a nuestro país, sino que
se empeña en convertirse en el pesado lastre que ralentice nuestro avance
cuando no entorpezca desmesuradamente nuestra salida de la crisis, la cual por
otro lado se muestra ya como lenta o dubitativa. Me estoy refiriendo al temido bipartidismo que subyace a la composición de
nuestras Cámaras Institucionales.
La casi ya unánime convicción del franco retraso que ese
bipartidismo provoca; o más concretamente la sensación que nos acompaña cuando
vemos como los dos grandes partidos que en España atesoran la mayoría de los
votos, y son irreconciliables para todo lo demás; proceden no obstante a votar
en equipo cualquier propuesta destinada a ratificar en el tiempo la
postergación de tal situación, debería constituir en sí mismo un argumento lo
suficientemente válido como para hacernos comprender el verdadero grado de
peligro que tras el mismo se esconde.
Y si por ahí no lo vemos, bastará igualmente con volver la
vista atrás unas pocas jornadas, concretamente hasta el ataque visceral fruto sin duda del pánico sufrido por Dolores de
COSPEDAL la pasada semana cuando, al hilo de la propuesta en pos de la
superación del mencionado bipartidismo, llegó a decir poco más o menos que “ aquéllos que en España albergábamos dudas
sobre los actuales métodos, éramos en realidad unos irresponsables incapaces de
entender que la atomización del voto podría poner bien las cosas para promover
un escenario que albergara, quién sabe si la llegada de un populista, o el
advenimiento de un militar.” Llegado este momento no me duele prenda preguntar quién se alimenta
en su base de los fueros generados en
España, sin ir más lejos que a la última dictadura militar que hemos padecido.
Pero tranquilos, que no cunda el pánico. Al menos de
momento. Porque no hace ninguna falta removernos en el terreno de la
retroactividad, lo que en España se denomina erróneamente ampararse en el ejercicio de plañir fácil del revisionismo, para concitar
la certeza de que para nuestro pesar, aquéllos que rigen nuestros designios no
necesitan acudir a la Historia para amargarnos. Les basta y les sobra con
revolcarse una vez más, en este caso con público, en el fango en el que han
convertido la otrora honrosa realidad política de España.
En estos todavía albores del Siglo XXI, bien es cierto que
no hace falta reclamar políticos de la talla litigante de los que compusieron
las listas que por ejemplo
defendieron ahora hace ciento cuarenta años, la declaración de la I REPÚBLICA. Lo
digo sobre todo porque la media general es tan paupérrima, que hace parecer
buen parlamentario al propio RAJOY BREY. Esto, que en puesto en perspectiva
histórica hubiera sido como poner al frente de las huestes que vencieron en las
Navas de Tolosa, a un palafrenero; sirve para promover en nosotros el cúmulo de desazones que sin duda han de
concitar la certeza de que, irreversiblemente, tenemos un problema.
Un problema que si bien no es nuestro, toda vez que nos ha
sido impuesto por el ejercicio de unos políticos que en estado casi vegetativo
han desmantelado por medio de la inacción la práctica totalidad no sólo de la
Idea de Estado, sino en realidad de sus estructuras; ha acabado por convertirse
en un verdadero problema cuyas consecuencias realmente afectan al común en la medida en que éste se ve
arrebatado del que verdaderamente constituía el último resorte al que aferrarse
antes de verse arrojado al foso de la duda que supone el comprender que, una
vez que la niebla promovida por todos los engaños; se levanta, es tan sólo para
que comprobemos que todo absolutamente todo, ha sido una ficción, y no
precisamente bien intencionada.
A pesar de todo, y una vez que superado el primer susto somos capaces de reorganizar nuestras huestes, la
obligada calma ha de estar acompañada del suficiente raciocinio como para no
sucumbir, tampoco, al desaliento.
Una vez alcanzado semejante nivel, el resto de acontecimientos
vendrá poco menos que en cascada. En un primer momento, los dos grandes Partidos verán con estupor como muchos de sus votantes, concretamente aquéllos
que forman parte del espectro variable, o
sea los que no poseen una voluntad firmemente adherida a ningún Partido con
valor previo a la campaña electoral; abandonan masivamente el espectro práctico
de cualquiera de los mismos. Sin embargo, en contra de lo que pudiera ser
previsible, esta marea de votos no va al recuento del resto de Partidos. Directamente
se queda en casa, como muestra no ya de desazón, sino de vergonzante hastío.
Será entonces, en el momento en el que el porcentaje de
sufragios nulos o en blanco, supere al de votos eficaces, cuando a lo mejor es
ya demasiado tarde para plantearse cosas que, hoy por hoy, comienzan a ser una
realidad imposible de obviar.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
No hay comentarios:
Publicar un comentario